Nuestro Tiempo
Latinoamérica y la guerra fría
Leopoldo Zea
Los Estados Unidos y la URSS, por una serie de razones internas como lo son las próximas elecciones en el primero de estos países, están orientando su política hacia el logro de un acuerdo que, quizá, ponga fin a la guerra fría que se desató el mismo día en que dio término la última guerra mundial. Corea, Formosa, Medio Oriente y Berlín han sido los lugares clave en que esta guerra ha subido de temperatura amenazando a la humanidad con nueva y, en esta ocasión, catastrófica guerra mundial. Esta guerra ha ido acompañada de una extraordinaria exhibición de nuevas armas capaces de amedrentar al adversario. Primero fue la carrera por el control de la energía atómica, cuyas pruebas han sido objeto de múltiples protestas por los daños que estas explosiones pueden significar en un futuro inmediato en la salud de la humanidad; después ha venido la carrera con los cohetes teledirigidos que han alcanzado su máxima expresión en el envío de los satélites artificiales más allá de la órbita terrestre. El avance científico en el campo bélico ha mostrado a los combatientes lo que podía significar, para unos y otros, el calentamiento de la guerra fría. Así lo ha entendido ya la opinión pública norteamericana que ha estado presionando para poner fin a la tirantez internacional. En cuanto a la opinión pública detrás de la Cortina de Hierro es parte de su misma propaganda interna y externa el mantenimiento de la paz, razón por la cual no se tomaría la iniciativa y la responsabilidad para una nueva guerra. En los Estados Unidos la opinión pública, que ha de contar extraordinariamente en las próximas elecciones presidenciales. ha dado origen al viaje del Vicepresidente Nixon a la URSS y al intercambio de visitas entre el Presidente Eisenhower y el Primer Ministro Khrushchev. Intercambio que es seguro dará origen a un mayor entendimiento entre las dos potencias. Entendimiento que puede transformarse en lo que tanto teme Adenauer, un reparto, un tanto racional, de influencias de ambas potencias en el mundo.
¿Qué va a suceder con la América Latina? ¿Se harán a un lado los pretextos que ofrecía la guerra fría para mantener el status que conviene a los intereses que representan los Estados Unidos en esta zona del mundo? Todo el mundo sabe que los problemas que se debaten en Latinoamérica, son viejos problemas anteriores a los que ahora plantea la guerra fría; problemas, inclusive, anteriores a la organización del comunismo como doctrina militante. Los problemas de esta América, entre los cuales está el de sus relaciones con los Estados Unidos, son tan viejos como su historia. Son problemas que se plantearon a esta América casi en el mismo momento en que sus pueblos se declararon independientes. Son problemas presentes ya ante sus libertadores. Simón Bolívar, que había buscado la comprensión e interés de los Estados Unidos para la epopeya de la liberación de la América Hispana, sabía muy bien lo que podía esperar. “¡Cuán frustradas esperanzas –escribía en la famosa Carta de Jamaica–; no sólo los europeos, pero hasta nuestros hermanos del norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa”. Este país, decía a su amigo Guillermo White, no hará nada que no convenga a sus intereses: “América del Norte, siguiendo su conducta aritmética de negocios, aprovechará la ocasión de hacerse de las Floridas, de nuestra amistad y de un gran dominio de comercio”. Este país ya mira a esta América, pero en función con sus intereses. Allí la Doctrina Monroe en que los mismos se hacen ya patentes. Esta América, la de los Washington y Jefferson, pese a ser los campeones de la libertad no harán nada a favor de ella fuera de su propia sociedad que no convenga a los intereses de ella. “Los Estados Unidos –escribía con amargura Bolívar a Estanislao Vergara– que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria a nombre de la libertad”.
