Cristiandad Revista quincenal |
año II, nº 19, páginas 23-24 Barcelona-Madrid, 1 de enero de 1945 |
A la luz del Vaticano Luis Ortiz EstradaLa colaboración con los comunistasNuestro colega Misión de Madrid, publicó en su número del día 16 del pasado mes, un artículo firmado por Luis Ortiz y Estrada bajo el título que encabeza estas líneas. De dicho artículo reproducimos los fragmentos que damos a continuación por considerarlos del mayor interés «...Cuando se trate de cuestiones que se rozan con el comunismo, siempre que de comunismo se hable, cuando en el comunismo se piense, y conviene pensar mucho en este gravísimo peligro, han de tenerse muy grabadas en la mente estas palabras impresionantes de Pío XI en la su encíclica Divini redemptoris acerca del comunismo: «Al principio el comunismo se mostró cual era En Toda Su Perversidad, pero pronto cayó en la cuenta de que de esta manera alejaba de sí a los pueblos, y por esto ha cambiado de táctica y procura atraerse las muchedumbres con diversos engaños, ocultando sus designios tras ideas que en sí son buenas y atrayentes. Así, viendo el deseo general de paz, los jefes del comunismo fingen ser los más celosos fautores y propagandistas del movimiento por la paz mundial; pero al mismo tiempo excitar a una lucha de clases que hace correr ríos de sangre y sintiendo que no tienen garantías internas de paz, recurren a armamentos ilimitados. Así, bajo diversos nombres que ni siquiera aluden al comunismo, fundan asociaciones y periódicos, que luego no sirven más que para hacer penetrar sus ideas en medios que de otro modo no serían fácilmente accesibles: y pérfidamente procuran infiltrarse hasta en asociaciones abiertamente católicas y religiosas. Así en otras partes, sin renunciar en lo más a sus «perversos principios», invitan a los católicos a colaborar con ellos en el campo llamado humanitario y caritativo, proponiendo a veces cosas completamente conformes al espíritu cristiano y a la doctrina de la Iglesia. En otras partes llevan su hipocresía hasta hacer creer que el comunismo en países de mayor fe y cultura tomará un aspecto más suave, y no impedirá el culto religioso y respetará la libertad de las conciencias. Y hasta hay quienes, refiriéndose a ciertos cambios introducidos recientemente en la legislación soviética, deducen que el comunismo está para abandonar su programa de lucha contra Dios. Palabras claras, precisas, singularmente luminosas y, sobre todo, con la autoridad del supremo magisterio de que estaba investido quien las escribió, precisamente en el ejercicio de su función docente. Con su luz indudablemente se puede llegar hasta lo hondo de la cuestión. El comunismo es perverso.. y no precisamente por la maldad o el error de algunos de sus jefes, de algo contingente o que fácilmente puede perder, sino intrínsecamente perverso, es decir, por su esencia. Mientras el comunismo sea comunismo se ha de rechazar toda colaboración con él, aun cuando la brinde «en el campo llamado humanitario y caritativo», en ciertas «cosas completamente conformes al espíritu cristiano y a la doctrina de la Iglesia». Nos manda el Papa que no caigamos en la trampa de su hipocresía; no olvidemos su intrínseca perversidad. Se propone la Iglesia la elevación del proletariado; a veces los comunistas emplean estas mismas palabras para definir sus fines. Hipócritas maniobras con que tratan de disimular su perversa intención. Para el comunismo se eleva quien goza más de los bienes temporales, pues no admite su credo nada más allá de la tumba. De aquí que su sociología y su política se encierran en producir cada vez más y distribuir con mayor abundancia para gozar, sin más límites que el hartazgo, los bienes de este mundo. En el diccionario comunista elevar el proletariado quiere decir esclavizarlo a la producción y envilecerlo con la bruta saciedad de los bienes que con la riqueza se obtienen. La Iglesia eleva al proletariado tratando de ponerlo en condiciones de que pueda gozar la eterna bienaventuranza, apartándole de los escollos que pudieran hacerle naufragar en este empeño, enseñándole que los bienes materiales, las riquezas y todo lo de orden temporal, aun en lo necesario para la vida, son instrumentos para llegar al supremo fin. Esto sí que es