Filosofía en español 
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Pensamiento Crítico: hervores de medio siglo

Coloquio: “Con arreglo a esta opinión trabajaremos…”. A 50 años de la revista Pensamiento Crítico
Casa del Alba Cultural, La Habana, 21 de febrero de 2017

La Habana, 21 de febrero, 2017 / Foto: Rosa EncinaA 50 años de la revista Pensamiento Crítico, Casa del Alba Cultural, La Habana, 21 de febrero, 2017 / Foto: Rosa Encinas

Aquella revista lanzó su desafío desde Cuba en febrero de 1967, año de la muerte del Che. El coloquio “Con arreglo a esta opinión trabajaremos…” caldeó su memoria –única forma de honrarla– el pasado 21 de febrero, tres meses después de la muerte de Fidel, y en el año del centenario de la victoria bolchevique. La práctica dirá si estas fechas son fruto del azar, o la “cantidad hechizada” de los “imposibles” que vendrán.

Con las 48 imágenes de sus portadas expuestas y en vilo, la aventura intelectual de los muchachos de la calle K reunió en la Casa del Alba Cultural a más de 120 personas.

Tres mesas de discusión: 1. La revista y su circunstancia; 2. la revista y su contenido; 3. la revista ante los desafíos de la práctica revolucionaria que necesita Cuba hoy; nos devolvieron las complejidades y saltos extraordinarios de la primera etapa de la Revolución cubana en el poder, pero también, nos convocaron a relanzar su proyecto de liberaciones en la coyuntura de 2017.

Durante el coloquio se hizo un homenaje activo a las personas que desempeñaron roles decisivos en la revista, y llevaron sobre sí la responsabilidad de imaginarla, dirigirla, gestionarla, debatirla, editarla, imprimirla, corregirla, pelear por ella. Artistas de la plástica respondieron de inmediato a la convocatoria de poner obras suyas al servicio de este homenaje.

El coro “Entrevoces”, dirigido por la maestra Digna Guerra; Alberto Faya y su grupo; y el trovador Rey Montalvo, expandieron la incitación cantada de hermanar arte y pensamiento, en la última acción del evento.

Refiriéndose al Ala Izquierda Estudiantil, Pablo de la Torriente Brau le espetó a un joven Carlos Prío: “¡Nosotros somos los mambises!”. Prío quedó estupefacto porque en su familia había mambises. Después, la praxis demostró quién era mambí y quién no.

La Tizza comienza a publicar con esta entrega, las ponencias y debates que animaron cada sesión del coloquio. Lo hace con naturalidad, porque comparte el convencimiento de que los sacrílegos no arden en la hoguera, la encienden.

Mesa 1: La revista y su circunstancia

La marcha a contracorriente del pensamiento crítico: comentarios desde Cuba”, Zuleica Romay.

Pensamiento Crítico, ¿cinco años, cinco décadas o cinco siglos?”, Germán Sánchez.

El percutor de una época: Pensamiento Crítico”, Yohanka León y Félix Valdés.

¡35 sabores de Coppelia!”, Jorge Gómez.

Mesa 2: La revista y su contenido

De la revista PC y el primer Departamento de Filosofía: su historia en mí”, Natasha Gómez Velázquez

Mesa 3: La revista ante los desafíos de la práctica revolucionaria que necesita Cuba hoy

Pensamiento Crítico en la transición socialista”, Frank Josué Solar Cabrales.

Ideología y cultura en Pensamiento Crítico: apuntes para hoy…”, Josué Veloz Serrade.

La Tizza, 9 de marzo de 2017

Zuleica Romay

La marcha a contracorriente del pensamiento crítico: comentarios desde Cuba

Todo espectador es un cobarde o un traidor. Franz Fanon.

Como muchos de los que nacimos o comenzamos a ir a la escuela en los años 60, he buscado con arqueológica pasión cuanto testimonio o reflexión se ha publicado en Cuba sobre los conflictos y debates de nuestra segunda Década Crítica, que lo fue también para buena parte del mundo. Encuentro siempre inspiración en las polémicas que sustentaron las ofensivas y repliegues de esa década, cuyo límite histórico muchos fijan en 1968 y otros, desde Cuba, identificamos más con el mítico fervor de 1970 y sus imposibles diez millones. Fueron años de ascenso revolucionario, en que la acción política de los pueblos –representados en sus obreros, estudiantes, mujeres, jóvenes y grupos sociales marginados– muchas veces rebasó las posibilidades de la izquierda organizada para encabezar y radicalizar esos procesos.

Había una crisis de liderazgo y hasta cierto punto de credibilidad de los partidos de la izquierda tradicional, incluidas las formaciones comunistas de Europa del Este; crisis que “el socialismo real” evidenciaba en la creciente burocratización del trabajo político y el progresivo aburguesamiento mental de sus clases industriosas que tanto preocuparon al Che. Se pagó un alto precio por un ejercicio de convivencia política y coexistencia pacífica, que

[…] de tanto respetar las estructuras del sistema –económicas, sociales, culturales y políticas– se había convertido en un mecanismo más de éste, e incluso, en medida nada despreciable, en una de sus más importantes válvulas de seguridad.{1}

La sincronía de las transformaciones radicales desatadas por la Revolución Cubana; el proceso de descolonización de África; las primeras denuncias sobre la subversión cultural llevada a cabo por las elites de poder en EE.UU. y otras potencias neocoloniales, a través de fundaciones, publicaciones periódicas, instituciones culturales y académicas; la escalada imperialista contra el pueblo vietnamita; y la creciente visibilidad de nuevas propuestas teóricas anti capitalistas –ya fuese el marxismo europeo occidental o la trasatlántica cooperación intelectual del panafricanismo–, dotó de inéditas dimensiones y texturas al debate que tenía lugar en el seno de las fuerzas revolucionarias.

Como ha significado Graziella Pogolotti, “Cuba se convirtió en espacio propicio para todas las controversias que movilizaban a los partidos comunistas y los dirigentes de los movimientos de liberación nacional”.{2} Porque en ella la realidad social continuaba forzando los diques de las ciencias parceladas y las lecturas encartonadas del marxismo. La Filosofía, la Historia, la Economía, la Sociología y la Ciencia Política tuvieron que ampliar sus cauces y desembocar en una amplia gama de saberes, que eran patrimonio cultural del campesino, ahora dueño de la tierra; de las mujeres, amnistiadas tras una milenaria condena patriarcal; de los estudiantes insurrectos contra el autoritarismo y de los obreros que se comportaban como dueños. Coincido con Fernando Martínez Heredia en que la marcha unida del espíritu libertario y el poder revolucionario durante poco más de una década, produjo efectos muy significativos en la cultura política de dos generaciones de cubanos.{3}

Decenas de miles de brigadistas Conrado Benítez desfilaron por la antigua Plaza Cívica, en representación de 300 mil alfabetizadores y activistas, para informar a Fidel el cumplimiento de la tarea asignada. La derrota de los mercenarios en Girón amplió la grieta de la hegemonía imperial en América Latina. Las tres maratónicas sesiones de la Biblioteca Nacional construyeron, sobre los sueños y las angustias de una época, el consenso necesario para que la Revolución lo trascendiera todo. El Che alentaba las búsquedas de un modelo de gestión empresarial libre de trampas capitalistas. Y el otro Guevara, desde el ICAIC, develaba las múltiples capas que puede tener la ideología. El ejercicio de la política se expandió en cuanto espacio social podía albergar una asamblea; la gente se reunía sin otro propósito que leer, comentar o discutir; fundaba revistas y suplementos culturales; demandaba libros; sintonizaba la radio y, los que podían, la televisión para recibir las orientaciones de Fidel en vivo y en directo.

La revolución es una práctica política trascendente de la teoría que la precede y está obligada –para ejercer la hegemonía en el campo de las ideas y no solo de la acción política– a construir su propia teoría. El nacimiento de Pensamiento Crítico debía contribuir a la satisfacción de esa necesidad. Una exigencia cuyas insólitas dimensiones fueron esbozadas, en lenguaje poético, por un combatiente revolucionario que ejercía con singular modestia la presidencia de la República. Según Osvaldo Dorticós, aquellos jóvenes debían “incendiar el océano”,{4} aunque no supieran todavía cómo ni con qué.

En febrero de 1967, cuando sale a la calle el primer número, el promedio de edad del equipo fundador de Pensamiento Crítico era de 26 años y medio. La joven Thalía, con 32 años, era la más veterana y los 19 de Rostgaard le convertían en el más bisoño del grupo. Pero no podía decirse que fueran “primerizos” pues los currículos de la mayoría exhibían ya honrosos galardones: alfabetizadores, milicianos, macheteros, y graduados del curso emergente de profesores de Filosofía. Pero pertenecían, en primer lugar y sobre todas las cosas, a esa casta de trabajadores políticos que denominamos ideólogos.

Ninguno de ellos tenía algo que perder ni lamentaba demasiado haber carecido de edad u oportunidad para escalar la Sierra. Estaban persuadidos –Fidel los convenció– de que aquella era su trinchera desde que junto a él fundaran Ediciones Revolucionarias, la noche del 7 de diciembre de 1965. No habían olvidado que “[…] la revolución puede hacerse si se interpreta correctamente la realidad histórica y se utilizan correctamente las fuerzas que intervienen en ella […]”,{5} por lo que estaban dispuestos, como propuso el Che, a construir una teoría revolucionaria “sobre la base de algunos conocimientos teóricos y el conocimiento de la realidad”.{6}

Siendo tan jóvenes, ya habían tenido algunos “problemas ideológicos”, según el inflexible parecer de compañeros responsables pero poco dialécticos. En enero de 1964 renunciaron a enseñar con HISMAT y DIAMAT, los manuales cuya codificación hoy nos recuerda ciertos jarabes difíciles de tragar. En el periodo lectivo 1964-1965 ensayaron un curso experimental con textos de Marx, Engels, Fidel, el Che, Ho Chi Min, Gramsci y José Carlos Mariátegui, el mismo a quien la Internacional Comunista había tildado de revisionista en 1934. Entre marzo y abril de 1965, reprodujeron con un mimeógrafo el discurso del Che en el Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática, celebrado en Argel y lo distribuyeron en la universidad, acción que les hizo merecer el calificativo de “revisionistas de izquierda”.{7} Para colmo, en 1966 uno de ellos participó en la fundación de El Caimán Barbudo y otro se enzarzó en una polémica con Lionel Soto, Félix de la Uz y Humberto Pérez sobre la utilidad de emplear o no manuales en la enseñanza del marxismo. Con tales antecedentes, resulta lógico que el artículo “El ejercicio de pensar”, escrito por Fernando Martínez Heredia en diciembre de 1966 y publicado en febrero del año siguiente, en el número 11 de El Caimán Barbudo, fuera traducido por los soviéticos para uso de sus altos funcionarios.{8}

Desde la trinchera de la revista, se acrecentaron las posibilidades de cumplir el encargo de Fidel, quien los alienta con su presencia, su juicio crítico e implicación personal en los proyectos más importantes. Genera mucho compromiso el empleo que Fidel hace del Departamento de Filosofía, Ediciones Revolucionarias y Pensamiento Crítico como engranajes de una misma maquinaria que ha de aportar lo suyo a la construcción y difusión de la Ideología de la Revolución Cubana que el Che reclamara en 1960.

La sustitución del curso de Filosofía Marxista por el de Historia del Pensamiento Marxista, no fue un pedante ajuste semántico, sino muestra de la voluntad de los miembros del Departamento de repensar y difundir una ciencia social que, partiendo de la Historia, empleara como brújula la práctica revolucionaria. La decisión estaba en sintonía con la revista, en la cual Fidel y el Che fueron los autores más publicados, mientras Carlos Fonseca Amador y Roque Dalton eran, además de asiduos lectores, entusiastas colaboradores.

Estudios específicos merecen las sinergias e interinfluencias que establecieron la labor profesoral en el Departamento de Filosofía, la gestión editorial emprendida desde Ediciones R y el trabajo ideológico a gran escala, empleando como instrumento una publicación mensual que tuvo como promedio 218 páginas y, tras comenzar con una tirada de 4000 ejemplares, alcanzó en pocos meses la cifra de 15 000. Hoy, en que los hábitos lectores de la población cubana aconsejan tiradas mucho más modestas, es más fácil aquilatar el potencial subversivo de 15 000 ejemplares de radicales y heterodoxas ideas circulando entre la gente durante casi cinco años.

Conviene no olvidar que el marxismo de manual se planteaba la lucha ideológica solo como enfrentamiento inevitable y decisivo al sistema capitalista y sus formas materiales e ideales de reproducción, tanto en la esfera internacional como al interior de cada sociedad. Las proyecciones heterodoxas sobre los derroteros del socialismo y las discrepancias con las estrategias sacralizadas en la plataforma programática del PCUS, eran percibidas como “revisionismo” y no como estación, también inevitable y necesaria, en el proceso de construcción de ideologías revolucionarias y estrategias de toma o preservación del poder ajustadas a las acumulaciones, densidades y realidades de cada país.

Uno de los capítulos más aleccionadores de la historia del socialismo es, precisamente, el de los últimos años de Lenin como conductor del naciente y acosado Estado soviético y las formas en que evaluó, negoció y dio respuesta a la apremiante disyuntiva de ahondar la democracia en el partido bolchevique permitiendo las facciones y las tendencias de opinión, o fortalecer la unidad a costa de un desbalance favorecedor del centralismo. La prohibición de las facciones que a propuesta de Lenin se estableció como política partidaria en 1921 tuvo, como sabemos, una interpretación represiva que legitimó el aplastamiento de las opiniones discordantes y liquidó la democracia al interior del partido tras el ascenso de Stalin.

El periodo de mayor radicalización de la Revolución cubana coincide con el ocaso y posterior deposición de Nikita Jrushchov. La inconsecuente liberalidad de Jrushchov, su sesgado balance de la obra de Stalin y su tendencia a actuar precipitadamente tras una apreciación superficial de los procesos y fenómenos, justificó la puesta en orden del ala más conservadora del partido que representaba Leonid Brezhnev; recortó los límites de los cuestionamientos teóricos que podían hacerse en nombre del marxismo; y legitimó la mirada suspicaz hacia las relecturas –históricas, filosóficas e ideológicas– que proponían intelectuales como los de Pensamiento Crítico.

A diferencia de los soviéticos, que se extraviaron en los vericuetos de la coexistencia pacífica, los editores de la revista fustigaban duramente la inacción que hacía concesiones al imperialismo:

“Individuos que piensen la revolución que hacen y hagan la revolución que piensen son el germen, ya desde el combate, del hombre nuevo. En esa actitud está implícita la ambición de· totalidad científica del verdadero marxismo. A partir de ella no tenía sentido la “mala conciencia” que en Europa había generado la guerra de Vietnam, la Revolución cubana, o el movimiento revolucionario latinoamericano, realizaciones de la práctica revolucionaria y, hoy lo sabemos, precisamente por ello notables realizaciones teóricas”.{9}

El Consejo de Redacción también critica el dogmatismo de la izquierda latinoamericana, a la que califica como “integrada” por su connivencia con el poder burgués, empleando en ocasiones el humor sarcástico de la juventud:

“[…] si las izquierdas tradicionales se han convertido en estatuas de sal mirando alucinadas a un pasado que no son capaces de entender en la medida en que no entienden el presente; las fuerzas nuevas de la Revolución bien pueden morir amarradas al castaño bíblico de Macondo mientras pretenden, otra vez, descubrir el hielo”.{10}

He escuchado opiniones que simplifican, quizás con propósitos didácticos, las circunstancias en que Pensamiento Crítico se desenvolvió, identificando como causa del cierre “su línea editorial antisoviética”, una afirmación que considero necesario contextualizar porque en esa época tal calificativo podía generar interpretaciones polares. Cierto es que la revista estableció premeditada lejanía de la plataforma ideológica del PCUS; no publicó a ningún filósofo ni dirigente soviético posterior a Lenin y, en ocasiones, ejerció una crítica radical, casi ríspida, si estaban en juego cuestiones de principios.

