a pluma vacila al pretender escribir algunas páginas acerca del volumen que acaba de publicar en París el formidable pensador continental José Vasconcelos. Se intitula La Raza Cósmica. Propiamente dicho, este ensayo constituye el prólogo –y así el autor lo denomina modestamente–, de las brillantes crónicas de sus viajes a la América del Sur. Sin embargo, el solo prólogo bastará para consagrar el libro del gran educador de México.
Las impresiones de Vasconcelos sobre el Brasil, Argentina, Chile y Uruguay, admirablemente recogidas en una sugestiva obra, son el fruto de la estancia en dichos países cuando los visitó en calidad de Embajador Especial de los Estados Unidos Mexicanos. Más adelante veremos, que la casaca diplomática no fue un obstáculo para que el hombre de genio, forzando las paredes del protocolo absurdo y sin sentido, desplegara sus alas al viento.
Con objeto de llevar a feliz término el trabajo que nos hemos propuesto escribir, dividiremos por capítulos los diversos asuntos de que trata el libro, dedicando a cada uno especial atención, sin olvidar referirnos al Uruguay –la patria de Rodó–, pero donde Vasconcelos sintió un poco de tristeza al atravesar sus fronteras... Fue como un estremecimiento de alas...
Capítulo I
La Raza Cósmica
La Raza Cósmica, o sea, el prólogo de la obra, la componen cuarenta páginas fugaces, maravillosamente trazadas. Después del Ariel de Rodó, no se ha escrito en América ensayo de tan [81] profunda trascendencia. Vasconcelos, que ya en 1920 había dado a conocer en un libro una original teoría del Ritmo, inspirada en Pitágoras, tiene hoy la soberbia concepción de una quinta raza, «la raza definitiva, la raza síntesis o raza integral hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos».
En el mes de mayo de 1925, el ilustre pensador mexicano, a su paso para Europa, se detuvo durante varios días en La Habana. Desde esta ciudad, dirigió un vibrante manifiesto a los jóvenes de Cuba. De la revista Social recogemos las iluminadas palabras de Vasconcelos: «Abajo las banderas nacionales y arriba la bandera continental que en frente de la civilización sajona ostenta el lema argentino de América para la Humanidad.» «No para los blancos del norte ni para los negros ni para los indios de una manera exclusiva; pero sí para todas y cada una de esas estirpes.» «América, hogar de la raza nueva, la quinta raza que será síntesis de las cuatro contemporáneas y la primera raza universal, la raza definitiva, la raza cósmica.» En los párrafos anteriores, puede decirse, que está compendiada la teoría que Vasconcelos cristaliza en el libro denominado La Raza Cósmica. Esta teoría es tan vasta como una alucinación.
Comienza Vasconcelos por acoger la hipótesis de que fue Atlántida la cuna de las primeras luces del mundo; esta civilización prosperó y decayó en América. Y expresa el autor:
Después de un extraordinario florecimiento, tras de cumplir un ciclo, terminada su misión particular, entró en silencio y fue decayendo hasta quedar reducida a los menguados imperios azteca e inca, indignos totalmente de la antigua y superior cultura. Al decaer los atlantes, la civilización intensa se trasladó a otros sitios y cambió de estirpes; deslumbró en Egipto; se ensanchó en la India y en Grecia injertando en razas nuevas. El ario mezclándose con los dravidios, produjo el Indostán, y a la vez, mediante otras mezclas, creó la cultura helénica. En Grecia se funda el desarrollo de la civilización occidental o europea, la civilización blanca, que al expandirse llegó hasta las playas olvidadas del Continente americano para consumar una obra de recivilización y repoblación. Tenemos entonces las cuatro etapas y los cuatro troncos: el negro, el indio, el mongol y el blanco. Este último, después de organizarse en Europa, se ha convertido en invasor del mundo, y se ha creído llamado a predominar, lo mismo que lo creyeron las razas anteriores, cada una en la época de su poderío. [82]
El Continente llamado a ser cuna de esa raza excepcional, síntesis de las demás, será América donde «hallará término la dispersión; allí se consumirá la unidad por el triunfo del amor fecundo, y la superación de todas las especies».
De los pueblos del Continente Colombino, los iberoamericanos están llamados, según asegura el pensador mexicano, a cumplir y consumar la misión divina de América. Allí surgirá el tipo síntesis que ha de juntar los tesoros de la historia, para dar expresión al anhelo del mundo.
La América Latina está, pues, llamada a cumplir grandes designios; su misión trasciende a siglos venideros; un futuro glorioso donde predominará en primer término, el estado espiritual o estético ya que, los anteriores, el intelectual o político y el material o guerrero, habrán desaparecido junto con la raza blanca en decadencia.
¿Por qué cree Vasconcelos –se preguntará– que la cuna de la quinta raza será precisamente la Iberoamérica y no el Continente en general como sería lógico suponer? Los sajones del Norte, según afirma el autor de la teoría, cometieron el pecado de destruir las demás razas, en tanto que nosotros las asimilamos, y esto nos da derechos nuevos y esperanzas de una misión sin precedente en la historia. Señala Vasconcelos, que en los latinoamericanos, haciendo contraste con el yanqui, se anota cada vez más una corriente de simpatía hacia los extraños, preparándose de esta suerte la trama, el múltiple y rico plasma de la humanidad futura.
