1492 – Doce de octubre – 1937
España, en vísperas de coronar la reconquista gloriosa de su destino histórico, celebra la Fiesta de la Raza, símbolo de una civilización que hoy defiende victoriosamente
Los fundamentos de la Hispanidad. La única España. América y España. La Fiesta de la Raza fue instituida por don Alfonso XIII, siendo presidente del Consejo don Antonio Maura. La Bandera de la Raza. El sol incaico. Su color es blanco. Las tres Cruces. La Reina Católica y América. El asesinato del duque de Veragua. Un documento histórico.
Hispanidad
Hoy celebra España la Fiesta de la Raza que, por ser fiesta de hispanidad en la más genuina de las acepciones, es decir, su fiesta propia, la de su espíritu, la de su entraña y la de su abolengo glorioso, constituye la más solemne, la más augusta de sus conmemoraciones y ha de estar revestida con todos los fervores y con toda la unción a que la hacen acreedora la preeminencia de su jerarquía y lo singular de su significado.
Ni antes, ni después de la gesta memorable que dio origen a la conmemoración, pueblo alguno en el mundo se ha podido atribuir empresa semejante. Grecia y Roma fueron madres de pueblos, a los que llevaron con el empuje de las armas su lengua, sus artes y sus leyes, pero a España, por una predestinación providencial, que la coloca en un rango superior en la Historia, le cupo la misión de ser descubridora de los inmensos territorios en que había de alumbrar el sol esplendoroso de su civilización y de su genio. España descubrió y conquistó, pero hizo más todavía, porque después de descubrir y de conquistar, pobló, colonizó y civilizó.
De ello precisamente, de este maravilloso encadenamiento de acción fecunda se deriva la inmarcesible grandeza por la que nos sentimos ufanos ante el mundo; de él también, proviene el nimbo de espiritualidad que orla con fulgores de luz inextinguible, la fiesta que hoy se conmemora.
Es fiesta fundamentalmente de Hispanidad, la de la Raza, porque consagra el predominio, la supremacía –o digámoslo más a tono con la naturaleza de los hechos–, el imperio de espíritu hispano con toda su raigambre ancestral, transportado a las regiones ignotas por unos hombres que sólo se amparaban con la Cruz de nuestra religión y con la espada de nuestros católicos Reyes.
Cruz y espada simbólicas. Con ellas mismas y después de ellas, durante labor perseverante de siglos, fue también transportado todo lo que constituía nuestro tesoro más preciado, el idioma, el Arte, la Ciencia, el Derecho, la Literatura, toda nuestra civilización en suma, fraguada por el noble esfuerzo del pensamiento y de la acción y traducido en las producciones de los escritores y de los poetas, las especulaciones de los sabios, las teorías de los filósofos, las concepciones de los místicos y las inspiradas obras de los artistas, de muchos de cuyos restos en los lienzos y en las piedras, se muestran orgullosos los pueblos americanos, que los conservan como sagradas reliquias de un pasado al que nuestro nombre va indisolublemente unido.
Todo ello, es decir, toda la fibra y toda la sustancia de un pueblo en lo espiritual y en lo tangible, fue lo que las carabelas de Cristóbal Colón, empujadas por el soplo de la Fe, llevaron al Nuevo Continente para infundirle vida.
Y así, en el gran Libro de la Humanidad, España pudo escribir con caracteres indelebles que perpetuarán los siglos, una fecha que marca la separación entre dos edades. La del 12 de octubre de 1492.
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Ni siquiera en hipotética especulación se puede admitir la existencia de dos España. Con frecuencia excesiva y hasta impertinente, se ha hablado, con referencia a la lucha actual que ensangrienta nuestro suelo, de las dos España.
No son dos España en lucha, sino España y la anti-España. Sólo hay una España, inmortal y única. La de Sagunto y la de Numancia. La que en Covadonga y en Lepanto, al salvar a la civilización cristiana, salvó a Europa, y la que, ahora también, unida y enfervorizada en pos del Caudillo Franco, se opone victoriosa a las rudas embestidas de las hordas sin Dios y sin Patria.
Adviene este año la Fiesta de la Raza cuando está aún reciente la noble conducta de las naciones americanas, que han sabido darse cuenta de que sólo hay una España auténtica y han sabido ser leales a la progenie inmortal. La voz de la sangre no podía dimitir sus dictados, y en el mes de septiembre los delegados de los Estados americanos que asistieron a las deliberaciones de la Sociedad de Naciones, en Ginebra, percibieron sagazmente que los representantes del Gobierno de Valencia no lo eran de España. Y a esa convicción, que era, además, un sentimiento, ajustaron su actitud de repulsa contra el Comité soviético detentador de los legítimos Poderes de España. Y fue Hispanoamérica la que volviendo por el fuero de la auténtica Hispanidad, decidió con sus votos la expulsión del Consejo de la Sociedad de Naciones a los suplantadores de la España genuina.
