Filosofía en español 
Filosofía en español


Un año de labor hispanoamericanista

Mañana se cumple un año en que ABC inició la publicación semanal de éstas páginas hispanoamericanas, que nacieron al calor de entusiasmos y comprensiones altamente patrióticos.

Como lo anunciamos en las palabras preliminares de las mismas, hemos procurado en éstos doce meses vencidos de labor hispanoamericanista, familiarizar a nuestros lectores con todo aquello que hace relación a las naciones americanas de nuestro origen, comentando los hechos que la actualidad ha ido presentándonos y haciendo un pequeño resumen geográfico e histórico de las naciones todas de Hispanoamérica que han desfilado por esta sección en el día de su fiesta oficial más destacada.

Nos satisface muy mucho hacer constar que, a pesar de haber abordado en diversas ocasiones, temas delicados y propensos, aun sin la menor intención, a variadas interpretaciones y a herir susceptibilidades muy explicables, nuestros escritos, veraces y desapasionados, no han dado lugar a la menor queja ni rectificación de los países cuyos problemas hemos historiado y comentado aquí.

La tarea no está más que iniciada, ya que, ofrecidos los rasgos más característicos de cada país, tócanos ahora irlos desmenuzando, cosa que ya hemos hecho en algunas oportunidades y aspectos, sin desnudar tampoco, como hasta el momento lo hemos practicado, el examen de los acontecimientos de todo orden que se desarrollen en aquellas Repúblicas de nuestra habla y de nuestra estirpe.

Hemos de dedicar asimismo especialísima atención, conforme el espacio nos lo consienta, a la divulgación de la obra, abnegada y constante de nuestros compatriotas en América, a cuyos esfuerzos y patriotismo se deben, a no dudar y en no pequeña parte, el resurgimiento y afianzamiento del espíritu de hispanidad que cada vez más ostensiblemente se advierte en los territorios todos que España descubrió y civilizó en forma que será siempre timbre de gloria para nuestra raza.

En la imposibilidad de recoger hoy el sinnúmero de congratulaciones que ABC ha recibido en el curso de este año de no interrumpida campaña hispanoamericanista, insertamos a continuación las de los señores Rodríguez Mendoza, Francos Rodríguez y Goicoechea, con atinadísimas y sabias consideraciones acerca del hispanoamericanismo en su condición de diplomático de la América española, de periodista y de político, respectivamente.

Las tres personalidades citadas han querido honrarnos con sus preciadas cuartillas, que son el mejor premio que podíamos esperar para nuestra labor, y que seguramente habrán de ser gratamente leídas por nuestros lectores del mundo hispano.

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Las «Páginas Hispanoamericanas» de ABC

«Españoles –dice Mr. Lummis– fueron los primeros que vieron y sondearon el mayor de los golfos; españoles los que descubrieron los dos ríos más caudalosos; españoles los que por primara vez vieron el Océano Pacífico; españoles los primeros que supieron que había dos continentes en América; españoles los que primero dieron la vuelta al mundo...»

He ahí los fundamentos de la fe de la Raza; los prestigiosos justificativos del hecho inamovible de por qué es española la América, y España algo fantástico como acción exterior: Inglaterra y la Península, dentro de la vida moderna.

Pero eso lo sabemos todos –por más que no pocos simulen ignorarlo–, y todos lo hemos presentado alguna vez profusa e innecesariamente enflorado por la retórica colorista de las grandes efemérides.

Pero lo que no se había hecho sino en forma esporádica u ocasional era la difusión sistemática del hecho concreto, estadístico o gráfico, de lo que esos países representan ya en la musculatura comercial de la vida de hoy, es decir, en la vitalidad del planeta.

En la perspectiva, no siempre halagüeña, del mundo actual somos una enorme reserva de fuerzas materiales y sociales, que, en cuanto a lo espiritual, bien pueden aspirar a un arte propio y a ser productoras de ideas útiles y de nuevas formas de bienestar humano.

Pero faltaba mostrar sistemáticamente la demografía creciente; la estadística, el poder de absorción y producción del conjunto, aun sin cohesión, de nuestras Repúblicas.

Eso es lo que el ABC viene haciendo superiormente desde hace un año en sus «Páginas hispanoamericanas», en las cuales lo gráfico y concreto aparece, al fin, exonerando a lo pintoresco, a lo meramente anecdótico, a lo ya muy reeditado y retocado.

Todos nuestros países deben por eso al españolísimo ABC el aplauso y el homenaje más afectuoso.