Comienza a advertirse –expresa el profundo pensador– este mandato de la historia en esa abundancia de amor que permitió a los españoles crear raza nueva con el indio y con el negro; prodigando la estirpe blanca a través del soldado que engendraba familia indígena y la cultura de Occidente por medio de la doctrina y el ejemplo de los misioneros que pusieron al indio en condiciones de penetrar en la nueva etapa, la etapa del mundo Uno. La colonización española creó mestizaje; esto señala su carácter, fija su responsabilidad y define su porvenir. El inglés siguió cruzándose sólo con el blanco, y exterminó al indígena; lo sigue exterminando en la sorda lucha económica, más eficaz que la conquista armada. Esto prueba su limitación y es el indicio de su decadencia. [83]
Quien tiene así una visión tan amplia y limpia de la América que habla el español y el portugués, y rompe con todos los antiguos dogmas, sobre un porvenir que se creía incierto y dudoso, merece, ya no digo la atención de nosotros, que es bien poca cosa, sino la de los espíritus más selectos de la Humanidad. ¡Él es el que nos trae la buena nueva!
Vasconcelos tiene una tan clara concepción de la futura raza definitiva, que no nos resistimos al infinito placer de seguirle a través de sus páginas, plenas de una fluidez de pensamiento y elegancia de estilo inimitables.
El Continente Americano, en su precivilización y repoblación, estuvo encomendado a la raza blanca, en sus dos aspectos, en el del sajón y el latino. La misión del primero –según afirma Vasconcelos–
se ha cumplido más pronto que la nuestra, porque era más inmediata y ya conocida en la Historia; para cumplirla no había más que seguir el ejemplo de otros pueblos victoriosos. Meros continuadores de Europa, en la región del Continente que ellos ocuparon, los valores del blanco llegaron al cénit. He allí porqué la Historia de Norteamérica es como un ininterrumpido y vigoroso «allegro» de marcha triunfal.
Hay una página en seguida que nos hace evocar la helénica personalidad de Rodó, no precisamente porque Vasconcelos se haya inspirado en el filósofo de Motivos de Proteo, sino por la belleza serenísima de la concepción y por las palabras llenas de una encantadora sugerencia; allí el pensador-artista gustó la frase alada y la música maravillosa, y se extasió contemplando la armonía del paisaje y la dulzura de las frondas... Pero leed esta página seductora:
¡Cuán distintos los sones de la formación iberoamericana! Semejan el profundo «scherzo» de una sinfonía infinita y honda: voces que traen acentos de la Atlántida; abismos contenidos en la pupila del hombre rojo que supo tanto, hace tantos miles de años y ahora parece que se ha olvidado de todo. Se parece su alma al viejo cenote maya, de aguas verdes, profundas, inmóviles, en el centro del bosque, desde tantos siglos, que ya ni su leyenda perdura. Y se remueve esta quietud de infinito, con la gota que en nuestra sangre pone el negro, ávido de dicha sensual, ebrio de danzas y desenfrenadas lujurias. Asoma también [84] el mongol con el misterio de su ojo oblicuo, que toda cosa la mira conforme a un ángulo extraño, que descubre no sé qué pliegues y dimensiones nuevas. Interviene asimismo la mente clara del blanco, parecida a su tez y a su ensueño. Se revelan estrías judaicas que se escondieron en la sangre castellana desde los días de la cruel expulsión; melancolías del árabe, que son un dejo de la enfermiza sensualidad musulmana; ¿quién no tiene algo de todo esto o no desea tenerlo todo? He ahí al hindú, que también llegará, que ha llegado ya por el espíritu, y aunque es el último en venir parece el más próximo pariente. Tantos que han venido y otros más que vendrán, y así se nos ha de ir haciendo un corazón sensible y ancho que todo lo abarca y contiene, y se conmueve; pero presentimos como otra cabeza, que dispondrá de todos los ángulos para cumplir el prodigio de superar a la esfera.
A la Iberoamérica, que será el gran paisaje y la gigantesca fronda del futuro, le corresponderá ser, pues, la cuna de la raza cósmica de acuerdo con la brillante teoría del sabio doctor Vasconcelos. Cabe preguntar en qué zona florecerá dicha civilización. Responde el autor del Monismo Estético, que ella se iniciará y se desenvolverá en el trópico, a semejanza de las grandes civilizaciones que también tuvieron comienzo en las zonas tórridas. Y así como el hombre blanco se encuentra ya preparado para luchar contra el frío, para entonces, es decir, cuando surja la quinta raza, se aprovecharán todos los elementos de la ciencia «para disipar el bochorno y la fiebre».
El arte mismo ofrecerá nuevas modalidades en sus líneas y aspectos múltiples; así
la arquitectura abandonará la ojiva, la bóveda, y en general la techumbre, que responde a la necesidad de buscar abrigo; se desarrollará otra vez la pirámide; se levantarán columnatas en inútiles alardes de belleza, y quizá construcciones en caracol, porque la nueva estética tratará de amoldarse a la curva sin fin de la espiral que representa el anhelo libre; el triunfo del ser en la conquista del infinito. El paisaje pleno de colores y ritmos comunicará su riqueza a la emoción; la realidad será como la fantasía. La estética de los nublados y de los grises se verá como un arte enfermizo del pasado. Una civilización refinada e intensa responderá a los esplendores de una naturaleza henchida de potencias, generosa de hálito, luciente de claridades.
En suma, en lo que se refiere a la conquista del trópico, [85] Vasconcelos señala como tierras de promisión las zonas comprendidas en el Brasil, Colombia, Venezuela, Ecuador, parte del Perú, parte de Bolivia y la parte superior de la Argentina.
El mundo futuro –exclama el autor de la teoría cósmica– será de quien conquiste la región amazónica. Cerca del gran río se levantará Universópolis y de allí saldrán las predicaciones, las escuadras y los aviones de propaganda de buenas nuevas. Si el Amazonas se hiciese inglés, la metrópoli del mundo no se llamaría Universópolis, sino Anglotown, y las armadas guerreras saldrían de allí para imponer en los otros Continentes la ley severa del predominio del blanco de cabellos rubios y el exterminio de sus rivales obscuros. En cambio, si la quinta raza se adueña del eje del mundo futuro, entonces aviones y ejércitos irán por todo el planeta, educando a las gentes para su ingreso a la sabiduría. La vida fundada en el amor llegará a expresarse en formas de belleza.
