Filosofía en español 
Filosofía en español


Francisco Escobar García, Pbro.

Álvaro, filósofo ovetense

A mi querido amigo Dr. Don J. M.ª Martínez Cachero,
benemérito de los valores culturales del Principado.

No obstante ser tan apretada la nómina de privilegiados en las esferas de la ciencia o de las letras o de las artes, que ornamentan la trayectoria de Asturias en el tiempo, como puede observar cualquier curioso con solo una somera ojeada al libro de Constantino Suárez, “El Españolito”, o a la “Asturias ilustrada”, de Trelles, o a la “Biblioteca hispana” de Nicolás Antonio{1}, es un hecho sorprendente, sin embargo, que en el plano filosófico no fue la tierra astur tan fecunda. Tres o cuatro nombres que no es necesario citar, pues cualquier lector los evoca sobre la marcha, son el balance espigado en el florido nomenclátor de aquella tupida nómina.

Ahora bien; desde hace pocos años se está perfilando otra fuerte personalidad filosófica que viene a potenciar el prestigio de aquella corta galería; un personaje cuya memoria yacía en el olvido desde hace siglos y cuyo empuje intelectual no solamente rima muy bien en el breve círculo en que hemos de agruparle, sino que acaso reclama el más destacado lugar de preferencia, a pesar de que es deseada una más amplia noticia con afortunados hallazgos hoy no conseguidos todavía.

Las primeras nuevas acerca de Álvaro, que así se llama el célebre filósofo de quien vamos a ocuparnos, nos vienen dadas, que sepamos, por lo señores Tomás y Joaquín Carreras Artau en la Historia de la Filosofía española. Filosofía cristiana de los siglos XIII al XV, tomo I, Madrid, 1939, pág. 75, recogidas en la Historia de la Filosofía (Barcelona, 1943, pág. 163) del segundo de los hermanos, con estas brevísimas indicaciones biográficas: “Alvaro, presbítero de la iglesia Catedral de Oviedo”.

En el año 1941 el C. S. de I. C. publicaba el Comentario al De Substantia orbis de Averroes…, por Alvaro de Toledo, en edición preparada y anotada por el P. Manuel Alonso, S. I. Precede al Comentario una valiosa Introducción del anotador donde, entre otras cosas, se revelan algunos datos más acerca del autor del Comentario que, por lo que se verá, ha de identificarse con el que citan los hermanos Carreras Artau.

La clave para la identificación, y, para ser más exactos, esta identidad de personas nos viene dada en Las traducciones orientales en los manuscritos de la Biblioteca Catedral de Toledo, Madrid, 1942, del catedrático de la Universidad de Barcelona, don José M.ª Millás Vallicrosa, obra laureada con el premio “Francisco Franco”, 1941.

motivo

En su labor investigadora halló el doctor Millás, en efecto, dos datos: 1.º, una serie de manuscritas del último tercio del siglo XIII (los números XXXIX, XL, y XLI en la metodología del autor; 98-19, 98-20, 98-21 en las signaturas primitivas) “obra, en parte, de un autor, Álvaro, desconocido hasta el momento presente y que solicita fuertemente nuestra atención”, dice el Dr. Millás{2}; 2.°, una nota autobiográfica en el manuscrito XLI –10.053 de la Bibl. Nacional– Álvaro, en efecto, escribió de su puño y letra en el folio 63 r, marginando el día 13 de Octubre, primer día de la mansión lunar Alchiph, esta leyenda: Dedicatio basilice ovetensis. Hic ego natus fui{3}. La solvencia indiscutible del Dr. Millás avalando la identidad caligráfica de esta anotación marginal y la del Comentario al de Substantia orbis del manuscrito XXXIX, cuyo autor se dice ego Alvarus, ego, ergo, alvarus{4}, así como la de otras muchas rúbricas marginales en diversos manuscritos con la indicación del mismo nombre, autorizan definitivamente la conclusión ÁLVARO DE OVIEDO, según cuyo tenor le cita en su obra el doctor Millás.

Si a esta data añadimos el elogio del P. Alonso, que encuadra a nuestro Álvaro entre los grandes filósofos del siglo XIII{5}, queda plenamente justificada la razón de que se le haga un hueco en la galería de hombres ilustres de Asturias.

Biografía de Álvaro

El capítulo de la biografía de Álvaro de Oviedo es brevísimo, pues ya queda dicho casi todo lo que por el momento se sabe, a no ser que se le haya de identificar con el Álvaro electo para la Sede ovetense en 1276, en cuyo caso poseeríamos un dato más para dibujar su fuerte personalidad.

No deja de ser significativo que un onomástico tan frecuente se nos presente en uno y otro caso desnudo de toda referencia patronímica o gentilicia o geográfica (tan usual en aquella época), como si hubiéramos de entender que para aquellos días holgaba toda otra determinación, como holgaría para el célebre Abelardo, por ej., o para el gran Alberto o para Vives.

Ahora bien; que Álvaro era un clérigo súbdito del Arzobispo de Toledo cuando escribía el Comentario De substantia orbis, nos lo dice él mismo, puesto que en la Introducción escribe: “Quia vero pater et domine intencio mea est de mandato vestro… librum Averrois de substancia orbis exponere…”{6}.

También sabemos que las actividades científicas del filósofo ovetense se desarrollaban hacia el último tercio del siglo XIII, pues, aparte de la bien razonada fecha del Comentario establecida por el P. Alonso{7}, entre el 1280 y 1300, se hallan varios datos en distintos manuscritos según los cuales Álvaro leía y escribía en los márgenes de los tratados fechas como la de 1270 –manuscrito XLI–, 1279 –mns. XXXIX– fol. 12 r, y 1279 en el fol. 136 del mns. XLI.

Por referencia del propio Álvaro en su Comentario sabemos que era de tez morena, ya que él mismo nos lo dice en varias ocasiones, al querer aclarar conceptos con algún ejemplo, como cuando afirma que si Sócrates hubiese sido moreno sería semejante a él{8}.