El mismo problema que veía Bolívar en 1829 sigue siendo el problema de nuestros días para la América Latina. Esta América sigue sufriendo dictaduras, despojos, asaltos y toda clase de crímenes, hoy como ayer, en nombre de una libertad que le es ajena. En nombre de una libertad abstracta que, en todo caso, no es la propia. Y ha sido la guerra fría la que ha vuelto a otorgar nuevos pretextos para que los intereses de que le hablaba Bolívar puedan seguir siendo defendidos y acrecentados. Hoy como ayer se sigue interviniendo en la América Latina en nombre de la libertad. Ayer a nombre de la libertad y supuestamente para impedir intervenga en esta América el despotismo europeo representado por la Santa Alianza; ahora, también en nombre de la libertad y para impedir, supuestamente, la intervención del despotismo comunista encabezado por Rusia; pero en un caso y en otro para impedir todo lo que pudiese significar una limitación de los intereses de ese país, aun cuando este intento de limitación parte de los mismos pueblos que sufren la imposición de esos intereses. De una manera o de otra se han ligado siempre los esfuerzos de los pueblos de la América Latina por emanciparse económicamente con una supuesta intervención extraña y contraria al Continente Americano, cuando la misma va en contra de los intereses de los Estados Unidos.
Así, podríamos decir que la guerra fría, contra el despotismo europeo en el pasado y contra el comunismo en el presente, han sido siempre buenas banderas para justificar la intervención norteamericana en Latinoamérica. Claro es que ha habido épocas, como en la de Teodoro Roosevelt, en la que abiertamente se ha intervenido en nombre de los intereses norteamericanos amenazados. Sin embargo, en la medida en que la expansión norteamericana sobre el mundo ha crecido se ha visto obligada, cada vez más, a buscar justificaciones morales que no le hagan perder prestigio ante pueblos que pueden entrar en su órbita de influencia. Y ha sido, precisamente a partir de las dos grandes guerras mundiales, que coinciden con su apogeo y predominio, que los Estados Unidos han tenido que enarbolar buenas banderas en contra del despotismo alemán, la brutalidad nazifascista y el imperialismo nipón. Banderas que ahora enarbola frente a la expansión del comunismo encabezado por la URSS. Banderas que, necesariamente, limitan una acción que podría ser abierta y los obliga a buscar justificaciones que concuerden con las banderas enarboladas.
La guerra fría que se ha desatado entre los Estados Unidos y la URSS, decíamos, ha servido de maravilla para justificar la intervención norteamericana en defensa de los intereses de sus inversionistas o para ampliarlos en Latinoamérica. Cualquier acción contraria a ellos es señalada como expresión de la intervención comunista en América y, por lo mismo, como una amenaza a la seguridad del Continente. Los esfuerzos que realizan los pueblos de la América Latina para mejorar sus condiciones económicas de vida chocan, necesariamente, con los intereses ya creados o por crear de los inversionistas estadounidenses, provocando la reacción que impida su logro. Estos pueblos no sólo tienen que luchar contra los cuerpos de intereses nacionales que se oponen a cualquier cambio que afecte su predominio, sino además tienen que enfrentarse a la presión que les hacen los representantes de los inversionistas extranjeros cuyos intereses pueden ser afectados. De esta manera, un problema tan viejo como el de la tierra en Latinoamérica es convertido en un problema ligado a la guerra fría que sostienen las dos grandes potencias mundiales. Y estarán del lado de la libertad y la democracia los que se opongan a cualquier reforma agraria y, en contra, quienes se atrevan a declarar que la tierra debe ser de quien la trabaje. De esta manera vemos alinearse en el campo de la libertad y la democracia, como abanderados de las mismas, a los Trujillo, Somoza, Carías, Batista, Pérez Jiménez, Rojas Pinilla y otros sangrientos verdugos de los pueblos latinoamericanos. Y en el lado opuesto, como peligrosos enemigos de la seguridad del Continente y por ende contrario a la libertad y la democracia, a los Cárdenas, Arévalo, Castro y otros líderes latinoamericanos que se han atrevido a hacer lo que hacen los Estados Unidos y otras grandes potencias, reclamar en favor de los intereses de sus pueblos.
