Cristiandad
Revista quincenal
año III, nº 63, páginas 382-384
Barcelona-Madrid, 1 de noviembre de 1946

Plura et unum

Jaime Bofill Bofill

«Pax Romana»
y su acción en el futuro

«No hay paz de Cristo sino en el Reino de Cristo.»
«No podemos nosotros trabajar con más eficacia para afirmar
la paz que instaurando el Reino de Cristo.»
(Pío XI, Encíclica «Ubi Arcano»)

Invitadas Cristiandad y Schola Cordis Jesu primero a formar parte de la Delegación de Pax Romana en Barcelona y luego, por su propio Presidente D. Joaquín Ruiz Giménez, a concurrir al Congreso de Salamanca y el Escorial, en correspondencia a tan cariñosa distinción, fue redactada la primera nota sobre el tema de la sexta ponencia «Pax Romana y su acción en el futuro», cuya actualidad no ha caducado todavía. La damos a conocer hoy a nuestros lectores en homenaje a Pax Romana, que adoptó como suya la divisa «Pax Christi in Regno Christi», y a D. Joaquín Ruiz Giménez, en este número que tradicionalmente dedicamos a Cristo Rey.

Necesidad de una reacción justa en la grave situación actual del mundo

Joaquín Ruiz Giménez, Presidente del Instituto de Cultura Hispánica Es preciso considerar en la presencia de Dios y según los intereses de Jesucristo el estado actual del Mundo para apreciar en toda su gravedad las circunstancias por las que atravesamos. Porque entonces ya no son posibles los juicios conformistas a que suele llevarnos nuestra pereza con todas las excusas plausibles, cuando el amor de Cristo urge nuestro celo.

Tan ilegítimo como la pereza, contribuye tanto como ella a fomentar nuestra inhibición el pesimismo, que se apodera principalmente de los espíritus reflexivos a la vista de estos males. Por fortuna, los jóvenes, y a ellos nos dirigimos ahora, no suelen tener este peligro. Los jóvenes creen en la radical perfectibilidad de la naturaleza humana, entran decididamente en la lucha con espíritu de victoria, y por lo mismo, dispuestos al sacrificio y a la generosidad.

Otro es el peligro que deben evitar, aparentemente opuesto al anterior pero que produce el mismo efecto de cortar el vuelo a nuestras empresas: es el peligro del falso optimismo.

El peligro del falso optimismo

Si hay algo que por todos los medios se procure fomentar entre nosotros es este falso optimismo, que puede mantenerse tan sólo porque se niega a considerar la realidad cara a cara.

Actitud cobarde, que ocasiona la muerte del sentido de responsabilidad; del espíritu de vigilancia y oración, de la combatividad que es la esencia del espíritu cristiano («sunt enim christiani ad dimicationem nati»); que es, en una palabra, la renuncia al Ideal.

El falso optimismo adultera nuestro juicio de dos maneras: haciéndonos sobrevalorar las fuerzas propias, y haciéndonos desconocer las de nuestros enemigos. Se comprende, pues, la necesidad de combatirlo.

Cómo combatir el falso optimismo

a) Espíritu de humildad

Mas, ¿cómo combatir el falso optimismo, en este aspecto suyo?

Primeramente, fundando nuestra actuación en la humildad.

La humildad es la base de la perfección cristiana, no tan sólo individual, sino colectiva; por esto debe inspirar nuestro apostolado y, ¿por qué no decirlo?, nuestra política.