Como dato que revela un tanto su psicología hemos de notar que nuestro filósofo, muy versado en astrología y consecuente, además, con la Física de su tiempo, según las cuales el mundo sublunar en sus seres y leyes es la resultante de la influencia de los cielos, aceptaba las conclusiones que fuerzan a admitir la adivinación,  olvidado, quizá, de los cánones de los Concilios toledanos que en otros tiempos habían tocado estos temas para desautorizar al heresiarca Prisciliano. Porque el Concilio toledano del 400 y el bracarense de 567 habían advertido: (cans. VIII y IX): “Si alguno cree que las almas están fatalmente sujetas a las estrellas…; Si alguno afirma que los doce signos del zodiaco influyen en las distintas partes del cuerpo… s. a.”{9}.

Este no obstante, puede asegurarse que Álvaro de Oviedo era un clérigo –quizá un capitular– ejemplar. Su piedad religiosa se manifiesta frecuentemente cuando escribe. El tema de Dios es tratado por él con respetuoso amor; el seco y escolástico estilo de su pluma se toma cálido cuando le toca llegar hasta el Ser supremo y nombrarle{10}. La expresión que hallamos en la dedicatoria: “…ut Deo Domino in unitate voti obediendo unirer…” revela, además, una vida interior acaso poco común. Sus palabras al Arzobispo que está en Roma, porque no ha de ser pastor solamente de los fieles de su diócesis, sino solícito por la salvación de todos, descubren una concepción genuina de la colegialidad episcopal un tanto soterrada hasta estos días en que alcanza plenitud dogmática por obra del C. Vaticano II.

Los laudes y eulogias a Dios y a Jesucristo –sine quo nullum rite fundatur exordium, dice al comenzar su Comentario– son frecuentes en los escolios o notas que marginan de mano de Álvaro los manuscritos que leía{11}.

Como posible dato biográfico no huelga anotar que un marginal de letra de Álvaro en el fol. 12 r. del mns. XXXIX parece dar a entender que en el año 1279 fue elevado a cierta dignidad eclesiástica, cuya investidura recibía en Roma el 23 de Noviembre, a las 11 de la mañana, pues apenas se podría interpretar si no es referido a su persona un texto con tan minuciosos detalles de año, mes, día y hora, muy congruente ésta, además, para una ceremonia litúrgica o paralitúrgica. El marginal de Álvaro dice, en efecto: “Rome ad duas tercias hore tercie 23 diei mensis novembris anni domini 1279 pro vestibus induendis electio”{12}.

Como anotación biográfica solamente nos resta destacar que Álvaro recorrió y viajó y conoció muchas geografías, Roma, Francia, y las regiones meridionales y septentrionales de España. Y quizá algunos viajes tenían carácter eminentemente científico{13}.

Personalidad científica de Álvaro de Oviedo

La talla científica y el vigor intelectual de nuestro apasionante personaje viene demostrado por un triple capítulo: a) sus lecturas; b) los testimonies de la autoridad y e) el análisis de su Comentario, ya que no podamos deducirlos por el de sus Obras, escritas non more expositorio como aquel, sino en estilo magistral, ya que el propio Álvaro nos dice que de este tenor escribió dos tratados: “… duos tractatus per se, non more expositorio composui: unum De intellectu humano qui dicitur liber benedictus, alterum De creacione mundi intitulatum…”{14}, tratados hasta el momento desconocidos.

A. Lecturas

Quedan abundantes pruebas de la vasta esfera en que nuestro filósofo se movía científicamente, pues, aparte de los conocimientos matemáticos que descubre el Comentario y de la holgura con que se mueve en el terreno filosófico, sabemos de sus aficiones astrológicas, astronómicas y cosmológicas.

Inmerso quizá de lleno en el círculo de científicos de que se rodeó Alfonso el Sabio en su Academia toledana{15}, para elaborar las Tablas o sus Libros del saber de Astronomía, dejó, con su “letra fina, menuda, difícil y recargada de siglas”{16}, testimonio elocuente de sus estudios e incursiones por muchos manuscritos de tema astronómico, permitiéndose opinar, a veces, que el original hubo de ser más completo que la copia o traducción que él leía en aquel momento. Al final de un tratado astrológico de Massallah, por ej., escribe Álvaro: “Puto tamen quod plus fecerit M(assallah) quamquam plus inventum non fuerit exemplari aravico”{17}.

Por lo demás, anotaciones, eulogias, datos cronológicos, cuadros de horóscopos, &c. de mano de Álvaro son frecuentes en los tratados siguientes: el de Abd-al-Aziz Al-Kabisi, rotulado más recientemente Epitome quadripartti Ptolomei; Libellus quidam de modo eligendi; primera parte del tratado del Astrolabio de Massallah; un tratado, de letra de Álvaro, en cuyo margen superior anotó él mismo: Expositiones in 4um quadripartiti et sunt sententiae H(aly), es decir, el Quadripartitum acompañado del comentario de Ali Ibn Ridwuan{18}, que el doctor Millás cree ser la traducción latina hecha por Egidio Tebaldo, por orden de Alfonso el Sabio sobre la castellana de Yehuda ben Mose; el Liber Ymbrium, trad. del De imbribus de Abu Massar, tratado copiado también por Álvaro; el Liber partium Ptolomei; el Liber flotum de Albumazar; el tratado del Astrolabio planisférico de Massallah; el Liber Ameti Al-fragani; el Centiloquium atribuido a Ptolomeo; el tratado astrológico de Yahya ben Mansur; el Liber Ptolomei o liber signorum stellarum; Electiones de Sahl b. Bisr; Azafea de Azarquiel; un calendario cristiano donde Álvaro anotó su lugar de naturaleza, según vimos; el tratado de receptione planetarum, de Massallah; el Astrolabio de Maslama al-May-rity; el libro de revolutionibus annorum mundi de Massallah; De nativitatibus et interrogationibus, de Omar ibn Farrujan al-Tabari, escrito de letra de Álvaro; la traducción de Miguel Scoto del Alpetragius, &c.{19}.

Si a los tres trabajos copiados de letra de Álvaro añadimos el de Abrahan ben Ezra que comienza en el folio 67 del mns. XLI, más el Comentario a que se refiere nuestro estudio, deduciremos que Álvaro enriqueció con varios manuscritos el fondo de nuestros archivos.

B. Autoridades

Ahora cabe citar en elogio de nuestro filósofo las palabras del doctor Millás: “De este modo, al par que se acrece el caudal de la filosofía española en el medioevo, tenemos en nuestro autor Álvaro une personalidad científica muy a tono con la cultura de su tiempo, benemérito de nuestra literatura medieval y meritísimo para la formación y progresivo desenvolvimiento de la magna Biblioteca Capitular toledana”.

