Cuadernos para el Diálogo
Madrid, octubre 1963
 
número 1
página 4

Con aprensión y angustia

El doloroso drama que se está viviendo en el Viet-Nam, por causas oscuras y complejas a las que se hace referencia en otro lugar de estos Cuadernos, obliga a todos los cristianos del mundo a reaccionar con los mismos sentimientos de Su Santidad Pablo VI en su reciente carta al Arzobispo de Saigón, Monseñor Van Bonh.

Las llamaradas de carne viva de los bonzos budistas han de dolernos a todos muy dentro. En el entrecruzamiento de informaciones unilaterales y antagónicas es difícil discriminar lo que hay de pugna política, interna o internacional, y lo que hay de conflicto religioso en este sangriento choque. En todo caso el espectáculo resulta sobrecogedor.

Ante él, con humanísima sensibilidad, con sensibilidad realmente cristiana, «en aprensión y angustia», Su Santidad Pablo VI ha levantado su voz en un mensaje de paz y de armonía civil y religiosa. Y a ese augusto anhelo hemos de unirnos todos.

Pero tal vez sea urgente meditar a fondo, de nuevo, sobre el especial deber que incumbe hoy día a los gobernantes cristianos –más aún a los gobernantes católicos– como se declaran ser muchos de los que rigen ese país, de instaurar unas estructuras jurídico-políticas que hagan lícito y posible a los ciudadanos de todas las creencias e ideologías el ejercicio de sus derechos y la participación activa y eficaz en la vida pública dentro, claro es, del acatamiento a las leyes, del respeto recíproco y del servicio al bien común, entendido éste rectamente como conjunto de condiciones que facilitan el desarrollo de la persona humana mediante la protección efectiva de sus derechos y deberes.

Desde otro ángulo –y es cada vez más intensa está preocupación entre los teólogos y moralistas cristianos– importa subrayar en la actual coyuntura «pluralista» del mundo la urgencia de revisar las fórmulas tradicionales de la relación entre el Estado y la Iglesia. Sin perjuicio de la necesaria colaboración del poder espiritual y del poder temporal en la vida de los hombres, cada día se aprecia más claramente la necesidad de desligar a la Iglesia de vinculaciones más o menos reales, con estructuras e instituciones políticas, contingentes y discutibles.

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