No es ocasión de detallarlos, pero sí de evocarlos en conjunto como expresión de la lealtad de Hispanoamérica a España, los actos de cordial reverencia con que los diversos Estados americanos –con las excepciones muy lógicas y muy conocidas– rindieron homenaje en honor de España, desde la iniciación de la campaña actual. Aun así y para que pueda apreciarse la emocionada ansiedad, con la que, en la aproximación espiritual que supone el día de hoy, se seguirán en el otro Continente los latidos de la lucha y se harán votos por e l triunfo definitivo y total del Caudillo, bastaría recordar los reconocimientos parciales de los Gobiernos americanos al de nuestro Generalísimo, realizados en forma tácita o expresa, y las pruebas constantes de amor y de afectuosa simpatía que de ellos recibimos a toda hora. Por ejemplo, en el día de su fiesta nacional, Guatemala reconoció al Gobierno de Franco, como el único y legal de España. La iniciativa del Uruguay para llegar a un reconocimiento análogo en forma colectiva, la actitud de muchas otras naciones hispanoamericanas, que deliberadamente no nombramos, y la de sus representantes diplomáticos o consulares acreditados en nuestro país, nos obligarían a una prolijidad en el relato, en que no quisiéramos incurrir. Baste por ahora con ensalzar su noble y generosa actitud y con consignar que la gratitud de que España es deudora a sus hijas, será eterna.
Para América el Gobierno del Generalísimo Franco es el único genuino y legal erigido por la voluntad nacional, para ser fiel continuador de la Historia gloriosa de la Patria. Y si la Cruzada viene a restaurar el destino Imperial de España, con la Cruzada han de hallarse compenetrados, como se hallan nuestros hermanos de América.
Bajo estos auspicios se celebra este año la Fiesta de la Raza, mientras las armas de España rescatan el territorio y la espiritualidad que los Reyes Católicos nos legaron.
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La Fiesta de la Raza
Su creación
Por ley aprobada en las Cortes de la Monarquía española promulgada el día 15 de junio de 1918, fue instituida la Fiesta de la Raza.
Fue ello precisamente, por aquellos días en que los Ejércitos de dos continentes empeñados en guerra cruel, asolaban los campos de Europa y arrasaban sus ciudades.
En tales circunstancias, cuando el fragor de la lucha paralizaba las actividades, cuando el horizonte aparecía entenebrecido por las humaredas de los incendios y los ayes de dolor llenaban el espacio, alguien tuvo la visión clara de establecer una confraternidad racial que apretase los lazos existentes entre la madre España, la España ancestral y gloriosa, y los pueblos por ella engendrados, y así, de ésta efusión de afectos entre los países que hablan una misma lengua y vibran al ritmo de unos sentimientos que son hijos de una civilización común, brotó la idea de establecer la Fiesta de la Raza, que en aquellos momentos de angustia constituía una realidad y dejaba vislumbrar una esperanza.
La ley publicada en la Gaceta del día 16, es del tenor siguiente y su propio laconismo contrasta con la grandiosidad de su alcance:
«Don Alfonso XIII, por la gracia de Dios y la Constitución, Rey de España;
A todos los que la presente vieren y entendieren, sabed: que las Cortes han decretado y Nos sancionado lo siguiente:
Artículo único. Se declara fiesta nacional, con la denominación de Fiesta de la Raza, el día 12 de octubre de cada año.
Por tanto:
Mandamos a todos los Tribunales, Justicias, Jefes, Gobernadores y demás Autoridades, así civiles como militares y eclesiásticas, de cualquier clase y dignidad, que guarden y hagan guardar, cumplir y ejecutar la presente Ley en todas sus partes.
Dado en Palacio a 15 de junio de 1918.
Yo, el Rey. El presidente del Consejo de Ministros, Antonio Maura y Montaner.»
Las conmemoraciones
Fue aquel Gobierno nacional en el que tenían participación hombres de diversos partidos e ideologías y del que formaban parte, además de don Antonio Maura que lo presidía, tres ex presidentes del Consejo el que tuvo el acierto y al que cupo la honra de refrendar la ley anterior.
La conmemoración se celebró aquel año con verdadero entusiasmo patriótico, que desde la capital irradió a las provincias y se extendió a los pueblos americanos, que con santo fervor consagraron la fiesta en toda la espiritualidad de su significación. El mismo presidente de la Gran República de los Estados Unidos, M. Woodford Wilson, promulgó una ley por la cual el día 12 de octubre se había de denominar en lo sucesivo el «Día de la Libertad», asociándose así a la feliz iniciativa de la nación progenitora.
En años sucesivos la fiesta fue adquiriendo el auge debido a su elevada significación, y en Madrid, con la cooperación directa de los Soberanos y con el concurso de brillantes oradores y de las personalidades más representativas del Arte, de la Ciencia y del Saber, la conmemoración adquirió su jerarquía debida en aras de una idealidad más realzada y más sentida en la medida que transcurrían los años.
En los de la Dictadura y en virtud del generoso anhelo del general Primo de Rivera la fiesta se matizó con vivos resplandores, constituyendo una manifestación de apoteósica grandeza, aquella en que con motivo del maravilloso Certamen que en el año de 1929 se celebró en nuestra ciudad, fundidos los delegados americanos y los españoles, entonaron himnos de encendido amor a la raza hispana.
Si nos fuera permitido consignar un recuerdo íntimo, registraríamos el hecho de que este ABC de Sevilla vio por primera vez la luz en tal día, en aquel memorable 12 de octubre de 1929.