A estos méritos se ha de añadir que Álvaro fue el primer comentarista de Averroes{20}, ya que de nuestro filósofo dice el P. Alonso: “…de sus cualidades intelectuales… podemos afirmar que eran sobresalientes”; “…su reflexión sobre el sistema aristotélico indica un sentido crítico nada común en aquellos tiempos”; “…creemos poder decir que este autor superó a todos los escolásticos en el profundo conocimiento del exacto alcance del sistema de Aristóteles”; “De algunas tesis de Aristóteles tiene exposiciones realmente magistrales…”{21}.

No es poco elocuente, por otra parte, la autoridad del, a la sazón, Arzobispo de Toledo, Don Gonzalo García Gudiel, al elegir a nuestro Álvaro como expositor de la doctrina de Averroes, en un momento tan crítico para el quehacer filosófico. El averroísmo conmovía por entonces todas las esferas intelectuales. Sigerio de Bravante había introducido en la Facultad de Artes de París conclusiones alarmantes desde el punto de vista de la dogmática cristiana. Hacía muy poco tiempo que el obispo de París, Esteban Tempier condenaba{22} ciento diez y nueve proposiciones de marcado signo averroísta, alcanzando al propio doctor Angélico. La corriente agustiniana arreciaba sus ataques contra las nuevas líneas del pensamiento preludiadas por Alberto Magno y su discípulo. Desde el seno de la propia Orden se desautorizaba el peripatetismo de estos dos maestros. Reinaba la confusión entre aristotelismo y averroísmo y, sobre todo, entre averroísmo fundado en Averroes y el de los intérpretes del célebre filósofo musulmán cordobés. En estos años (hacia 1283) el Arzobispo García Gudiel virtutibus et scientiis abundans, según el testimonio del propio Álvaro{23}, quiso poseer elementos de juicio bien ponderados para adoptar la conveniente postura científica y pastoral ante el averroísmo, encargándole le expusiera y comentara el más significativo tratado de Averroes, esto es, su libro De substantia orbis. Esta designación de la persona de Álvaro para un cometido tan importante, en una ciudad como Toledo, centro entonces de primer orden en afanes científicos, subraya la estimación en que se tenía la personalidad del filósofo ovetense.

Dos motivaciones pudieron influir para que un personaje de tal y tanto mérito hubiese pasado al olvido hasta fechas tan recientes: la primera, nacida de la naturaleza científica que se ofrece en su Comentario, ya que no se trataba de doctrina propia –en su mayor parte– sino de la elucidación de la ajena. Muy otra hubiera sido la memoria de nuestro Álvaro si la posteridad hubiese gustado la lectura y meditación de las obras con doctrina propia De intellectu humano y De creatione donde, a juzgar por los títulos, se defenderían contra Averroes el principio del mundo por creación y la existencia del entendimiento agente individual.

Pero acaso más eficaz en orden al olvido en que quedaran sumidos Álvaro y su doctrina pudo ser una segunda causa: el argumento o contenido del Comentario que, referido a la concepción geocéntrica del Universo, en trance de crisis y descrédito{24}, definitivamente arrumbada con las teorías de Galileo, Copérnico, Keppler y Newton, vino a perder toda su autoridad y actualidad y a quedar incurso en las donosas y muy próximas críticas de Luis Vives.

Muy pronto después de escrito el Comentario, que repetía la doctrina de Aristóteles De coelo et mundo y que presuponía los libros de la Física del Estagirita y la teoría de los mundos animados de Platón y la cadena de lo Uno a lo múltiple de Plotino, comenzaron a provocar maliciosas sonrisas en las escuetas frases tan solemnemente repetidas: Coelum est animal unum; diversa sunt membra eius; coelum dat semen et virtutem in semine ut vir; si stella moveatur non in círculo, sed circulariter, coelum destrueretur. Así como aquellos conceptos de quinta esencia, mundo sublunar, estrellas fijas…, &c.

El comentario

Dos serias dificultades se oponen a la plácida lectura y meditación de la obra de Álvaro: su estilo, por una parte, y la naturaleza del tema comentado, casi inabordable para la concepción actual del Universo, por otra.

El estilo de Álvaro es de una concisión extremada, como si quisiese imitar al autor comentado; pero no permitiéndose dejar las ideas en la penumbra, reitera, aclara, subraya con breves incisos, con paréntesis y con paréntesis a otros paréntesis, de tal modo, que para seguir la línea principal del pensamiento, hay que ir sorteando obstáculos como si caminase por un dédalo, especialmente en las primeras páginas del Comentario{25}. A veces la exposición se ciñe a muy pocos conceptos que Álvaro repite con una agilidad mental extraordinaria, revelando al auténtico maestro en su cátedra, pero cuya exposición casi produce vértigo{26}.

A veces la construcción latina, más cuidada, se acerca a los cánones clásicos{27}; pero en otras ocasiones construye como uno de nuestros incipientes bachilleres{28}, llegando en otros casos al juego barroco de palabras, como cuando escribe: “…ut extirpatis erroribus clara clareret cunctis rebus clarior catholica fides clara”{29}.

Por lo demás, Álvaro admite licencias lingüísticas muy en consonancia con aquellos tiempos de un latín decadente: spera, por sphera, opancitas, alietas, yle, deus, alvarus, y la singular semántica del verbal ens en forma adjetivada: forma ente, subiecti entis, virtutem entem, &c.

Escolástico acabado, conoce y utiliza la forma silogística en ciertas ocasiones, los epiqueremas, el sorites, el entimema, el dilema, llevando el razonamiento con extremado rigor hasta dar en el principio de contradicción, quod est ultimum, dice Álvaro.