La seguridad continental, la democracia y la libertad se han transformado en simples pretextos para justificar intervenciones que de otra manera serían como simples agresiones de pueblos fuertes sobre pueblos débiles. Ha sido en nombre de estas banderas que se ha buscado el sometimiento económico y político de los pueblos latinoamericanos. Frente a la amenaza comunista, al servicio de la libertad y la democracia, muchos pueblos latinoamericanos se han visto obligados a aceptar pactos militares que les subordinan, no sólo militar y políticamente, sino económicamente, como pudo saberse con la denuncia del pacto militar hecho por el Uruguay. Pactos que obligan a nuestros pueblos a aceptar condiciones contrarias a su propia existencia. La guerra fría se transforma, así, en un buen negocio. Una guerra, que lejos de ser una amenaza se transforma en un buen instrumento para acrecentar intereses. La amenaza comunista resulta útil para impedir se ataquen intereses creados. Pero, ¿qué sucederá cuando esta amenaza deje de serlo y la guerra fría quede congelada, si las dos grandes potencias llegan a un acuerdo? Juan José Arévalo ya se ha anticipado a esta posibilidad cuando dice que entonces la amenaza puede representarla Marte. La seguridad mundial frente a la posibilidad de invasión marciana puede transformarse en nueva bandera.
La Revolución Mexicana fue una de las primeras en sufrir los embates de los intereses amenazados por ella. Sólo que entonces no se tenía aún el pretexto de la guerra fría de nuestros días. Claro que se aducieron pretextos humanistas para condenarla y tratar de intervenir como el de poner fin a la matanza que entre sí se hacían los mexicanos. Sin embargo, la reforma agraria del Presidente Lázaro Cárdenas y la Expropiación Petrolera, provocaron ya reacciones que recuerdan a las que ahora se esgrimen. Ya en esta época Rusia se perfilaba como la potencia que un día podría hacer sombra a las grandes potencias occidentales. El comunismo era ya una amenaza mundial. La Revolución Mexicana fue, ya abiertamente, presentada como una revolución comunista, pese a que ahora un embajador norteamericano la presenta como un modelo a seguir frente a revoluciones similares que ahora resultan ser, también, comunistas. El aprovechamiento, ya clásico, de la guerra fría para frenar la transformación social y económica de Latinoamérica lo presentan Guatemala en 1954 y Cuba en nuestros días.
Así lo entendió el general Lázaro Cárdenas, y lo expresó públicamente ante el Mundo, al solidarizarse con la Revolución Cubana en el discurso que pronunciase el pasado 26 de julio, en la gran concentración popular de apoyo al líder Fidel Castro y la Reforma agraria por él propuesta. La Revolución Cubana, dijo ante el millón de oyentes concentrados en La Habana, está inspirada en los más nobles propósitos, especialmente en lo que respecta a la Reforma Agraria. De allí la violencia contra esta revolución, de allí los ataques y calumnias. Algo que no sucedería si todo se hubiese limitado a un simple cambio de hombres. “Su táctica no es nueva; la emplearon ya, hace muchos años, los adversarios de las reformas sociales en nuestro país. Esos mismos intereses inspiraron la leyenda negra de la Revolución Mexicana. Contra nuestros hombres se lanzaron los más diversos cargos. Se les llamó destructores de la riqueza nacional, desquiciadores del orden y enemigos de la civilización. Se les acusó falsamente, ya desde entonces, de estar al servicio de gobiernos extranjeros”. “La Reforma Agraria de México recibió los más candentes denuestos de los enemigos de la lucha antifeudal”.
La misma táctica se repetía ahora, como se había repetido en 1954 contra Guatemala. Problemas de índole nacional; problemas propios de los pueblos empeñados en transformar su status social y económico, eran enfocados en función con una guerra a la que eran ajenos. A su seno se llevaban conflictos de índole internacional y se tomaba a éstos como pretexto, como justificación, para poner fin a cualquier intento de emancipación o reivindicación económica. Las grandes potencias extendían sus fronteras a cualquier punto de la tierra en que se amenazasen los intereses de sus inversionistas. Y se hacía de los problemas planteados en este lugar, problemas que podían haber sido resueltos con un mínimo de justicia y buena voluntad, problemas de trascendencia mundial, en los que no cabía otra solución que el sometimiento absoluto, el aplastamiento de toda demanda, a nombre de la seguridad continental, la paz, la libertad y tantos otros valores que habían inspirado la reclamación aplastada. Por ello el general Cárdenas, refiriéndose no sólo a la Revolución Mexicana y la Cubana, sino a todos los actos de reivindicación económica y social de los pueblos coloniales, dijo: “Los países coloniales, así como aquellos que han alcanzado autonomía política, pero que son todavía económicamente débiles, resisten el peso de grandes problemas, pero es general el deseo de resolverlos: sólo que cada vez que intentan dar pasos por el camino de su liberación política o económica, se les acusa de participar en la guerra fría. Se pretende así, con el escudo de la actual tensión internacional que sufre el mundo, ocultar el sentido verdadero de la lucha popular en favor de la libertad y de mejores condiciones de vida”. “Va siendo corriente que cada vez que se reclama respeto a los derechos esenciales del ciudadano o se pide mejoramiento de las condiciones de vida, se acuse a quienes lo hacen de servir al bando contrario a los Estados Unidos dentro del curso de la guerra fría”.
