Filosofía en español 
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Ramón García de Castro

Aspectos de Fernando Vela: segunda singladura

Vela ya en plena madurez –1921– pues ésta le alcanzó pronto, se traslada a Madrid, incitado, sin duda, por don José Ortega y Gasset. Iniciase aquí una amistad que solo terminará con la muerte del primero, aunque naturalmente Vela en el decenio que le sobrevive, lo aprovechará para poner más alto aun de relieve su fidelidad a ultranza, como veremos. La amistad entre Ortega y Vela es una de esas amistades intelectuales, que el argentino Saenz Hayes podría haber añadido a su bello florilegio.

La compenetración con Ortega fue enorme. La cosa venía de atrás. Vela mismo nos lo ha contado en su póstumo homenaje al maestro. Estudiante ovetense, la reclamada prosa del jóven Ortega y Gasset en “Los lunes del Imparcial” le encandila tanto, que se va a la estación a esperar la llegada del correo, que traería su retraso. Ortega le confió muchas cosas, por lo que es de suponer que confiaba en él grandemente. Si s esto añadimos que para Ortega –y para todo el que piense algo– la mezcla de bondad e inteligencia es el espectáculo más interesante que podemos contemplar en el ser humano, bien podemos concluir que Fernando Vela reunía en alto grado ambas cualidades.

La Revista de Occidente

No había transcurrido mucho tiempo de la instalación de Vela en la Villa y Corte, cuando a Ortega y Gasset se le ocurrió la idea de poner en marcha un ambicioso proyecto por partida doble, la Editorial-Revista de Occidente que a parte de la edición de las obras más notables del pensamiento contemporáneo, especialmente del alemán, sacará también una revista de alto bordo.

Ortega y Gasset, que confesaba que se había acunado en la platina de una rotativa, pues no en vano era hijo del que fue muchos años director de El Imparcial, don José Ortega y Munilla, tuvo ya desde muy joven, intensa relación con los medios editoriales de toda índole. Concretamente con la Editorial Calpe –donde se anunció su traducción del Viaje a Esparta, de Barrés, y que hubiera sido algo en verdad suculento. Para esta Editorial, que luego se fundió con Espasa, ya hizo algunas traducciones Fernando Vela. Con Espasa-Calpe, Ortega dirigió la Biblioteca de Ideas del Siglo XX, donde aparecieron obras tan importantes como La decadencia de Occidente, Las Ideas para una concepción biológica del mundo, y las Geometrías no euclidianas... También fue idea suya la colección de Vidas españolas e hispanoamericanas del Siglo XIX.

En cuanto a las revistas, Ortega había sido animador de una muy importante, España, donde colaboró la plana mayor de la intelectualidad de entonces, el 98 y la generación subsiguiente. A esta revista envió algunas crónicas y artículos Fernando Vela.

Peso era evidente que Ortega quería algo más, algo plenamente suyo, donde pudiera plasmar sin condicionamientos, todo el bullir de proyectos que le asaltaban. Pero naturalmente, Ortega necesitaba ayuda muy específica, persona muy compenetrada con su pensamiento, en fin, ese hombre de toda confianza que tantos ansían. En el asturiano de cabeza clara, Fernando Vela, lo encontró con plenitud. La importancia que tuvo esto para Ortega nunca será suficientemente resaltada. No olvidemos que don José Ortega era en aquellos años, catedrático de Metafísica en la Universidad de Madrid, persona con honda preocupación política en activo, obligado a una vida social intensa, aunque sólo fuera para atender a las muy ilustres personalidades que recalaban en Madrid, desde Einstein y Bergson a Strawinsky, pasando por la condesa de Noailles y Paul Valery... En Vela descargó, sin duda, Ortega un gran quehacer y una gran responsabilidad; tanto es así que podríamos citar este testimonio de Juan Ramón Jiménez, cuando recuerda a Ortega póstumamente: “Después Vela, que solía consultarme... tomó una actitud discutidora; yo me alejé de la Revista de Occidente y por lo tanto de Ortega. Y empecé la Biblioteca de Índice en donde aparecieron los primeros libros de Pedro Salinas, Antonio Espina, Benjamín Jarnés y José Bergamín. Más tarde cuando estos jóvenes eran ya conocidos y estimados por la crítica, Vela les abrió de par en par las puertas de la redacción que él secretariaba”.

En fin, que como me decía quien bien le conoció, Vela tuvo durante la primera larga etapa de la revista, desde su fundación hasta la guerra, la espita de la cultura europea y la promoción, como diríamos hoy, de muchas firmas.

