Editoriales
Sacerdotes obreros
El criterio fundamental para formarse juicio exacto sobre los “métodos de trabajo” en el apostolado reside siempre en la “voz” de la Jerarquía eclesiástica. Y ello por muchas razones fáciles de adivinar. Nadie conoce mejor que los Obispos las necesidades espirituales de cada diócesis, ni busca con mayor empeño la forma más eficaz de hacer frente a los problemas planteados, ni posee mayor gracia de estado para juzgarlos y remediarlos. Queremos aplicar esta doctrina al caso de los “sacerdotes obreros” en Francia, juzgados tan diversamente, ya que, mientras para unos constituyen el ideal de conquista, que debe proponerse sin discriminación en todos los medios modernos, para otros el tipo de sacerdote obrero ha sido una “concesión” al extremismo comunista, que se aprovecha de la figura siempre venerable del “cura” para sus propios fines, que no son precisamente profesionales, sino políticos. El Arzobispo de París, monseñor Feltin, ha hablado recientemente sobre este asunto. Estimamos que, con sus palabras, se da cumplida respuesta a todos esos juicios extremos, que por ser “extremos” vienen a ser igualmente inexactos y falsos. “La iniciativa de los sacerdotes obreros --dice monseñor Feltin-- es una experiencia singularmente importante e interesante. Tiene por finalidad llevar la idea de Cristo a la masa descristianizada.” Ya tenemos un elemento de criterio seguro. Se trata de una “experiencia”, pero de una experiencia oficial de la Iglesia, juzgada por ésta como “singularmente importante e interesante”. No es posible, por tanto, ni menospreciarla, ni sacar prematuramente las consecuencias últimas sobre su aplicación permanente ni en los lugares donde la “experiencia” se desenvuelve, ni mucho menos en otras partes, donde las circunstancias no sean como las de Francia, donde hoy se recogen los frutos de un laicismo de medio siglo.
¿Se han alcanzado los objetivos previstos? A esta pregunta contesta noblemente monseñor Feltin: «Si se compara la situación actual con la de los comienzos en esta actividad, yo puedo responder afirmativamente. Los sacerdotes obreros han obtenido resultados positivos. Han abierto una brecha en el muro, viven en condiciones difíciles y han logrado superar la desconfianza con que se les recibía. Por todo ello tienen necesidad de nuestra asistencia.»
Vamos a dejar sin ulterior comentario estas manifestaciones del Arzobispo de París, y no dejemos de mirar con simpatía este trabajo que llevan a cabo “verdaderos héroes”, que han de resistir al mismo tiempo la incomprensión de muchos y el halago de los que practican con ellos el sistema de “la mano tendida”. La Jerarquía episcopal, que vigila sobre su acción apostólica, sabrá, en cada momento, dirigirla con seguridad.
Venganza sectaria
Tito ha roto sus relaciones diplomáticas con la Santa Sede. La elevación al cardenalato de monseñor Stepinac, Arzobispo de Zagreb, ha sido la causa decisiva. En la nota del Gobierno se han hecho constar, además, otras causas, englobadas en la línea genérica de la intervención en los asuntos internos de Yugoslavia. Pero el mundo sabe a qué atenerse sobre esto, porque cada cual tiene la experiencia de lo que es la acción diplomática de la Santa Sede, reducida a la defensa y promoción de los intereses religiosos de cada uno de los países, tantos y de tanta calidad, que mantienen relaciones cordiales con Roma. Pero Tito, el perseguidor sañudo del catolicismo yugoslavo, se ha sentido “en evidencia” y ha reaccionado “haciéndose el ofendido” porque la Iglesia católica, reanudando una vieja tradición, ha honrado a la región yugoslava de Croacia con un Cardenal, delito singular, al que se añade el de pedir escuelas católicas para los católicos y matrimonio cristiano para los cristianos.
Muchas veces oímos en comunicados oficiales y notas diplomáticas llamar “mundo libre” al que en estos momentos se enfrenta con la amenaza soviética. Pero pensamos que convendría puntualizar más una expresión que se nos antoja poco precisa. Porque Yugoslavia, tiranizada por Tito, no pertenece al “mundo libre”. Tiene empeño singular en hacerlo notar el dictador, que un día “releva” a sus súbditos del “secreto de confesión”; otro, condena a altos dignatarios eclesiásticos, hace imposible la educación católica y termina por romper sus relaciones con la Santa Sede. Tito ha roto con Moscú, es cierto, pero ha afirmado como contrapartida su enemiga contra todo espiritualismo, haciendo objeto de especial persecución al catolicismo. La ruptura con Moscú no supone la ruptura con el comunismo. Y no es Rusia o Moscú, sino el comunismo, el auténtico enemigo del “mundo libre”.
Lo han visto muy bien los católicos ingleses, que han elevado su protesta contra el proyectado viaje del perseguidor a la vieja Inglaterra. Junto a ellos estamos nosotros, que calificamos la actitud de la Yugoslavia comunista y de su Politburó como una simple “venganza sectaria”.