La raza integral o definitiva, hecha con la savia y el espíritu de todo el Cosmos, no excluirá a ninguna de las cuatro razas existentes, ya que se aprovechará lo más selecto y generoso de los pueblos del orbe. Llega a suponer Vasconcelos, que quizá en la quinta raza predominen siempre los caracteres del blanco, agregando: «pero tal supremacía debe ser parte de elección, libre del gusto y no resultado de la violencia o de la presión económica». Veremos en párrafos siguientes cómo la ley del gusto llega a tener gran importancia en la teoría sustentada por el maestro mexicano. Además, el primer período de la sociedad, el material o guerrero, y el segundo, el intelectual o político –del que ya se hicieron ligeras referencias al comenzar este trabajo–, han dejado el puesto (en la quinta Raza) al tercer estado social: el espiritual o estético. Expresa Vasconcelos que
en lo sucesivo, a medida que las condiciones sociales mejoren, el cruce de sangre será cada vez más espontáneo, a tal punto, que no estará ya sujeto a la necesidad, sino al gusto; en último caso a la necesidad. El motivo espiritual se irá sobreponiendo de esta suerte a las contingencias de lo físico. Por motivo espiritual ha de entenderse, más bien que la reflexión, el gusto que dirige el misterio de la elección de una persona entre una multitud.
A renglón seguido, Vasconcelos entra de lleno al estudio de [86] la Ley del gusto, estando en ella comprendidos los tres estados sociales definidos dentro de la más vasta comprensión. El gusto va evolucionando a través de las épocas y de las razas; en el primer estado sólo manda la materia, y por medio de la violencia y de la guerra, el «fuerte toma o rechaza, conforme a su capricho, la hembra sometida». La razón, propiamente hablando, no interviene en este estado; hay una razón débil «como el gusto oprimido»; «no es ella quien decide, sino la fuerza, y a esa fuerza, comúnmente brutal, se somete el juicio, convertido en esclavo de la voluntad primitiva».
En el segundo período tiende a prevalecer la razón que artificiosamente aprovecha las ventajas conquistadas por la fuerza y corrige sus errores. Las fronteras se definen en tratados y las costumbres se organizan conforme a las leyes derivadas y las conveniencias recíprocas. En este régimen, la mezcla, la mezcla de las razas obedece en parte, al capricho de un instinto libre que se ejerce por debajo de los rigores de la norma social, y obedece especialmente a las conveniencias éticas o políticas del momento. En nombre de la moral, por ejemplo, se imponen matrimonios difíciles de romper, entre personas que no se aman; en nombre de la política se restringen libertades inferiores y exteriores; en nombre de la religión, que debiera ser la inspiración sublime, se imponen dogmas y tiranías; pero cada caso se justifica con el dictado de la razón, reconocido como supremo de los asuntos humanos. Proceden también conforme a lógica superficial y a saber equívoco quienes condenan la mezcla de razas, en nombre de una eugénica que, por fundarse en datos científicos incompletos y falsos, no ha podido dar resultados válidos. La característica de este segundo período es la fe en la fórmula; por eso en todos sentidos no hace otra cosa que dar norma a la inteligencia, límites a la acción, fronteras a la patria y frenos al sentimiento. Regla, norma y tiranía, tal es la ley del segundo período en que estamos presos, y del cual es menester salir.
En el tercer período, cuyo advenimiento se anuncia ya en mil formas, la orientación de la conducta no se buscará en la pobre razón que explica pero no descubre; se buscará en el sentimiento creador y en la belleza que convence. La norma la dará la facultad suprema, la fantasía; es decir, se vivirá sin norma, en un estado en que todo cuanto nace del sentimiento es un acierto. En vez de reglas, inspiración constante. Y no se buscará el mérito de una acción en su resultado inmediato y palpable, como ocurre en el primer período; ni tampoco se atenderá a que se adapte a determinadas reglas de razón pura; [87] el mismo imperativo ético será sobrepujado, y más allá del bien y del mal, en el mundo del pathos estético, sólo importará que el acto, por ser bello, produzca dicha. Hacer nuestro antojo, no nuestro deber; seguir el sendero del gusto, no el del apetito ni el del silogismo; vivir el júbilo fundado en amor, esa es la tercera etapa.
El tercer estado, o sea el estético o espiritual, es decir, el que corresponde a la quinta raza, será en resumen, el estado ideal, el estado artista. Vivir en Pathos, –dice Vasconcelos–; sentir por todo una emoción tan intensa, que el movimiento de las cosas adopte ritmos de dicha.
El ensayo del pensador mexicano, está escrito en forma tan sintética, que nos resulta casi siempre imposible reducir los términos de la exposición, prefiriendo –con objeto de no restarle encanto al propio ensayo de Vasconcelos–reproducir textualmente las partes más culminantes de la obra. Nuestra misión de acotadores queda de esta manera cumplida.
En los tres períodos o estados que Vasconcelos ha dividido la historia de la Humanidad, observamos que la voluntad juega importantísimo papel; así tenemos que en el primer período la dirige el apetito; en el segundo, la razón, y en la tercera etapa, o sea, cuando surge la Raza Cósmica, la voluntad.
