Filosofía en español 
Filosofía en español


En el Monasterio de El Escorial

El secretario general del Movimiento, general Muñoz Grande, fijó en un magnífico discurso las tareas del IV Congreso Extraordinario del S. E. U., en la solemne sesión de apertura

El delegado nacional, Sr. Guitarte, glosó las aspiraciones de los universitarios y expuso la firmeza de los propósitos de la juventud

Entre tantas cosas como, por de pronto, tenemos que agradecerle al Caudillo liberador de la Patria, pocas de tanta trascendencia y ninguna de espiritualidad tan profunda y significativa como esta de reconciliarnos en todas las horas y en todos los acontecimientos restauradores de la fe en España con los viejos caminos, y las piedras milenarias y los valles y los ríos que tienen ecos de glorias y corrientes rumorosas de cristianos sacrificios. Ahora los anchos patios oreados de Historia y las piedras inconmovibles y las montañas serranas han de servir de escenario al más trascendental de los Congresos universitarios.

Quienquiera que aspire a ser crítico en esta etapa decisiva de la vida española habrá de convencerse pronto, si quiere ser juzgador sensato, del afán íntegro de enraizar cuanto surge, como consecuencia de la Victoria, a la tradición más pura de las esencias nacionales; y habrá de conceder a la juventud que dio la vida en las trincheras este valor decisivo actual en las tareas revolucionarias de la postguerra.

Quienquiera que ayer estuviese en El Escorial, saldría del Monasterio con sensación de orgullosa admiración y seguridad permanente en los hombres jóvenes, que escenificaron la inauguración del Congreso universitario.

Quienquiera que a la hora actual conozca los públicos propósitos y las resoluciones de esta juventud, ni abrigará temores ni se dejará ganar jamás por recelos sembrados con afán egoísta o estupidez de mediocridad, perfectamente diagnosticada; y los hechos fuertes y decididos –como las palabras rotundas del delegado nacional del S. E. U.– serán el exponente más perfecto de la revolución en marcha, que, para fortuna de España, tiene una juventud cuya aspiración final es el sacrificio y cuyos métodos de acción han arrumbado los tópicos¡ las cuquerías, la flexibilidad, los lugares comunes, la feroz lucha de clases, la mediocridad y, por encima de ello, los eternos obstáculos antiespañoles.

Quienquiera que, aproximadamente, tenga un concepto de lo que costó la Victoria, no necesitará de reiteraciones para dejar paso a la juventud que ganó la guerra, y que guiada por el Caudillo llega a ganar la paz. Estos hombres jóvenes son los cimientos y el baluarte de la Patria, que se ha forjado en las ruinas de lo que que parecía irremediablemente perdido; y esta juventud, perfumada por el más cruento de los sacrificios, sólo aspira a dignificar la Patria, dignificando la Universidad.

Quienquiera que sea buen español está en la obligación de ayudar a la gran tarea, comenzando por enterarse de los propósitos antes de prestar eco a estúpidas invenciones del arroyo, donde se cocieron todas las desventuras frentepopulistas. Y si hay alguno que no quiera, tanto peor para él...

SPECTATOR [Alberto Martín Fernández]

Misa rezada en la Basílica

A partir de las diez de la mañana comenzaron a llegar a El Escorial, delegados y consejeros que habrán de participar en el Congreso. A las diez y media llegó el consejero nacional del S. E. U., camarada Guitarte, y en seguida el ministro, Sr. Muñoz Grande con su ayudante, quien fue recibido por las jerarquías del Partido que le habían precedido. Pasaron todos a la Basílica, donde el Congreso, comenzó con una misa rezada, en la que ofició Fray Mauricio de Begoña, consejero nacional.