Siguieron después otros años –a partir del 31– de los que más quisiéramos no hablar, y en los cuales los instintos groseros envilecieron los ideales más puros y adulteraron las delicadas esencias de la nacionalidad, anteponiéndolas sus rencores y sus ambiciones.
Así y todo los hombres nefastos de la República, juguete de las sociedades secretas e influidos por las destructoras teorías del marxismo, intentaron tremolar la bandera de la fiesta, como señuelo captador de voluntades en su exclusivo provecho.
La trama se veía clara a través de los discursos llenos de hueca sonoridad, de los intelectuales de cuota, y, como es lógico, el engaño no podía prevalecer en América y aquellos pueblos, tan comprensivos, y tan compenetrados con las glorias en que la madre inmortal había sido actora, mostraron un discreto desvío y concentraron las conmemoraciones en la esfera más reducida de su territorialidad nacional.
En este año la fiesta revestirá un matiz especial de grandeza y de esperanza, derivado del angustioso afán que nos enardece y que nos infunde patrióticos impulsos.
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La Bandera de la Raza
Fue un distinguido miembro del Ejercito uruguayo, el capitán Ángel Camblor, quien tuvo la feliz iniciativa de plasmar en una bandera «la Bandera de la Raza», todo el simbolismo y toda la significación de la fiesta.
Del inspirado documento, lleno de vibración, en que el capitán Camblor expone los fundamentos y hace la exaltación de la bandera, reproducimos los siguientes fragmentos, advirtiendo antes que la gloriosa enseña es tremolada hoy en los pueblos americanos, del mismo modo que era tremolada en España en el día de Fiesta.
Exaltación de la bandera
Poderosas razones históricas mediaron en la adopción de la «Bandera de la Raza». Entre ellas está la de constituir un Símbolo gráfico, detenidamente estudiado, que refiera nuestro pasado común y nuestro porvenir inseparable.
No es el fruto de la concepción arbitraria y caprichosa del delineante o el artista que busca la emotividad con la impresión visual.
Es algo más profundo. Cada una de sus partes y por lo tanto el todo responde a una razón; al imperativo de la Historia que no puede representarse caprichosamente, y a los ideales de una raza o de una estirpe. Por eso, al contemplarla, nos evoca el pasado, nos habla del presente y nos unirá en lo porvenir. En ella están representadas las glorias de España, y las tradiciones del indio americano. Fundidos viven en este Pabellón americanos y españoles. Describiremos en lo posible el alma que ella encierra y la encarnación que hemos querido que representase.
El Sol incaico naciente de su centro
Por el indio lleva un sol incaico naciente. El sol ha sido desde los tiempos pre-colombianos el Símbolo de las Razas Americanas.
Por el indio, que es del ayer por la luz que es de hoy y de siempre y por el Progreso que es de un mañana sin fin, está grabado en la Bandera de la Raza el Sol incaico o Sol americano.
Bandera sin Sol no podría ser nunca Bandera de nuestro Continente. Por eso surge de ella fusionando a la Raza aborigen que representa con la Raza conquistadora, tal como realmente las ha fusionado la Vida.
Su color es blanco
«La Bandera de la Raza es Blanca». Quise dar a la Enseña de la Estirpe el color de la serenidad. Como el tocado de una virgen en la hora nupcial sus pliegues no pueden tener tintes que se convertirían en manchas.
Aparte, Blanco fue siempre el distintivo de la Paz. Pero, aun que baste, hay aún mucho más. Razones de prioridad histórica hacen que no pueda ser otro el color de la Bandera de nuestra Raza.
Otro motivo histórico, si no desconocido hasta ahora, como el que acabo de señalar, muy poco conocido hay todavía para justificación del color blanco en el paño de la Bandera de la Raza. Quiero referirme a que las insignias y estandartes españoles de nuestra época colonial, es decir, de cuando también éramos y nos honrábamos en ser españoles, eran de color blanco. La bandera «Roja y Gualda» que aun en los textos más prestigiosos de la Historia americana se supone entonces arbolada en fortalezas, oficinas y palacios virreinales, sólo servía en realidad como distintivo de la Marina. Recién en 1810 es que esa enseña pasó a ser emblema nacional español.
Las Tres Cruces
Por las tres carabelas lleva la Bandera de la Raza tres cruces alineadas, como siguiendo la misma ruta. Las que traía el navegante en sus banderas. La del centro es mayor, en honor a la nave Almirante y al gran Marino. De ésta surge el Sol, porque Colón trajo la luz de la nueva civilización para el continente descubierto. Sea cual fuere la ideología de los pueblos y de los hombres contemporáneos, no podría haber humano, que lógicamente pudiera separar Colón a sus carabelas y a su epopeya de su Cruz. La Cruz fue el Símbolo que el navegante clavó en tierra americana al tomar posesión del nuevo continente en nombre de Castilla y de sus Reyes. La Cruz fue su fe. Las naves legendarias la ostentaban en lo alto de su velamen, acicateando a los hombres y auspiciando la hazaña. ¿Sería posible representar mejor esta leyenda que evocándola por sus propios signos? He querido retratar una verdad de 1492 y retratada queda. Representar aquella era sin la Cruz, sería dejarla trunca.
