Filosofía en español 
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Eduardo Heras León y Fernando Martínez Heredia

A 50 años de la revista Pensamiento Crítico

Mucho agradecemos a nuestro amigo y colaborador Víctor Casaus, quien nos envía, desde el Centro cultural Pablo de la Torriente Brau, las palabras de Eduardo Heras León en la apertura del Coloquio “Con arreglo a esta opinión trabajaremos… A 50 años de Pensamiento Crítico”, que se realizó el 21 de febrero en la Casa del Alba Cultural, y las que –en breves párrafos– Fernando Martínez Heredia leyó al finalizar las actividades de las tres mesas de debate que se desarrollaron durante todo ese día.

Eduardo Heras León

Palabras inaugurales

Queridos amigos:

Ya Juan Gelman lo había escrito: “¡Mi dios, qué bellos éramos!” Eran los tiempos de la utopía, de la vuelta de la antigua esperanza y subíamos la escalinata de la Universidad porque habíamos entrado saludando a la historia, pidiéndole que abriera sus portones para entrar “con Fidel, con el caballo”. Estábamos viviendo la década prodigiosa de los sesenta, y desde las aulas inundábamos la universidad de permanente energía, amparados por la música y la poesía de un jovencito que desde entonces sería para siempre El Flaco, o simplemente Silvio, y que en un inolvidable recital se había convertido en el heraldo de una nueva generación. Ya lo afirmaría otro jovencito llamado Wichy y apodado el Rojo: “Olvídate, el Flaco es el genio; los otros a lo sumo, hombres de talento”. Y a partir de entonces, escribimos, cantamos, luchamos, creamos. Nuestra vida diaria era un perpetuo diálogo con la realidad, casi siempre difícil. Y junto con nosotros, con los que contábamos historias, escribíamos poemas, cantábamos canciones, había otros jóvenes también que querían ejercitar el pensamiento, que aspiraban a encontrar nuevas respuestas a los viejos y a los nuevos problemas que nuestra realidad estaba planteando y que la filosofía, desde novedosos ángulos podía ayudar a resolver. Así surgió Pensamiento Crítico y así la vimos siempre: era la vanguardia del pensamiento cubano.

No voy a hacer la historia de esta revista que desde que surgiera en 1967 buscábamos con avidez y pasión. Entre nosotros, de cierta manera la vanguardia intelectual de la universidad, la bautizamos como Pensamiento Cítrico, por la acidez de sus planteamientos, por la vocación polémica de sus páginas, por la frescura de sus ideas, no exentas de errores, de desafíos contra los dogmas y el pensamiento fosilizado; contra todo lo que era necesario cambiar.

Usted salía de la universidad, bajaba por la calle J y se detenía en el número 556: allí se encontraba de repente en el vórtice de una discusión teórica: allá estaba Fernando Martínez, que siempre consideré como un hermano mayor, sabio y modesto: cada conversación con él era una fiesta para nuestra capacidad de pensar.

Entonces Aurelio Alonso compartía su tiempo comentando el último artículo de Althusser, o de Kewes S. Carol, o la biografía de Trotsky de Isaac Deutscher, o te aclaraba con profunda sencillez algún texto de Gramsci.

José Bell Lara, siempre atareado, revisando originales de la revista, o proponiéndome algún negocio bibliográfico. Un día me propuso cambiar unas novelas de Jorge Amado por una Historia de España en tres maravillosos tomos. Cuando lo miré algo escandalizado, pues ya había leído con profusión la obra de Jorge Amado, me dijo, casi en tono de súplica, que la Historia de España era para André Gunder Frank. Y yo accedí.

Después, casi siempre me detenía ante la mesa de Jesús Díaz. Y aquí me detendré ahora, porque mi relación con Jesús, mi inolvidable amistad con aquel gran escritor, ha resistido los avatares del tiempo y de las decisiones políticas que asumió en los últimos años de su vida.

¿Cómo olvidar su emoción cuando leyó mi primer libro, La guerra tuvo seis nombres, y me dijo tal vez el mayor elogio que recibí?: “Ese libro tendría que haberlo escrito yo”.