elevarlo, porque lo levanta a un destino eterno de goce sobrenatural infinito; porque en calidad de instrumentos sujeta a su señorío las riquezas y todo lo de orden temporal. El ideal de la Iglesia no está en hacer de un proletario un Epulón esclavo de los goces que con sus abundantes riquezas satisface sin saciarse, sino en hacer de un mozo de labranza un San Isidro, ante quien los poderosos de la tierra humillan su cabeza e invocan su protección. En manos de la Iglesia las cosas de orden temporal, propiedad, riqueza, capital, trabajo, la misma pobreza, se santifican, porque las convierte en instrumentos de nuestra santificación. Podrá, pues, el hipócrita lenguaje comunista coincidir con el santo de la Iglesia: los conceptos son esencialmente contradictorios: satánicos los de aquél, santos los de ésta. No hay paridad alguna entre el lenguaje comunista y el de la Iglesia cuando combaten los vicios de la sociedad actual. El lenguaje responde al espíritu que le anima: de la verdad y el amor, en la Iglesia; de la mentira y el odio, en el comunismo. Poca literatura comunista ha de haber leído quien no sepa que está inspirada en el odio a las clases superiores y al mismo proletariado que se le resiste; necesario es haber olvidado que esta literatura es la que pervirtió el corazón de aquellas bandas de forajidos que [24] durante el tiempo rojo cometieron los crímenes más horrendos y las más monstruosas atrocidades. El lenguaje comunista, como hijo del odio y del afán de goces materiales, es violento y casi siempre groseramente injurioso, pero no vigoroso. Vigoroso es el de la Iglesia, inspirado en la verdad y el amor a los mismos cuyos vicios reprende. ¿Se quiere mayor vigor que el recuerdo, si no se enmiendan, de la eterna condenación, de los tormentos eternos? Los poderosos serán atormentados poderosamente. Los que hemos visto la serenidad con que resistieron los tormentos y la muerte jóvenes, casi niños, y tiernas doncellas, hemos podido apreciar muy de cerca el vigor que infunde el lenguaje de la Iglesia; quienes han sufrido la cobarde crueldad de los esbirros y verdugos, se han podido dar cuenta de la brutal condición del lenguaje comunista que tales monstruos formaba. Las palabras que excepcionalmente a veces emplean son maniobras tácticas al servicio de sus perversos fines específicos; lo dice el Papa, que descubre su hipocresía y declara que el comunismo es intrínsecamente perverso. No hay que olvidarlo en ningún momento. * * * ...El movimiento de resistencia en los países invadidos no ha sido en el comunismo una manifestación más o menos legítima del espíritu de independencia propio del patriotismo, sino un medio de llegar rápidamente a la conquista del poder. En el comunismo no alienta ninguna de las virtudes patrióticas. Se inspira en el bolchevismo ruso y sirve a sus fines. Cuando Stalin se unió a Alemania, el comunismo francés era contrario a la guerra y desertaba, cuando podía, para servir la causa de Rusia, enemiga de Francia y de los aliados: ejemplo Thorez, desertor del tiempo de Daladier y no del de Vichy. Pío XII no ha dicho nada que invalide o suspenda el valor de las tremendas palabras de su antecesor, Pío XI. Cuando en su discurso del 4 de septiembre hizo un llamamiento al mundo para que defienda el orden social, la evangelización cristiana, no puede entenderse que llamara a los comunistas. Al contrario: clama al mundo con el corazón angustiado a que se defienda contra el comunismo, que es peligro tremendo y muy inmediato. Por eso advierte que el orden social ha de fundarse en la piedra angular de la propiedad privada que el comunismo niega, que el comunismo combate rabiosamente a sangre y fuego. Para amparar este orden social basado en la propiedad privada pide colaboración de todos, claro está que con las debidas cautelas. Pero es evidente que no puede pedir la de los comunistas que son sus enemigos irreconciliables. * * * Con el comunismo no hay términos medios, no cabe más que luchar contra él hasta exterminarlo o sucumbir a él, que ya sabemos los españoles lo que significa. Son la estrategia y la táctica únicas posibles contra la revolución en cualquiera de las formas que adopte para llegar mejor a su fin...» |
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