Cuando en el radiante mediodía del 23 de junio de 1963 escuché la referencia a Johannem Baptistam, sin esperar a la evidente mención de su apellido, me sumé a aquel inolvidable clamor nunca igualado. Había salido Papa aquél por cuya elección oraron tantos millones de personas de diversos continentes, razas y religiones.
En los días sucesivos, entre los comentarios unánimemente elogiosos de nuestra Prensa, aparecieron algunos juicios que quisiera considerar con brevedad. Se afirmó que el cardenal Montini había muerto y que con el nombre de Pablo un hombre nuevo acababa de surgir de las ruinas del antiguo.
Sin negar la belleza literaria ni la excelente intención de lo transcrito, no lo considero rigurosamente exacto. De un lado, porque no constituyendo el acceso a la Cátedra de San Pedro algo similar a una conversión o al bautismo, no parece oportuno ver en un nuevo Papa un hombre nuevo; de otro, porque el cardenal Montini, al aceptar el Supremo Vicariato, no experimentó aquel toque transformador y fulminante que hizo del perseguidor de Cristo su Apóstol. Fue elegido, no a pesar de su vida anterior, sino precisamente por ella: por su virtud y saber extraordinarios, por su labor al lado de Pío XII, por su ejercicio activo de la caridad, por su magnífica misión pastoral en la tensa sociedad milanesa, por considerársele como excelente continuador de la ruta renovadora, ecumenista, irreversible de Juan XXIII, no por haber sido gloriosamente derribado de su caballo en el camino de Damasco.
Que entre la vida presente y la anterior del nuevo Papa hay continuidad lo patentiza el hecho de que muy numerosos miembros del Sacro Colegio, al entrar en el rectángulo miguelangelesco del Cónclave, veían en él un «homo missus a Deo cuius nomen erat Johannes».
Que las cosas fueron así ha quedado puesto de relieve por las autoridades oficiales cuando, al hacer público el júbilo con que acogieron la magna noticia, manifestaron su impresión de que el Papa había sido elegido por unanimidad. Nuevo Apóstol de los gentiles, con toda certeza. Pero «hombre nuevo» a partir de ahora, no. Montini ya lo era, en el sentido paulino del término, como seglar, como sacerdote, como monseñor, como arzobispo y como cardenal. Juan Montini no ha muerto. ¡Viva Pablo VI!
Salvador Lissarrague