E. Rodríguez Mendoza

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Labor trascendental

Las «Páginas hispanoamericanas» publicadas semanalmente en ABC, desde hace un año, que mañana se cumple, representan elemento valioso en la empresa de aproximar cada vez más a pueblos alejados de nosotros por la Geografía, pero espiritualmente unidos por cuanto significa ideales, idioma, caracteres, aficiones, tendencias, costumbres, algo perdurable, hondo, íntimo, de la entraña, transmitido al través del tiempo y que significa mucho en la Historia para narrar lo pasado y bastante en lo presente y lo por venir.

En poco tiempo avanzamos mucho en tal senda. Los periódicos contribuimos a que desapareciesen olvidos, indiferencias, alejamientos inexplicables. Los diarios españoles de hace un lustro no aparecían tan interesados como ahora con América. Digámoslo con alegría y orgullo; cumplimos así nuestro deber, satisfacemos a la justicia, sintiendo en las almas íntima complacencia.

Porque, lo repetiremos cien veces, todos los países americanos del Sur y del Centro mantienen, guardan, ostentan la raíz hispánica que los alentó. Hay algunas, pocas, ciudades del Nuevo Mundo en las cuales, por concurrencia de elementos heterogéneos, aparece algo obscurecido nuestro influjo; pero en todos los terrenos de las actuales Repúblicas independientes, que hace más de un siglo eran florón de la corona española, sólo se perciben huellas de razas aborígenes y de la hispánica, sin pensar en latinismos, iberismos y demás embelecos inventados por quienes los necesitan y aprovechan.

Debemos dedicarnos a engrandecer, fortificar, robustecer las relaciones hispanoamericanas. Oigamos la voz de la sangre; escuchemos cuanto nos dice, ateniéndonos a la realidad, prescindiendo de hábiles mentiras, urdidas de buena, o mala fe, pero siempre con propósito de apartarnos de nuestro camino, marcado por la verdad, la razón y la conveniencia, pues en este caso lo aconsejado justamente, además, será beneficioso por añadidura y regalo.

En la tarea de aproximación efectiva, trascendental, útil, de pueblos americanos de estirpe española con la madre Patria tuvo, tiene y tendrá papel principalísimo la Prensa. Somos los periódicos, constantes, irreemplazables, activos mantenedores, de tal afán, su fuerza positiva y realmente insubstituible. Las columnas de los diarios, las planas de semanarios y revistas, la publicación continua de retratos y conjuntos panorámicos, son lazos de permanente acción, mediante los cuales se sienten unidos países ligados por muchas razones de positiva fuerza, que sólo negarán, cuantos aprecien superficialmente los movimientos sociales. Por eso vimos aparecer con júbilo en 1928 las «Páginas hispanoamericanas» de ABC y seguimos su periódica publicación con interés y entusiasmo.

Uno de los empeños mayores que debe sentir España es el de engrandecer y ampliar las relaciones insubstituibles representadas por las hojas volanderas que son los periódicos. Ellos avivan sin descanso nuestras inquietudes fortalecedoras y afirman el deseo de seguir cultivando el jardín de nuestros gustos, obligaciones e ideales. Además, ahora como nunca debemos echar la casa por la ventana, según suele decirse; nos contemplará el mundo entero y no desperdiciaremos ocasión tan propicia como la actual. El resurgimiento positivo de España exige esfuerzos para demostrar cuan equivocados están quienes disimuladamente nos aborrecen y cuántas alabanzas merecieron, merecen y seguirán mereciendo cuantos, como he dicho, viven lejos de nuestra tierra, pero están muy cerca de nosotros, como si obedecieran órdenes del corazón, siguiendo impulsos raciales.

Por lo mismo, las hojas semanales de ABC destinadas a describir las veinte naciones americanas, evocando sus recuerdos, grandezas y progresos; reproduciendo figuras notables de sus Repúblicas, me parece misión oportuna, útil, provechosa, alentada y alentadora. Que se continúe escribiendo la historia de pueblos tan queridos por nosotros, apuntando además cuantos sucesos interesantes ocurran, y así tendremos ocasión de sentir orgullo noble, alegría honda, satisfacción, pública y tranquilizadora esperanza.

J. Francos Rodríguez

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La conmemoración de una iniciativa feliz

Pocas iniciativas me han parecido mejor meditadas y más felices que la que tuvo la Dirección de ABC al crear la sección de «Paginas hispanoamericanas».

