Cuadernos para el Diálogo
Madrid, octubre 1963
 
número 1
páginas 1-2

Razón de ser

Nacen estos sencillos Cuadernos para el Diálogo con el honrado propósito de facilitar la comunicación de ideas y de sentimientos entre hombres de distintas generaciones, creencias y actitudes vitales, en torno a las concretas realidades y a los incitantes problemas religiosos, culturales, económicos, sociales, políticos… de nuestra cambiante coyuntura histórica.

Se niegan a ser coto patrimonial de un grupo y, más aún, trinchera de un club ideológico o de una bandería de presión. Fundados con esperanza por universitarios, por hombres de profesiones liberales y por obreros, por gentes ya maduras y por otras más jóvenes, en alentadora coincidencia de inquietudes y de ilusiones, están abiertos a todos los hombres de buena voluntad, hállense donde se hallen y vengan de donde vinieren, más atentos al fin de la marcha colectiva que al punto de procedencia.

Sólo tres cualidades se exigen para lograr presencia activa en estas páginas: un mutuo respeto personal, una alerta sensibilidad para todos los valores que dan sentido y nobleza a la vida humana, y un común afán de construir un mundo más libre, más solidario y más justo.

Intento, ciertamente, tan elemental como difícil. Quienes inician esta aventura del espíritu tienen clara conciencia de los obstáculos de diversa índole –públicos y privados, institucionales y afectivos– que es preciso superar y de las condiciones básicas e insoslayables que se requieren para que exista un diálogo serio y auténtico, sobre todo en el plano estrictamente político.

Pero la previsión de la dificultad y hasta del riesgo no puede ser freno, sino aguijón y estímulo, para quienes aceptan, serena y esforzadamente esta sugestiva empresa de transformar el silencio resentido, el monólogo narcisista o la polémica hiriente en alta y limpia comprensión de los hechos concretos y de las razones ajenas, y en fecunda invención o ensayo de nuevas fórmulas de convivencia.

Quien, al calor de su fe religiosa, crea en la desbordante providencia de Dios, en el común origen y en el transcendente destino de todos los hombres, en la fuerza redentora y unitiva de la caridad, en la ecuménica anchura de la Iglesia de Cristo; quien, simplemente a la luz de su razón natural, admita la armoniosa y ordenada estructura del Universo, la unidad del género humano, la esencial dimensión espiritual de la persona, la superior vocación de sociabilidad de todas las gentes –por encima de los instintos de prepotencia y de hostilidad– y la radical capacidad del hombre para la verdad, la justicia, la libertad y la paz, más allá de la mentira, de la opresión y de la guerra, en un supremo impulso de esperanza y de amor, no podrá renunciar a esta decisiva experiencia de valorar en diálogo inteligente y generoso con otros hombres, las circunstancias y las realizaciones de esta nueva era del mundo en que le ha tocado vivir, y tratar de influir de algún modo en ella con la palabra, el corazón y la mano, esas tres armas esenciales del hombre, que ningún poder terreno puede definitivamente anular o vencer.

Con lo dicho queda claro que estos Cuadernos son cualquier cosa menos utópicos y ucrónicos, sin hora y sin patria. Arraigan en un tiempo concreto –el nuestro, luminoso y sombrío, con atrayentes perspectivas de futuro– y en un lugar preciso de la tierra: España, pedazo vivo de Europa y de la gran familia de los pueblos hispánicos.

Por eso sus páginas quedan abiertas a cualquier español, hispanoamericano o simplemente hombre de recta intención y de no importa qué color o lengua, que tenga algo significativo que contar, enjuiciar o proponer –concisa y llanamente– sobre la vida colectiva, aquí y ahora, en un clima de libertad responsable, de sincero aprecio a la dignidad humana y a sus derechos y deberes irrenunciables y de leal servicio al bienestar común.

Precisamente porque estos Cuadernos quieren ser obra comunitaria, más allá de cualquier excluyente mecenazgo, apelan a la confianza de los lectores en el impalpable rendimiento de las obras del espíritu y a la inestimable atención crítica –benévola o discrepante– de cuantos en esta amada y dura tierra nuestra, o allende las fronteras y los mares, crean todavía o empiecen ya a creer en la posibilidad de edificar entre todos –no por imposición violenta, sino por libre y fraterno diálogo– una morada colectiva, integralmente humana.

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