Notas
Faustino de la Vallina Velarde
Chesterton y la filosofía
El 14 de junio pasado hizo ocho años que dejo de vivir en este mundo Gilbert Keith Chesterton. Circula hoy día traducida al castellano la mayor parte de su polifacética producción, pero es indudable que no se ha puesto suficientemente de relieve la significación total que tiene. Chesterton es de los escritores que legan algo realmente apreciable y benéfico para la humanidad, por lo tanto hay que tratar que ese algo se aprecie debidamente para que produzca el mayor beneficio posible. No debemos conformamos con que muchas de las acertadas ideas del gran londinense queden más o menos sumidas en los muertos volúmenes, siendo tan solo pasto de un reducido número de lectores, sin surtir por tanto el efecto total para el que tienen potencialidad.
Chesterton ha sido además de polifacético un escritor sumamente fecundo. Ahora tócame acordarme de él a la vez que de la filosofía; es evidente que estas dos cosas no se presentan como extrañas entre sí a la mente de quien conoce a Chesterton y sabe algo de filosofía. Ahora bien, ¿cómo se nos presenta la filosofía en la obra chestertoniana? Examinémoslo, luego de confesar que ante muchas de las obras de Chesterton dan ganas de quedarse callado por miedo a enturbiarlas; a lo que sí nos sentimos atraídos es a seguir la fluida corriente que poniendo algo de nuestra parte puede llevarnos muy lejos.
Chesterton no es, como se sabe, un cultivador de la filosofía con aire científico; no tiene el pensador inglés ninguna obra en la que aparezca ordenadamente estructurada una doctrina que se va exponiendo con rigidez llevando a cabo minuciosamente la colocación de cada una de sus piezas. De esta suerte podemos decir que se trata de un filosofo asistemático; sus ideas filosóficas no constituyen, lo que también ocurre con otros autores, un cuerpo ordenado, sino que aparecen aquí y allá brotando graciosamente presentadas con un excelente ropaje literario.
El sistema en filosofía pudiésemos decir que es accidental; lo importante son las ideas sin las cuales no puede haber sistematización; ésta, en su forma más definida, viene a ser algo puramente externo, que no afecta para nada al núcleo que se presenta. La existencia de sistema en un pensador que cultiva la filosofía puede llevamos, a mi modo de ver, a catalogarlo como filósofo en un sentido científico. Ahora bien, cuando ocurre lo anterior y calificamos de científica la filosofía esta determinación corresponde, como se dijo, únicamente a algo puramente accidental, pues en su ser más íntimo la filosofía no puede equipararse a lo que hoy se entiende por ciencia en el sentido más riguroso de la expresión. El que es verdadero filósofo lo es teniendo sistema o presentando su doctrina asistemáticamente, lo interesante es la esencia de esa doctrina. Se suele muy a menudo emplear la palabra sistema haciendo referencia a algo más profundo que lo indicado al señalar las distintas ideas filosóficas de un autor; en este sentido, desde luego, podemos hablar de sistema filosófico en la obra de Chesterton. El gran escritor inglés posee una verdadera filosofía.
Para nombrar a un pensador filosofo es evidente que debemos exigirle reúna ciertas condiciones formuladas con objetividad, para lo que es necesario un análisis muy minucioso. Chesterton, entre las muchas cosas que sabía, sabía filosofía. Parece que con respecto al filósofo cuadra mejor el verbo saber que el verbo conocer; el primero indica más. Se puede decir conocer respecto al desarrollo histórico de la filosofía; este conocimiento lo tenía ciertamente Chesterton, pero además, con respecto a la filosofía, se daba en él un fenómeno mucho más hondo, pues la sabía y mejor aún la vivía. No creo fácil pueda darse en una misma persona un excelente historiador de la filosofía en toda regla y un verdadero filósofo, son dos cosas que tienen entre sí cierta independencia; para el verdadero filósofo lo que se ha especulado anteriormente no le es esencial, y no ha de conocerlo por tanto con gran detalle, lo interesante es lo que él hace. Claro es que el genio filosófico se desarrolla al enfrentarse con corrientes ideológicas ajenas, esto es lo que suele suceder casi siempre; tales corrientes son para un pensador determinado algo ajeno a despecho de lo cual va a poner él algo propio. Este es el caso de Chesterton; entre su mucha cultura formaba parte un conocimiento muy bien adquirido de los momentos más salientes de la historia de la filosofía, y sobre todo de las corrientes filosóficas que se desarrollan contemporáneamente al gran escritor inglés, las cuales vienen a ser como diques contra los que de rechazo van a surgir ideas personalísimas expuestas fluidamente con un singular estilo. De esta suerte las tesis filosóficas chestertonianas son esencialmente combativas; esto determina eficazmente lo personal del credo filosófico del autor de Ortodoxia, obra fraguada luego de una incursión en el campo contrario seguida de un minar rotundo sus aserciones.