Por ejemplo, pocos días después de que medio millón de personas marcharan en Nueva York y San Francisco para denunciar la agresión imperialista a Vietnam y que activistas estadounidenses irrumpieran en la bolsa arrojando puñados de dólares –verdaderos y falsos– para protestar contra la guerra y la opresión capitalista, un editorial de la revista denunciaba:

“Allí, la aviación de EE. UU. bombardea salvajemente a un país socialista sin que se produzca una crisis mundial entre imperialistas y socialistas. Síntesis del heroísmo, la barbarie y las miserias de nuestro tiempo, en Vietnam se libra un encuentro trascendental entre la reacción y la Revolución”.{11}

El distanciamiento de las posturas soviéticas es muy evidente en los textos que critican insolidaridades amparadas en intereses de política exterior; valoran las consecuencias de la falta de realismo y audacia en la labor ideológica; enjuician los estilos paternalistas y autoritarios en el trabajo con las masas; o argumentan la contribución que a las batallas anticapitalistas realizan movimientos ajenos al marxismo catequizante, como las guerrillas latinoamericanas, los Panteras Negras y las insurrecciones estudiantiles. Pero los editores de Pensamiento Crítico secundaban la herejía de un país, la absoluta independencia de un pueblo cuyo partido comunista, en un editorial dedicado al cincuenta aniversario de la Revolución de Octubre, afirmó en su órgano oficial: “[…] hoy los bolcheviques de Lenin son los guerrilleros de América Latina que están peleando en Venezuela”.{12}

En un libro aún inédito de Rebeca Chávez, que combina con efectividad el discurso historiográfico y la prosa testimonial, Aurelio Alonso rememora con dolor: “[…] los dirigentes aceptaron el marxismo que defendía el PSP y no el que defendíamos (nosotros) los jóvenes, a pesar de que nos habían impulsado a pensar con cabeza propia […]”.{13}

Lo cierto es que el repliegue, quizás pensado como táctica, en 1971 se había convertido en retroceso que comenzaba a afectar la ideología y la práctica política. Para esa fecha, la estrategia para fundar la autonomía económica ha fracasado; no se logra el acompañamiento político de proyectos revolucionarios nacidos de la insurrección armada, el Che ya no está y América Latina, asolada por dictaduras que se prolongarían por más de dos décadas, se resiente su ausencia. La soledad de Cuba la obliga a repensar el ejercicio del poder revolucionario, valorizar alianzas, definir los cauces por los que ha de transitar la ideología y proveer nuevas texturas al discurso político. Una poderosa señal del cambio es el Congreso Nacional de Educación y Cultura, ejemplarmente democrático en su gestación desde las bases y notoriamente verticalista en su resolución final.

Revisitar Pensamiento Crítico, cincuenta años después, permite justipreciar la capacidad emancipadora de la historia cuando es bien aprendida, bien enseñada y bien difundida; y ayuda a combatir lo que parece ser una malformación congénita de los socialismos del siglo XX: la tendencia a represar los conocimientos sobre un pasado tormentoso o trágico, en la creencia de que puede resultar desalentador para la construcción del futuro; a manejar la historia como un secreto de Estado, al decir del historiador polaco Moshé Lewin.{14}

La memoria histórica está en la base del patriotismo pues nadie puede amar o sentirse orgulloso de lo que no conoce. Conocer las pequeñeces, cobardías y miserias que hubo que vencer; las traiciones que hubo que enfrentar; los enormes obstáculos que hubo que salvar, confiere a la unidad su valor máximo. Y enseña, sobre todo, que la unidad es una construcción en la que fraguan amores, compromisos y renuncias.

Repensar las circunstancias que hicieron nacer y desaparecer esta revista, releer sus textos, que no han perdido la densidad ni la pasión de esos días –a su manera, también luminosos y tristes–, ayuda a sopesar nuestras opciones ante una tarea que aún no hemos cumplido cabalmente, y que me permito sintetizar acudiendo a otro editorial de Pensamiento Crítico: “En un país verdaderamente liberado se exige, entre muchas cosas, liberar también la historia”.{15}

21 de febrero de 2017.

Notas

{1} Editorial de Pensamiento Crítico, núm. 25–26, febrero-marzo de 1969.

{2} Graziella Pogolotti: “Otra década crítica”. La Gaceta de Cuba núm. 1, 2013, p. 4.

{3} Testimonio recogido en el libro “Habitaciones oscuras”, de Rebeca Chávez (Inédito).

{4} Rebeca Chávez: Ob. Cit.

{5} Ernesto Che Guevara: “Notas para el estudio de la Ideología de la Revolución cubana”. Obras escogidas 1957-1967. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p.83.

{6} Ibídem.

{7} Es esta la alocución en la que el Che afirma: “[…] el desarrollo de los países que empiezan ahora el camino de la liberación debe costar a los países socialistas […] No puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una actitud fraternal frente a la humanidad tanto de índole mundial en relación a todos los pueblos a que sufren opresión imperialista […] Si establecemos este tipo de relación [comercial, de beneficio mutuo] entre los dos grupos de naciones, debemos convenir en que los países socialistas son, en cierta medida, cómplices de la explotación imperial […] Los países socialistas tienen el deber moral de liquidar su complicidad táctica con los países explotadores de occidente”. Ver: Ernesto Che Guevara: Ob. Cit., pp. 544–545.

{8} Rebeca Chávez: Ob. Cit.

{9} Editorial de Pensamiento Crítico núm. 25-26, febrero-marzo de 1969, p. 5.

{10} Ibídem.

{11} Editorial de Pensamiento Crítico, núm.4, mayo de 1967, p. 3.

{12} Granma, 7 de noviembre de 1967, p.1.

{13} Ibídem.

{14} Ver Moshé Lewin: La última lucha de Lenin. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013.

{15} Editorial de Pensamiento Crítico núm. 39, abril de 1970, p. 8.

La Tizza, 9 de marzo de 2017

Germán Sánchez

Pensamiento Crítico, ¿cinco años, cinco décadas o cinco siglos?

1

Las casi doce mil páginas que integran los cincuenta y tres números de Pensamiento Crítico, son heterogéneas por la diversidad de autores, temas y enfoques y, a la vez, están marcadas por la coherencia teórica y la fidelidad revolucionarias del grupo de jóvenes que dirigen y editan la revista.

Cercanía y distancia, en apariencia una paradoja, es en verdad la postura epistémica idónea que permite valorar la utilidad política y teórica de la revista en el lapso que existió, también ahora, y quién sabe durante cuánto tiempo más.

No es la nuestra una visita de cortesía a Pensamiento Crítico. La hacemos para auto ayudarnos a asumir con tino los debates del presente y la búsqueda colectiva de respuestas pendientes y de otras que reclama el acontecer nacional y mundial. Tampoco es acertado, lo sabemos, leer escritos de valor más coyuntural fuera de su contexto, ni valorar el conjunto de la revista de tal manera.

Comencé a trabajar a los veinte años en el Departamento de Filosofía en 1966, junto a una veintena de entusiastas y estudiosos jóvenes, la mayoría alumnos de Historia, Letras y Economía.

Fernando Martínez, Aurelio Alonso, Hugo Azcuy, Marta Pérez Rolo, Mireya Crespo, Rolando Rodríguez, Ricardo Jorge Machado, Jesús Díaz, Thalía Fung, Elena Díaz, Juan Valdés Paz, Isabel Monal, Niurka Pérez, Marta Blaquier, Luciano García y otros entrañables compañeros, formaban en aquel momento la generación más “vieja”. Ellos, los viejos, promediaban 27 años. Nosotros, 22.

¿Por qué ese grupo de audaces pudo echar a un lado los manuales soviéticos, en apogeo desde 1962 y adoptar una perspectiva teórica marxista auténtica, con un enfoque histórico y por ende arraigada en la cultura cubana?

¿Cómo explicar que en apenas dos años reformularan el programa docente de la asignatura filosofía marxista, e hicieran y publicaran tres textos para auxiliar a los alumnos?

¿Qué razones los motivan a sacar en febrero de 1967 la revista Pensamiento Crítico, con plena conciencia de sus intenciones y deberes en aquel tiempo singular?

Una revista portadora de las más diversas ideas políticas, históricas y teóricas, con énfasis en aquellas que dentro de la izquierda abrían brechas hacia el avance de proyectos anticapitalistas de sesgo socialista.

Una publicación que se propuso mostrar y estimular las nuevas maneras de hacer política revolucionaria y las que consideraba ideas certeras para crear el socialismo y el comunismo por caminos diferentes a los trillados, entonces cada vez más resbaladizos y bordeados de peligrosos desfiladeros.

En sus páginas destellan los heréticos años sesenta del pasado siglo y al releerlas o hacerlo por primera vez, a cinco décadas de distancia, provocan admiración y asombro. Y lo más importante: potencian la necesidad y el deseo de seguir dando la justa siempre inconclusa de las ideas.

2

La revista nace y existe en una atmósfera de debate nacional e internacional y por ello no puede dejar de ser polémica. Hay disputas dentro de la revolución y las más importantes son públicas. Abarcan temas de política cultural, filosofía marxista, economía política del socialismo, acerca de la transición socialista y sobre la pedagogía para enseñar el marxismo.

En ese tiempo han cuajado en Cuba dos corrientes de pensamiento. Grosso modo, una que consideraba el modelo y la experiencia del llamado socialismo real como guía para desarrollar en Cuba nuestro proyecto, con las adaptaciones pertinentes. Y otra, que hacía énfasis en la singularidad del proceso histórico revolucionario cubano y en la creatividad y autonomía que debían presidir el desarrollo del socialismo en la Isla.

En rigor, lo que subyace es la porfía sobre el cauce estratégico de nuestra transición socialista, en lo político, económico y cultural. Y también, por ende, respecto de la política exterior y cómo conducirla.

La revista surge en una circunstancia de esplendor de la influencia de Cuba en nuestra América y en el resto del Tercer Mundo. Cuba se erige en un bastión contra el eurocentrismo, el colonialismo y el neocolonialismo, y esos serán nervios vitales de la publicación.

A nivel global existen vigorosas tendencias de pensamiento en las izquierdas y numerosos cruces de ideas, tanto a escala teórica como política. PC asume tal realidad con simetría, lucidez y lealtad al liderazgo histórico de la Revolución, que encabezado por Fidel desempeña un rol destacado en el espacio internacional. Incluso en sus silencios: por ejemplo, no publica nada de las disputas chino-soviéticas. Ella se esmera en ser espejo de las peleas revolucionarias de todos los pueblos de América Latina, el Caribe, Asia y África.

En sus páginas irradian los principales teóricos y dirigentes revolucionarios de estos países. Por ejemplo, Fidel Castro, Che Guevara, Ho Chi Minh, Roque Dalton, Camilo Torres, Carlos Lamarca, John W. Cooke, Franz Fanon, Eduardo Galeano, León Rozitchner, Theotonio Dos Santos, Darcy Ribeiro, Sergio Bagú, Gerard Pierre Charles, Michael Löwy, Fabricio Ojeda, Turcios Lima, Carlos Marighela, Amílcar Cabral, Francisco Weffort, Rui Mauro Marini, Luis Vitale y André G. Frank.

De Europa occidental y Estados Unidos, son numerosos los autores publicados. Esto les permite a los lectores el lujo de conocer vertientes esenciales del pensamiento marxista y de otras corrientes de izquierda a través de sus propios exponentes, aunque siempre la revista sostuvo una mirada crítica e independiente, y rechazó todo tipo de eurocentrismo. Entre otros, destacan: György Lukács, Karl Korsch, Perry Anderson, Louis Althusser, James Petras, Henri Lefebvre, Herbert Marcuse, Roland Barthes, Lucio Magri, Hamza Alavi, Maurice Godelier, André Gorz, Harry Magdoff, Ernest Mandel, Bertrand Rusell y Theodor W Adorno.

Además, numerosos revolucionarios de varios países visitan la sede de la revista, a veces invitados por el Consejo de Dirección y otras a iniciativa de ellos o de órganos del Estado y el Partido, por ejemplo, de manera reiterada enviados por el comandante Manuel Piñeiro Losada. Se teje así una conexión indispensable para conocer sus luchas y divulgarlas con acierto. Muchas veces, sin figurar en las letras, tal nexo político y espiritual es visible en los contenidos, en el tono y en el diseño gráfico de la publicación.

Miles de ejemplares estuvieron bajo la mirada y en las mochilas de combatientes del continente y sus páginas, en esos parajes, resultan aún más subversivas.

Es impresionante confirmar la actualidad y el realce teórico, cultural y político de la revista, al repasar la copiosa nómina de dirigentes, pensadores y de textos publicados, procedentes de los cinco continentes.

Me atrevo a decir que ninguna revista semejante del pasado siglo en el orbe, divulgó tal diversidad de expresiones de la praxis y del pensar revolucionarios y de corrientes afines ¡Y ello tiene aún más relevancia, porque Pensamiento Crítico apenas duró cinco años!

Rectifico: quise decir se publicó durante un lustro, porque ella no ha dejado de existir y lo prueba este encuentro que hoy celebramos:¿Acaso los herejes arden en la hoguera?

3

Pensamiento Crítico es un fruto natural de la revolución en el ámbito de las ideas. Los textos que publica así lo prueban. Cuando ve la luz en febrero de 1967, el Che ya está en Bolivia, empeñado en empujar el proyecto de liberación del continente y ha dejado en Cuba conceptos teóricos y logros prácticos, relacionados con la transición socialistay la revolución social.

La revista surge en la coyuntura en que Fidel imprime especial vehemencia al desarrollo del pensamiento original de la Revolución cubana y a pensar con cabeza propia.

No es casual, por ello, que el primer trabajo teórico que publicara Fernando Martínez, también en febrero de 1967, se llamara El Ejercicio de pensar y que otros miembros del Consejo de Dirección de la Revista y del Departamento de Filosofía, por ejemplo Aurelio Alonso, Hugo Azcuy, Ricardo Jorge Machado, José Bell, Pedro Pablo Rodríguez, Elena Díaz, Jorge Gómez, Niurka Pérez, Carlos Tablada y Ramón de Armas, fuesen espadachines notables en defensa del derecho a crear nuestra propia teoría revolucionaria y en interpretar certeramente la historia nacional.

Fidel dice en 1966: “Porque el hombre que del manual se aparta, lo despellejan”. “Hay mentalidades que tienen hábitos serviles. Hay el vicio del satelismo mental”.

Recordemos la siguiente alusión suya a la existencia de posiciones diferentes entre los revolucionarios cubanos, que cinco décadas después han mutado pero no han desaparecido:

“En nuestro país –dice Fidel–, en nuestras propias filas, desgraciadamente hay hombres que se escandalizan cuando se escucha una palabra, un argumento, una razón que no es exactamente como aparece en el librito. La experiencia nos enseña que la interpretación incorrecta de los libritos o la interpretación unilateral de los libritos, ha costado infinidad de errores”.

Y sentencia: “Quien no quiera equivocarse con cabeza ajena, que sea capaz de pensar con cabeza propia”.

Luego agrega:

“Respetamos la manera de pensar de otros; cada uno que construya su socialismo o su comunismo, como le dé la gana. Pero, por favor, que respeten también nuestro derecho a construir nuestro socialismo y nuestro comunismo, como nos dé la gana. Ese camino, nosotros mismos tenemos que aclarárnoslo mucho todavía”.

A esa filosofía política y teórica se afilia Pensamiento Crítico desde sus orígenes y trata de contribuir con humildad y lealtad a su avance.

4

Todos recordamos lo que el Che escribe en su Diario de Campaña el 26 de julio de 1967, en la selva boliviana: “Rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas revolucionarios”, dice él a propósito del significado histórico de la fecha.

Ese mes de julio de 1967, en el número 6, el editorial de Pensamiento Crítico afirma: “…los revolucionarios dirigidos por Fidel Castro tuvieron que luchar contra una poderosa reacción, pero también contra una supuesta “ortodoxia revolucionaria” […]”. ¿Acaso es fortuita tal coincidencia de ideas?

Es obvio que la similitud de las dos afirmaciones no es casual. Se trata de una manera de pensar, que se estrena y avanza en los años sesenta, a consecuencia del original triunfo y del pujante desarrollo de la Revolución cubana.

PC nace en el fragor y bajo la influencia de tales ideas y cambios radicales, impregnada del ánima hereje de la Revolución Cubana. Y esta perspectiva analítica es la que orienta a nuestros compañeros en la selección de los contenidos a publicar.

Es una saludable criatura engendrada por la joven Revolución y se incorpora con sus armas, las ideas, a la rebelión que su creadora encarna y promueve. Y como ella, es creativa, polémica, sin compromisos mezquinos, ni alardes ni pedanterías. Internacionalista sin concesiones ni dependencia a potencia alguna, leal al pueblo cubano, y comprometida con las justas emancipadoras en todo el planeta. Y al igual que los demás hijos e hijas de la Revolución, sus miembros cometen errores y aprenden a hacer la revista, haciéndola.

5

Algo que recomiendo, es leer las notas y editoriales. Varias son luces intensas y de larga duración, como las leds. Ayudan a ver más claro las verdades, en medio de algunas sombras que oscurecen las búsquedas de hoy.