La voluntad se hace libre, sobrepuja lo finito, y estalla y se anega en una especie de realidad infinita; se llena de rumores y de propósitos remotos; no le basta la lógica y se pone las alas de la fantasía; se hunde en lo más profundo y vislumbra lo más alto; se ensancha en la armonía y asciende en el misterio creador de la melodía; se satisface y se disuelve en la emoción y se confunde con la alegría del Universo; se hace pasión de belleza.
Estamos en una de las partes más interesantes del genial ensayo del doctor Vasconcelos; en la unión y procreación de la quinta raza. Tanto una como la otra se efectuarán conforme al tercer período, o sea de acuerdo con la espiritualidad o estética. Las uniones tendrán lugar, pues, conforme a la «ley de simpatía» refinada por el sentido de la belleza.
Una simpatía verdadera y no la falsa, que hoy nos imponen la necesidad y la ignorancia. Las uniones sinceramente apasionadas y [88] fácilmente deshechas en caso de error, producirán vástagos despejados y hermosos. La especie entera cambiará de tipo físico y de temperamento, prevalecerán los instintos superiores, y perdurarán como en síntesis feliz, los elementos de hermosura, que hoy están repartidos en los distintos pueblos.
Como consecuencia de lo anterior, afirma Vasconcelos que
los muy feos no procrearán, no desearán procrear; ¿qué importa entonces que todas las razas se mezclen si la fealdad no encontrará cuna? La pobreza, la educación defectuosa, la escasez de tipos bellos, la miseria que vuelve a la gente fea, todas estas calamidades desaparecerán del estado social futuro. Se verá entonces repugnante, parecerá un crimen, el hecho hoy cotidiano de que una pareja mediocre se ufane de haber multiplicado miseria. El matrimonio dejará de ser consuelo de desventuras, que no hay por qué perpetuar, y se convertirá en una obra de arte.
Las ideas que Vasconcelos expone en su estudio acerca de la Raza Cósmica, son tan vastas que requeriría una pormenorizada relación, ya que el filósofo oaxaqueño se ha detenido en cada problema de la Humanidad, examinándolo todo, y del gran laboratorio de su cerebro, radiante reflejo del mundo futuro, salió triunfante la teoría genial...
La raza cósmica, según él, es una consecuencia ineludible, puesto que
ninguna raza contemporánea puede presentarse por sí sola como un modelo acabado que todas las otras hayan de imitar. El mestizo y el indio, aun el negro, superan al blanco en una infinidad de capacidades propiamente espirituales. Ni en la antigüedad, ni en el presente, se ha dado jamás el caso de una raza que se baste a sí misma para forjar civilización. Las épocas más ilustres de la Humanidad han sido, precisamente, aquellas en que varios pueblos disímiles se ponen en contacto y se mezclan. La India, Grecia, Alejandría, Roma, no son sino ejemplos de que sólo una universalidad geográfica y étnica es capaz de dar frutos de civilización.
Al mismo tiempo, Vasconcelos destruye la falsa creencia de que el blanco, particularmente el blanco de habla inglesa, es el «non plus ultra» de la evolución humana, y que cruzarlo con otra raza sería tanto como envilecer su estirpe. Explica el pensador [89] de México, que semejante manera de ver no es nada más que la ilusión de cada pueblo afortunado en el período de su poderío. Y agrega:
Cada uno de los grandes pueblos de la Historia se ha creído el final y el elegido.
Cada raza que se levanta necesita constituir su propia filosofía, el deus ex machina de sus éxitos.
Hemos llegado al momento más culminante de la obra del Maestro. Vasconcelos, en las ultimas páginas de su prodigioso ensayo, formula las bases de la raza cósmica. Para dicho efecto, recuerda que la raza hebrea no era para los egipcios otra cosa que ruin casta de esclavos, y de ella nació Jesucristo, al que denomina el autor del mayor movimiento social de la Historia; el que anunció el amor de todos los hombres. «Este amor –dice el filósofo continental–, será uno de los dogmas fundamentales de la quinta raza.» América deberá ser el hogar y la patria de todos los que deseen vivir en ella, y, por lo mismo, tendrá que caracterizarse por sus sentimientos de fraternidad y concordia hacia todos los seres de la tierra.
Vasconcelos hace la aclaración de que su doctrina «no es un simple esfuerzo ideológico para levantar el ánimo de una raza deprimida, ofreciéndole una tesis que contradice la doctrina a que habían querido condenarla sus rivales». La filosofía positivista quiso destruir la inquebrantable ley cristiana basada en el amor como sostén de la gran familia humana. Aquella escuela sentenció «que no era el amor la ley sino el antagonismo, la lucha y el triunfo del apto».
Los antiguos postulados que se tenían por ciertos hace apenas veinte y treinta años, yacen en el polvo ante el arrollador progreso de ciencias que, como la físico-química, la biología y las matemáticas, están evolucionando constantemente. Si todo sufre en los presentes momentos actuales una rectificación de valores, «es preciso reconocer que se ha derrumbado también el edificio teórico de la denominación de una sola raza».
Por último, Vasconcelos, profundizándose más en el estudio en que está empeñado, pregúntase qué pasaría si para constituir [90] la quinta raza se procediera conforme al primer período, o sea, el material o guerrero. Y se responde:
La fuerza ciega, por imposición casi mecánica de los elementos más vigorosos decidiría de una manera sencilla y brutal, exterminando a los débiles, más bien dicho, a los que no se acomodaran al plan de la raza nueva. De acuerdo con la ley del segundo período, es decir, el intelectual o político, la raza cósmica se constituiría de acuerdo con los astutos, los listos y faltos de escrúpulos, perdiendo la partida los bondadosos y los soñadores. En cambio –expresa Vasconcelos–, la verdadera potencia creadora de júbilo está contenida en la ley del tercer período, que es emoción de belleza y un amor tan acendrado que se confunde con la revelación divina. Propiedad de antiguo señalada a la belleza, por ejemplo en el Fedro, es la de ser patética: su dinamismo contagia y mueve los ánimos, transforma las cosas y el mismo destino. La raza más apta para adivinar y para imponer semejante ley en la vida y en las cosas, esa será la raza matriz de la nueva era de civilización.
