Cristiandad
Revista quincenal
año III, nº 53, página 225
Barcelona-Madrid, 1 de junio de 1946

De actualidad

[ Jaime Bofill Bofill ]

Una doble resurrección

Ortega y Gasset, en el Ateneo

Un pequeño –mínimo– estipendio de adulación. Una ovación indescriptible. Pronto, una frase varonil: «Muchos de vosotros no me conocéis, ni yo os conozco... No renuncio a entenderos ni a que me comprendáis... Hablaremos de política... Nos veremos las caras.»

Frente a Ortega y Gasset no caben actitudes mezquinas. Lo que representa es demasiado para oponerle, como algunos ingenuamente pretendieron, la conjuración del silencio, o para rastrear contradicciones en la suprema consecuencia de su pensamiento.

Ortega y Gasset aparece invitando al diálogo y no rehuyendo la lucha. En este momento, todas las ventajas, menos una, están de su parte. Su talento, su prestancia, su novedad, el simbolismo de su figura. Pero, ¿viene dispuesto a apoyar en la verdad su pensamiento? ¿A ser, no «el Maestro», sino condiscípulo nuestro en la Cátedra de Pedro? ¡Ah! en este caso, incluso la última ventaja está de su parte también, pues le corresponde el lugar de honor de todo convertido.

Como a García Morente.

Este es el enigma. Lucharemos con Ortega y Gasset: bien. Pero, ¿será codo contra codo, o escudo contra escudo? Algunos datos nos alarman y –¿por qué no decirlo?– nos entristecen.

En primer lugar, el marco para su presentación, o representación: este viejo Ateneo de Madrid, que hizo del tema político «la gran superfluidad»: es decir, un juego intelectual antecedente de revoluciones. La asociación de ideas no es nuestra: es de Donoso Cortés y del dominio de la historia.

En segundo, lugar, la resonancia de algunas frases. «Ignoráis mi pensamiento», dice. Y al decirlo, se profesa fiel a sí mismo. Pues esto es, justamente, lo más característico de Ortega y Gasset: que a cada nueva aparición suya ignoramos su pensamiento. ¿Qué inédita variación se propone ofrecernos ahora sobre su eterno tema relativista?

Ojalá estas primeras impresiones, nos engañen. Si así fuere, Ortega y Gasset sabrá excusar nuestra actual desconfianza. Si no, Cristiandad, pese a su modestia, acepta el desafío: nos veremos las caras. No, abandonando nuestro método por la polémica, sino insistiendo en él: es decir, en la sencilla exposición del pensamiento pontificio.

Ahí está la Encíclica «Aeterni Patris». Ahí está la «Pascendi». Ahí están la «Quas primas» y la «Ubi Arcano», si debemos hablar de política. Ortega y Gasset no puede decir, por su parte, que desconoce nuestro pensamiento.

«No renuncio a comprenderos», añade. Cristiandad no desea otra cosa.

J. B.


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