Filosofía en español 
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Pedro Laín Entralgo

Modos del anticomunismo

Gran parte del mundo es hoy anticomunista; esto parece claro. ¿Llegará a ser la consigna del anticomunismo una bandera de unión entre los pueblos y los hombres ? Puesto que es preciso “distinguir para unir”, según suele decirse, distingamos con claridad los modos de esta genérica hostilidad contra el comunismo.

Según la intención de quienes lo sienten y declaran, el anticomunismo puede ser “estatal”, “individual” y “espiritual”. Llamo “estatal” o por “razón de Estado”, al de quienes lo profesan porque así conviene a los intereses del Estado a que pertenecen. La pugna entre el evidente imperialismo soviético y otros imperialismos de distinto signo, no menos evidentes, se halla por debajo de ese visible “anti”. Tan estatal fue, por ejemplo, el anticomunismo de la Alemania nacionalsocialista como lo es hoy el de la Inglaterra de Bevin. ¿Era acaso más liberal y democrática la Rusia soviética de 1941 que la de 1948?

Profesan un anticomunismo “individual” aquellos a quienes el comunismo soviético amenaza o vulnera intereses propios más o menos respetables: económicos, profesionales, afectivos, familiares, &c. Para todos ellos, el régimen no comunista se define primariamente por ser “más cómodo” que el comunista. Más que “la” libertad, les importa “su” libertad; más que “el” bien común, “su” bien particular, y así con todo lo que se pone en litigio. ¿Cuántos de tales anticomunistas hay en la Europa que se llama occidental y, por supuesto, en América?

Hay, en fin, un anticomunismo “espiritual”. Es el de aquellos capaces de pensar y sentir mirando, antes que la propia ventaja, el interés universal de la verdad y del bien. “La” verdad y “el” bien; quede esto claro. Todos ellos oponen al comunismo, al menos como programa, un modo de vivir humana y objetivamente más perfecto, así en el orden social como en el íntimo. Y su dispersa colectividad se halla constituida por dos grupos: el de los verdaderos liberales –no sé si quedan muchos– y el de cuantos sienten la necesidad de profesar libremente una concepción religiosa de la vida personal y pública. Cualesquiera que sean sus ulteriores diferencias, frente al hecho del comunismo piensan unos y otros que sin un mínimo de libertad religiosa e intelectual, no hay verdadera dignidad en la existencia del hombre.

Apenas es preciso decir que en el alma de cada hombre concreto pueden articularse del modo más diverso estos tres modos de anticomunismo, porque las vidas humanas son siempre realidades muy complejas. Conviene, en cambio, subrayar enérgicamente, puesto que estamos distinguiendo, la existencia de dos posibles maneras en el anticomunismo que he llamado “espiritual”. Hay anticomunistas espirituales de índole puramente “intimista”. No quieren el comunismo. Frente a él postulan “in mente” o “ex calamo” un modo de vivir más perfecto, más fiel a la verdad y al bien común y privado. Pero no pasan de ahí, porque no saben o no quieren oponer a la efectiva amenaza del comunismo una resistencia activa verdaderamente eficaz. Son éstos, si se me permite la expresión, los jansenistas de la verdad y del bien. Junto al de ellos está el anticomunismo de los que, con Molina y contra Jansenio, creen que el hombre se encuentra en el derecho y en el deber de concurrir con su operante libertad a su salvación eterna y a su mejor estado posible en la vida de tejas abajo.

Repito ahora la interrogación que antes propuse: ¿Llegará a ser la consigna del anticomunismo una bandera de unión entre los pueblos y los hombres? No lo sé, porque no tengo don de profecía. Pero sé, en cambio, que el anticomunismo que hoy, sin mayor discernimiento, tanto se proclama en Europa y América, no será un movimiento histórica y objetivamente justificable si no tiende hacia el último modo de cuantos he descrito: el de los “espirituales activos”. Sólo él hará posible un modo de vivir en comunidad más perfecto y más incitador de ilusión que el comunista. Es el anticomunismo en que, a mi juicio, estaba la mejor parte de aquella España del 1º de abril de 1939: la España que se sentía unánimemente, sin rencor, con sólo esperanza, o “liberadora” o “liberada”.

Pedro Laín Entralgo