Veamos esta, del nº 16:

“La teoría marxista, cuyo origen es inexplicable al margen de la historia de las revoluciones, que representan momentos de máxima tensión social, ha llegado a convertirse, por obra y gracia de una involución posterior, en un soporífero expresado en una serie de tesis, estructurada y acabada, que ignora precisamente lo que se supone sea su objeto: la realidad social y su transformación consciente”.

Y esta otra, en el nº 41:

“El marxismo tiene historia, y el simple expediente de considerarlo siempre igual a sí mismo, o el de expurgar las vertientes que no nos parezcan aceptables, sólo tiene la consecuencia de sustraernos experiencias que a veces han sido amargamente pagadas por el movimiento revolucionario, y estimulan la detención dogmática de un pensamiento que se hace entonces inútil e indigesto”.

Lamentablemente, esta afirmación prefigura lo que acontece en Cuba poco después, entre 1971 y 1986.

Y, por último, escogí el siguiente fragmento de una respuesta que ofrece el Consejo de Dirección a la revista Santiago, a mediados de 1971. Dice:

Hoy siguen a la orden del día –quizá con mayor fuerza, por los meses cruciales que se viven– los problemas centrales que la Revolución le ha planteado al designio comunista: cómo lograr integrar la viabilidad del desarrollo económico, la organización y la estimulación del trabajo a través de métodos no burgueses, la educación de los adultos para una democracia de trabajadores, y de los niños y adolescentes para considerar todo lo existente digno de ser superado a la luz de un ideal comunista.

En breve les contaré el azucarado destino de ese número de Santiago. Resulta sorprendente y aleccionador.

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Es menester exaltar las notas que introduce la revista a muchos textos de autores extranjeros, con el ánimo de que los lectores deduzcan sus propias conclusiones.

También se publican artículos de disciplinas científicas, útiles a la investigación social. Un ejemplo de ello fue el número dedicado a los sistemas, modelos y teorías, preparado por el Grupo de Lógica Matemática del Departamento de Filosofía, en el que aportan relevantes trabajos algunos de sus miembros, entre ellos Luciano García, Eramis Bueno, Marta Blaquier, Niurka Pérez e Hilda Sosa.

No es mi propósito examinar los seis o siete ejes temáticos más importantes que soportan los cincuenta y tres números, y menos sería posible para mí analizar los cientos de trabajos publicados por la revista. He preferido soltar estas ideas a los que me escuchan.

Sí deseo comentar que la revista nunca pretendió erigirse en una publicación antisoviética, porque este fue uno de los argumentos espurios que se empleó contra ella. Se dedicó un número a la Revolución Bolchevique y otro al último Lenin. Y si no aparecen artículos de soviéticos contemporáneos de la revista, es obvia la explicación: nuestras librerías estaban bien dotadas de publicaciones que los contenían. Tal vez, sin embargo, algo más pudo hacerse. Esto suponía cierta flexibilidad política, sin rozar el oportunismo, o una postura insensata de confrontación.

Como dije, Pensamiento Crítico aprendió sobre la marcha, al igual que todo el colectivo del Departamento de Filosofía, en el que teníamos discrepancias, a veces muy gruesas.

Sin embargo, a saber por mí, nunca hubo ofensas ni arbitrariedades, y prevaleció el respeto mutuo y el debate sincero.

En nuestro proceso formativo y de investigación y docencia, existieron errores de unos y otros, de todos en alguna medida. ¿Dónde no se han cometido en Cuba? ¿Quién no ha tenido deslices? El dilema de Pensamiento Crítico es que no tuvo opción para rectificar, al dejar de existir debido a variables condicionantes de escala macro y temperatura fría, asociadas a la supervivencia de la Revolución.

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Un intelectual argentino, Nestor Kohan, publicó hace algunos años un largo ensayo dedicado a Pensamiento Crítico. Se trata del primer intento serio en el exterior de sistematizar un balance teórico y político sobre la revista.

Refiriéndose a la contribución de varios miembros del Departamento de Filosofía y de PC, concluye Néstor:

“Por la coherencia alcanzada en sus posiciones historiográficas, sociológicas, políticas, filosóficas, ideológicas y pedagógicas, la producción teórica de todos estos jóvenes constituyó de algún modo una escuela y una corriente de pensamiento cubano y de sus ciencias sociales, insertas en lo más rico, original y radical del marxismo latinoamericano”.

Puedo agregar con humildad, que tal apreciación es la más común que he escuchado durante cincuenta años de quehaceres en este continente.

Néstor termina cuestionándose las razones que provocaron el cierre de Pensamiento Crítico en junio de 1971. ¿Cómo explicar lo inexplicable? –se interroga él y expone con sinceridad sus conjeturas.

En mi opinión, lo más importante es que la mayoría de los miembros de la Dirección de la revista y del Departamento de Filosofía, continuaron leales a nuestra revolución y no han dejado de investigar y expresar con rigor científico y sinceridad ética sus ideas. Tal conducta y los aportes a la cultura nacional realizados por varios miembros de la Dirección de la revista y del Departamento de Filosofía, representan el mejor antídoto contra la nostalgia, el encono y la esterilidad, que acompañan a la soberbia de los pases de cuenta.

La historia y sus tozudos hechos, han hecho el balance y en el futuro este se enriquecerá, pues a Pensamiento Crítico le ocurre como al vino y los metales preciosos. Su legado de ideas y experiencias, incluso su cierre intempestivo en junio de 1971, servirá por mucho tiempo para contribuir a conseguir los ideales a los que sirvió en el lustro de su militante existencia.

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Hay quienes critican de manera acerba el pensamiento único asociado al imperialismo y la globalización neoliberal, y tal vez sin percatarse siguen atrapados en la telaraña del llamado marxismo-leninismo patentado en la antigua Unión Soviética. Me refiero a aquel pensamiento único que no podía entender ni aceptar una revista que se propuso luchar a la vez contra las oligarquías y los dogmas revolucionarios. Hasta la gráfica de un cerebro o el búho distintivo, generaron interpretaciones prejuiciadas a veces intrigantes.

Hoy son incontables los portadores de fecundas ideas críticas, en sucesivas nuevas etapas de avance del pensamiento revolucionario cubano, que incluye importantes revistas como Temas, libros de ciencias sociales y en menor medida artículos de prensa, aunque en los últimos tiempos hay destellos alentadores sobre todo de los jóvenes. Y como dijera Silvio Rodríguez recientemente, a pesar de que aún Internet tiene limitada cobertura en la población, los mejores debates ocurren cada vez más en la red de redes.

Todas estas reverberaciones acrecientan el optimismo. Enhorabuena, aunque son insuficientes dado el rol que le corresponde desempeñar en la Cuba de hoy a los dirigentes políticos, investigadores, científicos sociales y periodistas de opinión.

En nuestra sociedad actual, es casi imposible que alguien pueda ordenar e imponer de modo arbitrario su criterio, sin que provoque respuestas oportunas de otros revolucionarios, dentro del Partido, la UJC y las demás organizaciones o en las catacumbas del pueblo.

Baste citar la decisión previa al VII Congreso del PCC de no discutir entre toda la militancia dos documentos medulares, lo cual fue impugnado por muchísimos revolucionarios, y Raúl con sabiduría rectificó a tiempo este sensible error. Porque en esta compleja encrucijada, que él nos ha alertado es la última oportunidad de salvar la revolución, más que nunca el ejercicio de pensar con cabeza propia resulta indispensable y es la única ruta que conduce a la auténtica unidad de los revolucionarios y de toda la nación.

A los defensores trasnochados del pensamiento único en el universo de las ideas revolucionarias, es menester ayudarlos a salir del marasmo.

No hay una teoría social oficial, así como no hay una matemática o biología oficial. Pensamiento Crítico, aunque muchos creían que era oficial, pues se trataba de algo atípico, jamás cumplió tal rol y todas las decisiones las adoptaba su dirección. Trabajaban con plena libertad.

PC es una especie de medidor –no el único, por supuesto– de las políticas oficiales del país para conducir el desarrollo del pensamiento revolucionario cubano. Eduardo Galeano dijo con ironía rioplatense que si el diario Granma hubiese existido en la época de Napoleón, todavía sus lectores no sabrían lo sucedido en Waterloo. Sin duda, una hipérbole crítica de fines pedagógicos y ánimo fraterno, incierta aunque algo hay que extraer de ella.

¿Cuándo llegará el momento en que Pensamiento Crítico deje de ser un tabú en nuestra prensa y en la percepción de algunos compañeros con responsabilidades institucionales? ¿A quién debe corresponder la encomienda histórica, a nivel oficial, de ponderar el significado de esa revista en la evolución del pensamiento revolucionario cubano? ¿Habrá que esperar cinco siglos?

Por los indicios que se observan hoy, pareciera que sucederá mucho antes. He sabido con fruición que este evento ha sido apoyado por la secretaría ideológica de la UJC y es estimulante ver en el machón de la revista Cuba Socialista, en su nueva época dirigida por Enrique Ubieta, el nombre de Fernando Martínez Heredia entre los miembros del Consejo Editorial.

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Les cuento ahora cuál fue el destino del número 2 de la revista Santiago, donde aparecía la entrevista al Consejo de Dirección de PC. En junio de 1971, cuando se supo que dejaría de circular, ya estaba impresa la revista Santiago. Y de inmediato, un “perseguidor de cualquier nacimiento”, orientó quemar todos sus ejemplares en los hornos del central azucarero América.

Este émulo de Torquemada de las ideas, no se había enterado que allá cerca de la heroica ciudad, en la Gran Piedra, un teniente pundonoroso del Ejército impidió que asesinaran a Fidel, persuadido de que las ideas no se matan. Y no conocía que el Che insistió siempre que las ideas no se destruyen a palos. Ni leyó jamás a Martí, ni sabía que Fidel siempre sostuvo que la Revolución es hija de la cultura y de las ideas.

Sigo con el cuento. En 2010, como homenajeado en la Feria del Libro de ese año, Fernando prepara una excelente antología de Pensamiento Crítico que asume la prestigiosa editorial Oriente. Él decide incluir el texto aludido de la revista Santiago, con una nota al pie de página donde explica el aciago final en el central América…

Y ocurre el desenlace. Cuando recibe el libro impreso, con seguridad muy contento porque por primera vez se republicaban textos de Pensamiento Crítico, no puede creer que la nota haya sido escrita con tinta invisible. Alguien la eliminó. Y lo peor: nadie quiso asumir la responsabilidad.

¿Cuándo terminarán los maltratos a la reflexión crítica dentro de la revolución? ¿En qué momento desaparecerán los prejuicios y las pretensiones de imponer un pensamiento único, aunque a veces lo disfracen con apariencias de flexibilidad, respeto y equilibrio? Quienes así razonan y actúan, ¿no se darán cuenta que de tal modo debilitan en vez de fortalecer a la Revolución?

¿Acaso debe aceptarse que la indispensable unidad de los revolucionarios es argumento para cercenar o distorsionar el ejercicio de investigar, crear y producir nociones nuevas, que desarrollen la teoría marxista y contribuyan a certeras decisiones políticas y de Estado?

En este mundo tan complejo y donde las ideas se mueven a todas partes a la velocidad de internet, ¿no se debiera situar en un plano más priorizado el papel y el desarrollo de las ciencias sociales y la divulgación del pensamiento revolucionario de todos los confines del planeta y en especial de nuestra América?

¿Hará falta una segunda época de la revista Pensamiento Crítico, al menos en versión digital?

“O inventamos o erramos”, aseveró un maestro ilustre de nuestra América. A inventar nos sigue incitando la obra inconclusa de Pensamiento Crítico y a preservar con ideas coherentes y fidelidad sin dogmas ni temores infundados, nuestro proyecto histórico martiano, marxista y fidelista.

Porque, en efecto, los sacrílegos no arden en la hoguera: la encienden…

La Tizza, 9 de marzo de 2017

Yohanka León y Félix Valdés

El percutor de una época: Pensamiento Crítico

Era febrero de 1963 y quedaba constituido el Departamento Central de Filosofía de la Universidad de La Habana. La fosilizada Cátedra de antes de 1959, de tan vetusta disciplina de la academia, no volvió más. El grupo de muchachos jóvenes que enseñaría filosofía marxista a las diferentes carreras universitarias iría no solo a un nuevo espacio en la calle K, sino constituiría un nuevo modo de investigar, leer y enseñar. Con ellos llegaba el color del uniforme vede olivo, el olor de la cuartilla alfabetizadora y de la carabina de la Sierra, de Girón, de los milicianos que desde el compromiso práctico pretendían llegar a la teoría y poner otros sentidos a los libros y a los modos de educar. El manual se hizo indócil, el dogma impugnado y se comenzó a abogar por modos in-disciplinados (diríamos hoy) de filosofar. La revolución con sus cuatro años de vida ya había conocido en su interior embestidas sectarias.

La tendencia revolucionaria, sin saber al dedillo la doctrina, presentía el saber que la nueva práctica conseguía, día a día.

Se imprimieron textos urgentes para las clases. Llegaron ideas de otras latitudes amparadas por actos revolucionarios en África y en el continente americano. Los talleres de la antigua rotativa Omega, donde se imprimían las revistas norteamericanas Selecciones y Life en español, vieron salir con el sello “Ediciones Venceremos”, El Capital de Karl Marx (en tres tomos), los primeros textos de Althusser que se dieron a conocer en Cuba, Los condenados de la Tierra de Frantz Fanon, entre muchos otros títulos. En la decisión de estos nuevos planes editoriales participaban, entre otros, Fidel, Raúl, el Che, Osvaldo Dorticós, Blas Roca y Emilio Aragonés.{1}

Fidel comenzó a visitar a los jóvenes profesores de filosofía, retándoles –y tal vez buscando en el pensamiento disruptor–, otros modos de avalar las ideas de una revolución más alta que las palmas. Las disconformidades surgidas con la URSS desde la Crisis de Octubre, sostenidas en estos años con la regeneración de la tendencia sectarita en el partido con la micro fracción, liderada por Aníbal Escalante, la creación del Comité Central de Partido Comunista de Cuba, fueron entre muchas otras razones, estímulo para pensar y volverse a otros referentes de la teoría. Era “la hora de los hornos”, como citara el Che a Martí y no debía verse “más que la luz”. El 7 de diciembre de 1965 se creó Ediciones Revolucionarias y en 1966 el Instituto Cubano del Libro. En 1966, a partir de los profesores de filosofía nació también El Caimán Barbudo y en 1967 salió de imprenta el primer número de la revista cuyos 50 años conmemoramos hoy.

Como dijera José Martí, si “de pensamiento es la guerra mayor que se nos hace, ganémosla a pensamiento”; y a ello venían los jóvenes creadores del nuevo proyecto editorial de constituir una revista bajo un rótulo tan sugestivo en aquel entonces, como gastado hoy. No era solo carencia de textos en la universidad y Fidel Castro lo sabía. El pensamiento vivo que se correspondiera con nuestro estar-siendo, el texto fustigante, que como escalpelo segaba las verdades instaladas como evangelio eran auxilio y urgencia premonitoria. La descolonización africana, el así denominado Tercer Mundo, la Revolución con mayúscula, el antimperialismo, la lucha armada, la guerra de guerrillas, el anti-occidentalismo partícipe, la desmentida del racismo, el nuevo lugar de Cuba para todo el Sur, hacían notar que el sujeto del cambio ya no estaba en el Norte, como reconociera Jean Paul Sartre en 1961 en el prefacio a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon.

Por aquellos años se desarrolló en La Habana la Primera Reunión Tricontinental de Solidaridad Revolucionaria, entre el 3 y el 15 de enero de 1966. Se escucharon voces diversas y, entre ellas, las de Salvador Allende de Chile, Amílcar Cabral de Cabo Verde, Luis Augusto Turcios Lima de Guatemala, de Rodney Arismendi de Uruguay. El encuentro dejaba claro que “el principal reducto de la opresión colonial y de la reacción internacional es el imperialismo yanqui, enemigo implacable de los pueblos del mundo” y por tanto, enfrentaba críticamente “todas las formas de dominación imperialista, colonial y neocolonial, acaudilladas por el imperialismo yanqui”. Entre sus reclamos se afirmaba la necesidad de expulsar de la vida cultural de sus países las manifestaciones del espíritu imperialista, se reclamaba solidaridad y radicalidad en la lucha de amancipación del Sur. Un año después, en agosto de 1967, se realizó el encuentro de la Asociación Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) que colocaba el debate en la lucha armada y la guerra de guerrillas, sobre todo.