Al concluir la misa, el ministro, secretario general del Movimiento, y los camaradas del S. E. U., saludaron, brazo en alto, ante la tumba de José Antonio y pasaron a la Sala de las Coronas, antigua iglesia vieja, donde había de celebrarse la sesión de apertura. Esta tenía en la tribuna presidencial un fondo de cinco lienzos negros de gran altura, iluminados indirectamente, en los que estaba dibujado el emblema del S. E. U., el triple grito de “¡Franco!” y la palabra “Universidad”. En el resto del salón, entre grandes banderas de España en las paredes, se leían las siguientes incripciones: “Imperio, Revolución, Fe, Disciplina, Servicio, Autoridad, Sacrificio, Lealtad, Estudio, Acción, Milicia, Cultura, Deporte.” En la pared de enfrente a la tribuna presidencial se veía un monumental escudo de España. Sobre la mesa, un Crucifijo.

Discurso del delegado nacional del S. E. U.

Tras una breve visita al Monasterio, entraron los congresistas en el salón, y el ministro secretario del Partido, general Muñoz Grande concedió la palabra al delegado nacional del S. E. U.

“Camaradas: Al inaugurar el presente Congreso Extraordinario e iniciar la tarea colectiva quenos hemos propuesto, recordemos con respeto de incondicionales las palabras de José Antonio, que aseguran: “Queremos que la dificultad siga hasta el final y después del final; que la vida nos sea difícil antes del triunfo y después del triunfo.” Recordémoslas, porque así como cuando el S. E. U. era el instrumento de agitación de la Falange en la Universidad, su posición de combate era la más difícil que se podía mantener en los delicados momentos actuales de la Paz Revolucionaria, la actitud que el Sindicato Español Universitario acuerde, como consecuencia de las normas aprobadas en este Congreso, ha de ser también la posición más difícil que se pueda adoptar.

Fue leal a José Antonio y hemos sido y seremos leales a Franco. Juramos sumisión y fidelidad al Caudillo. De él no queremos vernos separados por nada ni por nadie.

Tenemos enfocado y casi resuelto el problema de la unificación. Entre nosotros, veteranos carlistas y viejos militantes de las Asociaciones Católicas, están dispuestos a que no se vuelva a hablar de división en la masa escolar. El Sindicato ha de tener un espíritu de empresa e integrarse de un estilo trascendente de la más pura raigambre nacionalsindicalista.

Aspiramos, añade, a la sindicación única y obligatoria, porque aspiramos a que el individuo que cursa unos estudios no sea, como en la mayoría de los casos, un hombre vulgar más, sino un español, que por su preparación se haya convertido en un hombre singular destacado del sindicato militar de que habló José Antonio.

Peleamos por una Universidad con “empresa” y “mensaje”, capaz de proyectar vitalmente el ímpetu de nuestra generación en soluciones políticas y culturales. Si la Universidad antes de la guerra era un organismo caduco y muerto, existe hoy el peligro de una Universidad intestinamente alborotada, pero tan muerta y tan caduca como la anterior. No hemos luchado para observar cómo en la Universidad se abre paso a codazos mucha gente mediocre. Por eso el S. E. U. va a la sindicación única y obligatoria. Para poder cerrar en filas contra los enemigos de la cultura, que con tal de situarse son capaces de destruir, no ya la Universidad, sino los valores más esenciales del espíritu español, por no saber enjuiciarlos cara a cara y con la sanidad que su categoría merece.

Termina el delegado nacional del S. E. U. dedicando un recuerdo sentido a los Caídos y al Capitán que yace entre los muros del Monasterio, y recomienda seguir su ejemplo: desprenderse de todo personalismo y de toda posición superficial para ser leales al sacrificio de los que cayeron.

Discurso del ministro secretario del Partido, general Muñoz Grande

Seguidamente se levantó el ministro secretario del Partido, general Muñoz Grande, quien dijo:

