La Censura. Revista mensual
Madrid, agosto de 1852
año VIII, número 92
páginas 731-733

Teología moral

682

Tratado de Embriología Sagrada

por Riesco Le-Grand, colegial mayor que fue en el insigne de pasantes teólogos de Alba de Tormes, antiguo profesor de filosofía, matemáticas y fundamentos de religión, socio de mérito y catedrático de geografía del instituto español, individuo de la academia literaria de profesores de primera educación de esta corte y de otras sociedades y academias &c.: un tomo en 8º marquilla.

El autor de esta obra define la embriología sagrada una parte de la teología que se ocupa del embrión, del feto y del niño naciente como sujeto capaz del bautismo. Parecía pues que al tenor de su definición tratase sólo de aquellas materias verdaderamente propias de la embriología sagrada, esto es, de las obligaciones de los sacerdotes, de los médicos, comadrones y parteras respecto del embrión, feto o criatura para administrarle el bautismo y salvarle la vida espiritual por lo menos, ya que no pueda ser la temporal. Mas el señor Riesco no ha seguido este plan sencillo y natural y se ha engolfado en cuestiones puramente médicas y en otras que solo conciernen al confesor y al teólogo consultado para la resolución de ciertos casos graves. Así nos parece que está fuera de su lugar lo que se dice del alma en el capítulo I, párrafo 2; nociones mas propias de un tratado de psicología que de la embriología. El párrafo de la generación pudiera haberse abreviado sin omitir nada de lo sustancial e importante. El capítulo II es enteramente superfluo, si se exceptuan algunas ligeras nociones sobre el embrión, el feto y los monstruos. En efecto ¿qué tiene que ver con la embriología sagrada la preñez de la mujer en sus diferentes especies y estados? ¿A qué viene aquí el párrafo de las razas, que ocupa sesenta páginas y está repleto de una erudición inoportuna? Cierto que sacarán mucha luz de esas noticias los sacerdotes, médicos y parteras para el cumplimiento de su obligación en un caso de parto difícil o de operación cesarea.

El capítulo III, en que se habla de las enfermedades de la preñez, de las agudas y crónicas, de la higiene de las embarazadas, de la conducta del sacerdote en los embarazos ilícitos y de la del médico, es ajeno de esta obra; pues los párrafos 1, 2, 3 y 5 corresponden a un tratado de medicina y el 4 a una suma de teología moral.

En el capítulo II de la segunda parte sobra la pragmática del rey de las dos Sicilias tocante a la operacion cesarea y a los abortos, por la sencillísima razón de que en España no tenemos nada que hacer con las leyes de aquel reino. Para noticia histórica bastaban media docena de renglones.

El capítulo III no viene a cuento, porque si se exceptua lo que se dice en los párrafos 3 y 4 acerca de la asfixia y de la apoplegía de los recien nacidos, ¿qué le importa al párroco la explicación científica del alumbramiento natural y del artificial, los cuidados que reclama la madre, y los que necesita el recien nacido? ¿Tiene todo esto alguna conexión con la embriología sagrada? El señor Riesco a nuestro juicio ha confundido las materias únicamente peculiares del médico, del confesor o del teólogo con aquellas que es necesario sepan el párroco, el facultativo o la partera cuando se hallan obligados a salvar la vida espiritual del feto o de la criatura, y si pueden, la temporal también. El médico claro es que no recurrirá a este libro para adquirir conocimientos en su facultad; y el moralista, si ha de buscar en la medicina los auxilios necesarios para la resolución de algunas cuestiones, también tendrá que consultar otras obras. Asi la superfluidad de que adolece este tratado de embriología sagrada, [732] no puede subsanarse por las razones que alega su autor.

Ahora haremos algunas observaciones respecto de ciertas opiniones, lugares o palabras que nos han llamado la atención.

En la pág. 27 leemos:

«Sobre esto podemos asegurar de una señora que tiene ocho hijos y dos hijas, todos adultos, la cual siempre que se llega al tribunal de la penitencia, no duda afirmar que ignora cómo el Señor le ha concedido tan dilatada sucesión, pues jamas ha experimentado placer alguno en el acto conyugal &c.»

¡Qué revelación tan imprudente! ¡Qué poca circunspección en lo que mira al sigilo sacramental, aunque sea remotamente, y al tremendo tribunal de la penitencial ¡Cuánto daño pueden hacer esas palabras a la religión y más en el día! ¡Qué disgusto pudieran acarrear a alguna familia! Parece increible que un confesor haya tenido la inconsideración de estampar esa especie, de suyo muy delicada y por otra parte innecesaria.

«La especie humana (dice el autor en la página 29), como observamos en muchas razas de animales que han desaparecido, tiene su época de infancia, juventud, virilidad, vejez y decrepitud, y de consiguiente llegará el día de su desaparición de la superficie de la tierra. Esto nos lo dice la filosofía por la observación que hace de las demas razas, cuyos despojos fósiles conservamos en nuestros gabinetes, y esto mismo enseña la teología por el dogma del juicio universal.»

