Filosofía en español 
Filosofía en español


Julián Marías

Recuerdos


Al cumplirse veinticinco años de la muerte de Martin Heidegger se ha escrito mucho sobre lo que significó la obra del gran filósofo y su irrupción en el mundo intelectual europeo. Mi relación con él es extrañamente antigua, y he recordado su origen y su sentido durante muchos años. Leí tempranamente, a mis veinte años, su gran libro Sein und Zeit, en su tercera edición impresa en 1931. La llevé conmigo a la Universidad Internacional de Verano en Santander, en 1934, acompañada del pequeño y excelente diccionario Langescheidt; me encerraba largas horas con el libro y el diccionario, y cuando al final terminé la página 438 dije: ahora sé alemán. Los demás libros me parecían fáciles porque la complejidad del alemán de Heidegger, tan personal, era incomparable con todos los demás.

Nunca he entendido a Heidegger en traducción; solamente en su alemán, pero siempre he sentido que habría que repensarlo en español para poder poseerlo y que tuviese significación filosófica. Esto fue posible para mí porque había aprendido alemán en el Instituto del Cardenal Cisneros de Madrid con el extraordinario profesor Manuel Manzanares, que nos había hecho penetrar en los íntimos rodajes de esa lengua, con su estructura sintáctica, su sistema de prefijos y sufijos, las modificaciones semánticas que éstos introducían en las raíces básicas. Desde esa intimidad lingüística se podía penetrar en un texto extraordinariamente complicado y que de otro modo permanece siempre inaccesible.

Nunca intenté “traducir” a Heidegger, sino repensarlo en español para hacerlo “propio” y desde una filosofía “coetánea” que era la de Ortega, conocida por lecturas desde mi primera juventud, desde los años de bachillerato, y desde la presencia viva, desde los cursos en 1932. Con estos elementos hice una primera exposición del primer sistema filosófico de Heidegger en 1940, disponible para lectores españoles ya en enero de 1941, en la primera edición de mi Historia de la Filosofía. Si se comparan estas fechas con la de su conocimiento en Europa, se puede experimentar alguna sorpresa. Fui comprando y leyendo en sus primeras ediciones casi todos los libros de Heidegger, incluso algunos anteriores como Kant y el problema de la Metafísica, sin dejar de ver algunas rectificaciones en las distintas ediciones de los textos heideggerianos. Se fue afirmando en mí la preferencia por Sein und Zeit y la convicción de que era el libro clave al cual había que volver siempre como punto de partida.

La lengua de Heidegger era una recreación del alemán, modificada en varias etapas, fiel y a la vez infiel a lo que esa lengua había sido antes de su paso por ella.

Una nueva fase de mi relación con Heidegger fue el encuentro personal en 1955. Se celebró en el Château de Cérisy, en Normandía, una década de reunión con Heidegger de algunos filósofos europeos y alguno americano, para dialogar sobre filosofía. Era la primera vez que Heidegger visitaba Francia, a pesar de haber vivido siempre a dos pasos de ella. Se había estipulado que él hablase en alemán y los demás participantes hablasen con él y entre sí en francés. Heidegger dio una breve conferencia inicial: “Was ist das, die Philosophie?” A continuación pidió a cuatro de nosotros, Gabriel Marcel, Paul Ricoeur, Lucien Goldman y yo, que diésemos otras breves conferencias desde nuestros personales puntos de vista. A esto siguieron tres seminarios sobre Kant, Hegel y Hölderlin; y por supuesto conversaciones continuas, horas y horas durante los diez días. Esto significó un contacto inmediato, no sólo con el pensador, sino con el hombre Heidegger. Advertí que cuando se le hablaba en francés, no es que no lo entendiera, sino que apenas reaccionaba, y terminé hablándole en alemán con mejor fruto. Heidegger tenía cierto aire rural que me hizo pensar en los “ojos de hombre astuto” de que habla Antonio Machado. Recordando los dos años que en sus cursos había pasado Zubiri, a quien conocí en su cátedra recién vuelto de ellos, le sugerí que le mandáramos una postal firmada por los dos; asintió y me dijo: “Y otra a Ortega.” Las escribimos y las mandamos con nuestras dos firmas. Me dedicó entonces su último libro, que llevé conmigo, Einführung in die Metaphysik.

Mi admiración por el pensamiento y el estilo literario de Heidegger han sido siempre muy grandes. No estoy seguro de que no fuera excesivo el casi exclusivismo filosófico que reservaba para las dos lenguas griega y alemana; he creído siempre que la filosofía es posible en diversas lenguas, aunque no en todas en todos los tiempos; he pensado que a los filósofos conviene leerlos en su lengua originaria y repensarlos en la propia para hacerlos asimilables y fecundos. A un filósofo genial como ha sido Heidegger hay que repensarlo desde una filosofía que puede ser propia o asimilada, hecha propia.

Se me viene a la memoria un recuerdo más: llegué un día, como todos, a la Revista de Occidente; estaban solos y en conversación Ortega y Zubiri; me dijo el primero: “Estábamos hablando de usted, de la suerte que había sido para usted el no ir a estudiar a Alemania” (ambos lo habían hecho largamente). Me quedé pensando que había sentido muchas veces lo deseable que hubiera sido esa experiencia, pero me había hecho esta reflexión: un curso en Heidelberg o en Friburgo es algo muy tentador, pero significa un curso lejos de Madrid; un año en la proximidad de Heidegger puede ser algo precioso; pero quiere decir un año lejos de Ortega. Rara vez se hacen estas cuentas; pensé una vez y otra que no valía la pena, que era un precio demasiado alto.

Esto me retuvo en Madrid y en mis viejas compañías orientadoras, hasta que los azares de la historia lo hicieron imposible. Me quedé con los libros de todos ellos y con mis pensamientos; después de la guerra civil, Ortega dijo que en rigor yo me había hecho discípulo suyo cuando él había dejado de ser profesor, desde mi soledad física, hecha de necesidad y nostalgia. Esto explica la compleja relación que ha existido entre ambos; y con Zubiri y Heidegger y tantas personas y cosas; las vidas humanas, cuando no pierden esa condición, son acontecimientos vivos en todas direcciones, hacia arriba y hacia abajo, en un entrelazamiento que no se puede pasar por alto si se quiere entender algo.

Julián MARÍAS