En estos dos encuentros los jóvenes profesores de filosofía, redactores de la revista creada, ocuparon un espacio participativo. Con ellos, la atención se ponía en la riqueza teórica de las nuevas prácticas. Las coordenadas quedaban en Cuba y en el Tercer Mundo. Esta fue coyuntura favorable para compartir y discutir con representantes de los movimientos revolucionarios y reconocer la necesidad de aprehender teóricamente una praxis revolucionaria.

Mientras ello sucedía, la batalla de pensamiento se apresuraba a desplegarse contra el auge rebelde en Nuestra América y también frente al boom en la literatura. Para la CIA y Occidente, con los EUA por medio, la guerra cultural estaba clara. El ya gastado proyecto de la revista Cuadernos, del Congreso por la Libertad de la Cultura creado en 1950, abría una nueva empresa: la revista Mundo Nuevo con la participación de escritores y poetas latinoamericanos. Este, en apariencias un noble propósito contaba detrás con fondos de Langley, manejados por la Fundación Ford, dato revelado por el New York Times en su tiempo. El nuevo proyecto se hacía antagonista de otra revista que ganaba prestigio en cada salida: Casa de las Américas. (La revista Mundo Nuevo de Emir Rodríguez Monegal, por curiosa e inconexa coincidencia vivió los mismos tiempos que la revista habanera Pensamiento Crítico).

1968 fue un año sobrecargado, para el mundo y para Pensamiento Crítico. Si el tiempo no lo contáramos por meses y días, se nos antojaría empezar el nuevo lapso con la muerte del Che en Bolivia en octubre de 1967; más que una fecha fue un suceso que marcó un tiempo. Los primeros días de enero vieron reunirse el Congreso Cultural de La Habana y una vez más se debatió sobre el papel del intelectual revolucionario y el lugar de la cultura en los procesos revolucionarios y de liberación nacional. Aquí se reivindicó la lucha armada, la defensa de Cuba, de Vietnam y se aclamó la figura y el ejemplo del Che Guevara, asesinado en las selvas de Ñancahuazú.

En el número del 12 de Pensamiento Crítico de enero de 1968 en sus primeras páginas sus redactores advertían del peligro del imperialismo norteamericano en la guerra de recolonización cultural y decían “llamamos a los escritores y hombres de ciencia, a los artistas, a los profesionales de la enseñanza, y a los estudiantes, a emprender y a intensificar la lucha contra el imperialismo, a tomar la parte que les corresponde en el combate por la liberación de los pueblos.” A continuación se reproducía el discurso de Fidel en la clausura del Congreso el 2 de enero, donde refirió la trascendencia del encuentro, habló de Viet Nam, de Regis Debray, del Che Guevara y de la muerte del sacerdote guerrillero Camilo Torres Restrepo. Allí Fidel afirmaba: “…No puede haber nada más antimarxista que el dogma, no puede haber nada más antimarxista que la petrificación de las ideas. Y hay ideas que incluso se esgrimen en nombre del marxismo que parecen verdaderos fósiles”. Y con seguridad reconocía que el marxismo “necesita desarrollarse, salir de cierto anquilosamiento, interpretar con sentido objetivo y científico las realidades de hoy, comportarse como una fuerza revolucionaria y no como una iglesia seudorrevolucionaria.” Fidel se preguntaba por las paradojas de la historia. Si con Camilo Torres veíamos a sectores del clero devenir en fuerzas revolucionarias “¿vamos a resignarnos a ver sectores del marxismo deviniendo en fuerzas eclesiásticas?” Y al mismo tiempo admitía “Esperamos, desde luego, que por afirmar estas cosas no se nos aplique el procedimiento de la “Excomunión” (RISAS) y, desde luego, tampoco el de la “Santa Inquisición”; pero ciertamente debemos meditar, debemos actuar con un sentido más dialéctico, es decir, con un sentido más revolucionario”.

Pero 1968 fue también el año de publicación de El hombre unidimensional, Eros y civilización, de Herbert Marcuse, de Piel negra, máscaras blancas, el primer libro de Fanon, escrito en 1952; el diario del Che, entre tanta otra novedad de importancia filosófica. Fue el año del Mayo francés y del asesinato de los jóvenes en la plaza de Tlatelolco en México, de conmociones que llegaron hasta la pequeña isla caribeña de Guadalupe, y la entrada para siempre en la iconografía revolucionaria de la foto del Che (de Korda) presidiendo las manifestaciones populares. Fue tiempo de auge en el movimiento feminista, de luchas por los derechos civiles en los Estados Unidos; y se cerraría el año con la entrada –en la noche del 20 al 21 de agosto de 1968– de las tropas del Pacto de Varsovia, con la URSS al frente, en toda Checoslovaquia.

1969 fue año de esfuerzos decisivos, de crisis económica, de preparación de una gran contienda: la zafra del setenta. También de esperanzas electorales en Chile con el gobierno de la Unidad Popular que se eclipsara con el golpe de Pinochet y la puesta en marcha del Plan Cóndor. El comunismo y la influencia de Cuba debían quedar extirpados del hemisferio. Tanto Duvalier en Haití como Pinochet en Chile culpaban al marxismo por la represión que llamaban “necesaria”.

1970 se hace arduo. Se avecina un giro. Una nueva década. Razones de estado, realidad económica, guerra fría, coexistencia pacífica por medio, y la mano de la Unión Soviética como garantía de supervivencia para la joven Revolución.

Contradictorio se hizo nuestro acontecer y por ello la actual necesidad de volver al legado, desde la capacidad de hacer vivir esa memoria que nos conforma y que nos conmina a buscar nuestras propias maneras de entendernos y decirnos, pero con la urgencia de desalambrar el pensamiento de dogmas y absolutos.

Nuevamente las circunstancias volvieron a cercar los propósitos y lo consagrado se desvaneció. Cuando en los finales de los 80 volvíamos a preguntarnos por la necesidad de un pensamiento propio que acompañara nuestras maneras de buscar la solución a nuestras contradicciones, el socialismo este-europeo se defenestraba y nosotros nos agarrábamos al marco de la ventana para no ceder al abismo desde donde, por supuesto, siempre asechaban los enemigos invariables de la Revolución invicta del 59. Volvían a aparecer publicaciones que de alguna manera retomaron lo hecho, no para imitar, pero si la inconfesa necesidad de dar continuidad a un acumulado cultural de ejercicio intelectual, no baldío, infértil y vanidoso, sino guerrillero, herético e insomne.

Y en estas andamos. Por eso ellos y ellas que de una manera u otra formaron parte de un elenco virtuoso de la contienda por un pensar cubano, crítico, revolucionario siguen inspirando, aun cuando ellos y ellas todos y todas altercaron, pero lo hicieron por el significado dado al oficio de pensar.

Si ponemos en coordenadas todos esos acontecimientos en la línea del tiempo se revelan muchas circunstancias. Si tomamos este concepto en el más estricto sentido orteguiano: el hombre es él y su circunstancia, la revista fue ella y sus circunstancias.

Reescribiendo a Virgilio Piñera no es el agua por todas partes, sino la maldita circunstancia de la ortodoxia dogmática y vulgar del marxismo por todas partes, en el sentido que se unen la virtud y el vicio, es decir las realidades por las que pasaba la joven revolución, la sociedad cubana en un proyecto que trataba de saltar las barreras de una lógica cultural, de un modo de ser sociedad, seres humanos, comunidad humana, una forma de encontrarse en su identidad.

Es esa fuerza del principio de realidad ¿cómo íbamos a seguir haciendo viable, factible, posible la felicidad soñada y de alguna manera ya comenzada a vivir por los cubanos y las cubanas si se habían agotado todos los recursos, éramos plaza sitiada condenada a la hambruna, la escasez, la violencia y el odio del enemigo más feroz el imperialismo norteamericano?. Solo una alianza posible podía ayudarnos a seguir manteniendo la dignidad sin un costo mayor que el de recortar la autonomía de un ejercicio teórico de pensamiento a un dogma, marcado y pautado por una geopolítica, interna y externa, del socialismo realmente existente en la década del 60 del siglo pasado.

Como diría alguna vez Aurelio Alonso, el compromiso intelectual es precisamente mantener su compromiso cuando siente que este es rechazado. Por eso para él su generación es de la lealtad y de esos jóvenes con su entusiasmo en la época que les correspondió vivirlo, hoy siguen teniéndolo. Hace unos días Fernando le hablaba a los y las participantes del 12 taller internacional sobre paradigmas emancipatorios; Aurelio presentaba libros y revistas con esa gracia y sabiduría que lo caracteriza, Bell Lara empuja un proyecto de publicación de textos y documentos del proceso revolucionario para que quede en la memoria recopilado, ubicado y salvado todo lo dicho por ellos.

El acontecer de todo ese proceso de la revista Pensamiento Crítico y el Departamento de Filosofía tiene que ver en alguna manera con la conformación de un régimen de verdad, y la disputa por él. Un régimen de verdad es lo que clasifica, decide lo que debe ser o no el campo de una disciplina, dentro de una ciencia, sus postulados, es un proceso de construcción de poder desde el saber. Hoy todas esas clasificaciones de antimarxista, anti leninista y antisoviético no serían acusaciones dirigidas a demarcar una violación de límites inadmisibles, sino solo pasarían al debate histórico social del devenir del pensamiento marxista, hoy no causan nada más que curiosidad intelectual e histórica porque el mundo soviético desapareció en un desmerengazo. Pero en aquella época si era de hecho una acusación política con fuertes implicaciones, y acarreaba por ello sanciones, es decir marcaba los límites posibles a esas discrepancias, y así fue. Por tanto algunas verdades perdieron su historicidad y se volvieron absolutas: el marxismo es uno solo, hay una unicidad lineal entre los clásicos, no es posible separar a Lenin del resto, la dialéctica es el método único de la ciencia, el marxismo es determinismo materialista, la conciencia es reflejo de la realidad, existen leyes objetivas inviolables, el marxismo es una ciencia irrebatible como tal.

En realidad se enfrentaron dos maneras de vivir y entender el fenómeno de la ideología en un proceso revolucionario, de la función ideológica que tiene el conocimiento social, la función eminentemente ideológica que tiene la filosofía, el sentido ideológico y el énfasis puesto en la cientificidad de determinados contenidos teóricos. La lógica en la discusión se estableció entre una manera de ubicar esa función en su historicidad concreta, clasista y otra en la historicidad abstracta a posteriori del propio acontecer histórico del pensamiento, entre una búsqueda analítica para pensar el presente y el futuro, y una manera de santificar un pasado para encerrar un presente o justificar solo un presente inamovible y automático, no dañable. El marxismo se sellaba en esta contienda con la función de demostrar su verdad a posteriori con respecto al pasado, con las implicaciones ya conocidas de esta consideración en el mundo soviético. El marxismo era entonces un conjunto de tesis que se consideraban como una verdad objetiva independientemente a la misma práctica y de esa forma se estableció como régimen de verdad en manos de quienes la esgrimieron. Esto terminaba con la necesidad de diálogo y debate en torno a los sentidos históricos dados al marxismo y sus consecuencias ideológicas, hasta desde la misma experiencia de la revolución cubana en curso.

Se enfrentaron dos maneras de asumir el debate: una por la crítica argumentativa, explicativa y reflexiva de los contenidos y otra por la forma reiterativa y tendenciosa de selección de citas.

Los debates antes de la decisión de cerrar la publicación (no por voluntad de sus creadores) fueron largos, extensos en argumentos, horas y angustia para los involucrados, no llegando siempre a decisiones finales. Estos pudieron posiblemente haber pasado a la historia no por severos cierres de puertas a la diversidad de pensamiento creativo marxista cubano, sino por acopios colectores de esa diversidad; pero los tiempos, las circunstancias todas, malditas o no, apremiaban y cercaban el sueño dignificante de miles de cubanos y cubanas. La Revolución cubana de 1959, esa que nos devolvía la virtud y la patria, era más que un proyecto inscrito en un manual de economía política.

Somos deudores de esos tiempos como de otros, y los artículos de Pensamiento crítico son patrimonio intelectual. Se hace necesario indagar no solo las intríngulis de una pesquisa de crónica social de acontecimientos, sino estudiar las obras que se escribieron por aquellos, leer y estudiar los contenidos de los números de la revista, sus paralelos con lo que acontecía en el ámbito nacional e internacional, ver y señalar sus límites, porque ahí es donde está la genialidad de una obra, ya sea personal o colectiva.

Es entonces necesario reconocer esos límites que los propios actores de la contienda tenían, más allá de lo que estos pudieran desear hacer en términos de actores políticos. Lo que se ha llamado herejía del pensamiento marxista cubano siguió presente de alguna manera, porque seguimos ejerciendo un pensamiento revolucionario solidario y cómplice con los procesos revolucionarios en la región y para todo el movimiento anticolonialista y anticapitalista. Seguimos formando a muchos actores y líderes de los procesos insurgentes, de los partidos comunistas y de los movimientos revolucionarios y de liberación principalmente de América Latina, en las escuelas políticas, cursos y asesorías.

Aun así, sin dudas significó una mutilación a florestas comenzadas a surgir y formarse de un marxismo con letra y vida propia. Este enfrentó sus propias encrucijadas y contradicciones, y se leyó en servicio a una práctica revolucionaria desafiante en lo interno y lo externo, llevada a cabo en la cotidianidad por masas populares cada vez más dispuestas a arrebatar el hegemonismo cultural de un sistema voraz de la espiritualidad y la cultura; el capitalismo circundante a la isla de Cuba por todas partes.

La gestión de PC fue una manera de continuar la revolución pero desde un desafío epistémico, como un proceso cultural, acumulativo y necesario. Reinvertir los cánones en los que se pensaba, y desarrollaba el marxismo en esos años era una revolución en la episteme del pensamiento revolucionario, para hacer valer el instrumento crítico de la teoría revolucionaria en el contexto cubano. No se buscaba construir un particular marxismo cubano, sino hacer percutir una vocación participativa en el campo popular donde los cambios se gestaban diariamente en la vida de los cubanos y las cubanas.

Pensamiento crítico tuvo entre sus muchos contextos el propio campo del saber sociopolítico y cultural al que se enfrentaba para ofrecer alternativas y significados específicos emergentes de las luchas, rebeliones del campo popular, insurgente, de la región latinoamericana y caribeña. Ahí están las luchas revolucionarias de América Latina, África, Asia, el Caribe esencialmente. La revista en su hacer no recurrió al contexto para justificarse como publicación sino se contextualizó para brindar los instrumentos analíticos, la rebelión epistémica ya produciéndose en la región.

En América Latina y el Caribe hoy se va tejiendo una plataforma y sentido compartido sobre desafíos y puntos de partida necesarios al movimiento social popular y a sus objetivos del cambio revolucionario emancipatorio. Muchos esfuerzos diversos con alto costo de organización, resistencias a la criminalización de la lucha popular y urgencias en las correlaciones de fuerzas se realizan para poder crear desde diversas propuestas una formación política capaz de impulsar el percutor de los cambios deseados y de las revoluciones.

Epílogo

Fernando en el recién 12 taller de Paradigmas emancipatorios refiriéndose al legado de Fidel, entre otras enseñanzas de la vida del líder cubano señalaba el no aceptar jamás la derrota y pelear sin cesar contra ella. Fernando indica como uno de los momentos de derrota el año 1970 y dice que fue donde Fidel “comprobó que lograr el despegue económico del país era extremadamente difícil, pero entonces apeló a los protagonistas, mediante una consigna revolucionaria: “el poder del pueblo, ese sí es poder”.” Hacer la revista era hacer la revolución en ese frente cultural y fue un proceso feliz pero como Fernando advierte en esta misma presentación en enero de 2017 “Para los revolucionarios, y durante los procesos de revolución, hay momentos felices y procesos felices, pero en las revoluciones verdaderas no hay coyunturas fáciles. Cuando puedan parecernos fáciles es solamente porque no nos hemos dado cuenta de sus dificultades”.

Desde esa visión de mirar en dónde estamos y en qué relación con los procesos, contextos y circunstancias nos encontramos y cuánto es posible mover los límites; se gestó, desplegó y permanece Pensamiento crítico.

El primer número de PC en la gráfica de su portada, expone las partes de un arma, y señala el percutor. Dentro de la revista explica en imágenes cómo hacer un coctel molotov, algo que ya había hecho antes la Tricontinental. Este era un número sobre la lucha armada, desde una concepción teórica, defendiendo las posiciones de los revolucionarios que se levantaban en armas en América Latina y marcando la postura marxista de la Revolución cubana lograda por una lucha armada, movilizada en un pueblo armado, en resistencia permanente ante la agresión del imperio norteamericano. Con esto se expresaban en la revista la posición de la revolución en contraposición a la política soviética.