La guerra fría se ha convertido en un mecanismo al servicio de los intereses de las potencias que la utilizan, no sólo en contra de sus opositores, o su gran opositor, sino también contra los pueblos que pretendan alterar sus intereses, por reducidos que éstos sean. La guerra fría se ha convertido en un modus vivendi de múltiples intereses, los mismos que ahora ven con desagrado el que la misma pueda llegar a un término. Son los mismos intereses que se opusieron a la visita de Krushchev a los Estados Unidos; los mismos que hicieron esfuerzos porque fracasara irritando al líder soviético; los mismos que criticaron al Presidente Eisenhower por haber permitido esta visita y tratar de entenderse con el premier ruso; los mismos que ahora se oponen a la visita del Presidente norteamericano a la URSS. Aduciendo, con toda franqueza y el cinismo adecuado, que el fin de la guerra fría puede causar una grave crisis económica en los Estados Unidos; la disminución de muchos negocios y, con esta disminución el paro forzoso de millones de obreros. Tal pareciera que el odio, la desconfianza y los temores que la propaganda occidental ha lanzado contra la URSS y contra China fuese pura simulación. Un odio, desconfianza y temor que no tiene otra meta que mantener la estabilidad de una economía apoyada en los pies de barro de la guerra fría. Allí están los miembros de la Élite del Poder, de que habla C. Wright Mills, jugando “al filo de guerra”, temiendo, no tanto al estallido de una guerra que pondría fin a la Humanidad, como al término de la guerra fría que deje de justificar su activa intromisión contra todo acto que lesione sus intereses; allí está esta élite temblando contra el término de una guerra fría que altere el status económico que ha levantado sobre ella. Nadie quiere la guerra caliente, todos quieren la paz; pero una paz que mantenga, sin alterar, los múltiples intereses creados a nombre de la guerra fría.
Por ello nuestros pueblos –y con nuestros pueblos los que se encuentran en situación semejante al nuestro en Asia, África y Oceanía; y los mismos pueblos occidentales, incluyendo a los Estados Unidos, ven, a pesar del optimismo que han levantado los últimos hechos internacionales que comentamos– ven como un tanto utópico el término real de esa guerra fría. Una guerra que de una manera o de otra ha servido a las potencias en disputa sin que las mismas hayan tenido que llegar a las manos que hubiese implicado el calentamiento de esa guerra. De una manera o de otra los Estados Unidos, y en función con la guerra fría, han afianzado y ampliado sus intereses hasta desplazar, como se vio en el Medio Oriente y en Asia, a sus antiguos aliados occidentales; mientras la URSS, y en función con esa misma guerra, se ha afianzado en la zona que alcanzó al terminar la última gran guerra, al mismo tiempo que ha logrado extender su prestigio, y con él sus doctrinas, entre los pueblos coloniales y semicoloniales que han sufrido y sufren la presión occidental.
