Filosofía en español 
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José Pemartín

Donoso, en el pensamiento contrarrevolucionario

Con ocasión del centenario de Donoso Cortés, parece adecuado bosquejar una sucinta fenomenología, para emplear la expresión vigente, del pensamiento contrarrevolucionario europeo en su conjunto; una muy somera descripción –más no cabe en un artículo– de este acaecer histórico-ideológico; que ya hoy es posible vislumbrar, en sus líneas generales, con suficiente alejamiento; y situar en él a Donoso en su posición singular y cimera.

El pensamiento contrarrevolucionario tiene, en efecto, unas características bien significativas. Primero, pudiera pensarse en una larga época «constituyente», de vida interna, durante la cual, como las «formas» aristotélicas, ese pensamiento («ideas sin palabras que de nuestros antepasados llevamos en la sangre», según la bella expresión spengleriana) constituye el elemento ideal, oculto, de las sólidas instituciones jurídico-políticas, entrañablemente hereditarias en su mayoría, del período constructivo de la cultura occidental. Más tarde, cuando en la eterna dialéctica platónico-aristotélica, aparecen, con el racionalismo, las ideas y sistemas políticos «a priori», va desarrollándose el pensamiento revolucionario. Y al finalizar esta etapa surgen, como efluvios délficos, a través de las grietas del orden social cuarteado, formas ideales contrarrevolucionarias de diversa consistencia e intensidad, soterradas hasta entonces en los estratos profundos del orden histórico tradicional.

Por eso, paradójicamente, en los países de sólida corporeidad histórica, como los anglosajones y nórdicos, y la misma Alemania, el pensamiento contrarrevolucionario no se manifestó apreciablemente y continuó implícito largo tiempo como forma interna de su cuerpo histórico. Vivió hasta mucho después de que en los países latinos la onda explosiva de la Revolución francesa había estremecido y quebrantado el orden antiguo.

Es, pues, en Francia y en España donde se sitúa y emerge, paralelamente, esta doble manifestación del pensamiento que puede llamarse específicamente contrarrevolucionario, ya que surge con motivo de la profunda sacudida de la Revolución. Y ello, curiosamente, lo mismo en Francia que en España, en dos oleadas sucesivas separadas por un considerable intervalo de tiempo. La primera se ilustra en Francia con los nombres de José de Maistre, Bonald y Lamenais en sus comienzos. La segunda, muy posterior, sobreviene tras el positivismo y nace, en parte, de las doctrinas de un positivista, Hipólito Taine, en sus «Origines de la France contemporaine», para desarrollarse plenamente con las ideas de los neotradicionalistas como Bourget, regionalistas como Barrés y, sobre todo, Charles Maurras y «L’Action Francaise». En España la primera etapa comprende, principalísimamente, a Aparisi y Guijarro y Donoso Cortés; la segunda arranca de Menéndez y Pelayo y florece mucho después con Maeztu, Pradera, Eugenio Vegas y «Acción Española». Entre ambas, tomando de una la grandilocuencia romántica, y de otra, muchas coincidencias doctrinales, está Vázquez de Mella.

Además de estos relieves externos, señalemos una característica condición interna: la menor consistencia filosófica –tanto en Francia como en España– del pensamiento contrarrevolucionario de la primera etapa. Y ello en razón inversa, y probablemente a causa del superior valor emotivo, literario, de la primera época: el romanticismo. En la segunda, tanto el pensamiento de Maurras en Francia como –«mutatis mutandis»– el de Menéndez y Pelayo, y más tarde el de «Acción Española», en nuestra patria, están sólidamente sedimentados, estructurados histórica y filosóficamente. Tal debilidad filosófica en sus fundamentos primeros es bien explicable, sobre todo en Francia, porque la obra de desecación y corrosión nacionalista del pensamiento había sido allí mucho más intensa. Tanto Bonald como De Maistre o incluso nuestro marqués de Valdegamas han podido ser, en efecto, acusados de tradicionalismo filosófico, harto diverso, como es bien sabido, de lo que generalmente se entiende por tradicionalismo en el sentido político social.

«El marqués de Valdegamas –escribía en 1879, con criterio filosófico estricto, el cardenal fray Ceferino González–, que es superior al conde de Maistre por la magnificencia de su estilo, por la elevación de ciertas ideas, por la profundidad del pensamiento y por las súbitas y luminosas fulguraciones del genio, exagera y desfigura la importancia del criterio teológico hasta caer en el tradicionalismo (filosófico) y abrir la puerta al escepticismo.» Pero luego, como en una profética intuición, elevándose al nivel de la visión histórica, se pregunta: «¿Quién sabe si lo que hoy miramos como exageraciones, como tesis paradójicas y sobrado absolutas de Donoso Cortés llegará un día en que será mirado como previsiones ajustadas al movimiento de la Historia, como la expresión genuina de las verdaderas necesidades político-sociales y religiosas de nuestra época?» El cardenal González, tan parco en alabanzas, termina con este elogio: «En todo caso, el nombre de Donoso Cortés aparecerá siempre como tipo de hidalguía castellana, de buena fe, de ciencia profunda y de piedad cristiana.»

Si tratamos, pues, de situar a Donoso en esta doble trayectoria del pensamiento contrarrevolucionario, sin vacilar hemos de colocarlo, sin el menor énfasis metafórico, en la cumbre de su primera etapa. Gabriel de Armas, en un excelente libro que pronto verá la luz, sostiene que el marqués de Valdegamas eleva a la cresta de la primera oleada de pensamiento contrarrevolucionario lo más profundo y cardinal del tradicionalismo español: el sentido trascendente de la vida.

Probablemente, es Donoso la figura más valiosa y atrayente de la primera etapa europea del pensamiento contrarrevolucionario. Romántica silueta de hombre de su época, con su «mal du siécle», su fervorosa conversión, su acendrado catolicismo ulterior; hombre de resonancias europeas, atendido y considerado en Cortes reales y Cancillerías, escuchado por el Papa, comentado por grandes filósofos y críticos hasta en nuestros días. Pero su importancia principal, lo que da a su pensamiento el más hondo sentido contrarrevolucionario (no sólo contra la Revolución francesa, sino contra la colectivista, llámese marxista o totalitaria), proviene de su individualismo «salvacionista» cristiano, por el cual el hombre es, con sus libertades y su dignidad inherentes e irrenunciables, el protagonista principal, mediante los méritos de Cristo, en el drama radical de su propia salvación.

En el proceso histórico del pensamiento contrarrevolucionario vemos, pues, a Donoso desentrañar la raíz misma del pensamiento tradicional español –su catolicismo– y elevarlo a la cima, brillante de claridades sobrenaturales, de su profética visión histórica.

José Pemartín