Sin embargo al cierre de la revista, con 53 números en su haber, lo antecedió una polémica sobre cuán materialista científico era el marxismo que se defendía. Es curioso, porque no hay nada más materialista que un percutor de un arma, donde se prepara el disparo, violento sí, que reclame la vida que no permite espera.

Las circunstancias del 71 hicieron cerrar la revista y el Departamento, pero no la capacidad inveterada de pensar en función de la emancipación humana, de la ruptura de cadenas de opresión. En esos mismos días, de sobresaltos, de escaso sueño y sostén, de “noches febriles”, nacía otro texto en un amanecer habanero. Tan crítico como conceptual, Roberto Fernández Retamar ponía punto final a su ensayo Calibán publicado justamente en septiembre para reinterpretar “nuestro mundo”, a la luz exigente de la revolución y Cintio Vitier urdía su ensayo poético-histórico Ese sol del mundo moral. Sea ello una muestra de la inflexible capacidad crítica cubana.

{1} Ver R. López del Amo: “El libro cubano en la etapa revolucionaria”, Cubarte, 20 de noviembre de 2012.

La Tizza, 9 de marzo de 2017

Jorge Gómez

¡ 35 sabores de Coppelia !

El centro de la Habana se había desplazado definitivamente hacia la zona del Vedado. La Rampa era una especie de parque de ciudad grande, en que los jóvenes iban a nada y a todo, a ver y a dejarse ver. En la esquina de L y 23, el cine Warner, famoso entre los circuitos de estreno de la capital, había perdido su nombre americano para tomar el de Radiocentro, para volverlo a perder enseguida, y tomar el nombre cubano y revolucionario de Yara. El hotel Havana Hilton nacionalizado bien temprano, también había cambiado su nombre por el de Habana Libre, y prácticamente era el punto de partida de todo el tránsito, el lugar obligado de todas las citas (amorosas o no) y todos los encuentros.

En los terrenos de lo que había sido un hospital más bien sórdido, se acababa de levantar, semejante a un platillo volador, la más grande de las heladerías de la historia nacional, en la que se podía degustar los que vendrían a ser también los mejores helados de esa historia, émulos declarados de los tan encumbrados Howard Johnson, con más de treinta sabores (algunos de los cuales tendrían nombres tan lejanos de nuestra cultura del helado cotidiano como “pistaccio”, “chocolate nuez”, “crema escocesa”, “ajonjolí” o “creme de vie”) y más de veinte especialidades.

La Universidad de la Habana está a unos escasos trescientos metros. Los jóvenes profesores de Filosofía y los de Letras, los estudiantes de Economía y Planificación, los que estrenaban la carrera de Psicología o los cursos acelerados de Sociología, los trovadores y los poetas más exquisitos, los pintores sin galerías para exponer aún, los latinoamericanos de varios países que después serían guerrilleros (algunos serían mártires), las muchachas que no esperaban a que la FMC las hiciera iguales, los que ganaban el Premio Casa de la Américas o el Premio David como si fuera lo más natural de la vida, sin alboroto.

No fue una bohemia de bares y cantinas, de consumos exóticos o rebuscados. Bastaba un helado, incluso el más común helado de vainilla, para estar, hasta bien entrada la noche, tratando de componer un mundo en que todos (hasta los más preclaros pensadores de generaciones anteriores) éramos puros diletantes.

La música bailable

Probablemente, mi mejor amigo de la adolescencia fue Ángel Hernández. Él tenía una particular habilidad para simplificar y hacer simpáticos los enunciados más difíciles de cualquier filosofía. Ambos éramos fanáticos de la música. Él tranquilizaba mis tormentos existenciales, cuando me decía, con total convicción: “En Cuba, el deporte es la pelota; y el arte, la música… La música es la música popular… y la música popular, la bailable”. Quiero que este sea mi homenaje a ese joven eterno que lamentablemente, ya no estará más cono nosotros. Voy a comenzar precisamente por ahí.

En aquellos momentos, se había consolidado uno de los hechos más significativos en la historia del baile popular: el estilo “casino” y la llamada “rueda de casino”, una curiosa mezcla de sabrosura criolla y giros de rock and roll.

Ya la Sonora Matancera era sólo un recuerdo, pero el Conjunto Casino era imprescindible. Faz, Ribot y Espí cantaban (los tres en un solo micrófono, como exigía la época), y se podía ver fácilmente cómo viajaban los camaroneros, encendiendo estrellas en el litoral, y había que parar de bailar una, dos, tres veces según se parara la bola.

Chappotín, Lilí Martínez y Miguelito Cuní saborean el quimbombó que resbala, venden el saco de carbón a tres quilos, comen candela, y se salpican cuando el tiburón se baña.

La Orquesta América y la Aragón, habían trasladado a los ’60 el sonido charanguero. Abelardo Barroso, que ya entonces era una persona “mayor”, pegó a la Sensación. Dijo que era guajiro y que venía de Cunagua, pintaba a Matanzas confusa y las Cuevas de Bellamar, y nunca se cansó de pedirle a Macorina que le pusiera la mano aquí. En la Orquesta de Neno González, un cantante atormentado reclamaba dramáticamente a la amada no saber besar ni estrujarse en una boca –“porque eres cobarde” — , y concluía con un apoteósico marañón, que definitivamente le gustaba mucho más.

Desenfadado e informal, irreverente y maravilloso, el Beny cantaba a Santa Isabel de las Lajas, querida; a Cienfuegos, la ciudad que más le gustaba; a Santiago de Cuba, policromada estampa criolla que derretía el sol; a la Bahía del Manzanillo, donde pescaba la luna en el mar… tantos lugares inmortalizados por una sola voz, como la camarera que le servía un trago de ron y tomaba cerveza junto a su corazón…

El grupo Lulu Yonkori había dado la sopita en botella a todo el país, en el primer guaguancó grabado en disco (“El vive bien”, 1956).

Rumbavana nos descubría a Juan Formell cuando Van Van era sólo un proyecto y al Son de Adalberto, cuando todavía no se pensaba en Son 14.

Pello el Afrokán, hacía mover a toda la isla con el mozambique, un ritmo tan explosivo como efímero.

Al frente de Los Bocucos, un conjunto en el que Ibrahim Ferrer tocaba el güiro y hacía coros, Pacho Alonso no quería piedra en su camino. A él no le importaba que le dijeran feo, pero, como Faustino Oramas, estaba preocupado porque en Guayabero le querían dar.

La canción y el bolero

De todas partes nos llegaba alguna canción. De Francia, valía la pena el armenio-parisino Charles Aznavour, a pesar de algunas traducciones al español con kitsch de campeonato, y Jean Ferrat (a partir del éxito taquillero de “La vieja dama indigna”).

De Italia, estaban recién entrando las canciones de Sergio Endrigo, en sus originales y en versiones de Roberto Carlos o Dyango. Pero eran “convoyadas” con Rita Pavone (¡ay, aquella lamentable versión de “If I had a hammer” de Pete Seeger!), y con lo bueno y lo malo de las canciones que andaban en el entorno de los festivales de Sanremo.

De España nos llegaban, por supuesto, muchas más propuestas. De modo que al notable descubrimiento de Joan Manuel Serrat, había que sumarle Karina, Marisol, Rocío Durcal en su etapa española, Raphael, Nino Bravo, Juan y Junior… y todo lo que hoy suele llamarse “la década prodigiosa”, y que entonces le llamábamos “la música de Nocturno”

Esa misma música multiplicada nos llegaba de América Latina. Sería interminable la lista, y habría de todo como en botica. Pero habría que destacar a los Buckis, de México, y al argentino Leonardo Favio, quien quizás simplemente le regalara una rosa, a la que fue suya un verano, solamente un verano.

En Cuba, el temperamento de Lourdes Torres, recién salida de Los Modernistas, creaba un desafiante estilo feminista que ha permanecido por muchos años casi intacto en nuestra cancionística. Martha Strada rompía muchos esquemas interpretativos, y lograba hacer una versión de “La mamma” más dramática aún que el ya dramático original de Aznavour.

El bolero de los ’60 tenía sus héroes. Orlando Vallejo, dueño y señor de las victrolas. Orlando Contreras “la voz romántica de Cuba” al que nada lo colocó tan en la cima como “Un amigo mío”, el primer “Rashomon” bolerístico de la historia. José Tejedor, el maestro del bolero moruno. Ñico Membiela, que tuvo un éxito rotundo con lo que hoy se llamaría un “mashup” que unía el viejo bolerón mexicano “Contigo” con otro, llamado “Besos salvajes”, de confusa paternidad y texto de José Ángel Buesa, pero nada lo haría tan popular como aquel “Boxeo de amor”, un antecedente insólito de la canción erótica. Y, por supuesto, Lino Borges, su corazón hecho cristal y su irrepetible versión del clásico mexicano “Vida consentida”.

Hubo muchos cuartetos entonces. Pero habría dos llamados a brillar con luz muy especial.

Los Meme convirtieron en hits nacionales todos los temas de Meme Solís, y piezas tan distintas entre sí como “El torrente” y “Sans toi”, el hermoso tema compuesto por Michel Legrand para el film “Cleo de 5 a 7” (Agnes Varda, 1962).

En el otro extremo de la cuerda, cuatro jóvenes pobres y habaneros, conocedores de todas las vicisitudes de la vida mundanal, saltaron del barrio a la inmortalidad en poco más de dos años, con el nombre de Los Zafiros. Las muertes de Ignacio y Kike Morúa en plena juventud dejaron en todos una desconcertante sensación de vacío.

La música “americana”

Ya habían pasado los mejores momentos de Elvis Presley, y los éxitos de Bill Haley (con su guitarra, su buscanovio y sus Cometas) eran, cuando más, un eco que se iba perdiendo a la distancia. A decir verdad, ni James Brown, ni Janis Joplin y mucho menos Jimi Hendrix tuvieron gran impacto en el sonido que circulaba en las calles cubanas de los ’60. “Woodstock” era sólo una referencia para algunos entendidos. En su lugar, llegaba una música más “aséptica”, diseñada por la industria del entretenimiento, con talentos como Paul Anka (¡ah, aquel disco memorable, al que por acá se le llamaba “Los 15 de Paul Anka”, imprescindible en toda fiesta adolescente!).

También acreditable a Nocturno es la entrada de algunos clásicos de la música soul, los imprescindibles sonidos del silencio de Simon & Garfunkel, y el mítico cuarteto The Mamas and the Papas (“Monday, Monday”, “San Francisco”), que nos convocaron a otra manera de escuchar la música “americana”.

Todavía era raro escuchar a Bob Dylan o Joan Baez, y aún más a Leonard Cohen. Nadie había invitado a Lennon a sentarse en un parque habanero, y tener una placa de los Beatles era pasaporte seguro para ser invitado a todas las fiestas de los socios de la Universidad.

La era ya estaba pariendo un corazón, y ese año moría el hombre de ese siglo… allí. Pero esas canciones llegarían en el 68, poco después de que descubriéramos a Silvio, en uno de esos programas musicales de la televisión de entonces, contándonos su sueño de colgado y la sed de amor de una bruja amiga. Fue una sacudida. ¡Violenta!

La necesidad del “arte y la cultura de la Revolución”.

En las otras esferas, los años ’60 serían un verdadero torbellino de ideas: todo era puesto a prueba, todo era discutible, las verdades eran –cuando más– relativas, “ni César, ni burgués, ni Dios”.

Lunes de Revolución

Desde el propio periódico Revolución, órgano oficial del Movimiento 26 de Julio, y apenas unos meses después de aquel enero del 59, se comenzó a mover el pensamiento. Convertido ya hoy en una especie de mito, el sorpresivo suplemento cultural Lunes de Revolución podía darse el lujo de hablar desde una poética de vanguardia impensable sin una verdadera revolución del pensamiento. Virgilio Piñera, Antón Arrufat, Pablo Armando Fernández, Fayad Jamis, Ambrosio Fornet, Lisandro Otero, convocados por Cabrera Infante, como Goytosolo y Carlos Fuentes, eran el cotidiano, donde había también diseños de Raúl Martínez y Tony Évora, fotos de Korda y de Raúl Corrales, y los crípticos dibujos de Chago Armada, quien, para asombro de muchos de nosotros, había escrito la mayoría de las canciones del Quinteto Rebelde.

La Casa de las Américas

Muchas veces, las instituciones, como tantas otras invenciones humanas, se parecen a sus líderes. La Casa de las Américas fue fundada en el mismo 1959, y tuvo al frente, por más de veinte años, a Haydée Santamaría.

Poco a poco, comenzaron a llegar, desde todas partes, narradores y poetas, pintores y escultores, ceramistas, las más variadas gentes y oficios de teatro, sociólogos, historiadores, folkloristas y cantores que iban poblándola como una aldea mágica, donde podían coincidir, a la hora menos pensada del día menos pensado, digamos Julio Cortázar, Pete Seeger, Roberto Matta, Roque Dalton, Roy Brown, Argeliers León y Regis Debray.

Comenzó a ser una moda juvenil asistir a cuanto evento se produjera en la Casa. El Premio Literario Casa de las Américas era seguido como se siguen en otras latitudes las ceremonias de los Oscar y los Grammy.

Un buen día, la Casa convocó a un encuentro de la “canción protesta”, que tendría ecos impredecibles. La entonces joven (y siempre incansable) Estela Bravo tuvo a su cargo la organización de ese evento sin precedentes. En la propaganda del encuentro, apareció por primera vez la hermosa rosa sangrante diseñada por Alfredo Rostgaard, que sigue dando la vuelta al mundo como símbolo de la canción comprometida.

El Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC)

También en los primeros meses de 1959, se había creado el ICAIC.

Tan temprano como en 1962, ya habían aparecido más de un centenar de emisiones del Noticiero ICAIC Latinoamericano, verdaderos ejemplos del buen hacer; se había fundado la Cinemateca de Cuba con una impresionante programación, y protegiendo todos los fondos cinematográficos cubanos; habían sido publicados decenas de números de la revista Cine Cubano; habían aparecido también decenas de documentales con un lenguaje que prefiguraba toda una escuela cubana del género, de la cual podría hablarse con nombre propio, y que comenzaba a ser noticia en los grandes eventos cinematográficos, en los que abundaron, desde entonces, los premios y los reconocimientos.

El ejemplo total: Santiago Álvarez, una especie de ser de otra galaxia, que abrió fuego graneado hacia todas las direcciones. En ese año, llegó la magia irrepetible de “Por primera vez” (Octavio Cortázar, 1967). Definitivamente nos convencieron de que el documental tenía vida propia, y no sería ya, nunca más, el simple “complemento” de la “película” en los cines cubanos.

A Julio García Espinosa se deben, por lo menos, dos grandes largometrajes: “Cuba baila” (1960) y “Aventuras de Juan Quin Quin” (1968). A Manuel Octavio Gómez, “La salación” (1965) –un tema “atrevido” para la época– y “La primera carga al machete” (1969). A Humberto Solás, apenas dos títulos le valieron reconocimiento inmediato: “Manuela” (1967) y “Lucía” (1969).

Pero, sobre todo, ahí estaba Titón. Siete filmes en esa década, entre ellos tres de los más recordados de toda la historia del cine cubano: “Las doce sillas” (1962), “La muerte de un burócrata” (1966) y el clásico de clásicos “Memorias del subdesarrollo” (1968).

Como si esto fuera poco, el ICAIC había logrado un sub-producto extraordinario: la producción de carteles. Lo curioso es que aquel lenguaje rebuscado, siempre distante de la inmediatez ramplona de una buena parte de lo que aparecía como propaganda en otros sectores, era entendido por los más. El que no tuviera una buena colección de “afiches” del ICAIC colgado en sus paredes, no podía aspirar a mucho.

Es acreditable también al ICAIC, y a la paciencia y sabiduría de Alfredo Guevara, la creación del Grupo de Experimentación Sonora, verdadero laboratorio creativo en el que todo sería posible, y que dotó al cine cubano de una personalidad sonora única y reconocible.

Inventando cuanto había que inventar, abriendo una perspectiva inconmensurable, el ICAIC nos propuso ver el mejor cine del mundo en medio de polémicas que, en oportunidades, trascendieron el mundo cultural para adentrarse en los muchos vericuetos ideo-políticos que una revolución naciente va generando por su propia naturaleza.

Anita Ekberg, ebria, se movía, con su sueca sensualidad, dentro de la Fontana de Trevi en el mismo cine en que Monica Vitti tenía aquella mirada siempre perdida, Cybulski era tan intenso como James Dean, un niño inválido disparaba a una paloma blanca, Jana Projorenko llenaba de ternura los últimos días de un joven soldado devenido héroe por casualidad y Tatiana Samoilova miraba pasar las grullas bajo un cielo encapotado. Chrujai, Kalatosov, Fellini, Polanski, Truffau, Tony Richardson, Saura, Antonioni aseguraban llenos completos en cualquier cine incluyendo los llamados cines de barrio. Nada mal.

