Cristiandad
Revista quincenal
año II, nº 34, página 345
Barcelona-Madrid, 15 de agosto de 1945

Editorial

Verdaguer

Clama ne cesses El centenario del nacimiento del gran poeta hispánico Mosén Jacinto Verdaguer nos permite aproximarnos, bajo la luz que vierte su caso, a dos de los problemas fundamentales de nuestro país: el de la unidad religiosa y el de la unidad nacional.

Bajo el aspecto religioso, podemos ver en Verdaguer a un sacerdote enfervorecido en ansias de apostolado y de servicio de Dios y le cuadran perfectamente, a él en particular, las palabras que, de un modo general y refiriéndose a la nación española, el Pontífice León XIII, pronunciara en su encíclica «Cum multa» durante la vida de nuestro poeta:

«Entre las muchas prendas en que se aventaja la generosa y noble nación española, merece citarse con el mayor elogio el que, después de varias vicisitudes de cosas y de personas, aún conserva aquella su primitiva y casi hereditaria fe católica, con que ha estado enlazado siempre el bienestar y grandeza del linaje español.»

Cierto es que ello ocurría a finales del pasado siglo, cuando el torrente de errores que han combatido a la fe cristiana en España y en todo el mundo empezaba tan sólo a mostrar sus resultados sobre nuestro pueblo. ¿Podrían estas palabras repetirse hoy?

Y, no obstante, es éste el aspecto más esencial de nuestra existencia como nación, es éste el núcleo de donde arrancan las más auténticas virtudes y glorias de la patria.

* * *

El segundo aspecto lo comprendió Verdaguer en una forma que debemos considerar sólidamente cristiana y también sólidamente española.

Nacido en el corazón de Cataluña y en el seno de una familia agricultora, en el más inmediato contacto con el alma del pueblo, creció su fuerza poética unida con el vínculo de expresión que era su lengua popular. Por esto escribió en la española lengua catalana, sin que ello no obstante, significase excluir de su corazón a la gran patria común. Así lo sostuvo, en todo momento, con sus obras y sus palabras.

La solución dada por Verdaguer a este problema se la dictó su interpretación cristiana del amor a la patria: jamás esta interpretación llevará a profundizar simas entre pueblos que, brotados de un mismo tronco, han vivido una verdadera unidad cristiana en la Historia.

Fue como poeta y como poeta cristiano, como intuyó ambas soluciones; y como poeta, y gran poeta, le serían aplicables aquellas palabras con que el mismo gran Pontífice citado anteriormente, al referirse a Europa, en su Encíclica «Inmortale Dei», decía:

«No hay que dudarlo: todo ello, lo debe agradecer grandemente a la religión que le dio, para excogitar e iniciar tamañas empresas, inspiración y aliento, así como auxilio eficaz y constante para llevarlas a cabo.»

Y en efecto, las empresas poéticas de Verdaguer nos revelan el vuelo del genio que penetró la crisis profunda de nuestro tiempo, con la precisión de un vidente, con aquella aguda percepción, que pone en boca de un estimado maestro y profundo intuidor de su alma, al comentar su naturaleza poética, aquellas palabras: «vio, vio y sintió con genial exactitud cómo está y vive la flor en el extremo del tallo, y el pájaro en la fronda, y la madre con su hijo, y el obrero con el útil de su trabajo, y la alta cumbre por encima del laberinto de montes que la rodea, y el torrente despeñándose de su roquedal; y, más aún, vio y sintió cómo está y vive la palabra sobre su cosa. Por eso fue poeta; y porque tuvo copiosamente el don, eligiendo, asociando y tejiendo percepciones, de estar presente a aquello que jamás había visto ni sentido... Los misterios no se han puesto ante su mente, como en presencia del teólogo, abruptos en sus términos abstractos y en su bien perfilado contorno irreductible: ha sentido la presencia de aquellos por una luz y temblor inefable de las cosas.»

Ello es certísimo en el caso a que nos referimos: de esta forma comprendió y sintió Verdaguer profundamente los turbadores problemas de nuestro tiempo y de nuestro pueblo –cuya fe y fuerza, inseparables una de otra, veía decaer–, con ojos profundamente cristianos. Y así, con el alma enardecida por la caridad, cantó sin descanso para despertar la fe que sentía desfallecer en las almas, para devolver con ella a Cataluña y a España, a las que amaba con infinita ternura, el verdadero sentido de su existencia nacional.


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