Cuadernos para el Diálogo
Madrid, enero 1970
 
número 76
página 19

Problemas españoles

Modesto Espinar

La unión del centro-izquierda en España

Durante los meses transcurridos entre el levantamiento del estado de excepción y la reorganización del Gobierno fue objeto de comentario en los corrillos políticos, e incluso en la Prensa, el supuesto propósito de constituir un «Gobierno homogéneo». La opinión contraria a este propósito, expresada sobre todo por el diario «Ya», se fundaba en el siguiente argumento, a primera vista convincente: La constitución de un Gobierno homogéneo parece justificada en un régimen de partidos en el que uno de ellos tiene la mayoría absoluta y el otro o los otros juntos forman la oposición, pero si se produjera en un sistema en el que los partidos no son reconocidos significaría el establecimiento de un monopolio no justificado a favor del grupo que constituyese ese Gobierno, en detrimento de los restantes.

Sin embargo, ese mismo argumento impediría la constitución de cualquier Gobierno en un tal sistema, pues la noción de homogeneidad es relativa, y aún con gobiernos «heterogéneos» siempre quedarían grupos fuera del mismo, sin que se pudiese fundar a ciencia cierta la razón de su exclusión. Por otra parte, el movimiento hacia la «homogeneización» del Gobierno podría representar el primer paso hacia la cristalización de dos bloques capaces de poner en marcha en su día el turno democrático; si así fuera no vemos por qué habría de ser rechazable.

De todos modos la incógnita ha sido despejada y los españoles atentos a la cosa pública hemos podido ver cómo se ha consumado el propósito anunciado. Podríamos decir que sin mengua de una cierta heterogeneidad residual, referible en todo caso más bien a los orígenes remotos de sus componentes, el nuevo equipo ministerial es sin duda mucho más homogéneo y coherente que su predecesor, y está provisto de una significación política mucho más clara y definida. Lo que no puede dejar de acarrear sus lógicas consecuencias.

Unas consecuencias que, siendo lógicas, podrían ser de diverso signo, según que se cumplieran o no los temores expresados por los anteriormente citados editoriales de «Ya». Si la homogeneización no fuera aprovechada para conceder personalidad política propia, dentro de la legalidad, a los sectores que quedasen fuera del apretado haz gubernamental, el resultado sería no una reducción, sino un ensanchamiento del campo de la clandestinidad, con los peligros inherentes a una situación en la que los asentimientos serían menos numerosos y las discrepancias no podrían ser canalizadas.

En cualquier caso la clarificación producida en el corro gubernamental debe servir para recomponer la imagen de lo que es exterior al mismo, enriquecida por la experiencia de esta larga crisis. Desaparecido el equívoco de una incrustación seudoizquierdista que nunca logró ir más allá de una autodefinición inoperante, resultará ahora más fácil colocar a cada hombre y a cada grupo en su sitio y empezar a hilvanar el ovillo de las afinidades y de las convergencias. Después de todo, frente a las tesis ahora al parecer triunfantes del «crepúsculo de las ideologías» han sido más de una las voces que se han escuchado, procedentes de las esquinas más aparentemente dispares del tablero político.

Si esa tesis representa hoy realmente, como parece, la genuina «ideología» de la derecha, es lógico que todo lo que quede fuera de ella se reagrupe y reencuentre en el ancho campo del centro-izquierda. Frente a las típicas opciones de la derecha, que no dejarán de ser consecuentemente puestas en práctica, y una vez disipados los últimos espejismos, la unión del centro-izquierda podrá elaborar pacientemente y presentar al país en forma diáfana y persuasiva sus propias opciones.

Que serán –¡qué duda cabe!– mucho más atractivas.

M. E.

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