La literatura

Ya habíamos conocido a Ti Noel, el seguidor de Mackandal, y habíamos escuchado toda la Sinfonía Heroica en el Auditorium, metidos en la dolorosa persecución de “El acoso”. Así nos fuimos preparando para las complicadas aventuras mundanales del iluminado Victor Hughes, y sus escarceos amorosos con Sofía. Carpentier. El realismo mágico. Un arte superior.

El senador Gabriel Cedrón afirmaba: “El país avanza, señores. ¡Esa es la situación!”, y Lisandro Otero arrancaba su trilogía cubana con un premio Casa de las Américas.

Habían comenzado a llegar algunos libros “medulares”. Los hombres de aquel general llamado Panfilov, estuvieron muchos años literalmente “en primera línea”. El espíritu aventurero de toda una generación saltó de los aviones cazas que piloteaban los “Halcones negros” directo a la carretera que llevaba a Volokolansk.

Empezaron a ser como de la familia, todos los Buendía de “Cien años de soledad”, Aura y Felipe Montero, Pedro Páramo y Juan Preciado, el Jaguar y el Esclavo, la Maga y Rocamadour. Sabíamos, por Vallejo que hay golpes tan fuertes en la vida como del odio de Dios y que Walt Whitman se cantaba y se celebraba, con toda la razón de saberse un ser humano, pero sobre todo que Neruda podía escribir los versos más tristes esa noche, pero nos estaba pidiendo un minuto sonoro para la Sierra Maestra, y, que Juan Gelman reclamaba a gritos que se nos abriera la puerta de la historia para entrar con Fidel, con el Caballo.

Fayad Jamis había publicado “Los puentes”. Fue un descubrimiento. Todos anduvimos por París. Todos fuimos vagabundos de la ciudad, el otoño y el alba. Todos nos enamoramos de Kinnairam, la perseguida del cuento árabe para Mariannik. Pero a ese poemario accedimos sólo después de que ya habíamos quedado desarmados cuando leímos, por primera vez, los poemas simples y directos de “Por esta libertad” (Premio Casa de las Américas, 1962) y nos convencimos una vez más de que habría que darlo todo, hasta la sombra, si fuera necesario, por aquella libertad de canción bajo la lluvia.

Fernández Retamar, trataba de construir una escuela con las mismas manos de acariciarla (a ella, la eterna y desconocida musa de los poetas), se preguntaba si aquella voz de Beny Moré era ya la voz de nadie, y si en el futuro previsible habría bastón. “Con las mismas manos” (1962) fue el otro gran poemario de cabecera.

Ahí, al lado, teníamos a Jesús. Tipo del barrio, unía a su enorme talento y su necesidad de saber de todo, un notable carisma y unas extraordinarias dotes de comunicador. “¡Pendejo!”, decía el personaje. ¡En la primera página del libro! Como un mazazo. Algo tan inesperado como necesario. “¡Pendejo!”, dos veces más ¡en la misma página! Después vendrían uno tras otro, los diez relatos que conforman “Los años duros” (Premio Casa en 1966), la bengala, la clarinada que anunciaba el comienzo de una nueva literatura. Así lo sentíamos todos.

El Chino Heras había estado en Playa Girón y, en un pequeño libro de cuentos, dejó, mucho más que la épica de aquella gesta, algunas de nuestras vivencias definitivas, a propósito de seis jóvenes combatientes con sus seis nombres y sus seis circunstancias. El último se llama “Eduardo”, y narra la más profunda de sus tribulaciones: “Se acabó, la guerra ha terminado y estás vivo…”

Víctor inmortalizaba los ya inmortales restos de las Ruinas de Pompeya y bendecía los muslos feroces de Bárbara, dondequiera que estuvieran, por los mismos días en que Guillermo nos ofrecía una deliciosa receta de amor, que nunca incluyó el matrimonio.

El teatro

Sobreviviendo a su pasado reciente, ya Teatro Estudio se había asentado en el Hubert de Blanck, y ya habían logrado convencer a todos de que Fuenteovejuna fue quien mató al Comendador, que el teatro político no tenía que ser aburrido, y que el teatro cubano podía ser alimento de las grandes masas. “Contigo pan y cebolla” (Héctor Quintero) y más tarde “La noche de los asesinos” (José Triana) abarrotaban la sala y obligaban a repetirlas una y otra vez.

Sartre y Simone de Beauvoir asisten al reestreno de “Electra Garrigó”, Virgilio Piñera sigue, contando parte de su vida contradictoria en “Aire frío” y, en este mismo 1967, sus “Dos viejos pánicos” le darán el premio Casa de las Américas.

Camila no quiere que Ñico se vaya, lo “amarra”, lo persigue, pero algo está cambiando a su alrededor, y la lucha de lo que se prefigura como futuro contra ciertos atavismos ancestrales es inevitable. “Santa Camila de la Habana Vieja” (José Ramón Brene) se apodera de los escenarios, y entra en la televisión.

Estorino estrena “El robo del cochino”, “Las vacas gordas” y “La casa vieja”. Antón Arrufat recién estrena “Todos los domingos”, y prepara “Los siete contra Tebas”. Héctor Quintero vuelve con “El premio flaco”. Todo está listo para la entrada en escena de “María Antonia” (Eugenio Hernández), un clásico temprano del teatro cubano de la Revolución.

Nuevamente emprendedor y vanguardista, Vicente Revuelta encabeza la tropa que, bajo el nombre de Los Doce, ha comenzado el acercamiento a la técnica teatral de Grotowski.

En otro extremo, y buscando las razones para un teatro nuevo entre los montes de la Sierra del Escambray, en las pequeñas miserias y el heroísmo cotidiano, Sergio Corrieri y Gisela Hernández han comenzado a desplegar un movimiento que tendrá dimensiones extraordinarias.

Los viejos sueños de titiriteros recalcitrantemente activos comenzaban a hacerse realidad en medio del Vedado, en la parte más baja del edificio más alto de Cuba. Del ingenuo y cubanísimo “Pelusín del Monte” al muy atrevido y lorquiano “Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín”, el Teatro Nacional de Guiñol se sumaba a la poderosa ofensiva teatral.

Las artes plásticas

De muchas maneras llegaba el vigoroso legado de las vanguardias de la plástica cubana de décadas anteriores, pero nada nos sería tan cercano como el trazo fuerte y los azules intensos del mural de Amelia Peláez en la fachada del Habana Libre, paso obligado de la Universidad a La Rampa.

Los colores del carnaval, los que se posan sobre rostros perfectos de mujeres, los diablitos y otros santos populares, todos convulsionando en paisajes de una ciudad abigarrada en la que uno se reconoce y se extraña. Portocarrero había acaparado la visualidad del cotidiano habanero.

Cabrera Moreno, viaja de la pintura épica a la más delicada sensualidad expresionista.

Pero, sin dudas, el más popular es Raúl Martínez el gran gurú del pop nacional. Para eso, bastaban las secuencias y reiteraciones de imágenes de Martí, que luego extendería a otros héroes como el Che, Camilo y el propio Fidel.

Es también exactamente en este 1967 que el famoso Salón de Mayo del Museo de Arte Moderno de Francia decide tomar La Habana. El Pabellón Cuba crecía en todos los imaginarios posibles, las nuevas aceras de La Rampa se llenan de cuadros empotrados en su granito, que la gente evita pisar, mientras la música iconoclasta de Juan Blanco intenta acompañar aquella instalación permanente.

Algunas publicaciones

Una buena cantidad de publicaciones llenan las librerías y los estanquillos. Es imposible buscar tanto en la memoria. Konstantinov, Roger Garaudy, Sánchez Vázquez, Louis Althusser, el Che, Adam Schaft, Galeano, Regis Debray, Bertrand Russel, la teología de la liberación, Franz Fanon…

Tan cercano El Caimán Barbudo… tan lejana Teoría y Práctica.

¿Yo?

Febrero de 1967. ¡TODO ESO! está pasando por estas calles. A la velocidad de la luz. Y sólo hemos vivido ocho años de Revolución.

Un año antes, caminando desde la parada de la 37, llegué por primera vez al Departamento de Filosofía, con mi camisa gris de trabajo y mis botas rusas… todo tan a la moda.

¿Cómo es que llegué a escribir en un libro de texto para la Universidad? ¿Cómo pude batirme de tú por tú con Michel Guttelman? ¿Cómo redacté una parte del “folletón” sobre política económica? ¿Quién me dijo que yo podía inventar ese primer curso de Estética en la ENA? ¿Qué hago sentado en la oficina de los asesores del Presidente del ICRT? ¿Cómo llegué a compilar con Eugenio ese volumen trascendente de la revista Referencias en que por primera vez estarían juntos Teodoro Adorno, Umberto Eco, Gunther Anders y Armand y Michelle Mattelard, y una docena más de especialistas, para hablar de medios de comunicación masiva y de industrias culturales? ¿Cómo he podido prologar este tremendo volumen? ¿Cómo la Antología de Manuel Sacristán sobre la obra de Gramsci, o la edición cubana de “Eros y Civilización” de Marcuse?

No sé. No me lo creo.

Pero recuerdo bien cuando hojeé las páginas del primer número de Pensamiento Crítico, cuando sentí aquel olor de tinta fresca que era como los zapatos nuevos de mi infancia. Tenía entonces 24 años.

Recuerdo también la portada amarilla y violeta del número 41.

Parece que todo me pasó entre los 24 y los 27.

Hoy es febrero de 2017. Gracias a mis errores como filósofo, he conocido una buena parte del mundo, algunos de sus mejores y más famosos escenarios y estaciones de televisión, mucha gente me reconoce en las calles, me saludan al pasar, y siento que me quieren, tengo una excelente relación personal con Leo Brouwer y Frank Fernández, con Vicente Feliú y Adrián Berazaín, con Elito Revé y con los dos Alexander (el de Habana de Primera y el de Gente de Zona).

Pero sigo teniendo un extraño sentido de pertenencia. Ante cada reto intelectual, me pregunto qué pensarán Fernando, Aurelio, qué pensará Pedro Pablo, mi compañero de la CJC, qué habrían pensado el gordo Hugo o mi hermano Angelito.

No sé dónde se reúnen ahora los muchachos como Alejandro Gumá, a quien debo la gentileza de haberme invitado al coloquio y a decir algunas de estas cosas. Donde quiera que sea, y a pesar de todo… ¡espero que haya 35 sabores!

La Tizza, 24 de abril de 2017

Natasha Gómez Velázquez

De la revista PC y el primer Departamento de Filosofía: su historia en mí

Cuando era estudiante, entre los años 1983 y 1988, frecuentaba las Librerías de libros viejos. Mis preferidas eran la Científica de la calle I y la Anteneo Cervantes, que estaba frente a la Moderna Poesía. En el viaje de regreso a mi pueblo siempre llevaba tres o cuatro volúmenes y algún número de una revista de cuyo nombre ya tenía noticias, pues había heredado un librero con algunos ejemplares. Ahí tenía para leer, estudiar y anotar algunos meses. No sé bien por qué, pero consideraba entonces aquellas lecturas muy importantes. ¿Dónde pude haber escuchado nombres como los de Sartre, Gramsci, Debray, Levy Strauss, Luxemburgo, Weber? Quizás fue intuición, pero estoy casi segura que María del Pilar Díaz Castañón de vez en vez mencionaba a Althusser; y Joaquín Santana, nombraba a veces a un húngaro llamado Lukacs.

Yo estudiaba Filosofía Marxista-leninista, carrera que se había establecido desde 1976, cinco años después del “cierre” del primer Departamento de Filosofía y de Pensamiento Crítico. Como indicaba el nombre de la carrera, esta solo incluía en el currículum esa específica interpretación del marxismo. Tal reduccionismo, había dejado también atrás las consideraciones racionales y empáticas respecto al marxismo latinoamericano, su historia y praxis guerrillera, que antes encontraran lugar preferente en las páginas de aquella revista cuyos ejemplares iban creciendo en mi librero.

No obstante, sería muy injusta si no reconociera que algunos excelentes profesores hicieron a mi generación aprender, interrogar y filosofar a partir de la bibliografía disponible en los 80. Y, ¡hay que decirlo!, difícilmente generaciones posteriores (no digo anteriores) hayan conseguido un dominio temático –por obra y página– de lo escrito por Marx, Engels, y Lenin, como el que nosotros tuvimos. Eso fue resultado de lecturas exigidas desde todas las asignaturas durante los cinco años de estudio, y obedeció no solo a cuestiones académicas sino también a circunstancias políticas.

Ese amor a la sabiduría que descubrí en la Facultad era el que me conducía en los 80 a aquellas librerías que vendían volúmenes viejos y extraños. Pero los estudiaba de manera literaria, pues no disponía de referencia contextual alguna –sencillamente, no había cómo obtenerla, ni sabía si existía– que me permitiera comprender críticamente su significado.

Sí me había percatado de que casi todos los textos de mi preferencia llevaban el sello R y que definitivamente me interesaba seguir la revista llamada: Pensamiento Crítico, todo fechado –curiosamente– entre 1966/67 y 1971. Ese fue, aún sin saberlo, mi primer contacto y afinidad con el primer Departamento de Filosofía.

Hoy se encuentran esos, mis queridos libros R y la Revista Pensamiento Crítico, en la primera fila de mi librero. Están garabateados con estilo personal, y su status sigue siendo de permanente consulta y estudio. El aprecio tan particular que les tengo, obedece a que me abrieron horizontes de conocimiento –especialmente sobre marxismo– cuando no había otras alternativas. Quizás también por eso, me creo versada en la obra de algunos de esos ilustres, pues estuve años releyéndolos. De todas formas, sus proposiciones teóricas solo adquirieron real significado para mí, mucho más tarde en los años 90, cuando logré acceder a otras lecturas que me permitieron situar a aquellos sobrevivientes textos en el mapa general de la tradición marxista (o del pensamiento social), y especialmente en el mapa de la trayectoria reciente del marxismo y su enseñanza en Cuba.

No recuerdo haber identificado en los 80 el interés por esos libros y ejemplares de Pensamiento Crítico en alguno de mis compañeros de estudio, aunque es posible que existiera. Nunca salieron esas lecturas en clase ni en las conversaciones de los históricos bancos y muros de la Facultad.

Sin embargo, no puedo decir que siendo estudiante mi interés se dirigiera a forzar los límites que por entonces conformaban la norma de las lecturas legítimas. Se trataba simplemente de saber más. No había intención desafiante, pues creía vivir en un universo unitario, homogéneo, y coherente de marxismo. Y es que mi generación tuvo una formación marxista unilateral, que solo ha salvado la motivación individual de saber de cada quien. Y no me refiero precisamente a la “autosuperación”, sino a la capacidad personal para generar un cambio de paradigma; comprehender lo hasta entonces ajeno; y recomponer la totalidad discursiva y factual.

Solo a mitad de los 90 descubrí que en la primera década de Revolución, al menos en la Universidad de La Habana, jóvenes profesores habían estudiado –entre otras cosas– una buena parte de todo el marxismo existente hasta ese momento. Pensamiento Crítico, los otros programas editoriales y docentes, los documentos recuperados (otros aún permanecen guardados), y el gran patrimonio intangible del antiguo Departamento eran la prueba.

Precisamente fue en los 90, después de la caída del socialismo en la URSS y la interrogación de su marxismo, que se ganó un espacio en distintas universidades para comenzar a investigar, de manera documental, el pasado del proceso de masificación e institucionalización de esa teoría en Cuba (y también de la historia real de la teoría y experiencias socialistas). Esos acontecimientos generaron (de manera muy localizada) cierta conciencia crítica –en calidad de motivación exclusivamente personal, y nunca a nivel institucional– sobre lo que era y había sido el marxismo corriente en nuestro país. Fue entonces que se comenzó a reconstruir la historia del primer Departamento de Filosofía y su Pensamiento Crítico. Comprendí entonces cuál fue la voluntad de saber que animó aquellas páginas, que yo leía en mi época de estudiante y que, fuera de su génesis –y hasta el sol de hoy– no encajan en ninguna otra parte.