Para terminar, agrega el soberbio esteta mexicano:
Por fortuna, tal don necesario a la quinta raza, lo posee en grado subido la gente mestiza del Continente iberoamericano; gente para quien la belleza es la razón mayor de toda cosa. Una fina sensibilidad estética y un amor de belleza profunda, ajenos a todo interés bastardo y libre de trabas formales, todo eso es necesario al tercer período; período impregnado de esteticismo cristiano que sobre la misma fealdad pone el toque redentor de la piedad que enciende un halo alrededor de todo lo creado.
Llega el doctor Vasconcelos a su más alta concepción filosófica y clarividencia suma cuando afirma que:
La gente que está formando la América hispánica, un poco desbaratada, pero libre de espíritu y con el anhelo en tensión a causa de las grandes regiones inexploradas, puede todavía repetir las proezas de los conquistadores castellanos y portugueses. La raza hispana en general tiene todavía por delante esta misión de descubrir nuevas zonas en el espíritu ahora que todas las tierras están exploradas. Solamente la parte ibérica del Continente dispone de los factores espirituales raza y el territorio que son necesarios para la gran empresa de iniciar la era universal de la Humanidad. Están allí todas las razas que han de ir dando su aporte: el hombre nórdico, que hoy es [91] maestro de acción, pero, que tuvo comienzos humildes y parecía inferior, en una época en que ya habían aparecido y decaído varias grandes culturas; el negro como una reserva de potencialidades que arrancan de los días remotos de la Lemuria; el indio que vio perecer la Atlántida, pero que guarda un quieto misterio en la conciencia; tenemos todos los pueblos y todas las aptitudes, y sólo hace falta que el amor verdadero organice y ponga en marcha la ley de la Historia.
Hemos terminado las ligeras acotaciones sobre la Raza Cósmica que nos propusimos apuntar al margen de la obra de Vasconcelos. Confesamos que no pudimos menos que seguir la famosa teoría paso a paso, transcribiendo a veces los más inspirados trozos del volumen, temblando de emoción ante la belleza creada por el oficiante de Prometeo Libertador.
Personas más autorizadas que nosotros harán un juicio crítico sobre el ensayo del pensador mexicano. Nosotros nos detuvimos respetuosamente en el pórtico del Templo de la Sabiduría sin habernos atrevido a pasar...
Si Vasconcelos se hizo grande en México por su labor educadora que trascendió a todo el Continente, Iberoamérica puede hoy enorgullecerse porque el cetro que ha dejado vacío el inmortal artífice de Ariel, al entregar su alma a los dioses, ha sido reemplazado por el autor de La Raza Cósmica.
¡El pensamiento iberoamericano está de fiesta! ¡Aleluya!
Capítulo II
Notas de Viajes a la América del Sur
Un selecto espíritu como el de Vasconcelos, dado al estudio y a la meditación, pudo recoger en nutridas páginas llenas del más encantador colorido sus impresiones de viaje a la América del Sur. Es de admirarse que quien llevara la alta representación diplomática de su país teniendo que cumplir el ineludible protocolo y demás cortesías oficiales, haya podido anotar en su carnet de artista y pensador, las observaciones que le sugerían los pueblos que le tocó visitar.
Noventa páginas dedicó el licenciado Vasconcelos al Brasil. Cuando el autor de La Raza Cósmica estuvo en la gran nación hermana, celebraba ésta el Centenario de su Independencia. [92] Los numerosos capítulos de esta parte del volumen, están llenos de una ferviente y avasalladora admiración por la patria del poeta Bilac. Es del todo imposible que nosotros intentemos seguir a Vasconcelos en sus fabulosos viajes, ricos en emoción y maravilla, ya por ciudades encantadas como Río de Janeiro, Mina Geraes, Santos o San Paulo, ya por estupendas montañas que, como el Pan de Azúcar, apuntan sus aristas al infinito.
Gran parte del público de América y Europa le deberá a Vasconcelos, el haber conocido a través de su obra, las excelsitudes de ese legendario hermano mayor de Iberoamérica. Algunos títulos sugestivos como Visiones Rápidas; Campiñas; Una fazenda; Las fundiciones; La Universidad Paulista; Bello Horizonte; Juiz de Fore; Un Bandeirante; La Machicha, darán una clara idea de cómo el Maestro gustó abordar todos los temas del Brasil con cariño de esteta y de hermano. Más que notas de viajes como él las llama, ellas son deliciosas páginas de arte y poesía, de emotividad y honda reflexión. ¡Todo el noble espíritu de Vasconcelos se volcó en estas crónicas aladas! Hasta en los detalles de menos importancia surge siempre el exquisito artífice y el profundo cantor de la naturaleza. Y es que el filósofo de México pone pensamiento y crea belleza en cada una de sus páginas rutilantes. Ante el panorama que el Brasil le brinda a manos llenas, como en un sueño imposible, su cerebro se irradia adquiriendo un fulgor extraño, y sus producciones literarias diríanse estar inspiradas por algún gnomo misterioso y sutil...