A. Contenido del Comentario

Siguiendo el método de las ediciones latinas, el P. Alonso nos presenta el Comentario dividido en cuatro capítulos, precedidos en nuestro caso de la Introducción de Álvaro que va a ser el comentador. Partiendo de un principio sentado por Aristóteles y, en consecuencia, por Averroes, de todo punto inconsistente desde el ángulo de la Física y Astronomía actual: que la naturaleza de los cuerpos celestes –del cielo–  es de distinta estructura que la del mundo terrestre, trata Averroes en el primer capítulo de la naturaleza de las cosas sublunares, deduciendo que estas se componen de materia y forma –por lo que son generables y corruptibles– mientras que las realidades celestes –el cielo– también admiten dos naturalezas: la que mueve –motor– y la movida, la agens y la recipiens, en las que no hay principio de corrupción, infiriendo que entre la ciencia de los cielos y la del mundo generable y corruptible no cabe ciencia univoca. Esta fundamental diferencia obliga a estudiar el movimiento como único elemento común a ambos mundos, pero concluyendo que en el sublunar se pueden dar y se dan los cuatro que establece Aristóteles: cualitativo, cuantitativo, de alteración y locativo, en tanto que en el mundo celeste solamente se puede admitir este último, aunque solamente el perfecto, que es el circular.

Como el propio Aristóteles había advertido y el Aquinate subrayado, que un error inicial, aunque pequeño, conduce a grandes errores finales, no ha de admirar que, sentados los principios de incorruptibilidad de los cielos, haya de admitirse: 1.º, la eternidad del mundo celeste; 2.°, la del movimiento, 3.º, la del mundo sublunar como efecto necesario de aquél; que el concepto de creación no encaja en este esquema, y 5.º, que no hubo un primer hombre originado de los elementos, a no ser que se le considere de distinta especie{30}.

Por lo demás, este primer capítulo ofrece en el amplio comentario de Álvaro el desarrollo de las tesis aristotélicas más conocidas: de la materia y de la forma, de la potencia y el acto, de la generación y corrupción, de la cantidad, de la finitud del mundo cuantitativo, de la substancia, del movimiento, de la relación de la substancia con la cantidad, de la pluralidad de formas en los cuerpos mixtos, de las inteligencias separadas, del intelecto humano y de las influencias de aquellas en éste –entendimiento agente universal.

El capítulo segundo desarrolla la doctrina de Averroes sobre la naturaleza del cuerpo celeste que no es compuesto de materia y forma, no admite composición de potencia y acto –non est potencia in eo omnino–{31}; no hay presencia de los cuatro elementos empedócleos, sino que la naturaleza del cielo es del género de alma, pero también equicoce respecto de lo animal terreno. Se trata de un cuerpo simple, de un ser en acto, solamente dotado de potencia para el movimiento local, y éste, circular, que es el perfecto. Luego el concepto de cuerpo se dice equivoce respecto de los seres sublunares. Las formas de este cuerpo celeste son inteligencias separadas{32}. Luego, 1.º, Dios es la inteligencia primera; 2.º, El cielo es movido por Dios per modum appetiti; 3.º, Dios no conoce alia a se; 4.º, no conoce la pluralidad como tal; 5.º, La eternidad es la duración por tiempo infinito; 6.º, la Primera Causa es necesaria para la eternidad del mundo. Termina el capítulo insistiendo sobre la diferencia entre los cuerpos sublunares y los celestes, pues estos se componen de substancia actual y dimensiones actuales, mientras que los generables y corruptibles se componen de substancia en potencia y de dimensiones en potencia –aquí el pensamiento aristotélico se desvirtúa, reconducido al heracliteismo–, conclusión que se relaciona con la de los accidentes que tampoco se dicen univoce en ambos planos. Luego la generación de las cosas sublunares pende de las virtudes o influencias del mundo celeste.

El capítulo tercero insiste sobre la naturaleza del motor celeste, que es ajeno en absoluto a la materia. La materia es sujeto de finitudes; pero el motor celeste está dotado de virtud infinita y el cuerpo celeste de virtud receptiva infinita para ser movido in tempus infinitum. Pero para no contradecir a Aristóteles que afirma la limitación de las virtudes celestes, se hace la distinción de que se trata de virtudes finitas que obran en tiempos infinitos. Así se salva el argumento de que una energía infinita produciría el movimiento instantáneo, que destruiría el Universo. Luego, 1.°, El Universo es finito; 2.°, el tiempo es infinito; 3.º, El mundo es eterno; 4.º, luego la eternidad no es como dice Boecio –aunque Álvaro no le nombra, al decir que delira– sino la duración in infinitum del tiempo.

En el capítulo cuarto resume Averroes la naturaleza del cielo, afirmando que su movimiento es el primero y eterno; que se trata del alma de un cuerpo eterno, ajena necesariamente a toda materia, no separada de su cuerpo, pero no necesaria al cuerpo para su subsistencia, puesto que se trata de un cuerpo simple, y en este sentido, separada. El movimiento celeste se produce por la apetibilidad hacia lo apetecible más noble, en este caso hacia la inteligencia abstracta, porque el cuerpo celeste presiente esta inteligencia, y esto le dirige hacia lo apetecible. Así pues, supuesto que la inteligencia primera es motivo continuado y eterno de apetibilidad, se deduce: 1.º, Si no existiese el dador del movimiento (Dios), cesaría (destrueretur) el movimiento; 2.°, Sin movimiento, cesaría (destrueretur) el cielo; 3.º, Con esto, también los seres inferiores y el mundo. De donde se concluye; 4.°, El dador de la continuidad del movimiento (Dios) es el dador del ser a todas las cosas.

B. Labor del comentarista

Lo que para nuestra concepción actual del Universo sería, más que tarea científica, elucubración crucigramática, para Álvaro de Oviedo es un quehacer normal que él realiza sin que el cansancio, ni la obscuridad de los temas, ni las conexiones de estos con otras esferas ajenas a la Cosmología o a la Lógica o a la Metafísica le retraigan o le impidan moverse con holgura, dándonos la impresión de un auténtico maestro que desde la altura de su cátedra descubre horizontes, resuelve dificultades, aclara cuestiones con ingeniosos ejemplos{33}, penetrando en los problemas con aguda profundidad y manejando con agilidad mental poco común conceptos, relaciones o categorías.

Aunque, como buen comentarista, se acomoda a la mentalidad del expositor Averroes hasta el extremo de hacernos pensar que la doctrina del filósofo cordobés es compartida por Álvaro, hay pasajes, sin embargo en que descubre su propio pensamiento o doctrina, revelando una vez más su talla intelectual, y descubriendo, si no tuviéramos otros elementos de juicio, que él, Álvaro, no comparte todas las tesis de Averroes, aunque en ocasiones nos dé a entender que le leía y le consideraba, como, por ej., cuando nos dice que “subiectum quantum potest esse de se ens actu, secundum quod inconsiderata verba Averrois videntur sapere, inducit plures in errorem et nos longo tempore”{34}.