Vela, hombre con gran capacidad de soledad –ajedrez, leer, escribir, oír música, pensar– necesitó siempre de convivencia intelectual. Una revista o un periódico suele y debe serlo. Camús habla de que encontró en el equipo de fútbol donde jugó en su Argel natal y en la redacción de Combat, que dirigió, una camaradería especial.

Fue también Vela hombre de tertulia, la de la Revista de Occidente sobre todo y de otras que suelen crearse al socaire de alguna empresa editorial. Juan Antonio Cabezas nos cuenta lo siguiente: “Yo recuerdo el peregrinaje por los cafés madrileños de la tertulia de Vela y su grupo de amigos, entre ellos los que bajo su dirección hacíamos el España de Tánger. Cuando nos cerraba algún café porque se instalaba un Banco o una zapatería, como ocurrió con El Levante de la Puerta del Sol, don Fernando lo tomaba con filosofía y nos íbamos a otro”.

Precisamente estos días la Editorial Revista de Occidente ha abandonado su veterano edificio de la calle de Bárbara de Braganza por razones de fuerza mayor. No hemos podido visitar la sede de la tertulia donde se fraguaron tantas iniciativas culturales y que fue el hogar intelectual de Fernando Vela. Allí antes de comer y al atardecer había tertulia de alto bordo, siendo de los contertulios más habituales nuestro asturiano.

Vela ante Ortega

Desde siempre fue Vela el gran hermeneuta, exégeta y escoliasta de su maestro y amigo. Si se llegaran a reunir todos los artículos que le consagró, desde su ferviente mocedad orteguiana hasta la fidelidad que le ha acompañado hasta el último momento, nos quedaríamos sorprendidos de esta dedicación que va desde largos ensayos hasta las notas anónimas del boletín de la Editorial de ambos, pasando por artículos innumerables en la prensa nacional e internacional, (alemana, francesa, anglosajona e hispanoamericana).

Como piezas claves de este aspecto podríamos citar su ensayo sobre Antropología filosófica recogida en uno de sus primeros volúmenes, El arte al cubo y Ortega y los existencialismos, donde recoge un cuarteto de meditaciones orteguianas: “Evocación de Ortega” –de la que nos ocuparemos en seguida– la que da título a la obra; “La 'fantasía' en la filosofía de Ortega” –contestación a un jesuita chileno, investigador orteguiano– y una recesión de La idea de principio en Leibniz.

La evocación de Ortega, que servía de presentación a un disco del mismo, nos da un retrato físico de él que merece la pena transcribir:

“Nos falta el gesto, el ademán, aquella mano que en los descansos tremantes de la entonación se adelantaba como tacteando, como buscando algo en profundidades innotas, y donde buscaba en realidad era en las honduras y entrañas más secretas de nuestra vida misma. Nos falta aquel rostro extremadamente trabajado y moldeado por el ser interior, que era un trozo esencial de su biografía, aquel rostro con sus diferentes climas y regiones: la cima casi lunar de una frente poderosa, el basamento terrestre, geológico de una fuerte mandíbula, y, entre ambas, una fina malla celular demasiado usada por la expresión. Y en esta región suave, en contraste con la gran osatura de frente y mentón, los órganos de algunos sentidos –los ojos siempre alerta, color tabaco, la nariz blanda, alargada vibrátil, el oído complicado– denotaban en su misma forma su extrema finura, su capacidad para ceñirse largo trecho a las vibraciones sensibles que pasan.”

Leyendo esto, transido de cariñosa admiración, cómo no lamentarse de qua Fernando Vela no hubiera sido aquello en que no tendría rival: ser el Eckermann de don José Ortega y Gasset.

El mismo, en la que posiblemente sea su última misiva, pues murió unas pocas semanas después, escribía desde el lugar de su muerte, al autor de estas líneas una breve tarjeta, ya de letra temblorosa, agradeciéndole un artículo sobre él mismo y donde se insinuaba la conveniencia da que escribiera sus Memorias, donde Ortega se llevaría la mejor parte:

“Nací en Oviedo, en Uría, número 62 el año 1888. Es decir, que soy un anciano que sólo desea descansar sin poder hacerlo. Ya me cuesta trabajo escribir y he perdido la memoria. Por esto me es imposible escribir Memorias. Entre mis remordimientos está el no haber tomado diariamente notas de las conversaciones de la tertulia de la revista, que hoy no podría recordar.”

Ramón García de Castro