La Alhambra Granada, domingo 9 de junio de 1839 |
número 8 páginas 128-130 |
F. B.Jeremías BenthamEl nombre de Bentham se ha hecho popular en ambos continentes, y ningún escritor después de J. J. Rouseau ha ejercido tanta influencia sobre la marcha de los negocios públicos, ni sobre las opiniones del mundo civilizado. Sus luminosas ideas penetran por todas partes bajo distintas formas; en los Estados unidos varían las costumbres, en el mediodía de Europa las leyes, en Inglaterra los principios del gobierno. Apóstol de la utilidad, de la industria y de la religión, Bentham ha sido más feliz que esa turba de innovadores, porque ha conseguido ver el principio de las reformas preparadas y anunciadas por sus escritos. El filósofo de Westimenter ha debido el título de oráculo moderno, a la armonía íntima de sus doctrinas, con la tendencia de la época en que ha vivido. Producir y consumir, he aquí la enseña de su siglo: que ningún brazo permanezca ocioso, que se de impulso a todo elemento de prosperidad, que tengan el empleo conveniente las máquinas, las bestias, el pensamiento. Hoy no existe el espíritu fanático de religión; las pasiones políticas han perdido su intensidad y su importancia, y después de haberse conmovido la sociedad sucesivamente por las creencias y los derechos, busca su asiento en los intereses materiales. Ya no se combate por el nombre de una religión, ni por una igualdad ideal; la lucha versa actualmente sobre la propiedad, la riqueza, la felicidad social. Las doctrinas de Bentham, corresponden a este nuevo aspecto de la sociedad, y puede decirse que él ha sido su legislador. Antes de su época Epicuro, Gassendio y más particularmente Helvecio, habían predicado la moral de el interés; pero la ocasión oportuna de la aplicación de este principio aún no había llegado; Bentham, nacido en medio de los prodigios de la industria de la opulencia, en el país mas rico y venturoso, ha logrado convertirlo en un dogma popular y Europeo. Jeremías Bentham, nació en Londres en 1748 de una familia en la que era hereditaria la ciencia de las leyes, y por lo tanto desde su infancia se le destinó al foro. Sus biógrafos refieren como una muestra de sus raras disposiciones, que a los tres años de edad, leía la historia de Inglaterra escrita por Jhoyras; a los siete, comprendía el Telémaco en francés y a los trece sostenía en el colegio de Oxford una discusión pública en la que resplandeció desde luego su talento y su genio privilegiado. Admitido en Lincolus-Yun en 1772 se incorporó en el colegio de Abogados, en cuya profesión su padre se había enriquecido; pero el joven Bentham no pudo menos de mirar con repugnancia una carrera, en la que la incoherencia y multitud de las leyes de su país se prestaban a las decisiones más contradictorias y cuyos profesores hacían fortuna comúnmente por medio de los enredos y sofisterías más vergonzosas. Así fue que en lugar de acomodarse a estos abusos y vivir con ellos, se creyó llamado a reformarlos. Esta era una [129] difícil y grande empresa, por que las leyes no sólo de Inglaterra sino de la Europa entera yacían envueltas en un verdadero caos: Bentham no temió echar sobre sí tan grave carga y en ella expuso su fortuna y su vida. La lectura del tratado del entendimiento, escrito por Helvecio, determinó su vocación y empezó desde luego sus tareas. La doctrina de la utilidad se le apareció como una revelación brillante y sobrenatural: la adoptó y aplicó sus principios a la ciencia de las leyes: meditó largo tiempo sus resultados para los gobiernos, para los hombres, las costumbres y la diferencia de climas: aumentar los goces y la felicidad social disminuyendo nuestras penas y necesidades, fue el luminoso principio de moral con que encabezó sus importantes obras. Al estudio de la legislación, que exigía una posición independiente, mucha actividad y casi una absoluta soledad, añadió el estudio de los hombres y la investigación de los productos naturales. Bentham hizo muchos viajes por el continente, principalmente a París, donde formó estrecha amistad con el célebre Brissot: en una de sus incursiones en 1784 encontró en Florencia uno de sus amigos capitán de navío, se reunió con él y desembarcó en Smyrna; desde allí se trasladó en un buque turco a Constantinopla, y después de una permanencia de dos meses en el centro del Islamismo llega hasta Kankau en Ukranea, donde su hermano, después