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La Reina Católica y América
Como muestra indeleble del amor, del santo amor que la Reina Católica sintió siempre por sus pueblos –y suyos lo eran también los recientemente descubiertos por Cristóbal Colón–, y como demostración, al propio tiempo, de la grandeza de su espíritu, queremos honrar estas páginas en el día de hoy con la reproducción literal de una de las cláusulas contenidas en el testamento de la egregia Soberana, relativa a la enseñanza y al buen tratamiento que, a juicio suyo, se debía dar a los indios.
Dice así:
«Cuando nos fueron concedidos por la Santa Sede apostólica, las islas, y Tierra Firme del Mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue, al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro VI, de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión, de procurar inducir y traer los pueblos de ellas, y los convertir a nuestra santa fe católica y enviar a las dichas islas y Tierra Firme prelados, y religiosos, clérigos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas a la fe católica, y los doctrinar y enseñar buenas costumbres, y poner en ellos, la diligencia debida, según mas largamente en las letras de la dicha, concesión se contiene. Suplico al rey mi señor, muy afectuosamente y encargo y mando a la princesa mi hija y al príncipe su marido, que así lo hagan y se cumpla, y que este sea su principal fin y en ello pongan mucha diligencia, y no consientan ni den lugar a que los indios vecinos y moradores de las islas y Tierra Firme, ganadas y por ganar, RECIBAN AGRAVIO ALGUNO EN SUS PERSONAS Y BIENES, MAS MANDEN QUE SEAN BIEN Y JUSTAMENTE TRATADOS, y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean, de manera que no se exceda cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es imbuido y mandado. Y Nos, a imitación de su católico y piadoso celo, ordenamos y mandamos a los virreyes, presidentes, audiencias, gobernadores y justicias reales, y encargamos a los arzobispos, obispos y prelados eclesiásticos, que tengan esta cláusula muy presente, y guarden lo dispuesto, por las leyes, que en orden a la conversión de los naturales y su cristiana y católica doctrina, enseñanza y buen tratamiento están dadas.»
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Antítesis de la Raza: el Gobierno marxista
El asesinato del duque de Veragua
En las páginas de ABC va a quedar estampado, para que pase a la posteridad como elemento acusador indestructible, el texto exacto de la nota que el embajador de Chile envió a Julio Álvarez del Vayo, ministro de Estado del titulado Gobierno legal de España, pidiendo que fuesen respetadas las vidas del duque de Veragua y del duque de la Vega, descendientes de Cristóbal Colón, el almirante descubridor del Nuevo Mundo al servicio de los Reyes Católicos.
Es un documento que debe servir para el enjuiciamiento de los hombres que en esa fecha detentaban el Poder en Madrid. Desde luego el contenido de la nota diplomática es per se, un perpetuo estigma, imborrable, que manchará los nombres de los viles gobernantes que, oportunamente advertidos, no garantizaron las vidas de dos personalidades que representaban en la Patria española el hecho histórico de mayor importancia en el mundo.
América, por medio de uno de sus representantes ante la «España Oficial», pidió que los descendientes de Colón no corrieran riesgo alguno. Se llegó a solicitar que tan eximios personajes fueran entregados a quienes querían, con noble deseo, reincorporarlos a la vida tranquila del solar dominicano, defendidos por la sombra augusta del viejo progenitor, en las cálidas y bellas riberas del mar que alumbró sus gloriosas jornadas.
Julio Álvarez del Vayo, personalización del «Gobierno legal», no atendió la generosa y humana y política petición...
No quiero hacer un prólogo, que resultaría falto de color, para pintar esta infame realidad de un crimen monstruoso. La lectura del documento que se acaba de publicar en Chile dice más que lo que yo pudiera apostillar. Solamente intento establecer la necesidad de que cuando se instale el Tribunal que haya de juzgar a los malhechores que han ensangrentado a España, ocupe la página primera del proceso que corresponda iniciar el documento que se va a copiar más abajo.
La pandilla roja que, para oprobio de la Patria todavía alienta en Valencia, vivió varios años al socaire del estrépito revolucionario que exigía la constitución de un Tribunal de Responsabilidades. Del proceso construido a base de imputaciones calumniosas se obtuvo la absurda consecuencia de condenar a una persona contra la que nada se pudo probar. Ahora se partirá de una prueba formidable. He aquí e! cuerpo acusador:
Un documento histórico
«Embajada de Chile.– Madrid, 19 de septiembre de 1936.–Excmo. señor.
El día 7 del actual tuve el honor de visitar a Vuestra Excelencia con el fin de poner en su conocimiento la grata misión que me había confiado mi Gobierno y, por medio de sus representantes, la casi totalidad de las naciones hispanoamericanas, misión altamente significativa y honrosa, como era la de gestionar, en unión del Cuerpo Diplomático Americano, la liberación y seguridad personal de los señores Cristóbal Colón y Aguilera, duque de Veragua y duque de la Vega, descendientes directos del descubridor.