Fundar nuestro apostolado en la humildad tanto quiere decir como reconocer la absoluta impotencia del hombre para resolver por sí mismo unos problemas –los de la consolidación de la paz en el Mundo que sobrepasan las fuerzas de toda institución meramente humana: «porque no hay institución humana alguna que pueda imponer a todas las naciones un código de leyes comunes como fue el que tuvo con la Edad Media aquella verdadera Sociedad de Naciones que era una familia de pueblos cristianos»{1}; fundamentar nuestro apostolado en la humildad quiere decir reconocer nuestra impotencia para vencer en una lucha trabada, no tan sólo contra la carne y la sangre, es decir, contra los intereses económicos y los egoísmos nacionales, sino contra los principados y potestades, es decir, contra el sectarismo organizado; quiere decir evitar de raíz que nuestra obra degenere en vana palabrería, merecedora de atraer sobre sí la terrible sentencia del Apocalipsis que Pío XII nos recuerda: «Dices: rico soy y opulento y no sabes que eres miserable, y pobre y desnudo».

b) Reconocer la fuerza y la malicia de nuestros enemigos

Combatir el falso optimismo significa, en segundo lugar, reconocer la fuerza y la malicia de nuestros enemigos. Tenemos demasiada inclinación a excusar a los enemigos de Cristo y de su Iglesia cuando, en realidad, en nada insisten tanto los Papas como en ponernos en guardia contra su perfidia. ¿Hemos olvidado ya a León XIII y su Encíclica «Humanum genus»? ¿Hemos olvidado a Pío X y su Encíclica «Pascendi»? ¿Hemos olvidado a Pío XII, felizmente reinante, que nos advierte desde su ascensión al solio pontificio que hacer profusión de cristiano «equivale en nuestros días a tener que luchar con oposiciones y obstáculos vastos, profundos y minuciosamente organizados como jamás lo fueron en tiempos anteriores?{2}

Que las luchas que con tanta frecuencia sostienen entre sí los enemigos de la Iglesia no distraigan nuestra atención. Pensemos que el enemigo no ceja nunca en su persecución contra ella, sea el que sea, por otra parte, el credo político que diga profesar.

No hace falta en este momento recordar la persecución cruenta fruto del comunismo ateo que devasta las cristiandades ilustres del Oriente y Centro de Europa; pero pasa más desapercibida la persecución solapada fruto de la civilización protestante que, bajo la forma de corrupción de costumbres e ideas, pone en peligro en todo el Mundo nuestra honestidad y nuestra fe. [383]

Raíz de hondo pesimismo y espíritu liberal

Quien se contentare con esta segunda situación bajo pretexto de que peor estaríamos si cayésemos en la primera, ¿no mostrará, en definitiva, una desconfianza práctica de que la Iglesia Católica llegue un día a ser libremente reconocida en sus derechos por todos los pueblos?

Esta actitud tiene un nombre: el liberalismo; el cual de ninguna manera es amor legítimo a la liberad humana, sino renuncia al Ideal cristiano, y por ello ha atraído sobre sí en todo momento las condenas pontificias.

El liberalismo invoca la necesidad de convivir con los no católicos, e incluso de atraerlos! Vana ilusión. El pleito que con ellos sostiene la Iglesia no admite una solución transaccional. No puede reducirse la distancia que nos separa recorriendo cada uno la mitad del camino: porque si se trata del camino de la caridad somos nosotros los que debemos recorrerlo por entero; mas si se trata del camino de la fe, son ellos los que deben hacerlo.

No pensemos en atraer a nadie por medio de estas soluciones tímidas: pues un Ideal que se minimiza de tal suerte pierde, por, este mismo hecho, su fuerza atractiva. Debemos proponer el Ideal Católico en toda su pureza, en toda su rotundidad: el Mundo lo necesita más que el pan.

El «Reinado social de Jesucristo»,
fórmula que concreta el Ideal Católico y las Esperanzas de la Iglesia

Este Ideal Católico, a la vez divino y humano, tiene modernamente un nombre propio, de todos conocido: está concretado en una fórmula sencilla, clara, sugestiva; esta fórmula es «El Reinado social de Jesucristo».

Jesucristo es Rey; Jesucristo es Rey pacífico, y Él sólo puede dar al Mundo la suspirada paz. Nadie como los que militan en «Pax Romana» puede comprender esta verdad que es tesis de la Iglesia, con sólo meditar la divisa de Pío XI adoptada por esta organización: «Pax Christi in Regno Christi».

