[ Juan Emiliano Carulla ]
Dominio de la pornografía
Empieza la hora del arrepentimiento. La rápida y progresiva desmoralización de las costumbre lleva el estupor a los espíritus. No se habla ya de la “moral científica” y demás pamplinas finiseculars y los mismos amigos de la democracia pura buscan otra cosa asustados de los signos e intersignos que ensombrecen el horizonte.
Alos efectos del orden expositivo puédense citar hasta géneros principales de pornografía. 1º el arte libertino de corte clásico, representado ahora por la novela procaz, pretendidamente avanzada tipo La Garçonne o también por el relato superrealista, objetivo, puesto de moda por el autor de L'Europe Galante y de Ouvert la Nuit; 2º La pornografía a secas que se exhibe en libros, revistas y grabados dirigidos a los bajos instintos de mucha gente, y 3º, la pornografía encubierta bajo el manto del arte y de la propaganda científica y revolucionaria.
No hay espacio para referirse a la totalidad del tema. Debemos solamente señalar algunos aspectos de este último género.
Digamos antes que la muestra es una clasificación aproximada y sin pretensiones. En realidad, una obra puede contener valores muy apreciables desde el punto de vista literario y artístico, sin dejar por ello de ser censurable desde el punto de vista de la moral. Tal es el caso de L'Europe Galante citada hace un momento, obra de Paul Morand, en que las bellezas de un estilo ágil, ceñido y rico en metáforas novedosas, son empleadas para exornar repugnantes escenas de perversión. Pero el asunto es más complejo todavía. El “Siglo estúpido” rió en todos los tonos de las “Hojas de parra”. Anatole France, príncipe del espíritu de su tiempo, bordó sobre ese tema algunas glosas lapidarías que hicieron caer las últimas que quedaban adheridas a la desnudez de las estatuas. “Esprit fort”, volteriana y partidaria del punto de vista de Sirio, la burguesía liberal se burló de las noñeces del arte antiguo. Empieza la hora del arrepentimiento. La rápida y progresiva desmoralización de las costumbres lleva el estupor a los espíritus. Yo se habla ya de la “moral científica” y demás pamplinas finiseculares. Los mismos partidarios de la democracia pura buscan otra cosa, asustados de los signos e intersignos que ensombrecen el horizonte. Resultó fácil criticar y contradecir, en nombre de la vida, de la libertad, de la ciencia –todo con mayúscula– las reglas del orden y de la moral tradicional. Lo difícil era substituirlos, manteniendo el tono de la civilización. “La hoja de parra” tiene un sentido, –el de la dignidad y preminencia del espíritu en perpetua lucha con los instintos– que no pueden comprender muchos hombres hoy. La experiencia y el sentido común iluminados por la religión, habían enseñado que hay actos humanos y partes corporales que deben permanecer en un segundo plano; que hay un instinto, antisocial por excelencia –la libido– – que es necesario someter al control de la inteligencia y de la moral y que, en último término, el mantenimiento de la civilización que nos cobija exige a las minorías dirigentes cierto grado de ascetismo, sin el cual los pueblos ruedan fácilmente a la disolución.
Volviendo al tema. ¿Pondríais en las manos de un niño vuestro tratado de Higiene o de Fisiología? Muchos de nuestros pedagogos de vanguardia no titubearán en declararse por la afirmativa. Pero no he formulado la pregunta para eso. Quiero solamente aclarar un poco más el concepto que se debe tener hoy de la pornografía y de lo pornográfico. Cuentan los hermanos Tharaud, en Quand Israel est roi, que durante el efímero reinado del soviet en Hungría, ciertos individuos, exornados de pomposos títulos pedagógicos, cometían, so pretexto de enseñanza de la higiene, la insania de conducir los escolares a los consultorios de enfermedades secretas de los hospitales. ¿Es o no procaz e inmoral semejante exhibición? He aquí pues que aun las materias de observación científica o técnica, pueden ser utilizadas como armas de destrucción por quienes aspiran a un “mundo nuevo” o por los tarados, “resentidos” (Max Scheller) que encuentran en la procacidad pornográfica una válvula de escape. ¿Qué se descubre, por ejemplo, en el fondo de las nauseabundas novelas de un Paul Margueritte, sino resentimiento de viejo libidinoso sin “chance” en las batallas del amor? El resentimiento, digámoslo de paso, de los deformes, de los enanos físicos y morales, está en la base de muchas almas torcidas, y es el punto de partida de sus impulsos procaces.
Al caso de Oscar Wilde, maestro del amoralismo de fines del siglo pasado y, que todavía tiene admiradores en ciertos núcleos, le correspondería una explicación semejante. Sus malas obras –Intenciones y El retrato de Dorian Gray– serías productos de una inversión de valores intelectuales a una deformación fisiológica de análogo sentido. Entonces su formidable talento caía en estupideces como esta: “Una obra literaria no es moral o inmoral. Está bien o mal escrita; eso es todo”.
En ese mismo sentido nos queda por analizar el “Dernier cri” de la pornografía travestida. Es esa propaganda, que presume de instructiva y científica, realizada por medio de carteles, conferencias y cintas cinematográficas. Observe el lector la monotonía de sus argumentos y la cansadora insistencia en ciertos temas. Ahí hay dos cosas: comercialismo vulgar y obsesión, por no decir perversión. Esos letreros obscenos arteramente dirigidos a la simpleza del transeúnte por vagas instituciones de higiene –no controladas por el Estado–, lo mismo que esos “films” pseudo-científicos que atraen clientela en salones teatrales y abiertos a todo el mundo, ¿qué enseñan?… Sólo la escasa sagacidad de los encargados de velar por la moral pública, puede admitir su utilidad y pertinencia.
Resulta de lo dicho un concepto amplio y más adecuado de la pornografía.
Juan E. CARULLA