Del Brasil parte Vasconcelos para el Uruguay. A nuestro país le dedicaremos un capítulo aparte. De Montevideo se traslada el autor de La Raza Cósmica a Buenos Aires. Unas cien páginas desbordantes de entusiasmo y devota admiración le ofrenda a la Argentina. Nosotros que tanto queremos a esta nación como al Brasil y a México, no podemos menos que interpretar fielmente –quizá con demasiada pasión–, las frases de elogio que eleva como un canto a la formidable patria de Sarmiento. Citaremos aquí, por no podemos extender como quisiéramos, algunos capítulos dedicados por su autor a la República del Plata: Buenos Aires; Irigoyen; Alvear; El Jockey Club; Una Escuela Normal; Buenos Aires, de noche; Un almuerzo con los socialistas; Otro con los anarquistas; [93] En la Universidad de la Plata; el Iguazú; El Paso de los Libres; Posadas; A la Orilla del Maestron; Una conferencia en el Salón de la Prensa; Una comida ofrecida por la revista «Nosotros»; Una visita a Lugones; El Teatro Colón; El pensamiento argentino; La frontera argentino-chilena.
Vasconcelos, prosiguiendo su viaje, llega a la hermana República de Chile. Arriba por fin a la patria de la vigorosa y genial poetisa Gabriela Mistral. Copiamos = los capítulos dedicados a la majestuosa tierra cobijada por los Andes: Las Escuelas Chilenas y la Universidad; Recepción Universitaria; El Colegio Militar; El Liceo Irrazuriz; El Ateneo «Gabriela Mistral»; Cena en Palacio; Una conferencia; La partida; Retorno a la Argentina.
De todos los pueblos que visitó Vasconcelos, el que le ha dejado más honda huella fue la Argentina, patria de esclarecidos hombres y de recursos múltiples para su brillante porvenir.
El ex Ministro de Educación de México, tuvo oportunidad de conocer gran parte de las provincias de ese país. En todas ellas recogió las más gratas impresiones. En uno de sus viajes por el interior de la República, al avanzar el ferrocarril a través de la inmensa zona situada entre los ríos Paraná y Uruguay, anotó en su carnet lo siguiente:
Hay que leer los magníficos cuentos de Horacio Quiroga para comenzar a entender esas soledades, así como hay que leer ciertas prosas y algunos versos de la Ibarbourou para comprender la campiña uruguaya. Pues sucede que una región no existe mientras no aparece su cantor; Chateaubriand hizo el Mississippi, lo incorporó a la literatura; y el ancho, el potente Paraná, el gran río latino, todavía está esperando un poeta moderno, como cinco siglos más allá del Tabaré.
En el capítulo dedicado a las Cataratas del Iguazú, refiere Vasconcelos que casi al llegar por vez primera a Buenos Aires, un eminente profesor argentino le manifestó que le sería muy difícil ir a dicho lugar porque el viaje es molesto y además toma mucho tiempo y toda su atención la iba a absorber la Gran metrópoli. El pensador mexicano con esas sus palabras sentenciosas le respondió: «Iré al Iguazú aunque no acabe de conocer Buenos Aires, porque es más importante el Iguazú que Buenos Aires». Y luego escribe en sus notas: [94]
De Iguazú han de salir como dos o tres Buenos Aires y además un poderoso imperio. El Iguazú es como la Argentina futura; el nervio vital de la América Latina y el centro propulsor de una civilización que no tiene precedente en la Historia. Sin el Iguazú no habría América del Sur, por lo menos no habría Argentina, porque no es porvenir poseer una Pampa por dilatada que sea; el porvenir está en el aprovechamiento de las fuerzas de la creación, y el Iguazú es la mayor fuerza virgen y libre que hasta hoy se conoce; el pueblo que domine el Iguazú será el pueblo de América.
Hay una página evocadora y honda que no podemos dejar pasar por alto; un final de página que nos resulta un poco melancólica y que inspirara a Vasconcelos en la forma armónica que él suele hacerlo, la Caída de las Aguas del Iguazú. Es un poema profundo y genial. Una página de meditación. Un viaje al alcázar interior. Una vibración más allá de la vida y de la muerte... Esta página hubiera sido digna de Guyau en sus Versos de Un Filósofo. Escuchad:
Después de todo, se dice uno a sí mismo pensando en la posibilidad de la caída junto con las aguas, sería una muerte como cualquier otra, de donde el alma saldría danzando, enlazada a los destellos de las linfas; pero el cuerpo vacila y tiembla, se siente débil, se sabe impotente para defender su minuto en medio de la eternidad y la indiferencia de la creación.
Y más adelante:
A fuerza de mirar llega un instante de fatiga en que la cabeza se inclina abrumada y pasa por la mente la idea de la inutilidad del minuto que cada uno de nosotros representa en la creación, delante de la eternidad de sus procesos. Siervos de no sabemos qué extrañas fuerzas, ¿qué hacemos en este incomprensible planeta? Lo más alto de nuestra obra se condensa en palabras, acaso porque la palabra es como el resumen y también el fiat del acto. Palabras que dicen Vida, Amor y Belleza; pero la noción de eternidad pasa sin que podamos ligarnos con ella. Pasa como pasan las aguas y nos destroza como destrozan las aguas. ¿Para qué es este perpetuo juego de construir y destruir, pero sin jamás restablecer el instante perdido? Yo perezco, pero otro nace y yo renazco en él y en todos los que han de vivir. Hay momentos en que se siente que todo esto es palabrería. Sabios de la India, sabios de la Grecia, sabios de la Teología, sólo hay una certidumbre, [95] la certidumbre de las palabras: Amor, Belleza, Vida, tal vez Alma también; pero lo que no sabemos, lo que no acertaremos a descubrir jamás es la manera cómo se combinan estas palabras que son realidades. Nos falta el lazo; las realidades están sueltas; el amor cree juntarlas, pero la naturaleza las desintegra, nos desintegra a nosotros mismos y quedan otra vez sueltas las enormes palabras: Vida, Fuerza, Belleza, Alma, Virtud. Todo el que sea sincero, tendrá que decir: no comprendo. Sin embargo, hay dentro de mí una dicha infinita por haber contemplado en su esencia las grandes palabras sagradas: Naturaleza, Virtud, Fuerza, Belleza, Amor.