Discrepa, pues, de Averroes, y lo dice, y demuestra su posición, en varios puntos. Uno de ellos, en la célebre cuestión de la pluralidad de formas en los cuerpos compuestos o mixtos –que tan alto elevó el tono de la polémica entre las escuelas–, pues la doctrina del maestro musulmán admite que, aunque disminuidas, no desaparecen aquellas al combinarse los elementos simples. Álvaro expone su punto de vista discrepante del de Averroes, y, acercándose a la solución tomista{35}, considera las formas substanciales en estado de potencia, como un quid medium entre la potencia de la materia prima y el acto completo de la forma del compuesto, añadiendo que la unidad en el cuerpo simple y en el compuesto no se dice univoca sino analógicamente. Muy convencido de que su punto de vista es acertado, escribe en tono de victoria que en esta cuestión solamente él, entre todos de cuantos tuvo conocimiento desde Aristóteles, halló la solución{36}. Y más explícitamente manifiesta su discrepancia con Averroes, cuando, al entablar la cuestión, escribe: “Pero yo digo que todos los antecesores de Aristóteles y los posteriores a él, incluido el propio Averroes, se equivocaron (defecerunt) en este punto”{37}. Añadiendo que esta solución suya aclara y resuelve todas las dudas: “…Et est via complens et disolvens omnia dubia in hac materia et solum”{38}.

En otro lugar, cuando se discute si la quantitas precede a la forma substancial, sigue el hilo del comentario de modo que da a entender que Averroes coincide con su razonamiento, no él, Álvaro, con el de Averroes: “…et ipse (Averroes) inducit hic sermones… propinquos nostro”, como si dijera: “Por fin, aquí Averroes coincide conmigo”{39}.

Cuando Averroes habla de la diafanidad del cielo, apostilla Álvaro: “Aquí surgen graves dudas, de las que apenas Averroes se ve liberado… Digamos, pues, nosotros…”. Luego tampoco parece darle Álvaro la razón en este caso{40}.

Todavía otro punto de discrepancia: A propósito de si el calor de las esferas experimentado en el mundo sublunar obedece al movimiento de aquellas o a la luz de los astros, dado que Aristóteles “sustentatus est in motu et dimissit lucem”, Álvaro repone que no comprende cómo los cuerpos celestes, especialmente los que están sobre la esfera de la luna, como el sol y marte, puedan engendrar el calor en la tierra por solo el movimiento. En consecuencia, rechaza aquella tesis y expone la suya: “Nos igitur dicemus”, afirmando que el calor generado en nuestro planeta no se debe al movimiento exclusivo del sol o de marte o de alguna estrella, sino que tiene por causa totum celeste animal, esto es, todo el cielo, al rozar en su movimiento circular los elementos, por la parte cóncava superior del orbe lunar. Por otra parte, como los expositores de Aristóteles –Álvaro no dice quiénes– no convencidos con la solución del estagirita, se inclinaron por la de la luz como causa del calor de acá, también nuestro comentarista les refuta, afirmando que la luminosidad es un accidente o cualidad no exclusivo del fuego, sino “conmune igni et corporibos superioribus”, concluyendo con estas palabras, muy significativas de la madurez mental de un aristotélico como nuestra Álvaro: “Nosotros, pues, …digamosle a Aristóteles y a sus expositores que la totalidad del cielo es el generador del calor que sentimos acá nosotros…”, aclarando que tanto estas “pasiones” o efectos, como otras producidas por el cielo son debidas a éste, si bien unos efectos se producen por la virtud que hay en una parte del mismo, y otras por la de otra parte distinta. Y pone un ejemplo: “sicut ego alvarus ens totum animal unum sum, qui video per oculum et totus qui sol scribo per manus…”{41}.

Finalmente, no deja de tener su mica salis el hecho de que en algún caso se constituya Álvaro en juez o árbitro del pensamiento de Averroes condicionando la aprobación del mismo siempre que se acomode al del comentador, como sucede cuando, discurriendo sobre si lo raro y lo denso (raritas et densitas) obedecen al medio, o a la luz, Álvaro (que sostiene el primer extremo) dice: Et si hoc intellexit Averroes, bene intellexit, como si dijera: Si Averroes está de acuerdo con mi solución está en lo cierto{42}.

C. Personalidad del comentarista

Supuesta tal independencia de juicio, nada tendrá de extraño que veamos a álvaro de Oviedo discutir las conclusiones de destacados autores, como Alpetragio en la teoría del movimiento de los astros; Alfagranio en la de las influencias astrales en los hombres; Boecio en la definición de la eternitas, a la que opone Álvaro la suya: Disposicio rei et esencialis eius operacionis; Juan Filopono, conocido por Juan el Gramático, Alfarabi, Avicena, &c.

Parece obvio preguntar si un filósofo como nuestro Álvaro, que estaba al día sobre teorías y autores{43}, conocía las obras y el pensamiento del gran maestro Tomás de Aquino, casi coincidente con él cronológicamente. A juzgar por algunas fórmulas o expresiones –muy semejantes, si no idénticas–{44}, podría aventurarse que del Aquinate hubo de leer, si no todos, muchos de sus tratados. Hay un indicio, sin embargo, negativo, a nuestro juicio, aparte del silencio en las citas (aunque no infrecuente en el estilo de la época). En la cuestión de cómo conoce Dios las cosas ajenas a Sí, Santo Tomás contesta que conociendo su esencia y toda la gama de su analógica realización en las criaturas, es decir, conociéndose como causa de todas las cosas{45}. Sin embargo, Álvaro, al exponer esta solución, cita, no al Aquinate, sino a Temistio: “Themistius… dicit quod deus scit omnia que sunt hic et fiunt, quia scit et cognoscit se esse principium et causa ómnium que sunt hic”{46}. En la cuestión de si la substancia precede con prioridad de naturaleza a la cantidad en los compuestos o viceversa, tampoco Álvaro se acomoda al pensamiento del Aquinate, pues este sostiene, como Averroes, la prioridad de la substancia, mientras que Álvaro defiende la solución opuesta. Habría un indicio más definitivo de que Álvaro leyó a Santo Tomás, si se pudiera identificar a éste con el latinus expositor Aristotelis que nuestro filósofo cita en tres ocasiones{47}. Si nos atenemos a la letra de la fórmula que transmite Álvaro calum esset inundabile, usada por aquel (supuesto que las estrellas tuviesen movimientos propios), Santo Tomás no sería ese expositor latinus. Pero como el concepto del doctor angélico coincide con el de la fórmula, cabría atribuir la fórmula a Álvaro y el concepto a Santo Tomás, en cuyo caso éste sería conocido por nuestros filósofos{48}.

