Filosofía en español 
Filosofía en español


Eduardo Navarro Salvador

El día de la Raza y el Imperio español

(De nuestro servicio especial)

Nuevamente se ha celebrado en España y en los demás países del inmortal lenguaje de Cervantes la Fiesta de la Raza, solemnidad reveladora de que subsiste entre todos, entre la madre Patria y sus hijas de Ultramar, las Repúblicas hispano-americanas, una fraternidad inextinguible.

Poetas excelsos y renombrados cantarán las glorias de España y de su Historia, sin par en el orbe; se recordarán en millares de localidades hechos épicos de nuestros misioneros, que llevaron la Cruz del Salvador a parajes nunca visitados, y como capitanes y soldados hicieron célebres las toledanas espadas, y nuestras leyes de Indias no han sido sobrepujadas por ningún Estado; volverá a reconocerse cuánto debe la actual civilización de la Humanidad a Iberia y la gratitud que todos los pueblos del orbe sienten por Iberia.

Acaso algunos recuerden nuestras riquezas espirituales, una de las cuales, el lenguaje, hace hermanos a más de 80 millones de seres humanos, y pronto nuestro idioma, que ahora ocupa brillantísimo lugar con el alemán y el ruso, acaso no tenga entre los europeos otra supremacía mundial más que la del inglés.

Otros oradores aludirán sin duda a nuestras riquezas materiales, que son incalculables, cuando gran parte del continente occidental es español.

El chorro anual, que es muy grande y siempre creciente, el tráfico terrestre y el marítimo, también en auge, como el comercio exterior, cifrado en más de 12.000 millones de pesetas al año, demuestran, con otras cifras de la producción, que podría agregársele la importancia de la raza en el aspecto crematístico, frente al cual el artístico, el literario y el científico son también brillantes.

El Imperio español, con 80 millones de ciudadanos y con unidad de idioma, de ideales y de cultura, así como de Religión, es inmortal, y felicísima idea fue la de establecer el Día de la Raza, gloriosa fiesta en que la Humanidad nos ve a todos fraternizando y haciendo votos para que los presentes y las generaciones futuras conozcan otros hechos de los hispanos no menos dignos de esculpirse con letras de oro en el libro de la Historia.

Eduardo Navarro Salvador




Severino Aznar

Las Repúblicas Hispano Americanas y España
La teoría del Imperio hispano

El ideal, la meta a que deben encaminarse los esfuerzos que se hagan para acelerar la aproximación entre España y las repúblicas hispano americanas, la encuentra el Dr. Silva en esa tradición cuyo eclipse lamenta como una desventura. Durante tres siglos España formó con América el «Imperio Hispano». Los virreinatos americanos formaban parte integrante de ese Imperio, como los virreinatos peninsulares. Todo lo que hagamos ahora debe tender a preparar el Imperio hispano del porvenir.

Eso tiene ya una tradición secular y por eso una raigambre honda en la psicología de los pueblos hispanos, en sus instituciones y en su historia. Lo que se levante sobre esos cimientos profundos, podrá tener inconmovible estabilidad.

El siglo XIX ha sido una desorientación, unos momentos en que la raza ha perdido la ruta, tiene que volver al buen camino de su evolución natural. Sin duda que ese siglo influirá en la modalidad que haya de tomar el «Imperio Hispano» del porvenir, pero sería una catástrofe el que fuera su substancia o principal fuerza plasmante.

Nadie puede soñar que el nuevo «Imperio Hispano» sea una resurrección del viejo «Hispano Imperio», que ya murió: los ríos no vuelven atrás; y cuando se haga, ha de comenzar con el reconocimiento leal de la independencia de los Estados actuales. Pero entre sus relaciones de hoy y la aspiración de que todos los pueblos hispanos constituyan un solo Estado, bajo un solo Poder público, cabe una rica gama de coordinaciones de civilización, posibles y compatibles con la idea del «Imperio Hispano».

La anchura del Atlántico pudo ser en tiempos una fuerza aislante y separatriz, pero los grandes trasatlánticos y sobre todo los globos y los aeroplanos lo han convertido en un lago. Los mares no separan, unen; pero aún es más rápido y breve trazo de unión el aire. España puede considerar hoy a las repúblicas americanas y viceversa, como limítrofes, como separadas por las aguas de un gran lago o por las capas de aire de una atmósfera sin montañas y sin olas, que les sirven de más fácil comunicación.

Pero antes que los Estados deben de hablar las sociedades por ellos representadas. Los vínculos jurídicos con que se han de enlazar los Estados son difíciles, penosos y efímeros cuando se imponen sin que las masas sociales respectivas les hayan prestado su calor de alma y su preciso asentimiento: son por el contrario fáciles y se anudan rápida y establemente cuando en esas masas sociales se ha hecho ambiente propicio.

Para hacerlo hay que suscitar o robustecer en ambos lados del Atlántico la conciencia de la solidaridad de raza, de intereses, de historia y de porvenir, hasta que los españoles sientan el problema de Panamá como el de Gibraltar y los americanos el problema de Gibraltar como el de Panamá; hasta que se den cuenta de que unidos con Portugal y Brasil acamparían sobre veintitantos millones de kilómetros cuadrados y sumarían 160 millones de habitantes que una coordinación nueva más intensa acrecería rápidamente al acrecer su civilización y su bienestar: hasta que adviertan y se enamoren de la gran misión histórica que, sin agravio de nadie, puede llenar todavía la raza en la Historia.

Y para esto no es necesario tomar actitudes de imperialismo agresivo y absurdo; para esto basta no poner obstáculos internos a la evolución hasta intensificar primero en las masas sociales hispanas de ambas orillas del Atlántico la comprensión y la simpatía y hasta después que poco a poco y evolutiva y calladamente los Estados vayan dando carácter jurídico a esos anhelos libres colectivos.

He ahí un poco borrosamente expuesta, y tal como yo la entiendo y pronostico, la idea del «Imperio Hispano», como ideal que dé orientación y unidad a los esfuerzos generosos que se están haciendo para acelerar la aproximación efectiva y positiva de las Repúblicas hispanoamericanas y España.

El hecho de que sea un americano, que siente intensa y altivamente su patria argentina, el que en sus doctos libros y en las revistas la exponga y la difunda como un «leit motiv», como una idea central obsesionante, como un ideal patriótico y como un toque de clarín, le da un mayor valor de interés y merece por eso ser estudiada con mayor simpatía por los intelectuales españoles. Si ese ideal se realizara, en un porvenir remoto la hegemonía de ese «Imperio Hispano» podrá ser desplazada, y por la naturaleza misma de las cosas y por conveniencia de todos podría pasar al otro lado del Atlántico, pero hoy no piensa en eso y reconoce que esa hegemonía es y tiene que ser de España.

Brindo este tema a la Academia Hispano Americana, a las Asociaciones de estudiantes americanos y de estudiantes españoles, a las antiguas y nuevas organizaciones que por haber comprendido el alcance patriótico del problema americano y sentido las afinidades de raza, trabajan noblemente en estrechar los vínculos que unan a España con Portugal y a la Península ibérica con los pueblos que al otro lado del Océano llevan su sangre y tienen su historia.

Severino Aznar