Todas estas investigaciones –especialmente lo relativo a Pensamiento Crítico– empezaron a adquirir legitimidad como tema científico en los primerísimos años de este siglo, pero tuvieron entonces fuerte resistencia real y simbólica. Esta provenía –y proviene– de una mezcla entre historia de vida, dogmatismo, e ignorancia. Actualmente se han publicado numerosos ensayos, artículos, libros y entrevistas al respecto. Y de distintas formas el asunto ha entrado a la docencia de pre y postgrado. Los principales protagonistas de los ya históricos proyectos surgidos en aquel Departamento de Filosofía han sido reconocidos justamente con Premios Nacionales.

En el año 95 empecé a estudiar el origen de esa historia relativa al marxismo, su enseñanza, difusión, sus polémicas de los 60. Fueron años de lecturas en Bibliotecas (tengo un gran número de resúmenes manuscritos, como los monjes del medioevo) y entrevistas, cuando no había transporte en La Habana y tenía cinco grupos de clase en la Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría (CUJAE). Defendí (en sentido literal) mi tesis doctoral a mitad del 2001 –que malgasta páginas solo en intentar hacer aceptable lo que era necesario decir–, legitimando el tema en el medio científico de la academia. Eso sí, con todos los votos en contra que se puedan tener y una advertencia de que los resultados no podían ser publicados. Durante aquella investigación se me develaron muchos misterios relativos al primer Departamento de Filosofía, y a un susurro denominado Pensamiento Crítico.

La Facultad comenzaba a cambiar en los 90. Proyectos intelectuales abrieron un intercambio con Universidades extranjeras, que proporcionaron ¡cajas de valiosos libros! Por entonces algunos profesores ampliaron –con emoción y angustia– la interpretación del marxismo, el socialismo, y el pensamiento filosófico que se llevaba a las aulas y a las defensas de doctorado (no siempre con éxito, ante la poderosa indisposición al cambio), pero eran tiempos duros. Tanto fue así que en algún momento la matrícula de estudiantes de Filosofía Marxista-leninista disminuyó hasta llegar a la cifra de uno.

Sin embargo, hubo noticias comenzando los 90: ¡reabría Sociología! La carrera fue cerrada en 1976 por considerarse entonces que el “Materialismo Histórico” –paradójicamente, en su definición más estéril– era omnicomprensivo respecto a los procesos sociales. Los estudios de la especialidad de Filosofía se transformaban. Se eliminaron algunos nombres de disciplinas, especialidades, así como sus contenidos y puntos de vista que obedecían a la versión vulgar del marxismo que había sido hegemónica por largos años.

Los estudiantes de la especialidad en la Universidad de La Habana hoy –y quizás en las Universidad de Las Villas y Santiago de Cuba–, tienen como un hecho natural el estudio de la obra de importantes teóricos y militantes de la tradición marxista y de la filosofía contemporánea, así como la formación desde el marxismo crítico y para su ejercicio. Algo que de lo que no dispuso mi generación, ni las que estudiaron entre los años 70 y mitad de los 90. Toda esa escalada de graduados tiene una deuda de lecturas inmensa. Esa deuda incluye el marxismo guerrillero latinoamericano y tercermundista, y el pensamiento de los grandes marxistas de la historia de Cuba, todo lo cual llenaba las páginas de Pensamiento Crítico, y evidentemente, ocupaba el tiempo, y la vida de quienes lo concebían, allá por los 60. La falta de lecturas de generaciones posteriores solo ha sido saldada por una minoría a través del esfuerzo individual de una vida, por medio de soliloquios –ante la ausencia de vida científica apropiada–, del encuentro fortuito con algunos ejemplares de Pensamiento Crítico y Ediciones R. Y también por otras vías, cuando fue posible empezando este siglo. En cambio, los estudiantes de ahora, tienen un mundo de textos digitales a su disposición, que ojalá sea aprovechado y convertido en saber, siempre político, tal y como hubiéramos ansiado nosotros entonces. Esto se acompaña de una presentación docente que está en condiciones de abrir posibilidades hermenéuticas múltiples para su asimilación.

Hoy escucho a mis estudiantes discutir sobre Luxemburgo y Trotsky en clase; permitirse enfoques críticos; leer polémicas históricas enteras, es decir, no reducidas a la exposición y valoración crítica de una sola parte. Después hablarán de Marcuse, Habermas, Benjamin, Anderson y sus clasificaciones. En otras materias leen a Deleuze, Foucault, Vattimo. Pero ellos no saben que eso se ha logrado con mucho esfuerzo y pasión de profesores de algunas generaciones –empezando por la primera–, y no como un simple resultado de la actualización de los Planes de Estudio o desarrollo lógico del conocimiento y la investigación.

Sin embargo, las investigaciones genealógicas de años recientes –iniciadas en los 90– sobre la trayectoria del marxismo institucional en Cuba y sus conflictos en la década del 60, no han logrado un replanteo fundamental de la teoría, una reconstrucción personal y colectiva de los conceptos y su historia, o una consciencia crítica generalizada sobre el marxismo corriente. No han promovido la pasión por volver con ojos propios a Marx y a todo el marxismo clásico de fines del XIX e inicios del XX que ha sido omitido, y a los más contemporáneos aún, que integran el marxismo a discursos académicos o praxis políticas de izquierda en Cuba, Latinoamérica y el mundo. Algo que ya hacían los profesores y editores de Pensamiento Crítico en la década de los 60.

Me gustaría decir que a esta altura del calendario hemos logrado conectarnos con la heterogénea voluntad de saber del primer Departamento de Filosofía, que se concretó en aquel Pensamiento siempre Crítico; que la internet –aunque limitada– y los libros digitales han logrado consumar la ambición de entonces, que no era propiamente docente o intelectual, sino más bien político-revolucionaria. Y lo más importante, ese proyecto ha inspirado siempre la “pasión imprudente del saber”. Deberíamos recordar eso cuando leamos –¡ahora se puede!– una buena parte del todo.

La Tizza, 10 de mayo de 2017

Frank Josué Solar Cabrales

Pensamiento Crítico en la transición socialista

La distancia que nos separa hoy de la salida del primer número de Pensamiento Crítico es exactamente la misma que mediaba entre esa aventura intelectual y revolucionaria y la Revolución de Octubre: medio siglo. La coincidencia en este caso no se limita solo al azar temporal.

La Revolución Rusa y la Cubana desataron la energía creadora de las masas, que por primera vez se sintieron dueñas de todo y se apropiaron de todo; propiciaron un ambiente de debate libre y abierto entre revolucionarios, impulsaron una ola de luchas revolucionarias en todo el mundo, que apoyaron con todas sus fuerzas, y ambas confiaron su destino al éxito de esas contiendas. De igual modo el resultado desfavorable de la lucha de clases a nivel internacional produjo, aunque con diferencias enormes de grado y calidad en cada caso, retrocesos y recortes en sus proyectos revolucionarios.

En los años finales de la URSS las corrientes revolucionarias que pretendían la defensa y profundización del socialismo reclamaban una vuelta a Lenin y los bolcheviques para encontrar allí sustento a sus posiciones. Nosotros hoy, ante el descalabro del modelo burocrático de socialismo que se ensayó en la Unión Soviética y la Europa del Este, y ante los peligros reales de restauración capitalista que nos amenazan, podemos encontrar la alternativa en nuestra propia historia, en los aportes originales de nuestra suerte de “bolchevismo” cubano de la primera década de poder revolucionario, del cual formó parte, por derecho propio, Pensamiento Crítico, y del cual fueron principales exponentes el Che y Fidel. A esa fuente original acudió Fidel en otra coyuntura vital para la Revolución Cubana, cuando en los años 80 se inició el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas.

Pensamiento Crítico fue una hija intelectual de su tiempo y de la Revolución, nacida de la necesidad de formación teórica que era sentida entonces como una urgencia. En contraste con el empobrecimiento del pensamiento social que vino después, la revista exhibía una amplia diversidad y pluralidad en la publicación del pensamiento de izquierda mundial. Su único criterio de selección era la calidad y el rigor intelectual. En sus páginas encontraron espacio los principales exponentes del pensamiento revolucionario universal, incluso escuelas, tesis y teorías opuestas a las posiciones que mantenía el equipo de redacción de la revista. Era parte de la libertad de pensar que la Revolución inauguraba, de ese lee y no cree expresado como principio, de esa democratización del conocimiento y del acceso a la cultura que inauguró la Revolución Cubana. Ella reflejó los grandes temas que eran ejes transversales a todas las investigaciones sociales de la época: la Revolución, las luchas de liberación nacional y las resistencias populares, las estructuras económicas y de dominación, la teoría del socialismo.

Como se cerró en 1971, Pensamiento Crítico solo puede estar relacionada con lo más creativo y liberador de la Revolución Cubana, y no con los errores y grisuras que vinieron después, es decir, con la parte de la Revolución que no es la Revolución. Hoy, a cinco décadas, Pensamiento Crítico no se cansa de servir, y sus escasos e intensos cinco años de existencia siguen siendo una herramienta útil para el avance de las liberaciones y el socialismo en Cuba. Claro, para que su recuperación nos sea verdaderamente valiosa, deberá ser creadora, no una copia mecánica.

Hoy casi nadie habla de la transición socialista, a algunos le parece un concepto viejo y anticuado, pero es indispensable para nuestro proyecto que se rescate del olvido y sean retomados los debates sobre ella. Urge recuperarlo por su utilidad política, teórica y metodológica. El establecimiento del comunismo como principal meta a alcanzar no tiene solo la función del horizonte utópico que sirve para avanzar, sino que provee el referente ideal con el cual contrastar nuestras prácticas y realidades cotidianas durante la transición.

El socialismo, más que un estado, un modelo o un momento determinado, un modo de producción específico, es un período de transición, un movimiento, un proceso. Más que un lugar de llegada es un camino. Visto de esta manera, que es la de los clásicos, el socialismo es el período de construcción del comunismo, y su objetivo fundamental sería hacer avanzar el modo de vida comunista sobre el capitalista. Esa era la concepción que sustentaba la posición radical de los revolucionarios cubanos en los 60 cuando hablaban de la construcción paralela del socialismo y el comunismo.

Con los criterios de sostenibilidad de tecnócratas y capitalistas no hubiera sido posible la Revolución y sus conquistas. Para una estrecha visión economicista no será nunca sostenible la conquista de toda la justicia, la garantía de una vida digna para todas las personas. Eso será solo sueño de locos o fanáticos. El desarrollo social alcanzado por los cubanos en tantos órdenes de la vida en estos casi 60 años está al nivel del mundo capitalista desarrollado, muy por encima de sus condiciones materiales de reproducción. Él hubiera estado fuera de lo posible, de lo sostenible, de lo que podía ser alcanzado por esta pequeña islita si en ella no se hubiera producido una Revolución Socialista que derribara todos los límites de posibilidad y racionalidad que la realidad parecía imponerle.

El mercado y las categorías económicas del capitalismo no sirven para construir el socialismo. Deben entenderse como un mal necesario que deberá tolerarse por un período transicional, pero precisamente uno de los datos del avance del socialismo en la transición socialista es su paulatina reducción. Si existe la imperiosa necesidad de generalizarlos y extenderlos, obligados por circunstancias adversas, debemos entenderlo y explicarlo como un retroceso, como lo hizo Lenin cuando aplicó la Nueva Política Económica (NEP), y nunca, en ningún sentido, como un paso de avance en dirección al comunismo. Es decir, el mercado y los mecanismos capitalistas de producción pueden ser utilizados coyunturalmente, para sobrevivir y recuperarnos, pero no para generar la riqueza y la base material indispensables al socialismo, porque ellos solo pueden conducir al capitalismo.

Todo esto parte de un equívoco bastante extendido, que se ve constantemente reforzado desde el sentido común: el socialismo es muy justo, una maravilla en cuanto a la garantía de derechos sociales y culturales, pero un desastre económico, es ineficiente y no crea riqueza, no incentiva la producción ni el desarrollo. Por tanto, la solución parece bastante clara: combinemos lo mejor de ambos sistemas, utilicemos los mecanismos y categorías del capitalismo, ya probados en su eficiencia, para producir la riqueza, y el modelo político y social del socialismo para distribuirla de la manera más justa posible, sobre todo para asistir a los más desamparados. El viejo sueño, siempre incumplido por su absoluta desconexión de la realidad, del reformismo socialdemócrata. El pragmatismo chino lo sintetizaba ejemplarmente en una frase: “No importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”.

Lo de menos es el color del gato. Por supuesto que al socialismo le interesa que el gato cace ratones, mientras más mejor, pero tanto como eso también le importa cómo los caza. O sea, si entendemos que el socialismo no puede ser un mero sistema de distribución, más o menos justa, de la riqueza, sino la creación de una nueva cultura, de nuevas relaciones sociales, de seres humanos nuevos, junto con la creación de una base material indispensable para la satisfacción de las necesidades de las personas, entonces no nos sirve cualquier tipo de desarrollo económico, sobre todo si es uno basado en la explotación del trabajo ajeno, en la potenciación del egoísmo, de la desigualdad, de la pobreza. No se pueden naturalizar la miseria y las inequidades.

El crecimiento económico necesario al socialismo debe lograrse por medios socialistas, no con las herramientas melladas del capitalismo. Ni siquiera se trata de que la creación de la llamada base material del socialismo y la creación del hombre nuevo sean dos procesos paralelos, que deben darse al unísono, o sea, por un lado socialismo económico y por el otro moral comunista. Porque, como ha dicho el Che, en realidad son un mismo proceso.

Imposibilitados de usar los viejos látigos del capitalismo si de verdad queremos alcanzar objetivos trascendentes de emancipación, el único modo que tenemos de aumentar la productividad y la eficiencia, de generar crecimiento económico por medios socialistas, es a través de la conciencia, de la educación, de la formación de nuevos hombres y mujeres, y de nuevas relaciones sociales de producción entre ellos. En este sentido, el control real de los trabajadores sobre la política y la economía, no es un adorno o un lujo, sino una necesidad vital de la transición, su modo de existencia, y la principal forma que tiene para desarrollar las fuerzas productivas en un sentido socialista.

Comprender el período de transición como un proceso de tensión entre lo viejo que se niega a desaparecer y lo nuevo que no termina de nacer no significa que debemos aceptar esas contradicciones como normales y tolerables. Debemos identificarlas y conocerlas bien pero para resolverlas en un modo favorable al socialismo. Es decir, nuestra función no puede ser la de velar por la buena salud del viejo orden capitalista, sino la de ser parteros, y trabajar con todas nuestras fuerzas para ayudar a la Era en el doloroso parto del corazón de un nuevo mundo de justicia.

El marxismo revolucionario, además de guía para la acción y la transformación de la sociedad, no puede ser solo una herramienta de análisis para comprender el funcionamiento del capitalismo, tiene que servir también para la disección rigurosa y honesta de la sociedad de transición socialista, dar cuenta de sus tendencias y contradicciones, evaluar sus avances y retrocesos, prefigurar su desarrollo. En caso contrario dejaría de ser un instrumento para la liberación y se convertiría únicamente en una teoría justificativa y legitimadora del poder de grupos.

La crítica de izquierda, al menos una digna de tal nombre, no es peligrosa para la Revolución, sino para la burocracia. Crítica de izquierda fue la que hizo el Che cuando advirtió sobre los peligros que se cernían sobre la construcción socialista y sobre las posibilidades de regreso al capitalismo en la URSS, la que hizo Fidel de forma constante a lo largo de toda la revolución, como cuando el 17 de noviembre de 2005 arremetió contra los corruptos y los nuevos ricos, la que sigue haciendo Raúl cuando alerta de la necesidad de una ideología anticapitalista y antimperialista, de no perder la sensibilidad ante los problemas que afectan al pueblo, y a las presentes y futuras generaciones de dirigentes de mantener siempre la perspectiva de que esta es una Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes.

Hoy esa crítica de izquierda es más necesaria que nunca, para evitar una restauración capitalista en Cuba. La unidad de los revolucionarios es condición sine qua non para defender la Revolución de los ataques imperialistas y de la derecha, y profundizarla, pero su uso por parte de la burocracia pudiera servir para defender intereses espurios y grupales, que en última instancia pondrían en peligro la Revolución, y prepararían su derrota y entrega, sin la posibilidad de un rechazo fuerte. No se pueden olvidar las lecciones de la Historia.

La acusación de una burocracia corrupta, usurpadora del poder, a revolucionarios de izquierda, de atentar contra la unidad, y por tal razón, de hacerle el juego al enemigo y perseguir sus mismos objetivos llevó al asesinato y al destierro a miles de comunistas en la antigua Unión Soviética, consumó la contrarrevolución burocrática que exterminó la generación de bolcheviques que hizo la revolución junto con Lenin y desembocó a la larga en la restauración capitalista. La misma burocracia que acusó a los revolucionarios de socavar la unidad del pueblo se reconvirtió en una nueva clase capitalista, sin que una numerosa militancia comunista, acostumbrada a obedecer sin crítica las orientaciones superiores para no afectar la unidad, pudiera hacer nada por impedirlo.

