Diario de Madrid
del domingo 6 de marzo de 1803
 
número 65
páginas 257-260

[Juan Antonio Zamácola]

Señor Protector, y amigo de la música universal

He visto, leído, y releído la apreciable carta de vmd. de 20 de Febrero, por la que después de tocar variar teclas que nada dicen, reduce vmd. por fin toda la cuestión a persuadir que no hay música nacional, y que por consiguiente padecí equivocación en la advertencia del segundo tomo de Seguidillas que acabo de publicar; y como para entrar en el examen de este punto (que según veo no debe estar al alcance de vmd. ni de otros amigos nuestros que se deshacen a palmadas al oír los gorgoritos, y extravagancias de los cantores del gusto del día) es menester ir a buscar la misma naturaleza para que nos saque de dudas, oiga vmd. el error que padece en esta parte; porque sino, estoy viendo que no acabaremos jamás con la disputa de porque sí, y porque no, y porque lo digo yo. Vamos al asunto.

La música, señor mío, como ya he dicho antes de ahora, no es mas que una prosodia, cuyo primer objeto debe ser el del habla para dar mayor expresión a la palabra. Divídese en voz parlante, y voz cantante: la parlante es aquella que se emplea para proferir las sílabas con diversos tonos modulados; y la cantante es el eco solo de la voz parlante que solo se pronuncia sobre las letras vocales.

La diferencia de esta distinción consiste en que en el canto de las palabras percibimos en el mismo acto una perfecta inteligencia de cuanto se nos quiere decir, o representar, moviendo directamente nuestro ánimo con diversos tonos de la voz: y en la modulación, o canto sin palabras, sólo comprendemos alguna vez, una idea [258] remota en globo, o por mayor de los afectos del ánimo: es decir, que cuando tenemos el ánimo dispuesto a la tristeza, a la ira, al amor, al odio, u otra pasión dominante, y oímos los tonos propios que designó la naturaleza para explicarlos, conmueve nuestros afectos; porque en este caso cada uno de los que así se ven poseídos, suple la letra que le falta, o substituye la idea viva que tiene dentro del alma.

Más claro. Supóngase vmd. que está viendo llorar, sin verlos, a dos niños, que el uno sepa articular las palabras, y el otro no: inmediatamente sabe vmd. lo que pide el niño que habla, porque al mismo tiempo que llora o canta, manifiesta con la palabra su deseo, sin dejarle a vmd. duda de la causa de su desazón; pero ¿qué idea formará vmd. de la sola voz cantante, o del llanto del niño que no articula? Solo sabrá vmd. decirnos que el niño está descontento porque llora, ¿y cómo ha de distinguir vmd. si es porque quiere la teta, pide chochos, le duele la tripa, o le pincha un alfiler? yo creo que solo su madre, por la costumbre de observarle, será la que acaso acierte alguna vez con la causa.

Todavía mas claro. Supóngase vmd. que ya no son niños los que lloran cantando, sino que son dos mozos adultos que entonan una canción, y que el primero a quien oye vmd. es al que canta tarareando sin pronunciar la letra, ¿qué idea concibe vmd. de su música por muy sencilla, sentimental, y filosófica que sea? claro está que ninguna, o que a lo más moverá sus afectos de vmd. a tristeza, alegría, ira, u odio, que son las pasiones generales de los hombres, según esté dominado su corazón de vmd.; pero esta voz que canta sin la palabra por muy modulada que sea, ¿podrá decirme jamás de que especie de sentimiento está poseído el cantante, y de qué procede la pasión que quiere explicar? Veo que vmd. mismo me responde, que es imposible: luego cuando sabemos que la misma voz modulada sobre la palabra nos explica cuanto quiere decir, sin dejarnos duda, creo que será una impertinencia el repetir que el eco solo de la voz es una parte secundaria de la música parlante.