Mas en esta fórmula: «Jesucristo Rey» se concreta, no tan sólo un Ideal sino también una Esperanza. Al establecer, en efecto, la festividad litúrgica de la Realeza de Cristo, Pío XI se propuso, «no tan sólo poner de manifiesto el Imperio que a Cristo compete sobre todas estas cosas; sobre la sociedad civil y doméstica y sobre cada uno de los hombres en particular, sino ANTICIPAR EL GOZO DE AQUEL DIA DICHOSÍSIMO EN QUE TODO EL MUNDO, DE CORAZÓN Y LIBRE VOLUNTAD, OBEDECERÁ AL DOMINIO SUAVÍSIMO DE CRISTO REY»{3}.

Nadie supondrá temerariamente que estas esperanzas se funden, también, en el falso optimismo que hemos denostado, mas es necesario, para participar seriamente de ellas, profundizar sus fundamentos.

Fundamento de las esperanzas pontificias

Quien lo reflexione atentamente, advertirá que este fundamento es doble: uno natural, y otro sobrenatural. El primero no es otro que la oportunidad psicológica de esta idea, su virtualidad y eficacia para satisfacer, no tan sólo las necesidades sociales de todos los tiempos, sino especialmente las que son propias de nuestros días.

Nada será más importante para nosotros que percatarnos bien de este hecho corrientemente desconocido.

«La Realeza de Cristo es, en verdad, inmutable. Despréndese de aquí que el significado, el contenido de la idea 'Cristo Rey, Reino de Cristo', es, ha sido y será siempre, el mismo. No era diversa la Realeza de Cristo que veneraban y acataban los fieles de los tiempos antiguos, de la Edad Media y nuestros contemporáneos.
Mas, sólo cuando pueblos y gobiernos, práctica y teóricamente, directa y expresamente, rechazaron y negaron la soberanía de Cristo, ésta apareció fulgurante, fecunda y necesaria en toda su plenitud y en toda su precisión, en sí misma y en sus relaciones»{4}.

Hay que esperar hasta nuestros días en que la Revolución, primero liberal y luego socialista, se ha levantado temáticamente contra la Realeza de Cristo, y pueblos y gobernantes, como dice Pío XI{5}, han hecho suyo aquel grito nefando: «Nolumus hunc regnare super nos» para que la conciencia de aquella verdad hiciera, por así decirlo, estremecer las entrañas de la Iglesia; y que sus hijos, dándose cuenta perfecta de su acto, respondieran unánimamente con aquel otro clamor: «Oportet Cristum regnare», «Adveniat regnum tuum».

Mas si se cae en la cuenta de que este grito ha tenido su manifestación principal en las consagraciones al Corazón de Cristo que Él mismo reclamara «no tanto movido por su derecho cuanto por su inmenso amor hacia nosotros»{6} surge ante nuestros ojos una nueva, imprevisible verdad en que las esperanzas pontificias se apoyan, a saber: que el medio sobrenatural providencialmente adecuado para conseguir el Reinado social de Jesucristo no es otro que la devoción a su divino Corazón.

Esta afirmación puede ocasionar en algunos un movimiento de desengaño, porque incluso los católicos formados acostumbramos a desconocer la virtualidad social que providencialmente posee la devoción al Sagrado Corazón y más aún la relación de medio a fin que guarda esta devoción con la Realeza de nuestro Salvador.

Y no será porque los Papas no insistan en esta correlación. Todo el principio, por ejemplo, de la Encíclica «Summi Pontificatus» establece entre una y otra devoción tal enlace ideológico y de terminología; tal dependencia histórica, que parece como si se identificaran formalmente.{7} [384]

Sólo quien esta correlación comprendiere verá la razón de ser de la audacísima comparación que establece León XIII entre la manifestación en nuestros días del Corazón de Cristo y la visión de la Cruz por Constantino con la leyenda «In hoc signo vinces»{8}; sólo él comprenderá porqué el Papa actual hizo esta doctrina «El Alfa y Omega» de su pontificado{9}, y penetrará todo el valor y fuerza expresiva de las fórmulas (tan desvirtuadas, con frecuencia, en las traducciones) por las que los Papas se esfuerzan por convencernos de que hablan seriamente y de que seriamente nos proponen, en la devoción al Corazón de Cristo, un verdadero remedio político y social.