“Da comienzo a sus tareas el Congreso Nacional del S. E. U. en momentos decisivos para la vida nacional. Para nadie es un secreto que el enemigo, vencido en la guerra, trata de anular nuestro esfuerzo, quitándole a la victoria militar el contenido político que forzosamente ha de tener, si no se quiere que, pese a toda su grandeza, resulte sólo una gloria más que añadir a las muchas de que están llenas las páginas de nuestra historia. Para conseguirlo, para no detener el descenso patrio iniciado hace siglos, recurren a todos los medios de que son capaces conciencias tan perversas como las que anidan en los que no supieron vencer, porque no tenían razón, y un día lanzan la especie de una dictadura militar que va a arrojar de los puestos de mando a los que labraron la victoria. Y lo hacen a conciencia de que el Ejército, sin veleidades de ninguna especie, lo único que quiere es lo que ellos siempre le negaron, porque así lo necesitaban para sus fines bastardos: justicia y material para las necesidades que el combate moderno exige, que moral para morir en aras de la Patria, mil veces, aun en lucha desigual, ha demostrado que no le falta. Otros anuncian catástrofes que llevarán el hambre y la miseria a nuestros hogares, cuando saben que, a pesar de las dificultades de la guerra europea, el Estado se esfuerza por lograr, y logra, medios para remediar los males que ellos causaron, y las pequeñas privaciones económicas, sólo consecuencia de sus bárbaras destrucciones, son de sobra llevaderas con el espíritu sano y fuerte que anima a nuestras gentes, todo para justificar la vuelta de un pasado lleno de vergüenzas. Otros, en fin, constantemente, y esto es lo más grave, se empeñan en hacer ver cómo es imposible la convivencia entre los que juntos combatieron. Y esto, camaradas del S. E. U., hay que decirlo claramente, es mentira.

A este propósito quiero haceros un relato de lo que ocurría en las tropas que yo mandaba durante la pasada guerra.

Fue allá por diciembre del 1937. Vencido el rojo en Asturias y liquidada totalmente a nuestro favor la campaña del Norte, por el Mando se dispuso la reorganización del Ejército, llevando a las tropas a zonas en las que, a la par que descansaban de la incesante lucha que durante ocho meses habían sostenido en Vizcaya, Santander y Asturias, repasaban sus armas y material y, mejorando su instrucción, se disponían para lanzarse al ataque cuando y donde el Caudillo dispusiera.

Le correspondió a mi División la zona de Puente la Reina, en Navarra, y en Mendigorría descansaba uno de los más gloriosos batallones que he conocido en toda la guerra: la cuarta Bandera de Falange de Navarra. Unas chicas del pueblo, con la fuerza de sentimientos que en todas sus cosas pone la mujer, y con la pasión que por las de los soldados de la Patria sienten las españolas, ofreció a esta Bandera un guión, que en sucesivos combates había de recordarles constantemente cuánta fe tenían en el triunfo las mujeres de Navarra. La fiesta propia de estos casos se celebró con la alegría natural que reina siempre al lado de la mujer y entre tropas que jamás habían conocido la derrota. En la comida que al final se celebró participaron representaciones de las demás unidades de la División. Una de ellas, muy numerosa, del Tercio de Requetés de Nuestra Señora del Camino, que por azares de la guerra combatió siempre al lado de la cuarta Bandera de Falange. Cuando, terminados todos los actos iba a retirarme a mi Cuartel General, un numeroso grupo de falangistas y requetés, saliéndome al paso, me rogaron, y esto es lo interesante, por lo que procuro reproducir sus palabras, “que para demostrar a los que en la retaguardia se producían tan torpemente con sus rivalidades” y que la hermandad en el frente era un hecho, fusionáramos en una sola unidad aquellas dos: la que en lo sucesivo había de llamarse Cuarta Bandera de Falange de Nuestra Señora del Camino.

Pues bien, ese hecho simbólico, cien veces repetido a lo largo de la guerra, en las trincheras y en las cárceles, en las que millares de hombres con camisa azul y boina roja, mezclaron físicamente su sangre por la misma santa causa y a las órdenes del mismo Caudillo, este hecho, repito, es la verdad, es la realidad que vosotros, la juventud, habéis forjado. Vosotros, con la inexperiencia, si se quiere, de vuestros pocos años, pero con la honradez, valentía y patriotismo de vuestros pechos fuertes, que no entienden de mentiras, ignoran la habilidad, desconocen la superchería, pero que, cuando el caso llega, sabéis demostrar al mundo que aun no han desaparecido de nuestra raza las cualidades esencialmente varoniles que en todo tiempo la caracterizaron. Frente a esta verdad, de poco sirven las insidias de algunos farsantes que, titulándose fieles intérpretes de la doctrina de José Antonio o depositarios de las tradiciones seculares, tan gloriosamente defendidas durante un siglo, traten de sembrar la confusión y el desorden entre los que juntos lucharon y sufrieron. Consciente o inconscientemente, sirven los anhelos del extranjero, mal avenidos con la grandeza de nuestra Patria. A vosotros, los del S. E. U. os cabe el honor de mantener en vuestras filas primero, y si es preciso, en España entera después, esta Unión sagrada que nada ni nadie podrá ya romper, llegando, si el caso lo requiere, a empuñar otra vez las armas para de nuevo vencer a los que pretendan mancillar el honor de los caídos.

