Filosofía en español 
Filosofía en español


Carlos M. Madrid Casado

El lugar de la Filosofía en la LOMLOE

A pesar del victimismo que ha inundado los medios de comunicación, la LOMLOE potencia la filosofía respecto a su situación con la LOMCE. La nueva ley de educación vuelve a hacer obligatoria la Historia de la Filosofía en 2° de Bachillerato, aunque –pese al compromiso adquirido por el Gobierno en su momento– no incluye una asignatura con el nombre “Filosofía” en la ESO sino sólo Educación en Valores Cívicos y Éticos. Mal que pese a los representantes del gremio de profesores de filosofía, en la ESO nunca hubo Filosofía como tal (salvo una efímera optativa en 4°, que algunas Comunidades Autónomas quizá recuperen), sino Ética o Valores Éticos.


No deja de ser paradójico que si la filosofía administrada tiene la pregnancia que tiene en el sistema educativo español es porque sus padres son –guste o no– la teología católica (no es casualidad que los Estados de nuestro entorno con filosofía en los planes de estudio sean, precisamente, Francia e Italia, países donde la escolástica tuvo gran peso) y el franquismo. En efecto, el nuevo Bachillerato pergeñado por Pedro Sainz Rodríguez en 1938 institucionalizó el ciclo de tres cursos con filosofía (5°, 6° y 7°) que ahora se pide recuperar y que desapareció paulatinamente, en materias y horas, con sucesivas leyes educativas hechas en democracia, que tendieron a reemplazar la filosofía por sucedáneos (Psicología, CTS, Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos, &c.).

El problema es que, a día de hoy, cada vez resulta más difícil defender el mantenimiento de la asignatura a tenor de las razones que se escuchan, pues muchas veces parece que se busca más salvar a los profesores de filosofía que a la propia filosofía. Se ha elevado sobremanera la voz para pedir una materia con el rótulo “Filosofía” en la ESO, pero no tanto para quejarse de los saberes mínimos marcados por el Ministerio de Educación, que, por ejemplo, incluyen en el temario a la cortesana Aspasia de Mileto o a la mitificada Hipatia de Alejandría, buscando reparar “el ocultamiento histórico de la mujer”, a pesar de que su trascendencia en la historia de la filosofía sea, cuando menos, discutible.


El gremio ha dado en ocasiones argumentos contraproducentes que oscilan entre dos extremos. Un extremo asume una concepción gnóstica de la filosofía, en la que la materia sería indispensable para enseñar a pensar a los alumnos. En esta línea, el real decreto de enseñanzas mínimas del Bachillerato recoge que “el ámbito más apropiado para el aprendizaje de los procedimientos de argumentación es el de la filosofía […] a través del estudio de la lógica formal, de la argumentación en general”, como si el razonamiento formal no lo enseñara también el profesor de matemáticas al explicar cálculo de probabilidades o la argumentación en general no la enseñara también el profesor de lengua al realizar un comentario de texto. Por otro lado, suele añadirse que la filosofía es imprescindible para formar la conciencia ética de los alumnos, como si los profesores de filosofía fuesen una suerte de curas laicos, especialistas en ética, cuando –como Sócrates defendió ante el sofista Protágoras, según Platón– no hay maestros de la virtud.

El otro extremo adopta una concepción implantada políticamente de la filosofía, en la que uno de los fines de la materia sería que los alumnos asimilen los “saberes democráticos”, es decir, los derechos humanos, la ciudadanía global, el europeísmo, el ecofeminismo, los derechos LGTBIQ+, los derechos de los animales, la memoria democrática y otros ítems que encontramos estipulados (literalmente) en los saberes mínimos de las materias responsabilidad de los departamentos de filosofía. Si antaño la filosofía fue sierva de la teología (en concreto durante el franquismo), hogaño es sierva de la democracia (philosophia ancilla democratiae). El profesor de filosofía, a través de su asignatura, debería formar el espíritu democrático de sus alumnos. De hecho, el real decreto de enseñanzas mínimas de la ESO postula “la implementación de procedimientos y valores democráticos” en Educación en Valores Cívicos y Éticos. Y su contrapartida para Bachillerato afirma, en lo que atañe a Filosofía, que “la educación filosófica resulta imprescindible para la articulación de una sociedad democrática”, soslayando que Sócrates fue víctima precisamente de la democracia ateniense.

Con esto quiero cuestionar el lugar que la LOMLOE asigna a la filosofía y, en general, el que las sociedades democráticas de nuestro presente suelen asignarle. Es preciso ir a la raíz y preguntarse qué clase de filosofía quiere salvarse. Porque hay de muchos tipos y, a mi entender, tanto la visión gnóstica implícita en muchos profesores de filosofía, como la visión democratista explícita en la LOMLOE, se encuentran en las antípodas de la filosofía crítica, crítica de los mitos religiosos, científicos y políticos de nuestro tiempo.


Desde mis coordenadas, la filosofía es –como argumentara Gustavo Bueno– un saber de segundo grado, que requiere del conocimiento de saberes técnicos o científicos de primer grado (matemáticas, lengua, física y química, ciencias sociales, &c.). Cuenta Diógenes Laercio que Jenócrates quería estudiar filosofía con Platón sin saber geometría, astronomía ni música, y éste le contesto muy seriamente: “Vete, pues no tienes los asideros de la filosofía”. Es por esto que, frente a los que propugnan la pertinencia de la filosofía incluso para los niños, mantenemos que su aplazamiento hasta el último curso de la ESO o el Bachillerato tiene su fundamento.

En estas condiciones, defendemos la introducción de la filosofía moral en 4° ESO, así como el reposicionamiento de la filosofía y la historia de la filosofía en el Bachillerato, para edificar a través de la dialéctica (no del diálogo armónico –“tolerante y empático”, dice la ley–, que presupone que siempre es posible el consenso, “buscar juntos una posición común”), esto es, del dar y quitar razones como en una batalla, porque pensar filosóficamente es siempre pensar contra algo o alguien. La subsistencia de la filosofía administrada es una condición necesaria, aunque no suficiente, para la supervivencia de la filosofía crítica en la educación.