Enemigos, sosteniendo doctrinas y posturas antagónicas, los Estados Unidos y la URSS, tal pareciera, sin embargo, que se hubiesen puesto de acuerdo al mantener la guerra fría por las consecuencias, favorables a los intereses de unos, y las metas que habrán de ser finales de los otros. En unos la preocupación central es económica, en otros política y ambos, aunque parezca paradójico, han logrado éxito en sus metas mediatas o inmediatas. En el Medio Oriente, un ejemplo entre otros muchos, los Estados Unidos a nombre de la seguridad del mundo y en defensa de los valores occidentales, ha logrado llenar el “vacío” dejado por la Europa occidental, Inglaterra y Francia, tal y como se ha hecho ya en otros lugares de Asia y Oceanía en donde también ha sido desplazada Holanda; pero, y como consecuencia de esta acción que ha fortalecido la economía norteamericana, también ha crecido y fortalecido la influencia política de la URSS en esta misma región y en aquellas en que se ha expandido Norteamérica. Los Estados Unidos han ampliado su potencia económica combatiendo al comunismo; al mismo tiempo que la URSS amplía su influencia política mostrando los atropellos a que puede llegar el capitalismo pretextando luchar contra el comunismo.
En la América Latina se ha vivido esta doble presión, este juego en el que los contendientes obtienen ventajas, no tanto a costa del adversario como a costa de los pobres países que sirven de premio o botín. Aquí la guerra fría, como en el resto del mundo sobre el que se busca el predominio, ha servido para frenar toda demanda de reivindicación nacionalista, como señalaba antes, pretextando que la misma no era sino una forma de presión del comunismo internacional que habría que resistir. Negadas las demandas más obvias, las demandas más urgentes, acusando a quienes la sostenían de comunistas y, por lo mismo, de abanderados de intereses ajenos al Continente, se ha prestigiado el comunismo, y la URSS ha alcanzado no sólo influencia entre los millares de descontentos latinoamericanos, sino triunfos morales, de propaganda entre los pueblos no occidentales de otros lugares del mundo; esto es, triunfos políticos que han puesto en peligro de calentamiento la guerra fría. Allí está el caso de Guatemala, el caso que ha podido ser, y aún puede ser, el de Cuba y de otros países que luchen por sus intereses. Aquí la presión fue también doble: los intereses capitalistas y los agentes comunistas presionaron para que se llegase a la situación que convino, como decíamos paradójicamente, a ambos adversarios. La presión comunista, llevada hasta el grado que podía justificar la intervención que anhelaban los intereses capitalistas permitió el doble triunfo. La United Fruit y otros muchos intereses ajenos a Guatemala, se afianzó aplastando todo intento reivindicatorio nacional; pero el comunismo, y con el comunismo la URSS, se prestigió: los Estados Unidos sufrieron una gran derrota moral, esto es, política, de la que ha dado buena fe el Vicepresidente Nixon en su accidentado viaje a Latinoamérica. Ambos contendientes alcanzaron sus metas, uno la económica, otra la política y la única perdidosa, la sacrificada, fue Guatemala. Todo el mundo clamó contra el “villano” que pisoteando sus propias banderas había dado el golpe de gracia a la pequeña República centroamericana; pero los intereses que movieron y realizaron esta villanía quedaron allí, en la sacrificada nación, más fuertes que nunca. Poco tiempo después se repetiría, en otro lugar del mundo, el mismo juego, pero a la inversa: Hungría. Aquí los provocadores lo fueron los abanderados de la democracia occidental que estimularon la reacción popular húngara contra la URSS, para utilizarla, después, como un arma de propaganda moral contra el comunismo y sus crímenes, mientras la URSS se afianzaba políticamente aplastando toda reacción nacionalista. La guerra fría, en un caso y en otro, como en otros más en que se han ido presentando, sólo ha servido para que ambos contendientes reafirmen sus posiciones en el campo especial que más les interesa. Guerra fría siempre detenida en los límites en que la misma podía convertirse en una amenaza seria para los combatientes; en el momento en que podría lesionar al uno o al otro y no simplemente a los pueblos que sufrían sus consecuencias. Guerra fría que en los últimos meses estaba alcanzando un calentamiento peligroso, y en el que se jugaba, ya, la misma existencia de los contendientes. Es esta guerra fría, a punto de calentamiento, la que se quiere eliminar, o, al menos, reajustar. Un reajuste que acaso permita las ventajas de la misma, pero no sus peligros.