Hemos, pues, de seguir alerta constantemente; más aún, prepararnos para la lucha que dentro o fuera de casa quieran plantearnos los que desde hace siglos nos combaten. De nada servirá que pongamos remedio a los males que atraviesan nuestros campos y nuestras industrias; que elevemos nuestra cultura y que mejoremos el nivel de vida de nuestros compatriotas, si no disponemos de un instrumento fuerte y poderoso que mantenga a raya a todos nuestros enemigos. Es preciso, se impone como primera medida, la reorganización del Ejército, en forma tal, que haciéndose respetar, haga fructífera nuestra victoria. Para lograr este Ejército, hay que dotarle de armas para el combate y sembrar en sus componentes la interior satisfacción que les permita ir hacia la muerte con alegría. Pero no es posible, sostener una oficialidad profesional que satisfaga las necesidades de la nación en armas, ni se debe recurrir otra vez al sistema pasado en que sólo el valor legendario de nuestra raza, encarnado en los alféreces provisionales, resolvió las más difíciles situaciones. Es preciso obtener la oficialidad por selección entre los que, reuniendo una adecuada base de cultura, posean aquellas otras de austeridad, grandeza moral y conocimientos militares que les permitan encuadrar las unidades organizadas en la movilización, bajo la guía directa de la oficialidad profesional.

Los centros de enseñanza superior han de ser, por consiguiente, viveros que nos proporcionen, mediante la adecuada instrucción premilitar, que haga posible a nuestros universitarios llegar al cuartel en condiciones de ostentar el honroso título de oficial del Ejército español. A tan ineludible necesidad atiende el Movimiento, y muy pronto, por decisión del Caudillo, aparecerán las disposiciones que, dando vida a este propósito, permitirán al S. E. U., con la gallardía propia de su juventud, seguir ocupando el puesto de honor que le corresponde, y mantener vivo en las filas del Ejército el espíritu de la victoria.

Mas no basta; para la F. E. T. y de las J. O. N. S. todo es poco. Nosotros pretendemos, y a ello vamos decididamente, que todo hombre de alguna significación, con alguna responsabilidad, conozca directamente un oficio, hasta el punto de que el Estado no otorgue más adelante ningún título académico, sino a los que posean un título profesional elemental, adquirido en los Centros que por nuestras Organizaciones sindicales se establezcan, para formación de sus juventudes, evitando de este modo, por la inserción de los elementos del S. E. U. en el frente de Juventudes, que muy pronto habremos formado, que éste tome un cariz de clase, a todas luces nocivo, y que de ningún modo habríamos de tolerar. Y para hacer pronto patente nuestro propósito de borrar la maldita lucha da clases que tanto daño causó a nuestra Patria, puede decirse, y yo os exijo a vosotros otro sacrificio: éste, pequeño. Aparte de los trabajos que por el Estado y Movimiento se están haciendo para creación de estos centros de aprendizaje, en los que los elementos jóvenes de las clases trabajadoras y vosotros universitarios, os uniréis para proclamar la hermandad de nuestros principios, yo quiero que, de vuestro peculio particular primero, y con los fondos del S. E. U. ya sólidamente organizado después, atendáis a los estudios y vidas deaquellos muchachos que, perteneciendo a las familias más modestas de la nación, posean capacidad suficiente para, con su presencia, honrar nuestras Universidades. Tan sólo con dedicar un uno por ciento de vuestros gastos actuales a estos menesteres, por cada cien estudiantes lograréis llevar a la Universidad un ciudadano modesto, que será el pregonero constante de vuestra hermandad, generosidad y espíritu cristiano.