¿Por qué ocurrirá que acostumbramos a relegarla al orden de la piedad particular y que nos desconcierte, y desilusione que se nos proponga como una solución verdadera y efectiva, cuando nos enfrentamos con problemas tales, como los que se plantea en este momento el Congreso, de «Pax Romana»?

Y sin embargo hay que insistir en ello. Si «Pax Romana» quiere hacer labor positiva; si no quiere perderse en lamentables divagaciones teóricas y prácticas, es preciso que las urgencias aparentes; que la ilusión del número y del movimiento a las que normalmente sucumbimos, y que no son más que la ilusión de la materia, no nos aparten de la consideración de estas ideas fundamentales; de otra suerte «Pax Romana» estará irremisiblemente condenada, en el mejor de los casos, a no ser otra cosa (que a nadie ofenda nuestra franqueza) que una sociedad internacional de turismo.

La misión de «Pax Romana»

Estamos ya en condiciones de determinar en concreto cuál es la misión de «Pax: Romana»; cuál es la aportación específica que está llamada a hacer para la realización de la fórmula «Pax Christi in Regno Christi» que adoptó atrevidamente por divisa.

¿Quién dudará de la importancia de la cuestión que planteamos para hacer positivamente eficaces las resoluciones, sean las que sean, que se adoptaren en este Congreso?

Mas, para determinar la misión y el fin de una organización es preciso fijarse en su naturaleza. Observaremos entonces que «Pax Romana» ni agrupa en su seno instituciones piadosas como tales ni tampoco asociaciones políticas o de beneficencia; sino a asociaciones universitarias; y el apostolado propio del universitario como tal; la misión práctica y precisa, a la vez que grandiosa y heroica que como a universitario católico le compete no es otro que el estudio, la proposición y la defensa de las ideas salvadoras que, nadie lo niega, han de recibir de la oración su fecundidad y de su posterior aplicación prudencial su definitiva eficacia.

En una época como la nuestra que se va dejando penetrar, como nos advierte Pío XII{10}, ya por un falso misticismo, ya por la que ha denominado «herejía de la acción», importa sobre manera que no falseemos nuestra vocación. Debemos convencernos de la importancia excepcional de los principios teóricos, de las grandes verdades naturales y sobrenaturales para evitar que nuestra fe se disuelva en sentimiento y nuestra acción en reacciones impulsivas.

Hacen falta a la Iglesia hombres de convicciones; mas, ¿cómo formarlos, sino por el estudio y la meditación?

Convenzámonos de esto: de que si el Papa ha podido decir a los Universitarios católicos que su hora está sonando en estos momentos{11}, es porque el Mundo está preparado para recibir el mensaje religioso-social-político de la Iglesia, y porque nuestra misión específica es precisamente transmitirle este mensaje.

El cuerpo de doctrina pontificio,
presidido por la idea de la Realeza de Cristo

Este mensaje, contenido en las Encíclicas, forma un cuerpo de doctrina admirablemente completo y unificado. En él encuentran los principios teóricos en que ha de apoyarse su solución todos los problemas públicos y privados que la sociedad actual tiene planteados: el problema del matrimonio y la familia, el problema de la enseñanza, el problema social, el problema internacional, el problema fundamental de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

Mas si estas soluciones forman verdaderamente un todo, un sistema perfectamente trabado, es evidente que una consideración aislada de las mismas trastornaría su valor respectivo y debilitarla su fuerza.

Importa, pues, considerarlas a la luz del principio de que su unidad derive. Mas, ¿cuál es este principio? Hémoslo indicado suficientemente: es la idea verdaderamente arquitectónica y presidencial de la Realeza de Cristo.