Álvaro electo para la sede ovetense

Trelles Villademoros en Asturias ilustrada y, con esta obra como guía, el P. Risco{49} en España Sagrada tejen la historia de los Obispos de Oviedo desde el año 1250 hasta el 1284 aproximándose solamente a los hechos, no reflejando la verdad histórica en todos los extremos, como quizá algún día podremos, D. m., dilucidar.

De todos modos, es un dato histórico documentado que para la Sede episcopal de Oviedo fue propuesto o electo en el año 1276 un personaje llamado Álvaro, sin que las fuentes que nos informan de este dato proporcionen ningún otro por donde poder identificarle.

motivo

Hasta el momento se conocen cuatro documentos donde un Álvaro se dice electo de Oviedo. El primero, existente en el A. H. Nacional, carp. 1601/7, de fecha 17 de Marzo de 1276 (era mil trescientos catorce a XV dies por andar de Marzo), es un instrumento por el que Ruy Pérez y su mujer María Fernández con el consentimiento de los hijos que aquel tuvo de su anterior mujer, Loba, vende su hacienda de Boniellas en el Alfoz de Lanna (Llanera?) a Suer González y a su mujer María Alfonso, a Fernán González y su mujer M.ª Álvarez y otros. Regnante –dice– el rey don Alffonso con la reyna Dña. Violant sua mllr en Castiella, en Toledo, &c. MESTRE ÁLVARO ELETO EN OUIEDO. Rodrigo Rodriz Osorio mío mayor del rey en tierra de León et en Asturias… &c.

Otra escritura, doc. núm. 723, Legajo H del Archivo de San Vicente de Oviedo, una venta que hacen Pedro Juan Pelliton y su mujer Teresa Fernández a Diego Ordóñez, Abad de San Vicente y a su Convento, de un cuarto de casa en la Noceda, a 23 de Marzo, era de 1314.

Las dos escrituras restantes, una del 8 de Abril (docum. núm. 1074, Legajo L del Archivo de San Vicente) y la segunda, del 30 de Mayo del mismo año de 1276, se citan por el P. Risco en España Sagrada, tomo 37, págs. 203, 204, con las fórmulas Mestre Alvaro eleyto ena iglesia de Oviedo y Mestre Alvaro electo en Oviedo, respectivamente.

¿Quién era este Álvaro? ¿Podrían identificarse nuestro Álvaro, autor del Comentario al De Substancia orbis, y este Álvaro electo para la Sede vacante de Oviedo?

El Dr. Millás Vallicrosa no dejó de pensar en esta identificación, si bien solamente pudo saber por el episcopologio de B. Gams lo que el P. Risco nos dice con la escritura de 8 de Abril de 1276.

A abonar la identidad de personajes podrían inclinarnos varios motivos, inconcluyentes tomados aisladamente, pero ciertamente atendibles considerados en conjunto. No deja de llamar la atención, por ejemplo, que tanto en el caso del filósofo como del obispo electo se nos haya trasmitido escueto nombre de Álvaro, sin ninguna otra referencia, como si ambos casos se tratase de un solo personaje muy conocido.

Como, por otra parte, suponíamos a nuestro filósofo muy probablemente relacionado con la Academia fundada en Toledo por Alfonso el Sabio, que se dijo arriba, no sería demasiado extraño que este rey le hubiese distinguido con la elección para un obispado, teniendo en cuenta, sobre todo, que en el filósofo  ovetense se reunían las dos condiciones más valiosas en estos casos: la virtud y la ciencia, como hemos podido comprobar. Si a esto añadimos el conocimiento y estimación que el entonces Obispo de Cuenca, y posteriormente de Toledo, Don Gonzalo García Gudiel profesaría ya al comentador de Averroes{50}, bien podría deducirse que también el Obispo apoyaría con su valiosa opinión una elección al parecer nada desacertada.

Dos obispos para una misma sede

No obstante algunas indagaciones en los Archivos de la Sede Primada y en el de la Catedral ovetense, ningún dato nuevo. tuvimos la fortuna de hallar hasta el momento, que nos permitiese ilustrar con nueva luz la personalidad del electo Álvaro. Visitando, sin embargo, el Archivo de la Biblioteca Vaticana, nos encontramos con la sorpresa de que en el Índice episcopológico de la diócesis de Oviedo figura como Obispo de esta Sede desde el día 15 de Diciembre de 1275 un tal Fredolo, de la Orden de San Agustín, el mismo que el P. Risco y los demás episcopologios ponen como sucesor de Álvaro, y que, en efecto, consta tomó posesión, pues, aparte de otros datos, tenemos el que dice el P. Risco de un documento de venta de 17 de Enero de 1277. El Índice del Archivo Vaticano dice textualmente: “17 cal. Dec. 1275, fredulus fit episcopus ovetensis p(er) ob(itum) P(etri), datos que confirman la no posesión del anteriormente electo o Apostolado Fernando Martínez, canónigo de Zamora, y nos sorprenden, al mismo tiempo, con la notable irregularidad de la elección de Álvaro cuando ya Roma había nombrado el sucesor en la Sede vacante por defunción del Obispo Pedro.

Claro está que, si recordamos los tristes días de aquellos primeros ocho meses del 1276 en que murieron tres Papas, y que por aquellos tiempos (pontificado de Gregorio X, †10 Enero de 1276) las relaciones de la Sede Vaticana con el Rey Sabio eran bastante tensas por lo del fecho del Imperio, bien pudo suceder que el rey español eligiese (como proponible a Roma) more solito a Álvaro, ignorando el nombramiento (more non solito?) hecho por el Papa Gregorio X, a favor de Fredolo.