Los Griegos que amaban mucho la naturaleza, y que llevaron las artes a la perfección que todos sabemos, jamás separaron la música de la letra. Hacían en su habla familiar muy sensible la cantidad de las sílabas, y la modulación de los acentos, como que su habla común era un verdadero canto que solo trataba de dar realce a la prosodia. De esta manera publicaban las leyes, instruían al pueblo en la religión, y aun inmortalizaban a los Héroes. Este canto, o prosodia griega, se hizo después común a los Romanos, y sin embargo de la aspereza de su lengua, la adoptaron por muchos siglos, y la extendieron por los nuevos dialectos que se formaron de su lengua; pero de modo, que ya no se percibía la cantidad sensible sobre su prosodia; de lo que resultó la pérdida del canto del ritmo poético que consistía en el diverso valor [259] de las sílabas de que se formaban los pies. Desde esta época no se distinguieron más cuales sílabas eran largas, y cuales breves, y se empezaron a hacer los versos que hoy se usan por pura teórica; pero no obstante el poeta que no tenga oído músico para componer por medio de la modulación de la voz, jamás podrá hacer buenos versos.

Es opinión general de los eruditos, que los Griegos entendieron la palabra Modo en el mismo sentido que nosotros damos a la voz Música, para distinguir el gusto de la música propia de cada nación, o provincia; de forma que cuando ellos decían Modo dorio, modo frigio, modo lidio, modo jónico, modo eólico, &c. era lo mismo que decimos hoy, Música Italiana, Música Alemana, Música Española, Música Francesa, &c. El modo dorio era la música peculiar de la república de Esparta, formada sobre la austeridad de sus costumbres, y disciplina militar. El frigio era una música muy afeminada y débil, cual es hoy la Italiana, y a este tenor tenían las demás Provincias su modo privado, o su música nacional, que se distinguía de las demás. Esta misma música como que es hija del genio, o carácter de cada nación, se ha distinguido en todos tiempos, y por todas las naciones del mundo, tan constantemente que ha durado hasta nuestros días, en que la nación Italiana ha pretendido alzarse exclusivamente con el gusto general de la música de Europa; pero a pesar de sus esfuerzos, sólo ha podido inclinar a su partido a aquellos hombres duros, destituidos de los sentimientos de naturaleza, que no hallan placer sino en los gorgoritos, y otras extravagancias a que ellos llaman neciamente Adornos de la música del día.

El gusto, pues, de las naciones se funda en su gobierno, en sus leyes, sus costumbres, y el clima respectivo que ocupan; y como hay una diferencia notable entre las naciones de Europa en esta parte, es preciso que así como cada nación tiene su gusto diferente en vestir, en comer, en sus diversiones, &c. &c. así también lo tenga en la música. Todos los hombres del mundo hablan; pero cada nación expresa sus afectos de distinto modo. ¿No ha observado vmd. cuan diferente inflexión dan a su voz para expresar cualquier afecto el afeminado Italiano, el impetuoso Francés, el frío Alemán, el altivo Inglés, el grave Español, &c.? ¿y querrá vmd. que en la música todas las naciones se expresen de un mismo modo? No, señor, en tanto grado es palpable esta distinción, que sin salir de nuestra misma península hallamos el gusto de la música caracterizado en cada una de las Provincias. Véanse las tiranas, y polos en Andalucía, las jotas en Valencia y Aragón, las seguidillas en la Mancha, las tonadas en Castilla, la muñeira en Galicia, los romances en Asturias; y finalmente véanse aquellos divinos zorcicos de 8 tiempos, o compases privativos de las Provincias Vascongadas, que encanta y admira el escuchar sus tonos. Y a vista de esta prueba, ¿tendrá vmd. valor todavía para negar que tiene [260] cada nación su gusto, y por consiguiente que debe tener una música nacional, propia suya? Sería hacer a vmd. injusticia si le creyera capaz de dudarlo por un solo instante.

Creo que dejo satisfecha esta duda a no ser que sea vmd. también de aquellos hombres débiles que se persuaden que la música de los instrumentos, esa imitación artificiosa de la voz humana, es la verdadera música; pero sea la que fuere otra duda que le ocurra, cuente vmd. que le sacará de ella su servidor

D. Preciso.

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