Manifesté por escrito a Vuestra Excelencia, con fecha 11 del mes en curso, refiriéndome a la citada misión, que el Gobierno argentino había puesto a la disposición del infrascrito un departamento del crucero 25 de Mayo para dar acogida, en nombre de los pueblos de América, a las mencionadas personalidades, tan pronto como el Gobierno de Vuestra Excelencia se dignara disponer la entrega de ellas, y tuvo Vuestra Excelencia conocimiento asimismo de que el honorable Presidente de la República Dominicana las había invitado, por conducto de su representante en Madrid, excelentísimo señor don Rafael César Tolentino, para residir, si lo deseaban, en la Ciudad Primada de América, que conserva, con fervorosa unción, el solariego Alcázar de los Colones en el Nuevo Mundo.
Con posterioridad a la visita a que aludo fui informado de que los Sres. D. de Veraguas y de la Vega se hallaban, hasta el 10 del presente, en el Círculo Socialista del Sur, calle de Velázquez, 50, esto es, tres días después de haber tenido el honor de imponer a Vuestra Excelencia de la noble misión que me había sido encomendada, y transcurridos varios días sin obtener la esperada respuesta de Vuestra Excelencia, recibí, con estupor y honda emoción, la inconcebible noticia de la muerte –en circunstancias que prefiero no mencionar– de los descendientes de la mayor y más gloriosa figura española habida y que las naciones americanas pretendían amparar.
No he de insistir, señor ministro, en el dolor, en el profundo desconsuelo que afecta en esta hora a las naciones señaladas y a sus representantes acreditados en Madrid, cuya iniciativa, tan justificada y noble como estéril, era, antes que nada, de amor a España, a toda España y a todo el pueblo español, sin distinciones.
No he de insistir, repito, en la consternación unánime que producirá en todo el mundo civilizado la tremenda e irreparable desgracia acaecida, porque estoy cierto que también alcanza –y en primer término– a ese pueblo español y a su Gobierno, que serán, no lo dudo, los primeros en condenar el hecho execrable que ofende a toda la Patria española.
Como embajador de un país hijo de España y en nombre de mis honorables colegas citados, elevo a Vuestra Excelencia la expresión de mi protesta conmovida y de mi pesar profundo y, lamentando el resultado de las gestiones que con fin sincero y elevado realicé en un día cerca de Vuestra Excelencia, tengo el honor de reiterarle las seguridades de mi más alta consideración.– (Firmado).– Aurelio Núñez Morgado.– Al Excmo. Sr. D. Julio Álvarez del Vayo, ministro de Estado.»
La Prensa honrada de España tiene la obligación de reproducir la nota del embajador de Chile.
El Bachiller Alcañices
Valparaíso, 24 de agosto de 1937.
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Día doce de octubre
La Fiesta de la Raza y la Virgen del Pilar
Fiesta del alma española, mejor aún que de la raza, debemos llamar a la decretada para la Nación Española, por Ley del 15 de junio de 1918.
Conmemora la Nación Hispana en este fausto día el descubrimiento del Nuevo Mundo, en cuya magna empresa, todo, por dicha nuestra, fue español; que si Cristóbal Colón, el gran navegante, al presentarse en Castilla, solicitando protección de los Reyes Católicos no ocultaba su condición de extranjero, desde el punto que recibiera la influencia benigna de la magnánima Isabel I, consideróse natural de estos Reinos, y habló nuestro vigoroso y riquísimo idioma, y es en nuestra lengua, la más a propósito para hablar con Dios, redactó su diario, escribió sus cartas, y trazó las páginas del extraño libro de sus Profecías.
Fiesta del alma española; que llenando con su grandeza indiscutible, en aquellos siglos XV y XVI, el orbe conocido, buscó allende los mares un mundo nuevo para henchirlo también de sus magnificencias, y allí llevó su sangre generosa, llevó los esplendores de su ciencia, infundiendo, con la comunicación de la lengua, los alientos invencibles, sobrehumanos, característicos de nuestra raza no vencida.
Fiesta del alma española; pues no contenta nuestra amada Patria con regalar a su hija América tan excelentes dones, enriquecióla con los más estimables tesoros; con la unidad de la Fe, íntegra y pura, libre de errores y perniciosas tolerancias; con el más acendrado amor a la Patria y a los Reyes de que los Españoles dieron a las naciones en todos tiempos los más heroicos y admirables ejemplos.
La unión de nuestros antepasados en estos fuertes amores, los llevó, protegidos por el manto de la Virgen María, Reina de España, a descubrir ignotas regiones, prodigando por doquier las grandezas de nuestra raza; juntó andaluces con castellanos, a catalanes, gallegos y vascongados para plantar la Cruz salvadora en la playa virgen Americana, para defenderla en las revueltas aguas de Lepanto y en las dunas de Flandes: esta unión fue el secreto de nuestra grandeza y poderío.
Singular providencia es que celebremos esta fiesta del alma española en el día de la Patrona de España, la Virgen del Pilar; vivan juntas al pie de aquella columna bendita, la bandera de la Amada Madre Patria y las Americanas, como flores nacidas en tierra fecundada con la sangre de héroes y de mártires, que sólo junto en aquel común solar de nuestra raza, lograremos la Paz y la grandeza.
José Sebastián y Bandarán.
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Verbo y acción de García Sanchiz
«Triunfo de la Romanidad y demostración de la Hispanidad»
12 de octubre de 1492, comienzo de la Hispanidad. De Roma vivimos, por los Césares y por los Papas. Con la Exposición de la Hispanidad volveremos a emprender una tarea unánime y gloriosa. La colaboración de los países hispanoamericanos y de Filipinas. Máximo escenario del turismo. El libro de España. Invitación a Portugal.