Tal es lo que se perfila en el horizonte internacional y como posible consecuencia del acuerdo a que pueden llegar las dos grandes potencias que se han servido de la guerra fría para mantener y ampliar sus posiciones económicas o políticas. Guerra fría cuyo término no aceptaran los intereses que se han potenciado con ella, si la misma significa un freno o, cuando menos, la inseguridad de los mismos. Se procurará dar satisfacción a las demandas de paz y seguridad de los pueblos occidentales; pero cuidando de que esta paz y seguridad no altere, a su vez, el status económico que se ha levantado sobre esa guerra fría. Esto es, siempre y cuando el término de la guerra fría no signifique un término o limitación de los intereses que han formado este status. La URSS, desde luego, podrá aceptar gustosa una solución que le permita, a su vez, poner término a una guerra fría que tantos sacrificios implica para la economía de sus pueblos, ya que aquí, como lo indicábamos, la economía está al servicio de sus metas políticas. Después de todo, sabe por experiencia, que en la medida en que el Capitalismo extreme su presión sobre otros pueblos crecerá la influencia política del comunismo y, por ende, la propia. El término de la guerra fría, como se ve, sólo pondrá fin a los peligros de una guerra mortal entre las dos grandes potencias; pero no a la presión económica y política que sufren los pueblos subdesarrollados del mundo.
Por esto un estadista latinoamericano al comentar la posibilidad del fin de la guerra fría declaraba: “Con guerra fría o sin ella, el pez grande siempre seguirá comiéndose al pez chico”. Y es aquí donde se encuentra el eje de la solución o permanencia de ese ineludible hecho. ¿Hasta cuándo los países latinoamericanos van a seguir siendo simples peces chicos? Es la vieja tesis del sofista Callicles justificando una ley natural que parece valer para todo ser vivo; pero allí está la respuesta de Sócrates contra la ley del más fuerte, la ley que surge de la unión de los que eran débiles aislados; pero que pueden ser fuertes unidos, como los popotes en haz de la escoba. “¿Y no es conforme a la naturaleza –preguntaba Sócrates– que muchos hombres sean más poderosos que un hombre aislado? La prueba es que el número es quien impone las leyes al individuo.” Y lo que se dice de los individuos se dice de los pueblos. ¿Por qué nuestros pueblos no han de poder unirse, de alguna manera que no lesionen su soberanía y personalidad, para contar de esta manera en esa paz que se busca con el término de la guerra fría? ¿Y por qué no unificar sus esfuerzos con otros muchos pueblos del mundo, en Asia, África y Oceanía que han venido, también, haciendo el papel de “peces chicos que alimentan al grande”? No unirse para imponer intereses sobre otros intereses, sino simplemente para exigir que les sean respetados los suyos. Allí está, todavía vivo, el viejo ideal bolivariano buscando la unidad de nuestros pueblos para, a partir de ella, poder entrar en colaboración con otros pueblos del mundo, aunque estos sean primeras potencias, en otro plano que no sea el del pez chico que ha de ser pasto de la voracidad del grande.
En los arreglos a que hayan llegado, o puedan llegar las dos grandes potencias de Occidente y Oriente se están agregando ahora, como se habrá visto, las exigencias de la nueva China, que al unificar a su pueblo ha dejado de ser el pez chico de reciente pasado y pide ahora cuenten con ella si en verdad ha de haber paz no turbada por ninguna guerra fría o caliente. ¿Por qué nuestros pueblos no han de poder contar igualmente en ese mundo de paz que se perfila? ¿Por qué no Latinoamérica? ¿Por qué no el resto de Asia? ¿Por qué no Oceanía? ¿Por qué no África? Esto es, ¿por qué no todo el mundo? Ni Latinoamérica, ni el resto del mundo puesto en juego en la disputa de las dos grandes potencias, tienen por qué mantenerse en la situación que los más fuertes le han señalado, si hacen de la unión una nueva forma de fortaleza. Algo de esto se hace ya sentir en diversas partes de ese mundo. Son ya diversos los actos de solidaridad, al menos moral, que empiezan a sentirse entre estos pueblos. Actos de solidaridad pasiva que deben buscar la forma de una solidaridad activa. Sólo de esta manera nuestros pueblos podrán salir de las presiones que, con guerra fría o sin ella, seguirán sufriendo. Sólo así podrán contar activamente en la elaboración de una paz permanente que, para serlo, tendrá que contar con la colaboración de todos los pueblos del mundo sin discriminación alguna.