Aquí por la afinidad que se pretende establecer entre las conjeturas de los filósofos y las verdades reveladas acerca del fin del mundo, se desfigura en cierta manera lo que nos dicen los libros santos sobre el modo cómo desaparecerá de la tierra la especie humana; que seauramnte no será por su decrepitud segun los sueños filosóficos. Nos parece que las proposiciones arriba copiadas pudieran inducir a alguno en error.

En la pág. 147 copiando un pasaje del naturalista Virey (de quien Dios mediante tendremos ocasión de hablar algun día a nuestros lectores) se estampa la expresión las fingidas poseidas; donde hay cierta ambigüedad que hace dudar si se quiere dar a entender que algunas mujeres se han fingido posesas sin serlo, o que es una ficción que haya mujeres posesas. Esta última aserción sería falsa, contraria a lo que nos dicen los libros santos, y erronea. El señor Riesco debía por lo tanto de haber aclarado el sentido de dicha expresión.

En la pág. 198 se copia un pasaje del doctor Mata, catedrático de medicina en el colegio de esta corte; que empieza así:

«Bastanos, dice Mata, dejar consignado que ora sea el hombre, como pretenden los materialistas un ser todo materia, ora como los espiritualistas un ser compuesto de cuerpo y alma &c.»

¡Cómo! ¿Puede un escritor cristiano poner esa disyuntiva, que parece hacer dudoso lo que debe de ser más cierto para él que si lo probaran hasta la evidencia todos los filósofos y médicos del mundo? Y el señor Riesco, siendo sacerdote, ¿no ha tenido reparo de transcribir sin correctivo esas expresiones?

La opinión del autor sobre el aborto intentado como operación quirúrgica no nos parece enteramente conforme a lo que enseñan muy graves autores (valga por todos S. Alfonso de Ligorio en su Teología moral), y pudiera dar margen a que los médicos cometiesen muchos homicidios. El mismo señor Riesco se lo teme cuando dice en la pág. 209:

«No quisiéramos dar con esta nuestra opinión un argumento a los médicos para generalizar el aborto quirúrgico &c.»

Extendiéndose tan difusamente el autor en materias ajenas de su obra bien pudiera haber suministrado datos para la resolución teológica de esta cuestión, que deja a la conciencia del comadrón. Si la mujer se niega a toda operacion y los parientes se oponen obstinadamente; ¿qué deberá hacer el comadrón? ¿Esperará a que se muera la madre para ver si puede salvar la criatura abriendo a aquella el abdomen, o perforará el craneo de la criatura y la sacrificará para salvar a la madre? Esta cuestión sí que es própisima de embriología sagrada; y el señor Ríesco tan erudito en teología y en medicina se contenta con decir al médico que la resuelva según su conciencia y los preceptos de la sana moral ¡Cuánto más acertado hubiera sido emplear aquí algunas páginas de las sesenta desperdiciadas en hablar de las razas!

En la pág. 301 dice el autor:

«Jesucristo instituyó el bautismo en la ribera del Jordán bautizando por su misma mano al divino precursor.»

¿Quién no sabe que sucedió al revés? El precursor fue quien bautizó a Jesucristo.

Opina el señor Riesco que todos los párrocos deben bautizar sub conditione a los recien [733] nacidos a quienes se ha administrado agua de socorro en casa de los padres, aun cuando haya sido el facultativo, partera u otra persona de conocida inteligencia. Sin embargo S. Alfonso de Ligorio dice que la opinión verdadera y muy común enseña que sólo deben ser rebautizados tales niños cuando hay sospecha probable de error en la administración del bautismo; mas no si examinando el párroco a los presentes comprende de cierto que la partera o el lego bautizaron debidamente.

No nos parece creíble que un señor obispo de España reprendiese a un párroco por haber puesto a una niña el nombre de Ninfa y no quisiese confirmarla con él a pesar de advertirle el cura reprendido que el Martirologio hace mención de santa Ninfa el día 10 de noviembre. Bien pudiera ser esta una conseja o estar trascordado el autor, como lo estaba sin duda al extrañar que no se use el nombre de Lobo, aunque en dicho Martirologio se mencionan más de seis santos llamados así. En efecto se hallan seis santos con el nombre latino Lupus, que en español se ha traducido y traduce Lope. Por eso no habrá conocido el señor Riesco a ninguno que se llame D. Lobo, aunque conocerá a algún D. Lope.

Por conclusión manifestaremos la extrañeza que nos causa que siendo eclesiástico el autor no haya sujetado su obra a la censura del ordinario, mucho mas cuando en ella se tratan cuestiones teológicas. Así hubiera salido probablemente expurgada y corregida en los lugares que a nuestro parecer lo necesita.

 


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Tratado de Embriología Sagrada
Riesco Le-Grand · La Censura
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