Federico García Sanchiz dará hoy en Zaragoza su charla sobre este tema «Triunfo de la Romanidad y demostración de la Hispanidad». El genial artífice del verbo y benemérito precursor y profeta de tantos sentimientos e ideas triunfantes hoy en la Cruzada, se ofrece en esta charla como inspiradísimo creador de una iniciativa del más alto valor espiritual. No hay que decir que de acendrada raíz española, porque decirlo de García Sanchiz sería redundancia y circunloquio. La idea es una demostración de hispanidad para cuando la guerra haya terminado, pero en cuyo logro ya pueden ir trabajando profesores, artistas, escritores, cuantos creadores de ciencia o de belleza han de colaborar en la tarea unánime. El Caudillo ha aprobado, complacido, la iniciativa. Y si el juglar la canta primero, como es en él primario, no ha de andar remiso luego en la acción. Así, si primero es el verbo, después vendrá su ejecución.
Nos complacemos en adelantar a nuestros lectores, como ornato y tributo a estas páginas consagradas a la Fiesta de la Raza, un extracto de la charla-germen de García Sanchiz esta tarde en Zaragoza.
Triunfo de la Romanidad y demostración de la Hispanidad
El 12 de octubre de 1492, comienzo de la Hispanidad
En tanto fracasan en París las exhibiciones del concurso sovietizante, la Roma de Augusto, como salida de una suprema excavación, retorna a la vida en la Exposición de la Romanidad.
El espíritu y la plástica del Imperio se manifiestan en un panorama miniaturado, pero grandioso, porque en la Ciudad Eterna se respiran la grandeza y la calidad artística. Entre las ruinas del Foro, una mujer con una sutil venda en el tobillo, bajo la media de seda, parecía una estatua en reparación.
Esos documentos de la Exposición de la Romanidad equivalen a un montón de semillas apartado de la siega ya bimilenaria. No se necesitan más para la nueva siembra. No en balde ha dicho Mussolini que el pasado no es sino el punto de apoyo de que nace el impulso hacia un soberbio porvenir.
Pero no se trata ahora de glosar el triunfo de Italia, aunque todos los españoles lo celebramos de todo corazón.
Lo que se persigue es que su ejemplo anime y aleccione a España. A España, que en esta ocasión pudo haber coincidido con Italia.
Permítaseme aducir en prueba de ello que hace ya mucho tiempo propuse yo en Compostela que con motivo del Jubileo de 1937 se efectuase en torno al sepulcro del Apóstol una demostración de lo que fue en el orbe el Santiaguismo. Eran los años republicanos, y la benemérita Archicofradía que ha venido velando por la tradición jacobea, no se decidió a tamaña empresa.
No importa. Con el retraso cabe mejorar aquella iniciativa. Ahora estamos más a tiempo que nunca. Hagamos la demostración de la Hispanidad.
España heredó y ensanchó la función universalizadora de Roma, en América y Filipinas. Y la superó, por el cristianismo, que España propagó en la redondez del mundo.
Se ha convenido en que la Hispanidad comienza el 12 de octubre de 1492, día del primer descubrimiento en América. Sin duda, la fecha es la que inicia nuestro imperialismo evangelizador, coincidente con la acción militar de la Contrarreforma. Pero España ha influido en Occidente y en Oriente antes de la sublime aventura de Colón y los Pinzones. Los Emperadores y los filósofos y poetas hispánicos caracterizaron en su época el Imperio fundado por el sucesor de Julio César. Insistamos en la verdad sustentada por la crítica, de que lo modificaron según raciales condiciones nuestras. De igual manera la cultura asiática y la africana se perfeccionaron en Córdoba y en Granada. Toca, por fin, el turno a Santiago de Compostela, cuyas peregrinaciones unificaron y formaron a Europa.
La demostración de la Hispanidad
Por cuanto la demostración de la Hispanidad, debería completarse con la de España; si queréis, a modo de prólogo de los siglos XVI y XVII, esa edad de oro en que el hidalgo encarnaba el arquetipo de la humanidad y nuestros teólogos impidieron que la tiara pontificia rodase como una cúpula rota.
Asombran la magnitud y la diversidad de dicha exposición, de dicha demostración, y que hija desde luego de la romana, sería su ampliación.
Cuidado. De ningún modo se intente un alarde con su altivez. Nunca España se consideró el pueblo elegido o superior a los demás. Y por lo que toca a Roma, de ella vivimos, por los Césares y por los Papas.
Intentaríase más bien un balance en el momento de reanudar la Historia que había sido interrumpida por un anecdotario. Un balance o mejor un examen de conciencia.
Al terminar la guerra nos encontraremos con que se rehabilitó el prestigio del valor y se recobró la fe, es decir, que se habrá dado con el filón. No basta. Hay que explotar la mina.
De ahí la conveniencia del conocimiento de la Hispanidad y de España en sus obras, y nada para ello como el prodigioso espectáculo de los mapas, los manuscritos, los cuadros y los modelos en yeso. Ofrezcamos a España el espejo que no ha tenido nunca, que lo ha tenido en fragmentos.