Yo espero que, intensificando vuestros estudios y en guardia constante para que no se malogren los frutos de la revolución, con la creación de la Milicia Universitaria y el Frente de Juventudes habremos dado un paso decisivo hacia la meta ideal por la que tantos cayeron. Hacia el Imperio, que nos abrirá las puertas del respeto universal a que por nuestra historia de siempre y sacrificio de ahora tenemos derecho. Y con él hay que ir hacia aquellos pueblos de América, en donde ciertamente, hay que reconocerlo, no existe en sus multitudes el sentimiento de hispanidad, que con tenacidad irritante trataron siempre de borrar nuestros constantes detractores. Pero en donde sí hay un grupo muy selecto, lo más escogido de cada nación en que, partiendo de la comunidad de religión, idioma y costumbres, aspiran a ver hermanadas con las nuestras sus ilusiones, sus intereses, sus inquietudes de todas clases. Ha llegado el momento de reunir en un mismo hogar a estudiantes de todas las profesiones, que, con el fin principal de hacer hombres, en un ambiente de varonil religiosidad, de endurecimiento y disciplina, agrupe en su seno a los de todas las naciones hispanoamericanas que no perdieron la fe en el sentido católico e imperial de nuestra causa, y que regirá la vida de ese Colegio Universitario que el Movimiento siente necesidad de crear inmediatamente.

Paralelamente a estos trabajos, que tan fácilmente hemos desarrollado dentro de una cultura común, es preciso que dediquéis también vuestras actividades, poniendo en ello todo vuestro cariño, a ese pueblo valiente, a esa raza vigorosa del otro lado, del Estrecho, que tan generosamente dio su sangre cuando la garra del marxismo creyó encontrar fácil presa en la Patria hispana. A ese gran pueblo marroquí, que, sin conocer exactamente los términos en que estaba planteada nuestra guerra civil, sólo por el enorme entusiasmo que en sus huestes despertaba el prestigio de nuestro Ejército y la valía de Franco, se lanzó al combate sin atender a sus intereses ni medir sus consecuencias. Para ese país donde se forjaron las espadas de nuestros capitanes, yo he de pediros a vosotros, que tan asequibles sois a la gratitud, que prodiguéis vuestra gracia y afanes, satisfaciendo las ansias de los que, después de darlo todo, sólo aspiran a beber en las fuentes de nuestra cultura, y poder, con la ayuda de España, ponerse en la vanguardia de los pueblos del Islam. Para tan notable propósito, el S. E. U. abriendo, los brazos asus camaradas marroquíes, ha de ofrecerles, en nuestros más bellos Alcázares andaluces, lugar y ambiente adecuado a sus justas pretensiones, y ello rápidamente, con la misma rapidez que ellos, en julio del 36, cruzando los aires sobre las aguas rojas del Estrecho, vinieron a nuestro suelo para, a las órdenes del Caudillo, y al lado de nuestra juventud, imponer la razón a los que tan torpemente creyeron que había llegado la hora del reparto que ordenaran desde Moscú.

Y nada más por hoy, camaradas. Empezad vuestras tareas, poned en ellas toda la pasión que os domina y trabajad intensamente y de prisa, sí, pero con la tranquilidad que yo os aseguro, porque conozco al Caudillo y porque os conozco a vosotros, lo mejor de mi raza. Que si algún malvado o imbécil tratase de perturbar la paz a costa de tanta sangre ganada, otra vez se levantaría toda nuestra juventud, y a la cabeza de ella el S. E. U. aplastaría, a los que con su traición quisieran hundir a España.

¡Viva Franco! ¡Arriba España!”

La primera reunión del Congreso

El Escorial 4, 10 noche. A las cuatro en punto dio comienzo la primera reunión del Consejo extraordinario del S. E. U.

Después de unas palabras del Sr. Guitarte comenzó la discusión de las ponencias, interviniendo numerosos congresistas y reinando el mayor entusiasmo. CIFRA.