Guardo un recuerdo que refleja con nitidez al Jesús que conservo y conservaré siempre en la memoria: lo visitamos el escritor boliviano Renato Prada Oropeza y yo porque Renato quería conocerlo. Hablamos sobre todo de literatura, aunque Jesús no quería hablar de ese tema en ese momento; eran los días de la Zafra de los 10 millones y él estaba trabajando en un central azucarero. Jesús le insistía en el criterio de que hacer literatura en esos momentos era malgastar el tiempo. “La onda es la zafra, Renato, olvida la literatura”. No tengo que decir que Renato se marchó consternado ante semejante criterio. Así era Jesús.

Otra anécdota quisiera compartir con ustedes: en los días aciagos de 1971, del Quinquenio Gris, yo me encontraba a punto de comenzar un injusto castigo. Debía ir a la universidad a recoger algún documento y realmente no me sentía animado a llegar a aquel lugar. De repente, al pasar por el local de Pensamiento Crítico, a través de los cristales, vi a Jesús sentado escribiendo algo en su buró. Entré, le hablé de mi estado de ánimo y que no iría a la universidad, y entonces él se levantó y dijo: “Vamos, voy contigo”. Me echó un brazo sobre los hombros, y me acompañó a la universidad, donde nadie me saludó, y al regreso, cuando salíamos de la Plaza Cadenas, me dijo: “Chino, esto va a durar por lo menos cinco años, tal vez un poco más, nunca menos”. Su vaticinio fue exacto.

Luego los años nos separaron. Tuvimos una larga discusión sobre su notable novela Las iniciales de la tierra, que nos distanció un tiempo. En 1992, presentamos juntos, en el Pabellón Cuba, la Obra narrativa de Lino Novás Calvo, que yo le pedí que seleccionara y prologara. Y al terminar, conmovido, me dijo que dejáramos al tiempo el juicio definitivo de su novela.

Ya había tomado su decisión de abandonarnos, y a partir de ese momento me dio la impresión de que su vida se deslizaba por un camino que no tenía retroceso. Pasaron varios años y lo vi por última vez en España, en 1996, junto con Sacha y Arturo Arango. Nos saludamos con el abrazo de los viejos amigos, nos invitó a comer en su casa y allí conversamos de cuanto nos unía. No hablamos de política, y cuando nos despedimos, ya en la puerta me dijo: “Ojalá puedas terminar tu novela” y me abrazó llorando.

Siempre he pensado que en aquellas lágrimas, el Jesús de siempre, mi hermano Jesús, me estaba entregando lo mejor de nuestra amistad, lo más puro, me estaba regalando el mejor de los recuerdos, y que todo lo demás, hasta el camino que había tomado, era pura circunstancia.

Tal vez por eso yo he querido terminar estas palabras, con el recuerdo de Jesús, el único de aquel equipo de Pensamiento Crítico que ya no está, porque de alguna forma él tendría que estar presente –y a pesar de todo, sé que lo está– en el 50 aniversario de esta revista que fue de todos, que es de todos y que es parte insoslayable de nuestra existencia.

Celebrar estos cincuenta años es una victoria de las ideas.

Gracias.

Eduardo Heras León

Fernando Martínez Heredia

Palabras de clausura

Desde que era muy pequeño leía todo lo que hallaba, y de muchacho la revista Bohemia fue mi escuela política. Pero ni soñaba en que vendría una gran revolución, que me formó y me cambió una y otra vez, y que por ella llegaría a ser el director de una revista cubana prestigiosa. Pero nunca esperé homenajes, ni cuando éramos centro de tareas hermosas ni cuando pasamos al olvido. A eso me ayudaron José Martí y la Revolución. Ahora, aunque en estos últimos años los que hicimos la revista nos hemos tenido que ir acostumbrando, me emociona mucho recibir este agasajo.

Pero me sobrepongo y contemplo y admiro su sentido profundo. No somos los protagonistas los que un día hicimos Pensamiento Crítico, los jóvenes revolucionarios cubanos comunistas de entonces. Son los jóvenes cubanos revolucionarios, los comunistas de hoy, los que al calor del homenaje, el rescate y el debate pasan la escuela política del presente y hacen la vela de armas que requiere el futuro de luchas en las que se empeñarán y vencerán. Ustedes son los protagonistas.

Fernando Martínez Heredia