Capítulo de ventajas y provechos. Por si no fuera bastante eso de crear una escuela de puro hispanismo, necesaria, indispensable ante los extravíos que por diferentes causas están produciéndose, he aquí toda suerte de bienandanzas: en un fondo de ilusión nacional, expectante, la multitud de profesores y artistas hoy día poco menos que en el sonambulismo hallarían de nuevo su voluntad y su talento; los mismos estudiosos más acreditados, y no digamos el pueblo, aprenderían a conocerse al desentrañar la Patria y poderla contemplar de un golpe de vista; despertaríanse vocaciones ya olvidadas, al conjuro de las exhumaciones insignes; dejarían de maravillarnos muchos exotismos perturbadores; descubriríamos la base en que afirmamos para que tras la victoria no nos obligue ella a ir al remolque de nada ni de nadie; por último, España volvería a emprender una tarea unánime, de todos, como en las épocas culminantes por su gloria y por su vitalidad.
No poco júbilo ni utilidad habría de reportarnos la colaboración de esos países hispanoamericanos que acaban de rechazar en Ginebra a la Anti-España. Y de Filipinas.
España, máximo escenario del turismo
Y el epílogo: liquidada la guerra, va a convertirse la Península en el máximo escenario del turismo. Los extranjeros vendrán a ver Toledo, Oviedo, Huesca. Se ha inventado aquí otro alpinismo: el de las ruinas heroicas. Pues bien: de paso, que visiten la demostración de la Hispanidad. De una vez, disipada para siempre la leyenda negra; y, en cambio, quizá inspire gratitud la información irrecusable de la inmensa serie de objetos, seres y conocimientos que llevamos, como inigualados sembradores, por mares y tierras y a través de los tiempos.
No se habrá desvanecido el recuerdo de aquel capricho genial del simulacro de un pueblo español en el famoso Certamen de Barcelona. Tenía un propósito folklórico y constituyó en realidad una reflexión peninsular confiada a un aparente juego decorativo. Después de la interna contemplación del organismo patrio deberíamos considerar urgente el examen de su desarrollo en la universalidad. Se ha dictado un admirable decreto en el afán de un libro, cuyo título descubre su contenido: El libro de España. Con idénticas palabras podría rotularse el catálogo de la demostración de la Hispanidad.
Al trabajo. Mas no sin rendir homenaje a Roma, Roma materna, que según la sentencia de uno de sus grandes hombres: domina por su virtud en la guerra y por la sabiduría en la paz.
¿Vale otra sugestión? No es desdeñable. A ese concurso, a completarlo, podría invitarse a Portugal. Creo superfluo aducir las razones y los sentimientos de todos los órdenes que recomiendan la cosa.
Todo esto no ha de costar millones, ni ha de ocupar uno y otro y otro edificio. En uno solo ha de caber todo. Porque no se trata de una Exposición, de esas colosales, sino de reducir a una ojeada, y a la amenidad, a un juego trascendente, todo un Imperio. De una vez y de un golpe de vista, el analfabeto en patriotismo y en Hispanidad, ha de salir ilustrado y entusiasmado. Es una misión en la propia España. Nuestras figuras fundamentales fueron el Capitán y el Misionero (y en medio el Salvador). El Capitán, el Soldado, ya renacieron. Toca ahora al Misionero volver a ejecutar en nuestra vida universal.
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Fiesta de la Raza
12 de octubre de 1937
Hoy se celebra la Fiesta de la Raza. En España y al otro lado de los mares. En España, bajo el signo de una guerra, que es precisamente una lucha por la independencia y la afirmación de las virtudes de la Raza, contra los principios destructores de un exotismo mongólico. Allá en América, siguiendo las incidencias de esta reconquista, con religiosa atención, con el deseo anhelante de una victoria hispana. Los pueblos que en los siglos XV y XVI fueron descubiertos por la fe, el valor y la intrepidez de españoles gigantes, que recibieron su sangre, su idioma y su religión, penderán emocionados del momento final en que los soldados de Franco griten ¡victoria!, como el pequeño mundo de las carabelas de Colón se agitó de emoción al oír la maravillosa exclamación de Rodrigo de Triana, al divisar la tierra del Nuevo Mundo.
Con la derrota del marxismo, España y las naciones americanas habrán derrotado al enemigo de la Raza, que desde el comienzo actuó como tal, sin careta, asesinando al último descendiente de Cristóbal Colón, asaltando y devastando el Monasterio de la Rábida, santuario, reliquia y pregón de nuestra grandeza.
La fiesta de la Raza tiene para los españoles un auténtico valor, un sentido significado, por el que se lucha en jornadas de epopeya.
En el día de hoy, al unísono con nuestros hermanos de América, renovemos con fervorosa unción en el altar de nuestras conciencias, un rendido homenaje al espíritu inmortal de la Raza.
A. Fernández
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ABC de Sevilla, que es ahora ABC de España, cumple hoy ocho años
En este Día de la Raza que con tanta solemnidad ha celebrado Sevilla, esta edición de ABC en que se realizó uno de los más entusiásticos designios de nuestro inolvidable fundador, D. Torcuato Luca de Tena, ha cumplido siete años.