Ningún tema hay tan interesante y sugestivo como el tema «América» para el español culto y reflexivo de hoy. No todos vuelven hacia él la distraída atención por iguales causas, ni con las mismas finalidades, ni con idéntico espíritu. Y una de las cosas que importan más es guiar y encauzar el interés que tal orden de asuntos con toda evidencia despierta, en sentido que sea provechoso, sin dejar a la vez de ser agradable, y hasta lisonjero para el orgullo nacional.

Echase de ver, al bucear en el pensamiento de los españoles de hoy, cierta desorientación sobre sus deseos y sobre sus propósitos en cuanto a los países que hablan nuestro idioma. España, en lo que se refiere a tan magno asunto, siente más que piensa, y se deja llevar hacia la América española en brazos de una vaga e indeterminada afección, ansiosa, como todos los amores instintivos, de arraigarse, de crecer y, a la vez, de exteriorizarse a menudo en hipérboles y en arrebatos líricos.

No sería justo abominar de tales naturales y aun necesarias expansiones; a ellas debemos, en realidad, que se haya producido entre los pueblos, todos de habla española una convicción, hoy fácilmente perceptible, respecto a la necesidad de su aproximación, cada vez más cordial, más íntima, más comprensiva de todos los esenciales aspectos de su vida.

La aparición de ese verdadero estado de conciencia colectiva se la debemos, no a la política, sino a la literatura. La historia del siglo XIX bien a las claras demuestra el incontrastable poder que sobre pueblos separados por la distancia y disociados por la marcha opuesta de sus instituciones políticas, ejerce el lazo, aparentemente tenue, de la posesión de un glorioso pasado común, en lo idiomático y literario.

Volver la vista hacia atrás en materia de relaciones hispanoamericanas, equivale a convencerse de ello. A mediados del siglo pasado, la actitud oficial, y aun la social, entre España y América, era la de pueblos sistemática y deliberadamente vueltos de espaldas. Era la época en que el duque de Frías arrojaba sobre los pueblos de nuestra estirpe, como una maldición, al apostrofe «¡Españoles seréis, no americanos!», previendo, como un suceso excepcional, en el futuro, que algún osado argonauta oyera la lengua de Cervantes y viera plantada la Cruz, al arrojar su áncora en las distintas playas antípodas... Las octavas del duque de Frías, escuchadas en 1833 con emoción honda, impregnada de sorda hostilidad, por toda la Corte, a cuya cabeza figuraba, ya herido de muerte, Fernando VII, el Monarca vencedor del mundo viejo en Bailén, y por el mundo nuevo vencido en Ayacucho, abren el paréntesis de un siglo, durante el cual los sentimientos americanos hacia España parecen a su vez simbolizados en la apasionada sentencia, formulada por Sarmiento en 1883: «No puede perdonarse a la metrópoli que haya hechó a sus hijas del otro lado del mar tan semejantes a ella misma».

Y, sin embargo, ese período histórico, de odio mutuo, y cuando no de mutuo desprecio, es un período de viva y creciente intimidad lingüística y literaria. No pueden hoy recordarse sin emoción, gratitud y simpatía muy vivas los trabajos de Andrés Bello sobre Gramática castellana y sus investigaciones sobre El poema del Cid; los pacientes alardes de erudición filológica con que enriquecen el idioma común Miguel Antonio Caro, Rufino Cuervo, Rafael María Baralt; el apasionado infantilismo del culto a Cervantes, a los clásicos españoles y a la pureza de la lengua del ecuatoriano Juan Montalvo, ya que todo ello se fragua en medio de la atmósfera caldeada de revoluciones y luchas, que tienen como denominador común la hostilidad a la nación descubridora y conquistadora.

El hispanoamericanismo de hoy tiene una legítima ascendencia lírica;_es la obra aislada, individual, de los artistas, de pensadores, y, sobre todo, de poetas, acá y allá conducidos al amor por la evocación de los recuerdos y por la admiración apasionada de un idioma y una literatura, que son nuestro común orgullo.

Fortalecer esos sentimientos y conducirlos en el sentido de una labor reflexiva de aproximación y enlace para la defensa, en beneficio de la Humanidad, de un secular patrimonio espiritual, susceptible de ensanche y enriquecimiento indefinidos, será el mayor de los servicios que pueden prestarse a nuestro país. España aspira a ver en sus hijas, no una reproducción fotográfica de lo que ella es, ni siquiera una gigantesca ampliación de lo que ella fue, sino una muestra espléndida de adonde el esfuerzo creador del genio hispánico ha sido y será todavía capaz de llegar...

A. Goicoechea