Sería imposible en estas rápidas acotaciones al margen del último libro de José Vasconcelos, intentar detenernos en todas sus páginas, admirando y señalando cada concepto vertido, porque ello significaría entrar de lleno en una labor crítica que estamos bien lejos de realizar. Bástenos únicamente manifestar en resumen, que Vasconcelos, según nuestra manera de discernir, interpreta en el momento actual el cerebro dinámico y la fuerza pensante del Continente. Su obra La Raza Cósmica, –evangelio de infinito amor y supremas esperanzas– lo ha consagrado definitivamente a la posteridad. Pasarán muchos años, y dos y tres generaciones yacerán en la inexorable indiferencia de los hombres y de las cosas evolucionadas, y las ideas luminosas y sabias rodarán muchas veces en el polvo, rotas en mil pedazos, pero el bello y santo ideal que se ofrenda en el sencillo volumen de Vasconcelos, será noble y generoso apostolado que recogerá el Tiempo como uno de los últimos chispazos de una raza que marcha triunfante hacia su decadencia abriendo paso, a tambor batiente, a la Quinta Raza, la Raza Integral, la Definitiva.
Capítulo III
El Uruguay
Hemos dejado para el último capítulo de estas acotaciones, lo que Vasconcelos escribió referente al Uruguay. El autor del Monismo Estético, ha resumido en nueve páginas, hábilmente elaboradas, el panorama que ofrece nuestro país. «El Uruguay infunde respeto porque es tierra de genios», dice Vasconcelos.
Mirando una vez el Uruguay en el mapa –agrega–, soñé un día [96] llegar allí de improviso con el nombre cambiado y toda tradición rota, para elegir mujer y fundar familia; mi estado de ánimo al entrar era de lo más cordial, pero se hacen daño los países que mandan soldados en recibimiento de los extranjeros.
Cuenta Vasconcelos que al día siguiente de su estancia en Montevideo ya tuvo motivo de enojo, porque
los diarios no se prestaron a dar cuenta del discurso con que hice entrega de la estatua de Cuauhtemoc, que di en parte de declaraciones de política mexicana. Atribuí aquel silencio a exceso de condescendencia con la Legación yanqui. El aludido discurso no es antiyanqui, pero sí nacionalista iberoamericano, y en aquellos días privaba en las esferas oficiales del Uruguay la doctrina panamericana, en oposición casi bélica, de la doctrina simplemente iberoamericana.
Tenemos que reconocer –desgraciadamente– que el Gobierno del Uruguay está atacado, desde que el doctor Brun ocupaba la primera magistratura de la República, de una terrible enfermedad que corroe a muchos de nuestros países: el panamericanismo.
Pero lo verdaderamente interesante del trabajo de Vasconcelos sobre el Uruguay es cuando se refiere a su política interior. Sus impresiones sobre este particular no pueden ser más acertadas y, seguramente, causarán sensación en la América Latina donde se afirmaba, con los ojos cerrados, que la patria de los Rodó, los Zorrilla de San Martín, los Florencio Sánchez, los Herrera y Reissig, era un verdadero ejemplo de democracia y civilización. Nunca se dijo, por ejemplo, que José Enrique Rodó se vio obligado a salir del Uruguay por la hostilidad que le hacía el gobierno que en aquel entonces imperaba en nuestro país. Los diplomáticos nuestros se han cuidado muy bien de decir en el exterior –cuando escriben artículos o pronuncian conferencias sobre el autor de El Mirador de Próspero–, que el gran Maestro de la Juventud de América, tuvo necesidad para poder embarcarse para Europa y realizar así el sueño de toda su vida, de recurrir a la hospitalaria casa de Caras y Caretas por conducto de un amigo nuestro ya fallecido, el señor Mendoza Garibay, el cual se trasladó a Buenos Aires, siendo recibido con los brazos abiertos por el director del popular semanario argentino, el cultísimo doctor José Álvarez. [97]
Por último, nunca se ha dicho fuera del Uruguay, que los gobiernos nuestros, dejaron morir de hambre al genial dramaturgo Florencio Sánchez –conocido más bien como argentino–, y al excelso poeta Julio Herrera y Reissig, a quien en cierta ocasión que lo solicitó, se le negó un puesto de Secretario de Legación!...
