[ Tomás Rufino Cullen ]
La pastoral sobre la enseñanza religiosa
El artículo 8 de la ley, que determina que la enseñanza religiosa sólo podrá ser dada en las escuelas públicas, antes o después de las horas de clase, ha dado por resultado la desaparición absoluta de toda docencia sobre moral cristiana, y se está formando el corazón de los jóvenes en sentimientos que contradicen y ahogan la hermosa tradición cívica argentina.
Ha tenido un singular acierto nuestro venerado Arzobispo, Monseñor Bottaro, en la elección del tema de su primera y última pastorales, sobre la Paz Cristiana y la Enseñanza Religiosa, que se complementan en sus propósitos fundamentales de consolidar el bienestar social por la elevación moral de las almas.
El Pax Vobis de su pastoral inicial fue el rayo de luz que disipó las nubes que oscurecían el horizonte político-religioso del país y todos aceptaron y acataron sus nobles exhortaciones inspiradas en los puros principios de la caridad cristiana.
Pueblo y gobierno reconocieron la autoridad del virtuoso prelado que hablaba al sentimiento y a la razón en un lenguaje impregnado de suave misticismo, que era súplica y consejo al propio tiempo.
Los católicos, divididos por pequeñas cuestiones de detalle, escucharon la voz de concordia del respetado jefe de la Iglesia y con espíritu disciplinado depusieron sus pasajeras rencillas, convencidos, según el precepto evangélico, que no debía existir sino una sola grey y un solo Pastor y se ajustaron a la sabia máxima de San Agustín: “In necesariis unitas, in dubis libertas, in omnibus charitas”.
Restablecida la paz social y reinando la armonía entre la Iglesia y el Estado, era llegado el momento de encarar problemas que afectaban la vida argentina, en sus raíces más profundas, y que una acción amistosa y solidaría de ambos Poderes podían resolver consultando los verdaderos intereses y anhelos del espíritu nacional.
No existe seguramente ninguna cuestión que supere en importancia y trascendencia a la que comporta la adecuada orientación de la educación de la juventud, de la que depende el porvenir venturoso o la ruina moral de los pueblos.
Persuadido de esta verdad axiomática, nuestro ilustre Metropolitano ha querido dilucidar en su reciente pastoral de cuaresma el magno asunto de la enseñanza religiosa que, hace 44 años, ha sido eliminada de las escuelas oficiales, con resultados deplorables para la formación ética de las jóvenes generaciones y para la buena marcha y consolidación definitiva de la cultura argentina.
Es indudablemente oportuno y necesario propender a la modificación de la ley de educación común de 1884, que sancionada bajo la inspiración de nobles aunque erróneos propósitos de levantar el nivel moral e intelectual de la juventud estudiosa, ha producido en las cuatro largas décadas de existencia que lleva, resultados diametralmente opuestos a los que se propusieron pusieron sus autores. Basta leer el luminoso debate promovido al discutirse esa ley y que enaltece al Parlamento Argentino, para persuadirse de que todos los legisladores de esa época, sin distinción de tendencias políticas o ideológicas, coincidían en la conveniencia de que se enseñaran los principios de la moral cristiana, base inconmovible de toda verdadera civilización.
El Ministro de Instrucción Pública, Dr. Eduardo Wilde, principal propulsor de esa ley, decía: “No he oído a nadie que diga que no se enseñe religión en las escuelas. El proyecto no hace semejante prohibición y es por lo tanto gratuita la afirmación que se hace cuando se dice que se quiere desterrar a Dios de las escuelas”.
Y el diputado Onésimo Leguizamón, ex ministro de Instrucción Pública en la Presidencia de Avellaneda, y que puede considerarse como el verdadero leader de la mayoría parlamentaria, se expresaba así: “Nadie iría en nuestro tiempo y en un país como el nuestro a proponer semejante enormidad: la escuela atea. Pienso que todo hombre tiene una creencia o que debe tenerla. Mas aún creo que en el estado actual de la filosofía y aun de las ciencias naturales, es imposible dejar de tener la creencia en un Ser Supremo. Por lo que a mí toca, no concibo el ateo”.
Desgraciadamente, estas manifestaciones tan explícitas de los autores de la ley del 84, han sido completamente desvirtuadas en su aplicación en la vida diaria y el balance de esa enseñanza impartida desde hace casi medio siglo, no puede ser más alarmante y desastroso.
El art. 8 de esa ley, que determina que la enseñanza religiosa sólo podrá ser dada en las escuelas públicas, antes o después de las horas de clase, ha dado por resultado lógico la desaparición absoluta de toda docencia sobre moral cristiana y se está formando el corazón de los jóvenes en sentimientos que contradicen y ahogan la hermosa tradición cívica argentina y sus precedentes institucionales.
No es el momento, ni la oportunidad en un artículo de periódico, que debe ser breve, de penetrar en los detalles del arduo problema, pero para constatar los efectos de la enseñanza sin religión, basta referirse a los últimos congresos de maestros y profesores celebrados en Córdoba y la Capital Federal, en el corriente año, en los que no solamente se ha renegado de la idea de Dios, sino que se ha blasfemado de la patria y de sus instituciones fundamentales, formulándose declaraciones francamente anarquistas y tomando como modelo el Soviet moscovita.
Ha procedido, pues, muy oportunamente, nuestro buen Metropolitano, al tratar con tanta unción evangélica y conmovedora elocuencia, el tema de la enseñanza religiosa en su notable Pastoral de Cuaresma.
Tomás R. CULLEN