Cristiandad. Al Reino de Cristo por la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María |
año XIII, nº 291, págs. 129-130 Barcelona, 1 de mayo de 1956 |
[ Carlos Feliu de Travy ]El triunfo del trabajadorParece que han existido tiempos en que la fecha de 1º de Mayo ponía en temblor las carnes de buen número de ciudadanos. En el carnet de notas del proletariado internacional esa fecha tenía el nombre de Fiesta del Trabajo. Hay fiestas que acaban en tragedia y la del 1º de Mayo podía ser siempre de tal especie, sabiendo que presentaba un claro sentido de afirmación de la lucha de clases. La Iglesia, por medio de Pío XII, ha tenido un gesto magnífico, santamente audaz. Ha hecho, ni más ni menos, cristiana la Fiesta del Trabajo, colocándola expresamente bajo el patrocinio del Patriarca San José. El simbolismo resulta de una fuerza y de una precisión verdaderamente decisivas. La Iglesia, por decirlo de este modo, planta cara al enemigo, en el terreno que éste dice conocer y detentar como propio. Quiere desenmascarar al contrario, de forma que a nadie quepa duda acerca de los reales propósitos de uno y otro bando. Es falso, nos dice, que el marxismo procure el bien del trabajador. Es vana, de consiguiente, su pretensión de erigirse en campeón de los económicamente débiles, nulo o inexistente su derecho a crear y definir la Fiesta del Trabajo. El gesto que comentamos, y que se produjo hace exactamente un año, tiene todas las trazas del golpe certero, que desconcierta y deja anonadado al contrario ya a los comienzos de la lucha. No ha habido escarceo preliminar ni ha mediado aviso previo: al usurpador se le despoja sin contemplaciones de lo que injustamente detenta. Así ha obrado la Iglesia. En todo eso nos hace pensar la institución de la festividad litúrgica de San José Obrero para el 1º de Mayo. Porque si bien es cierto que la Iglesia, al establecer semejante conmemoración, no se ha valido de las expresiones antes usadas por nosotros, no lo es menos que éstas responden a la existencia de un hecho, que en fuerza de las circunstancias históricas de que viene precedido tiene realmente aquel significado. Por lo demás –y lo demás es aquí todo, en el fondo– el 1º de Mayo presenta desde ahora un contenido cristiano netamente positivo. Podemos y debemos hablar en cristiano de un gozoso triunfo del trabajador. Su Santidad el Papa, hablando de esta fecha, dice que es «día de júbilo para el triunfo concreto y progresivo de los ideales cristianos de la gran familla del trabajo». Hemos dicho triunfo, en cristiano, del trabajador, y está claro, con ello, que semejante triunfo nada tiene que ver con la implantación de la dictadura del proletariado, ni con otras panaceas de parecido estilo. Ese triunfo es un triunfo glorioso, porque supone la liberación de una pesada carga que rebaja al hombre a la condición de esclavo de la materia. No es la clásica victoria de unos sobre otros, que lleva a suplantar al vencido por el vencedor: es la victoria del espíritu sobre la materia, el triunfo de la Iglesia sobre Satán. En el momento en que, como dice el Papa, todos reconozcan la dignidad del trabajo, de manera que inspire la vida social y las leyes fundamentales sobre la equitativa repartición de derechos y de deberes, habremos alcanzado para el hombre la posibilidad de una vida social cristiana. Por eso, el triunfo, en cristiano, del trabajador, es, en esta hora, el triunfo [130] de todos. Nada menos que aparejada a él va la victoria de la idea cristiana de la sociedad sobre la fórmula marxista. Debiéramos pensar con frecuencia que en este terreno la línea divisoria se halla perfectamente trazada. Aquí, como en todo lo que afecta a los grandes problemas de nuestro destino y de nuestro existir con arreglo a una ley moral, o se está con Cristo o se está en contra de Él. La línea no se tiende para que podamos practicar sobre ella el arriesgado número del equilibrista. Ser hijo de la iglesia supone haber caído, por dignación de Dios, el lado de acá de esa línea. Y obrar en consecuencia. ¿Qué quiere decir obrar en consecuencia? Cada uno de nosotros sabe el sector en que debe esforzarse, para alcanzar el nivel que pide hallarse en el lado de acá de esa línea. Para unos el caballo de batalla será el egoísmo, que es de todo punto necesario superar para entrar de corazón en la corriente de la caridad y del amor cristianos, que no puede quedar en palabras, sino que reclama una pronta y diaria traducción en hechos. Para otros, profundizar en la verdad de la Iglesia, hasta el punto de convencerse de que la concesión al contrario, por pequeña que sea, equivale a ocultar el mensaje de la Iglesia, a remover del campo de la esperanza de los humildes y sencillos el fulgor tras el que se adivina la franja de luz ancha y colmada. Si la victoria de unos, es, en cristiano, la victoria de todos, todos debemos aplicarnos a conseguirla. Con fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, con entera dedicación a la labor diaria que el Papa nos impera. C. F. de T.
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El 1º de Mayo
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