Aparte, pues, de otras correcciones en nuestro episcopologio, referidas a estos años, ya puede verificarse la supresión de Álvaro en la cadena: Pedro, Álvaro, Fredolo, Pelegrín… así como ha de considerarse inexacta la noticia del P. Risco cuando dice que Pelegrín fue elegido para la vacante por defunción de Fredolo, cuando la realidad es que la vacante se produjo por traslación de éste a la diócesis Aniciense, en 30 de junio de 1284, según el Índice del A. Vaticano, ya citado, donde se lee: “II Cal. J. 1284, reserv(atur) Sed(i) Ap(ostolicae) provisio ecclesiae ovetensis, p(er) transl(ationem) Fridolii ad Anicien(sem){51}.

Como estas incidencias no merman en nada la posibilidad de identificación del Álvaro filósofo y del Álvaro electo, y mucho menos desvirtúan la gran personalidad científica del comentador de Averroes; quedan firmes las líneas que autorizan para enriquecer la brillante galería de hombres ilustres de Asturias con la gloria de un filósofo nacido en Oviedo en el primer tercio del siglo XIII, que, como observa el P. Manuel Alonso, vino a llenar la laguna que dice Menéndez Pelayo: “En la historia de nuestra filosofía hay una laguna inmensa desde Gundisalvo hasta Ramón Lull”. (Historia de las Ideas estéticas, Tom. I, Madrid, Dubrull, 1883, pág. 357).

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{1} Complementados con Memorias históricas del Principado de Asturias y Obispado de Oviedo, 1794, de C. Posada; Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, 1864, de Carballo; Historia de la Universidad de Oviedo, 1873, y Libro de Oviedo, 1887, de F. Canella Secades; Registro asturiano…, 1926, de J. Somoza, &c.

{2} Obr. cit. pág. 34.

{3} Ib. pág. 191. Es digno de notar que la fiesta de la Dedicación de la santa Iglesia Catedral Basílica de Oviedo se sigue celebrando en la actualidad en la misma fecha que se dice por Álvaro en el calendario cristiano donde aparece su nota marginal. Cfr. Officia propria usum Dioecesis Ovetensis, Turín 1926.

{4} En la página 119 del Comentario (ed. del P. Alonso) se lee: “… ego alvarus sum unum in specie”; en la 207: “… sicut ego alvarus ens totus animal unum totus sum…”; en la 276: “Ego ergo Alvarus…”.

{5} El P. Alonso dice textualmente: “Si hemos de juzgar por el presente Comentario, el conjunto de su Obra le daría un puesto de honor entre los grandes filósofos del siglo XIII”. El elogio cobra extraordinario relieve si consideramos que es el siglo de tantas y tan notables personalidades filosóficas.

{6} Comentario, pág. 33.

{7} Prólogo al Comentario, pág. 16.

{8} “…similitudo inter me nigrum et Socratem, cum Soerates sit niger”, se lee en la pág. 38.

{9} Cfr. Historia de la Filosofía antigua, por el autor, pág. 247.

{10} Aparte de otros lugares, observe el lector éste, donde Álvaro parece deleitarse en un resumen magistral de los atributos divinos: “…propter quod suum intelligere est sua substancia et sua accio et sua res intellecta. Et ideo quidquid cognoscit, habet, et quidquid cognoscit est operatum, quia se. Et sicut quidquid habet est operaturn (tradúzcase: es una realidad, que es Él) et quia non appetit nisi quod cognoscit, quidquid appetit, habet. Sua ergo vita est voluptuosissima semper, nihil penitus defectus habens. Est igitur hec forma prima Deus: ens unum, primum, perfectum omni modo, in complemento omnis nobilitatis et omnis delectacionis, eternum in omni modo complementi eternitatis, omnibus modis intransmutabilis, quia est Deus, ex omni modo multitudinis primus actus, qui (cui?) nihil potencie est admixtum, simplicissimum in complemento omnis simplicitatis”. (Com. pág. 140).

{11} Unas veces escribe: “Explica liber, Deo gracias” (Mns. XL, fol. 41, r, b.); o “Domino Ihesu Xristo gratie infintite” (ib. fol. 108); otras: “Ihesu Xristo sint infinite gratie. amen. amen. amen” (Mns. XLI, fol. 56) o también: “Explicit cum auxilio Dei” (ib., fol. 66).

{12} Mns. XXXIX según la metodología del doctor Millás Vallicrosa, núm. 10.063 de la Biblioteca Nacional de Madrid, 98-19 en la signatura primitiva.

{13} “… Ego vidi –nos advierte Álvaro– geomanticum qui per figuras suas multa certa futura secumdum plus omnia predicebat in partibus meridionalibus yspanie qui cum volebat illud facere in partibus septentrionis yspanie aut in francia nihil fere inveniebat…” (Comentario, pág. 214).

{14} Proemio al Comentario, pág. 276 en la edición del P. alonso por la que citaremos en toda ocasión.

{15} Cfr. González Palencia, A., Historia de la Literatura Arábigo-española, Barcelona, 1938, pág. 307.

{16} Millás Vallicrosa, o. c., pág. 34.

{17} Ib., pág. 35.

{18} Cfr. Millás, o. c., pág. 158.

{19} En esta breve síntesis hemos seguido la meritísima exposición del doctor Millás Vallicrosa.

{20} El P. Manuel Alonso cita otros comentaristas posteriores y destaca la primacía cronológica del Comentario que estudiamos.

{21} Comentario, Introducción, págs. 10, 15.

{22} 7 de Marzo de 1277.

{23} El amor a los códices y el gran número que de la propiedad del Arzobispo pasaron a enriquecer la Biblioteca de la Catedral de Toledo, subrayan la elogiosa frase de Álvaro.

{24} Ya por los días de Álvaro y anteriormente se escribían tratados, como el de Alpetragio, que seguían la doctrina de los pitagóricos Hicetas y Arquitas.

{25} Cfr., por ej., pág. 37.

{26} Sígale el lector con un poco de esfuerzo en este pasaje: “… quia anima percipit esse prius et posterius in loco equali alio et alio prius et posterius, numeratur eius esse in alio et alio loco equali prius et posterius et hec numeratio est tempus. Et quia in toto motu de esse magnitudinis in loco equali non est nisi esse indivisibile in potencia ut vidisti, quia indivisible et equale idem quod de motu est in actu, est indivisibile subiecti entis in potencia secundum quod tale…” (Com., pág. 165).