Pero leed lo que dice Vasconcelos sobre cierto personaje de comedia que actúa en la política del Uruguay desde hace más de veinte años:
No pude conocer ni me preocupé mucho de hacerlo, a una especie de Ogro, entre estadista y espadachín, que es quien hace y deshace gobiernos y leyes. Su procedimiento es complicado, pero seguro. Después de hacerse del Poder, por la violencia, organizó un partido del que naturalmente se hizo el jefe vitalicio. De esta manera, al dejar la presidencia burló el principio de no reelección, mediante el cambio previo que hizo del sistema de gobierno, que transformó en lo que llaman «Colegiado». Deshizo la presidencia como poder ejecutivo, y delegó las funciones importantes en un grupo de nueve consejeros, que tienen poder, creo que hasta para destituir al Presidente. En este Consejo siempre es el Ogro el que tiene la mayoría, y el Presidente se somete al Ogro o se va a su casa. Al Ogro lo llaman sus partidarios un genio político; me aseguró alguien que de haber nacido en Inglaterra, le saca el pie al mismo Lloyd George. Menos malo que sea un déspota civil y no se le haya ocurrido imitar a Napoleón, como los demás tiranos sanguinarios de la América Española. El que no cree o no finge creer en el Ogro no llega en el Uruguay a ningún puesto público. Cada vez que se renueva el Ejecutivo, el Ogro, como jefe del partido oficial, nombra el candidato y asegura con sus secuaces la elección. Con una fuerte organización de partido, una milicia bien pagada y mucha palabrería radical, el partido colorado hace más o menos lo que le pega en gana. Sin embargo, es necesario aclarar que no abusa al extremo de perseguir o encarcelar a sus enemigos políticos. Los excluye de las funciones públicas, pero los deja tranquilos; no es aquél un despotismo a la mexicana o a la venezolana. La raza está demasiado civilizada para tolerar procedimientos de Cafrería. El partido contrario, el de los blancos, mantiene un odio sagrado para sus rivales. Los colorados alardean de ciertas reformas sociales que, según pude observar, no van mucho más allá de los discursos de las asambleas; me refiero particularmente al fundamental problema agrario, que no se ha tocado porque subsisten los grandes estancieros y el capital está en muy pocas manos. Los obreros de la ciudad han afianzado ventajas usuales de ocho horas de jornada y determinadas alzas de salario; pero en los campos prevalece el feudalismo, y los campos [98] son toda la riqueza del Uruguay, que es esencialmente ganadero. El llamado radicalismo ha tenido más bien manifestaciones políticas de no escasa importancia. La Iglesia y el Estado se han separado sin revoluciones ni derramamiento de sangre, sólo mediante discusiones inteligentes. No hay allá héroes de guerra civil; a esto se debe su lustre innegable el país.
Queremos hacer la debida aclaración de que el Ogro que ha perfilado admirablemente Vasconcelos, es un señor llamado José Batlle y Ordóñez... Desde el año de 1904, nada se hace en el Uruguay sin su consabida autorización. Como José Enrique Rodó, Florencio Sánchez y Julio Herrera y Reissig, rehusaron hincarse ante sus plantas, los dos primeros partieron hacia el destierro voluntario sorprendiéndoles la muerte en Italia; Florencio, el gran bohemio, cuyas obras se representaron en Roma y en Madrid, murió en la miseria; y el autor de Los Peregrinos de Piedra se fue consumiendo de tristeza como un dios antiguo, hasta que se abatió en una bohardilla de Montevideo, abandonado de todos, y ante la indiferencia y desprecio del Gobierno. Una persona caritativa, cuyo nombre ignoramos, pagó su entierro, que fue de tercera clase...
Por lo demás –y fuera de las ruindades y tragedias políticas que hemos apuntado–, Vasconcelos se admiró, y así lo expresa en su obra, de nuestros sistemas educativos, así como de los edificios de nuestras escuelas y universidades. De los estudiantes uruguayos dijo «que están siempre alerta sobre toda cuestión que afecta al Continente latino; nadie defiende con más calor que ellos el ideal iberoamericano». La literatura de nuestro país le pareció afrancesada; en los negocios cree que priva Inglaterra, y en la política internacional los Estados Unidos. Y manifiesta en síntesis, que en lo mejor que tiene Uruguay «sigue viva la madre España, y viva en Rodó y en Vaz Ferreira y en la Ibarbourou.»
No nos resistimos a copiar los párrafos que siguen, donde el lector podrá avalorar hasta qué grado Vasconcelos pudo compenetrarse de nuestra vida, de nuestras mediocridades, de nuestros errores, de nuestras virtudes:
El Uruguay es un pueblo libre. El obrero y el campesino, [99] en general el pobre, viven menos pobres que los pobres de los países tiranizados. El Uruguay me desilusionó un poco por la gran ilusión que yo llevaba de él, no porque lo haya encontrado inferior en ningún sentido a otros pueblos nuestros. También sucedió que hubiera querido encontrármelos más argentinos, menos nacionalistas, más preocupados del porvenir unido de la América española. Cierto regionalismo que a mí pareció advertir, no está de acuerdo con el aliento continental de Rodó, con el genio arrollador de la Ibarbourou. ¿Por qué empeñarse en ser uruguayos, si pueden convertirse en la conciencia de América?
Nosotros, que desde hace años hemos roto con los prejuicios de los partidos tradicionalistas, considerándolos regresivos y bárbaros, admiraremos siempre a Vasconcelos que en buena hora señaló nuestros errores, y presentó ante la faz de América tiranos que, como el Ogro José Batlle y Ordóñez, sirven únicamente para desprestigiar pueblos y democracias. Afortunadamente, nuestras juventudes –las que Vasconcelos admiró a su paso por el Uruguay–, detestan y están aburridas del tirano. Esas juventudes serán las encargadas de derribarlo; con él terminará para siempre esa farsa de alta política con la que se pretende deslumbrar al mundo entero. Vasconcelos, con su profunda visión de los hombres y de las cosas, ha dado la voz de alarma. El Uruguay se lo agradecerá en un porvenir no lejano. El libro del pensador mexicano es noble por todos conceptos. Nobleza obliga.
Carlos Deambrosis Martins.
La Habana, enero 28, Día de Martí, 1926.
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El señor Carlos Deambrosis Martins –quien actualmente se halla en esta ciudad—es un joven escritor uruguayo, de gran talento y vasta cultura, cuyos trabajos literarios le han hecho alcanzar una sólida reputación entre los cultivadores de las letras hispanoamericanas. Es redactor del diario El Imparcial, de Montevideo, y ha hecho intensa labor en pro de los altos ideales comunes a todos los pueblos de nuestra América. Cuba Contemporánea le da expresivas gracias por el envío de este excelente estudio, hecho expresamente para ella, por el autor, en la fecha del natalicio del Apóstol.