Apasionado por su tierra, con fervores de hijo, legítimamente orgulloso, con sentimiento paternal, de su creación periodística, era afán –en buen hora plasmado en realidad tangible– de aquel gran patriota situar más próximo del cálido regazo de la Sevilla materna cada nuevo latido del rotativo entrañable. Devotos de voluntad tan cordial y noble, quienes le sucedieron en la vida apresuráronse a consumar su cumplimiento, y a partir del 12 de octubre de 1929 –a los pocos meses de extinta aquella vida ejemplar– era ABC en Madrid y Sevilla una sola vibración.
Del resultado obtenido en tal empresa, nosotros no hemos de ser jueces ni mediadores. Queremos, tan sólo, en este séptimo aniversario, hacer patente cómo merced a aquel levantado propósito no ha sufrido interrupción la obra, inspirada siempre en el culto de la Patria, que las páginas de ABC representa. Sin el vivo ropaje de sus grabados; falto de la densidad que de sus hojas recibía en los días normales; privado del pensamiento de muchos de sus hombres –cautivos los unos, en el vejamen sin nombre de la anti-España; los otros–, para siempre arrebatados por el arma del asesino..., ABC, gracias a su edición de Sevilla, no habrá de corregir vacío alguno el día en que, renacidas del todo las humanas normas, tantas manos hoy sujetas con ligaduras de ignominia, se apresuren a reanudar la tarea brutalmente cercenada.
Desposeído y mancillado en su casa de Madrid, nuestro periódico, sin embargo, no ha dejado de ser ni un solo día, porque en la Ciudad de la Gracia le señaló morada el impulso amoroso del insigne sevillano que le creara. Y desde estas sus hojas sevillanas, en el futuro la mirada serena, seguro del reflorecimiento que a la Patria espera por el esfuerzo –sacrificio, martirio y sangre– de sus hijos dignos, ABC unido por vehemente impulso de alma a la ingente obra de esta liberación suprema, aguarda, firme en sus principios, la hora de la restauración de nuestras grandezas nacionales.
¡Viva España!
Con los párrafos que anteceden conmemoraba ABC de Sevilla el año pasado su VII aniversario. Poco tenemos que añadir en realidad a lo entonces expresado; como no sea confirmar que en el año transcurrido desde que aquéllas líneas se escribieron, ABC de Sevilla ha continuado en progresión realmente portentosa su evolución de edición local y su transformación en el autentico ABC de España. Porque si nuestros enemigos jurados de toda la vida, nos han robado en Madrid nuestros talleres y se pueden envanecer con los primores de confección y de procedimientos técnicos que en una labor de treinta y cuatro años logramos hacer culminar, no han podido, en cambio, robarnos el ascendiente moral sobre la opinión pública de España, porque, naturalmente, no han podido robarnos tampoco el espíritu que es consustancial a estas páginas de ABC y en el cual está arraigado el éxito, que nos complacemos en registrar, del ABC español genuino, que es hoy el ABC de Sevilla.
En el año transcurrido, nuestra tirada ha aumentado en términos sobremanera angustiosos para las posibilidades técnicas de que disponemos. A través de ese mismo tiempo nuestros números extraordinarios, tales como el de Semana Santa, el dedicado al aniversario del glorioso Calvo Sotelo y el de conmemoración del 18 de julio, fecha del Alzamiento Nacional histórico, han alcanzado difusión sin precedente.
Inquebrantables en nuestra fe y en nuestros ideales de siempre, a la constancia en servirles fiamos, sin embargo, el mayor éxito de nuestro periódico, y como estamos seguros de perseverar en esa constancia y en esa lealtad hacia nosotros mismos, podemos garantizar éxitos venideros, pese a todos los asaltos y latrocinios de que seamos víctimas.
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Hoy se celebra en todo el territorio nacional la Fiesta de la Raza
Orden de la División relacionada con la Fiesta de la Raza
En el artículo 2.° de la Orden General del Ejército del Sur del día de ayer, se prescribe lo siguiente:
Actos públicos. Festividades.– Con motivo de celebrarse mañana día 12 la Fiesta de la Raza, las tropas de este Ejército vestirán de gala, se izará el Pabellón Nacional en los edificios militares y se harán las salvas reglamentarias, con arreglo a lo que determina la O. C. de 25 de abril de 1932. (C. L. número 238).
Lo que de orden de S. E. se publica para conocimiento y efectos.– El coronel jefe de Estado Mayor, José Cuesta.
Una orden de la Delegación de Trabajo
Declarado fiesta nacional el día de mañana, 12 de octubre, festividad de la Raza, esta Delegación de Trabajo advierte que en dicho día serán de aplicación las disposiciones vigentes para el descanso en días festivos establecidas en el decreto-ley de 8 de junio de 1925 y Reglamento de 17 de diciembre de 1926, con las excepciones al mismo descanso que regulan los capítulos segundo y tercero del Reglamento mencionado.
En consecuencia, se considerará festivo, a todos los efectos legales, el repetido día, sin que, por tanto, puedan trabajar más que las industrias aludidas en dichas excepciones y aquellas que, por las circunstancias del caso, hubiesen obtenido la previa autorización de este organismo.
Sevilla 11 de octubre de 1937. II Año Triunfal.– El delegado de Trabajo, M. P. Ayala (rubricado).