{27} Como cuando escribe: “Quedan istorum agentium sunt priora suis factis tempore et natura, sicut pater meus generans me est prior me natura et tempore; quedam vero non, sed sunt simul duratione, sicut sol se habet respectu lucis” (pág. 159).

{28} “…et sustentatur super duas proposiciones quarum unam ponit hic, id est, quod sicut movens…” (p. 158).

{29} Proemio-dedicatoria, pág. 76.

{30} Álvaro, siguiendo el hilo del comentario, dice a este respecto: “…et propter hoc si homo generatur ex putredine vel terra ille homo esset equivoce cum homine generato ex semine”.

{31} Pág. 128.

{32} “Et ideo –dice Averroes– videtur quod forme celestium corporum et máxime forma corporis últimi continentis, sint quodam modo anime, scilicet propter appetitum existentem in eis, et moventem, et qnodam modo intellectus” (Com., pág. 138).

{33} Para refutar la opinión de quienes resolvían el problema del conocimiento en Dios de las cosas ajenas a Sí, diciendo que la ciencia divina es universal, no particular, replica Álvaro: “Mentiuntur quidem quoniam sciencia universalis est sciencia in potencia et ita incompleta et qua contigit falli; quod apparet quia qui scit in universali quoniam omnis mula est sterilis, in potencia scit de hac mula mea; cuius probatio est quia contigit hanc mulam meam esse pregnantem. Si ergo in actis soiret de hac (et omne quod actu scitur est ita, quia sicut sciencia in actu, ita res in actu) esset hec mula mea actu non pregnans, et positum est quod est pregnans; esset ergo actu pregnans et no pregnans, et ita contradictoria actu simul”. (Com., págs. 142-3).

{34} Com., pág. 259.

{35} El doctor Angélico refutando la solución pluralista (tesis de Roberto Kilwardby, Rogerio Bacón, y Pedro Juan Olivi, por ej.), así como las formas disminuidas (tesis averroísta) o la de cualquier estado intermedio (a cuya tesis se acerca Álvaro), dice que, aparte las cualidades derivadas de los cuerpos simples –que pueden persistir en el compuesto más o menos disminuidas, pudiendo admitirse un quid medium si aquellas eran contrarias –lo blanco y lo negro pueden resolverse en lo gris, lo caliente y lo frío en lo templado– hay que considerar las formas substanciales no como existentes in actu, sino in virtute, merced a la cual aquellas cualidades, aunque disminuidas permanecen. La solución tomista y la de Álvaro pueden considerarse próximas o no, según, se interpreten los conceptos in potencia de Álvaro o in virtute de Santo Tomás (a). (a) S. Thomae Aquinatis in libros Aristotelis de generatione et corruptione, Venetiis, MDLXV, fol. 45. S. Thomae Aquinatis De elementorum mistione opusculum, ad lineam.

{36} “… et hoc post Aristotelem ego solus complevi inter omnes quorum noticia ad nos devenit” (Com., pág. 66).

{37} Ib., pág. 63.

{38} Ib., 66.

{39} Com., pág. 77.

{40} Ib., 191.

{41} Ib., 203, 207.

{42} Com., pág. 192.

{43} Cfr. Comentario, Index autorum citatorum, pág. 278.

{44} Por ejemplo: quantitas est tota racio individuacionis, según Álvaro. Santo Tomás: materia signata quantitate. Álvaro: Deus intelligit alia a se. Id. Santo Tomás. Álvaro: Deus est suum esse. Id. el doctor angélico.

{45} “…ipse autem Deus est per isuam assentiam causa essendi aliis. Cum auten suam essentiarn cognoscat, oportet ponere quod etiam alia cognoscat”. (Contra Gentes, XLIX; Sum. Th., I, XIV, V.).

{46} Com., pág. 141.

{47} Ib., págs. 49, 71, 189.

{48} El texto de Santo Tomás dice: “Si igitur… stellae moverentur… sequeretur… vel quod esset aliquod spatium medium inter spheras… et hoc spatium opporteret esse vacuum vel esse plenum aliquo corpore passibiii quod disrumperetur ad modum aeris vel aquae per motum corporis transeuntis”. Es decir, si entre orbe y orbe, o esfera y esfera hay un espacio donde se muevan las estrellas, ese espacio, no pudiendo estar vacío (ni el doctor angélico ni Álvaro admiten esta posibilidad) ha de estar inundado o lleno de un elemento que, a modo de agua o aire, no impida el movimiento o traslación del cuerpo celeste. (Cfr. S. Thomae Aquinatis in libros de caelo et mundo, Venetiis, 1568, lib. 2.°).

{49} También González Pesada inspirándose en las obras citadas, sirve de fuente para C. M. Vigil en Asturias Monumental… No sabemos en qué fuente pudo fundamentar el P. Carballo las fechas tan desajustadas que dice.

{50} Don Gonzalo García Gudiel era natural de Toledo donde consta que fue maestro, arcediano y deán, por lo que el trato –incluso científico– con Álvaro pudo ser muy largo y continuo.

{51} Por gentileza del canónigo Archivero de la Catedral de Le Puy-en-Velay, Msr. Abbé Sarrial, que en atenta carta de 15 de Junio, 1967, contestaba a algunas interrogantes formulados por nosotros en fechas anteriores, podemos ampliar datos confirmatorios de la traslación de FREDOLO a la citada diócesis de Francia. Porque, extractándolas de “L'Armorial Chronologique des Évêques du Puy”, par Georges Paul, Èditions de la Societé Académique, Le Puy-en-Velay, 1966, pág. 30, el ilustre canónigo nos proporciona las siguientes noticias: Que… “FREDOLI de Saint-Bonnet (1284-1289), évêque d'Oviedo en Espagne, fut sacré a Rome èvêque du Puy par Martin IV, le 2 septembre 1284”; que… “il fit son entrée solemnelle le 30 de même mois et prêta serment devant le Chapitre le 7 dècembre 1284”; que… “il mourut le 4 août 1289, et sa sèpulture eut lieu dans l'èglise des Jacobins ou, en 1562, son sarcophage de bronze fut dètruit par les Huguenots”; que las armas eran: “D'or, semé de croisettes de sable, au lion de même brochant”. Como dato biográfico, añaden estas noticias que FREDOLO pertenecía a la antigua Casa “de Montboissier en Auvergne”, Casa “dite des seigneurs de Saint-Bonnet-le-Chastel prês Arlanç”.