Filosofía en español 
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Enciclopedia

El parentesco genealógico y el supuesto ideal en la Naturaleza

por el Prof. D. Augusto G. de Linares
Director de la Estación de Biología Marítima de Santander

La continuidad de la Naturaleza entera, la concreción unitaria de toda ella en cada uno de sus individuos, parece exigir que la afinidad entre estos no sea parentesco ideal abstracto, sino ideal-real, esto es, genealógico. Cada individuo natural es genéticamente pariente de todos los demás. Lo ideal, en la Naturaleza, debe serlo al modo natural mismo: si la Naturaleza es totalidad, concreción, continuidad, continuo, concreto, genealógico debe ser lo ideal en ella.

Mientras se ha supuesto que los individuos surgían como los cristales, de un blastema caótico, sujeto a sucesiva información en puntos discretos, era natural concebirlos independientes, unidos sólo en la homogeneidad primitiva de aquel blastema. Y como éste, lejos de ser estimado como provisto de individualidad, se le tenía al contrario, como el fondo general de donde surgían los individuos, esto es, como término antagónico de los individuos todos, nacidos de él, de aquí que las afinidades entre estos se juzgaran ideales solo, fundadas en la comunidad de las propiedades abstractas, concretadas en ellos: materia, forma, dinamismo. Así se explica que Kölliker y otros naturalistas y Hartmann y otros filósofos sostengan el carácter ideal (abstracto) de la afinidad entre las diversas formas de vegetales y animales, comparándola con la abstracta que reina entre los cristales de un mismo sistema, los cuales ningún lazo genealógico tienen, y sin embargo, pertenecen sabidamente a un tipo sistemático común. Esta afirmación es plenamente legítima desde el punto de vista hoy admitido en la teoría de la individualización. El que los demás naturalistas la rechacen no quiere decir sino que la perspectiva misma del proceso genético de los verdaderos individuos, a quienes ven surgir unos de otros, les hace romper con la lógica de sus preocupaciones y negarse a reconocer un paralelismo que desde su punto de vista es, sin embargo, legítimo. Sólo que la fuerza de la realidad misma de las cosas (del proceso genealógico) se impone y les obliga a renegar de los corolarios implícitos en sus prejuicios abstractos.

Pero sólo adquiere esta afirmación del carácter genético común, del parentesco genealógico, entre los individuos naturales, su pleno fundamento en idea y en fenómeno, su legitimidad absoluta, cuando se mira la individualización como proceso de educción sucesiva de los individuos del seno mismo de otras individualidades preexistentes. No hay animal, ni planta, que no provenga de otro, o a lo menos de la célula telúrica; esta es en resolución progenitora común de todos ellos: tienen, pues, un tronco genealógico igual, un origen común. Son hermanos los primitivos organismos en la tierra, si es que fueron más de una célula las que dieron origen a las epitelúricas todas. A su vez, la tierra, los planetas ulteriores, &c., proceden de segmentación de nebulosas (individuos cósmicos) preexistentes, y así los soles y vías lácteas, &c. De modo que aun la pregunta tan atinada de Kölliker, sobre que deben estimarse los organismos de la Tierra afines con los de Marte, por ejemplo, y sin embargo carecen de enlace genealógico, recibe respuesta satisfactoria, en tanto que la Tierra y Marte, progenitores de sus organismos subordinados respectivos, son individuos cósmicos hermanos, hijos de la segmentación de la nebulosa solar, su común ascendiente.

Inútil es proseguir determinando los grados sucesivos del parentesco de superiores individuos cósmicos. Si la individualidad surge siempre de otra anterior, no hay para qué intentar la exhaustión de esta serie infinita.

La Naturaleza pues, como organismo de infinitas individualidades, es el tronco genealógico de todas ellas. La aparición y sucesión de estas responde al desarrollo genético de sucesivas generaciones. El parentesco, la afinidad de todos los individuos naturales, es siempre afinidad, no abstracta-ideal, sino ideal-real, genealógica.

Sin duda que la filiación particular de unas especies con otras lucharía con dificultades graves en multitud de casos, pero no por eso deja de ser completamente real.

Que las aletas de los peces tengan una significación genealógica más íntima que la que ofrecen las aletas de los peces con las de los mamíferos cetáceos, y deban llevar el nombre que Darwin les asigna, de analogías de adaptación, nada importa, como supone Hartmann, contra la realidad de dicho parentesco; siempre existirá éste, aunque más remoto, en los antecesores comunes de peces y mamíferos, en los vertebrados indiferentes de que arrancaron unos y otros. Redúcese a haberse repetido todavía en el tipo de los mamíferos una evolución parcial análoga a la que es general en todos los peces. Otro tanto debe decirse de las objeciones de Wigand (Genealogie der Urzellen).

En resolución, empíricamente, si cabe y ha cabido sospechar el parentesco genealógico al notar las relaciones genéticas en que se dan formas diversas a nuestra vista, induciéndose relación igual entre todas las demás antiguas y actuales, no era posible establecerlo, con todo, en absoluto, como una exigencia interna de la esencia misma de la Naturaleza. Sólo por camino ideal era dable mostrar en él dicho carácter. Y se comprende bien que hayan sido y sean obstáculos hoy para reconocerlo, los dos prejuicios indicados, a saber:

1) El que concibe a los individuos como surgidos de la indiferencia de una concreción abstracta de una masa efectiva material vaga y sin individualidad; apareciendo los individuos desligados unos de otros, homogéneos sólo en ese fondo mismo abstracto de la masa plástica, con parentesco ideal, como los cristales (y como los organismos, según Kölliker los concibe individuados);

2) El que hace ver en la Naturaleza una discreción atómica en la unidad del espacio vacío, rompiéndose entonces la continuidad en espacio y tiempo de toda la Naturaleza.

Sorprende, por cierto, que Hartmann, confesando que la teoría de la descendencia se impone de suyo (en oposición a la de las creaciones), como un corolario de estas dos afirmaciones: Omne vivum ex ovo; omne ovum ex ovario –donde parece que pone siempre el origen de todo individuo en otro preexistente– caiga luego en la abstracción del supuesto individuo mineral y haga valer el parentesco abstracto de los cristales como base para inducir la posibilidad del de los individuos orgánicos. Ya se observa, sin embargo, que no es tan decisiva para él la analogía de uno y otro, toda vez que confiesa que hay tan grande diferencia entre organismos y minerales. Pero, con todo, hace valer dicha analogía, lo propio que Kölliker. En cambio, nada más débil que el razonamiento de O. Schmidt en contra del paralelo establecido por ambos. En su libro La Filosofía de lo inconscio y las Ciencias Naturales, es difícil hallar una refutación seria de la legitimidad de dicho paralelo.

En su otro libro Descendencia y darwinismo, tampoco extrema el rigor para dejar probado que tal paralelo sea un absurdo.