Como demuestran las experiencias socialistas del siglo XX, la unidad es imprescindible para defender la Revolución, pero por sí sola será insuficiente para profundizarla, que es el único modo de evitar su derrota. Ella deberá ir acompañada de un control popular sobre la burocracia, es decir, de un efectivo ejercicio de poder popular, y de un activo, propositivo y comprometido pensamiento crítico de izquierda.

¿Qué tipo de socialismo? Al decir de Francois Houtart, ni el que da risa, el socialdemócrata, ni el que da miedo, el estalinista. Por supuesto que buena parte de los regímenes que ocuparon el nombre del socialismo en el siglo XX no tenían nada que ver en realidad con él. Confundir el modelo estalinista, que con diferencias de grados y matices se extendió a otras latitudes, con el socialismo, es como confundir a la Inquisición con el cristianismo primitivo, revolucionario, colectivista y ligado a las entrañas populares. El socialismo al que aspiramos, aquí y en todo el mundo, es uno de libertad, igualdad y desarrollo pleno, que apunte a una sociedad de trabajadores libres asociados, donde el libre desenvolvimiento de cada uno sea la condición para el libre desenvolvimiento de todos, donde el poder y la propiedad pertenezcan a todos. Un mundo nuevo, sin César ni burgués. Un revolucionario no puede conformarse con menos.

La Tizza, 19 de mayo de 2017

Josué Veloz Serrade

Ideología y cultura en Pensamiento Crítico: apuntes para hoy…

Quiero comenzar mi ponencia enunciando dos situaciones actuales donde se pueden ver expresadas las categorías “ideología” y “cultura”, tan atrapables como difíciles de sostener a través de dos problemáticas.

En la primera situación un analista de temas políticos refiere que el éxito de Trump se debe a que –como promueven ciertos medios y análisis– este es un outsider, no pertenece al sistema, y no padece la ideología dominante. Según esta perspectiva la condición de carecer, aparentemente, de una ideología definida es una de las razones de su éxito.

La segunda: en un centro nocturno de la ciudad cientos de jóvenes cantan una canción a coro y la música parece conocida. Escuchamos con detenimiento y percibimos que son los acordes del himno de la alfabetización, ahora mezclados con un reggaetón de dos cantantes cubanos: Yomil y el Dany. Nos sorprende que ahí donde decía: ¡somos la vanguardia de la Revolución! Dice ahora: ¡somos la vanguardia del fucking reggaetón!

Por tal operación de mercado aquella canción de cientos de miles de jóvenes que salieron a enseñar cómo leer y escribir a millones de cubanos ha sido convertida en un fetiche musical de una sociedad que niega totalmente a la construida a sangre y fuego por más de 50 años.

Una situación pareciera del orden ideológico y la otra del orden de la cultura si uno se atiene a las peligrosas bisagras que componen el sentido común. Pero bien miradas, traducen la dificultad de definir fronteras entre una y otra: ¿dónde ideología?, ¿dónde cultura?

Antes del triunfo de la Revolución había ideología y cultura; después del triunfo de la Revolución –y con el objetivo trascendente de iniciar transiciones socialistas– ambas categorías dejan de ser funciones de la dominación burguesa para convertirse en factores claves de la liberación nacional y la creación de una sociedad de nuevo tipo: en una Revolución todo tiene que convertirse en ideológico-cultural.

Ambas, la ideología y la cultura, se convierten en campos de disputa decisivos para el futuro del proyecto y tienen sus propias determinaciones; el no tratamiento adecuado de estas determinaciones puede tener consecuencias definitivas para la transición socialista en un sentido o en otro.

Tomando en cuenta la enorme cantidad de artículos y líneas de análisis desarrolladas por tantos autores de diversas tendencias dentro del campo revolucionario presentes en la revista Pensamiento Crítico, he preferido abordar 8 problemas que a mi juicio fueron desplegados en la revista en torno a las categorías de ideología y cultura.

Pero no las he tomado por separado sino que he delimitado una zona borde –que pudiéramos nombrar de fenómenos ideológico-culturales–, donde queda claro más bien velado lo uno y lo otro. El otro criterio que seguí para seleccionarlos fue el hecho de que guardaran cierta vigencia para la Cuba de hoy y para los desafíos del proyecto socialista de la Revolución Cubana.

Como puede intuirse de las situaciones planteadas en el inicio, la ideología y la cultura de las que se trata son las que muestran distorsiones, la presencia de conflictos. La autoimagen que generan estas situaciones proyecta de manera velada la ideología que se posee. Una confusión que trae serias dificultades traducibles en prácticas políticas distorsionadas. Ello se produce cuando no se distinguen los contenidos de lo ideológico-cultural de sus modos de producción. Un sistema ideológico-cultural no se reduce a los mensajes, textos, o discursos trasmitidos; sino que se sostiene en las condiciones de producción de esos mensajes. Más que preguntarnos por los contenidos expresados en ambas situaciones, debiéramos indagar en las condiciones de producción de ambos: contenidos o textos.

Cuando esta distinción no se hace, con frecuencia las medidas administrativas actúan sobre el contenido de los mensajes y no sobre sus condiciones de producción. Es decir, se prohíbe escuchar determinada música, se decide que deben ser otros los análisis. Por ello los problemas aquí identificados se van a referir a los modos de producción de ambas instancias, y no a sus contenidos. Ello no significa que estos no sean importantes, pero los contenidos son las cortinas que se extienden sobre los procesos ideológico-culturales dominantes y deben ser corridas para observar ¨al dinosaurio que puede estar aún ahí¨.

Esa es una de las subversiones de Pensamiento Crítico: abordar las condiciones de producción de la ideología y la cultura dominantes de carácter burgués pero que no aparecen con la claridad que le gustaría al censor: el mismo censor es una de sus múltiples expresiones.

Hechas estas aclaraciones comenzaré enunciando los problemas:

1. La problemática del Estado en la Revolución: Las cuestiones del poder y las masas, la necesidad de un poder fuerte y de contenido popular y que al mismo tiempo se plantee su disolución –no como desaparición– sino en cuanto transformación hacia uno cada vez más popular. Al mismo tiempo el ejercicio masivo de la opinión y la construcción de redes de actores sociales cada vez más diversos. El estado cubano es además el resultado de una lucha profunda, la institucionalización de derechos conquistados a sangre y fuego. Contra él se vuelven inservibles las críticas usadas con los regímenes llamados totalitarios. Muchas veces al criticarse la concentración del poder se obvia no solo el contexto en que esa concentración de poder se produjo, sino la importancia de que el estado tenga una amplia extensión social. Por otro lado, cuando se asumen críticas basadas en teorías que promueven una sociedad civil autónoma o independiente, no se percibe el peligro de consolidar una visión de supuesta externalidad del estado. Esta última visión pudiera conducir a la práctica de un estado pequeño que no se mezcla en los problemas cotidianos ni toma partido frente a las relaciones de mercado que entran cada vez más, y que pudieran volverse hegemónicas.

2. Un segundo problema es el de los liderazgos: Estos son el resultado de la lucha y de los sacrificios; no se establecen de manera natural. Se producen en los aciertos y desaciertos, en los compromisos que se asumen hasta sus últimas consecuencias. Los liderazgos –sobre todo en el presente– tienen que conducirse a través de procesos cada vez más colectivos. Cada uno por separado no puede ser Fidel, pero todos sí podemos. Es decir, todos juntos lo podemos sustituir a él y a esa generación tremenda.

3. El problema de la liberación nacional: En el socialismo no se puede conducir de manera mínimamente acertada la transición sin tomar en cuenta esta dimensión del proyecto. La liberación nacional es un objetivo trascendente que implica no solo las luchas contras las sujeciones formales sino contra todas las formas de dependencia: el colonialismo no cede si no es con la cuchilla al cuello, al decir de Fanon. Como no solo se trata de la liberación en términos formales, se hace necesaria la identificación de sus retrocesos en cada aspecto del orden social: desde cómo se da en las relaciones con los capitales foráneos y su cuota de poder sobre decisiones que inciden en las políticas del país, hasta la promoción institucional de una cultura extranjerizante ajena a la cultura nacional del proyecto socialista cubano.

4. El problema de la transición socialista: La ideología socialista no es el resultado de la asunción de un vocabulario socialista sino de prácticas que traducen un modo de producción socialista de ideología. Las relaciones de tipo capitalista, donde existe la apropiación privada del trabajo ajeno, conducen a procesos de acumulación capitalista que no tienen que ver solo con la acumulación de riqueza material sino de acumulaciones culturales que después se traducen en valores que comienzan a hacerse hegemónicos. No se puede decir en abstracto que se promueve la honestidad, la solidaridad, el respeto al otro, cuando prácticas que se pueden hacer cada vez más patentes en la sociedad actual establecen de manera inevitable otros valores. No existe además algo como las relaciones armónicas entre las formas de propiedad privada, o sea: capitalistas, y las formas de propiedad socialista. Existen antagonismos irreductibles, que sería conveniente que conociéramos de antemano. Cuando tenemos eso claro podemos enfrentar mejor las ineludibles relaciones con el mercado y sus posibles consecuencias. A su vez, se hace necesario cuestionar una visión que entiende que lo estatal es sinónimo de socialista cuando lo que es socialista es el tipo de relación que se promueve. Si hay procesos de dominación excluyentes en el estado entonces una parte del proyecto socialista no está realizada.

5. El problema del desarrollo: El subdesarrollo es una condición estructural del desarrollo, debe quedar claro que nadie es subdesarrollado por naturaleza, como quieren hacer ver los parámetros por los que se mide el desarrollo en el capitalismo central. Es muy frecuente en no pocos gobiernos de izquierda la alegría porque las agencias calificadoras de riesgo les han dado buenas evaluaciones. O cuando el producto interno bruto de la región aumenta de un año a otro. Es necesario introducir estas discusiones nuevamente; mientras los gobiernos de izquierda en la región pudieron llevar a cabo políticas asistencialistas de amplio acceso, ello resolvió problemas importantes, pero se ha evidenciado el agotamiento de un modelo que dedicó menos tiempo al trabajo con sus bases sociales que a los procesos de modernización capitalista.

6. La relación entre la violencia y los cambios propios de una Revolución: Las formas de violencia se convierten en la vía última por la cual optar para iniciar procesos de transformaciones sociales. Las revoluciones verdaderas tienen que lidiar con este hecho en algún momento del camino. Es a su vez una vía fundamental para la pedagogía revolucionaria pues los sujetos en la lucha se transforman y se establece una nueva escala de valores. Las revolucionarias y revolucionarios deben agotar todas las vías para obtener las verdaderas transformaciones, pero deben agotarlas. La violencia sigue siendo hoy el camino inevitable para la gran mayoría de los pueblos explotados, ningún derecho será conquistado sin pelear.

No es cierto que la revolución es posible cuando hay ciertas condiciones, o que el socialismo es posible con ciertas condiciones económicas. La revolución y el socialismo solo son posibles contra las condiciones y contra la economía, si se entiende a esta última como una instancia puramente económica.

7. El problema de la dominación cultural: Se avanzó en la necesidad de distinguir entre la cultura que parece dominar y la cultura realmente dominante. Los procesos culturales en la transición socialista deben alejarse de los dogmas y luchar contra ellos, pero deben combatir por igual la utilización de esencialismos propios o funcionales a una modernización capitalista que amenaza con volverse dominante también en Cuba. Algunos de esos esencialismos son: el cubano es bueno, solidario y hospitalario por esencia. Es bailador y cantante por naturaleza; mientras en otros circuitos predomina la idea de que la Cuba de los 50 era una fiesta permanente. En algunos ejemplos pareciera intentar decirse que el 31 de diciembre de 1958 todos en Cuba festejaban y los rebeldes rompieron con la fiesta de aquella noche. Es decir, 1959 no fue el año donde comenzaron a realizarse todos los sueños, y el Palmacristi y la tortura solo fueron pequeños accidentes. Pero esos no son contenidos puros sino que obedecen a sistemas de relaciones que se están dando ya en la Cuba del presente. Desde establecimientos privados que establecen formas de exclusión viejas combinadas con otras nuevas hasta instituciones y medios que promueven cierta música a través de su difusión y presentación en espacios públicos. En la cultura que parece imperar todos cabemos; en la que comienza a extenderse en determinados sectores algunos empiezan a no caber.

8. La problemática del sujeto: En los aportes de la revista a una teoría del sujeto, impresionan sus breves inserciones en el psicoanálisis y acercamientos a la teoría de la ideología. Esta línea de análisis quedó abierta pero avanzó bastante para su época. La síntesis entre economía política y psicoanálisis que fue un camino de trabajo defendido por la escuela de Frankfurt está pendiente en nuestro país y puede permitirnos leer fenómenos ideológico-culturales que no se muestran como totalizantes.

Los procesos de identificación con el colonizador, y los modos en que los sujetos incorporan en sus propias prácticas la dominación a nivel inconsciente, pueden ser elementos de análisis de una tremenda vigencia.

Haber continuado esta línea nos hubiera permitido verificar la debilidad del paralelo establecido por algunos analistas entre el surgimiento del fascismo y el fenómeno de Trump. En la psicología del fascismo, el super-yo del sujeto de la masa, instancia que representa al ideal del yo y a la moral inconsciente, busca identificarse con un padre de personalidad autoritaria. Pero esta identificación muestra la fragilidad del sujeto, y la figura con la que se identifica es también alguien en el fondo frágil pero que logra sostenerse. En el caso de Trump se observa un fenómeno nuevo, ahora la identificación con el padre terrible-Hitler se sustituye con la identificación a un padre quebrado, disperso, y de una ideología aparentemente frágil. En síntesis ello muestra una mutación hacia un fetiche movible e inconstante que permite una identificación a amplios sectores sociales. Esto es al mismo tiempo la expresión de la financiarización de la vida cotidiana, el empuje al consumo desenfrenado: los fetiches como modo de vida y no solo de representación.

Este es un recurso político que está siendo usado con mucha efectividad por viejas y nuevas formas de derechas, pongamos por ejemplo a Rajoy, Macri o Bolsonaro en Brasil.

A modo de conclusión quisiera expresar que la Revolución le dio a cada teoría un fusil y les exigió en el fragor de las balas que llegaran hasta donde les fuera posible. Algunas no llegaron nunca a salir, otras avanzaron hasta donde pudieron y tuvimos que abandonarlas. Lo que predominó, como en toda verdadera revolución fue la necesidad de inventar una teoría, un pensamiento que diera cuenta de una práctica revolucionaria mucho más grande y compleja que los dispositivos al uso para expresarla o para extenderla más allá. En ciertos momentos las revoluciones tienen que levantarse hasta contra las teorías, porque estas pueden filtrar el sentido común y definir los marcos de lo posible. Lo posible, a su vez, es casi siempre el argumento más esgrimido para recortar el alcance de los proyectos.

Este preámbulo me permite defender un lugar-trinchera en esta discusión. Pensamiento Crítico no es una revista de pensamiento, sino la búsqueda de un pensamiento social marxista autóctono que dotara de instrumentos teóricos a la revolución cubana y también a la mundial. Fue además un instrumento para arrojar luz sobre problemas nuevos no planteados antes; no porque no fueran comprendidos, sino porque eran los propios de la transición socialista.

Las revoluciones plantean problemas que ya no pueden ser ajustados por los ropajes al uso, y su despliegue plantea otros.

Por ello en Pensamiento Crítico encontramos la necesidad de responder al problema de crear la ideología y la cultura que son necesarias para una Revolución, y discutir profundamente sobre todo ello. Llegó muy lejos en muchas cuestiones con una vigencia hasta hoy sorprendente y no pocas veces angustiosa. En otros campos dejaron planteadas líneas de análisis que requieren desarrollos actuales pero que vistas en su época parecería que no tenían fronteras la imaginación y la política que desplegaban.

Termino recordando al Che con un fragmento de sus Notas para el estudio de la revolución cubana, texto publicado en el número 8 de Pensamiento Crítico.

La Revolución Cubana toma a Marx donde éste dejara la ciencia para empuñar su fusil revolucionario y lo toma allí, no por espíritu de revisión de luchar contra lo que sigue a Marx, de revivir a Marx «puro» sino simplemente, porque hasta allí Marx, el científico colocado fuera de la historia, estudiaba y vaticinaba. Después, Marx revolucionario, dentro de la Historia lucharía.

Las palabras del Che sintetizan el marxismo de Marx, que fue el marxismo de Pensamiento Crítico.