general al servicio de la Rusia, mandaba un cuerpo franco. Bentham aprovechó este tiempo escribiendo sus cartas sobre las leyes respectivas a la usura y la primera parte de su panóptica, modelo de un sistema penitenciario. Se volvió por la Polonia, Alemania y los Estados Unidos, a cuyas playas llegó en l788, después de atravesar la Europa en toda su longitud. En 1902 fue a París a gozar del favor y reputación que le habían granjeado sus trabajos: y durante su estancia el Instituto francés lo comprendió entre sus miembros. Si los trabajos de Bentham no han perecido se debe al desinterés de dos hombres, que con una modestia no común en nuestros días se dedicaron a recoger, traducir y poner en orden sus notas e informes. Mr. Dumont de Geneve ha publicado en francés, sacados de los manuscritos de Bentham, los tratados siguientes: primero, teoría de las penas y de las recompensas: segundo, tratado de legislación civil y penal: tercero, táctica de las asambleas legislativas: cuarto, tratado de las pruebas judiciales. El Doctor Mr. de Bouvring ha circulado los apuntes sobre las restricciones comerciales, a los que se debe añadir la Deontología o teoría de los deberes, obra póstuma y como el último pensamiento de Bentham. Publicó poco tiempo antes de su muerte un código constitucional, que es un cuerpo de principios aplicables, según su objeto, a todas las variaciones del sistema representativo. Entre las obras de Bentham, la que ha producido impresión más general es la teoría de las penas, que ha estado oculta entre sus papeles por el espacio de treinta años; inexplicable indiferencia en un [130] publicista que contestó con amargura a las menores críticas de los diarios! Esta vida tan fecunda en acontecimientos, había proporcionado a Bentham una numerosa clientela de pueblos y personajes eminentes. Estaba en correspondencia con Catalina II; el Emperador Alejandro estuvo a visitarle; el conde de Toreno le pidió su dictamen sobre el código penal decretado por las Cortes en 1822; la América española emancipada ya de la Metrópoli, le consultaba todos sus planes de organización, y por último en Inglaterra el Bill de reforma no es más que la aplicación de las teorías que él había expuesto en 817. Acogido en París con entusiasmo en 1815, vio en una audiencia del tribunal de Casación, levantarse todo el cuerpo de Abogados al acercarse, y los Magistrados concederle una plaza de honor. A una edad avanzada conservaba el vigor y la claridad de su imaginación; rodeado de amigos, de discípulos y de admiradores, seguía sus estudios favoritos con tal energía y constancia, que solo la muerte pudo interrumpirlos. El objeto que se propuso, era como él mismo decía, conseguir la felicidad del mayor número de individuos; y en cuanto a sus principios filosóficos, era más bien un observador maravilloso, que un pensador original: él ha desenvuelto todas las cuestiones morales, ha rectificado multitud de errores, y destruido mayor número de preocupaciones. Bajo este punto de vista, más bien que jefe de una secta se puede considerar a Bentham, el hombre útil por excelencia. A nadie le hubiera sido más fácil que a él con su colosal reputación, tomar parte en el gobierno de su país, o adquirirse partido en la oposición; pero su desinterés igualaba a la nobleza y a la independencia de su carácter, Es menester decirlo de una vez, las luchas de la época presente le conmovían bien poco: él tenía fijas sus miradas en el porvenir, porque en él se prometía realizar sus brillantes teorías en beneficio de la humanidad. La verdad que Condorcet había entrevisto al pie del cadalso, reinaba y era patente para él en todos los actos de la vida social. Jeremías Bentham murió el día 6 de Junio de 1832. Su testamento es la última prueba del pensamiento que había dominado toda su existencia: exigió que su cuerpo fuese trasportado a el anfiteatro anatómico y sometido a la disección, para contribuir de ese modo a desterrar una preocupación funesta a la ciencia. Difícil sería valuar convenientemente en los cortos límites de esta noticia biográfica, las doctrinas y la escuela de Bentham. Baste decir que una filantropía elevada y sublime, inspiraba sus acciones y sus escritos: observó a los hombres sin disgusto, jamás pretendió dominarlos; pero sí serles útil: pensador profundo, fue un filósofo sin orgullo. F. B. |
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