Tan sólo procediendo, de esta manera, a saber: estudiando los reflejos de esta idea sobre todos los demás principios particulares, dejará de ser ella una fórmula abstracta, vacía de virtualidades prácticas para ser la fórmula salvadora que los Papas nos proponen, y el conjunto de los demás principios particulares, en cambio, adquirirá el pleno sentido que tan sólo en la Realeza de Cristo encuentran.

Conclusiones

Resumamos brevemente, en unas pocas conclusiones, lo anteriormente sentado.

1º. La aportación de «Pax Romana» a la obra común de la paz debe desarrollarse principalmente en el orden intelectual. Esta contribución, no teórica, sino eminentemente práctica y social, ha de consistir en el estudio, difusión y defensa de la doctrina pontificia contenida principalmente en las Encíclicas; y ello, no en su aspecto teológico, que escapa de nuestra competencia, en tanto que propuesta como único remedio eficaz y definitivo de los males de nuestra sociedad.

2º. Estando constituida esta doctrina por una serie de principios solidarios, ordenados en un sistema coherente y orgánico, es misión de «Pax Romana» hacer notar esta mutua dependencia y jerarquía según el propio pensamiento pontificio; evitando que la consideración aislada de principios particulares o de documentos ocasionales pueda llevar a confusión sobre la naturaleza del remedio propuesto o restarle parte de su virtualidad.

3º. La idea que preside y unifica este cuerpo, de doctrina, según los Pontífices insistentemente subrayan, es la idea del Reinado Social de Jesucristo, bajo cuyas banderas llama el Papa a todos los hombres de buena voluntad.

4º. Los Papas confían como medio principal y sobrenaturalmente adecuado para conseguir la implantación de este Reino en el Mundo, en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. La relación entre ambas ideas, expuesta principalmente en las cinco capitales Encíclicas: «Annum Sacrum», de León XIII; «Quas Primas», «Ubi Arcano» y «Miserentissimus Redemptor», de Pío XI; y «Summi Pontificatus», de Pío XII, será objeto principal de nuestro estudio.

Jaime Bofill
Barcelona, junio de 1946

Notas

{1} Pío XI, Encíclica «Ubi Arcano». Ed. Acción Católica Española, pág. 827.

{2} Pío XII, Encíclica «Summi Pontificatus» Ed. A.C.E., pág, 40.

{3} Pío XI, Encíclica «Miserentissimus Redemptor» Véanse fragmentos en Cristiandad, nº 15, pág. 346, artículo «La Paz de Cristo en el Reinado del Sagrado Corazón», de J. Mª. Minoves Rustí.

{4} Ramón Orlandis SJ, «Sobre la actualidad de la fiesta de Cristo Rey» Cristiandad, nº 39, pág. 465.

{5} Pío XI, Encíclica «Misserentissmus».

{6} Pío XI, Encíclica «Miserentissimus».

{7} Pío XII, Encíclica «Summi Pontificatus» Vd., entre otros pasajes, el de la pág. 383, de la Ed. de la A.C.E.: «De la difusión y del arraigo del culto del Divino Corazón del Redentor que encontró su espléndida corona, no sólo en la consagración del género humano al declinar el pasado siglo, sino aún en la introducción de la fiesta de la Realeza de Cristo por nuestro inmediato predecesor...»

{8} León XIII, Encíclica «Annum Sacrum». Cristiandad, nº 6, pág. 124, artículo: «La Revelación del Sagrado Corazón de Jesús», de Domingo Sanmartí Font; nº 11, pág. 247, artículo: «Primacía del espíritu sobrenatural en las Encíclicas de León XIII», del Rvdo. Isidro Gomá, Pbro., Catedrático del Seminario Conciliar de Barcelona.

{9} Pío XII, Encíclica «Summi Pontificata», Ed. A.C.E., pág. 382.

{10} Pío XII, Encíclica «Corporis Mystici».

{11} Alocución a los jóvenes de la Acción Católica Italiana. Vd., Cristiandad, nº 54, «Editorial».


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