Sabido es que Ortodoxia, según cuenta el propio Chesterton en su comienzo, fue motivada por la afirmación de Mr. Street que, con respecto a la publicación de otra no menos célebre del escritor londinense. Herejes, decía era muy cómodo atacar las ideas del prójimo sin exponer las propias. Ante esto Chesterton se conmovió y con facilidad pasmosa, de la que él mismo alardea, aunque una de sus muchas virtudes era la humildad, publica la renombrada obra.
Las ideas son siempre lo que son, preséntense como se presenten, pero hay que tener en cuenta que el presentarlas viene a ser como la canalización de las mismas, y según sea la canalización los efectos del agua pueden ser evidentemente muy diversos. En Chesterton el pensamiento, que primigeniamente en muchos casos es rigurosamente filosófico, no se expone sobriamente, sino con gracia y movilidad; así se da en la producción filosófica chestertoniana un hecho muy curioso que quiero hacer notar. No voy aquí, desde luego, a hacer detalladas consideraciones sobre el estilo de Chesterton, diré tan sólo que su singularidad puede contribuir maravillosamente a la difusión de las ideas; precisamente por tratarse de ideología filosófica y por tener el gran pensador inglés una agudeza de visión extraordinaria para todos los problemas ha querido que ésta no se desvirtuase un tanto en una prosa dura y sin la suficiente agilidad. La extraordinaria potencia mental de Chesterton versa sobre las cosas más diversas y con la misma soltura con que las recorre las presenta, pretendiendo así aligerar lo fecundo de muchos pensamientos para que sean más fácilmente trasladables al alma del lector. La rica matización del estilo chestertoniano se corresponde con otra pareja en sus ideas producto de una mente que presenta como facultad maravillosa el poder de consideración tanto extensivo como intensivo.
Hoy día se aboga a diestro y siniestro por una filosofía producto de un acercamiento lo más pleno posible a las cosas, se tiende a procurar que se escape en la conceptuación –imprescindible en filosofía, aunque esto no lo afirmen todos–, el menor número de matices de lo real. La filosofía ha de surgir luego del más completo contacto que pueda darse con la realidad; es preciso que nuestro ser, del modo más íntegro de que sea capaz, se sumerja en ella para después aprehenderla en las mallas del concepto sin que éste infunda una huella que destroce fulminantemente el dato precioso que nos hemos apropiado en nuestras excursiones por la realidad. Este querer enfrentar desnudos, en lo que cabe, la realidad y nuestra total capacidad de aprehenderla, imperativo claro de la filosofía de nuestro momento, se cumple maravillosamente en Chesterton. Para el pensador inglés lo más importante y práctico para un hombre, dice casi textualmente, es el concepto que tiene del universo. La teoría sobre todo, el pensamiento no debe perder su primacía, pero ha de ser un pensamiento que, conservando esa primacía, reúna ciertas condiciones. Primeramente si ha de ser de la realidad es evidente que deberá aprehenderla del modo mejor posible que le sea dado; por esta razón en Chesterton está ligado íntimamente a su objeto, y luego de constituido no se recluye en sí mismo, sino que se acuerda de donde tomó pie a fin de portarse debidamente con la objetividad, que viene dada con unas características de maternidad. De este modo el pensador inglés concede a la realidad de este mundo el rango que merece portándose ante él de manera fundamentalmente abierta; nada de lo humano le era ajeno a Chesterton; era un ansioso de realidad tendiendo a introducirse por sus más recónditas concavidades. La obra chestertoniana es de esta suerte, no sólo polifacética por su forma, sino también por su fondo; su autor fue el venator infatigable de la presa anhelada. Veamos ahora, ya que le tenemos tras ella, qué piensa acerca de la misma luego que la ha cazado con tanta avidez.{1}
Es interesantísima la actitud de Chesterton ante el mundo y ante la vida. Ante estas dos cosas no cabe, según el pensador inglés, una postura optimista o pesimista, sino patriótica; hemos de amar el mundo, a ello deben llevarnos tanto las opiniones optimistas como las pesimistas, esto lo considera Chesterton como el único optimismo tolerable. Es preciso el amor radical por el mundo, dado que nos encontramos no independientes de él con poder de aceptarlo o rechazarlo tajantemente, sino que “el hombre pertenece al mundo antes de que pueda discutir la conveniencia de ser habitante del mundo”{2}, y una vez en él debe amarlo, así, simplemente, amarlo para lograr su reforma. Chesterton no quiere ser ni optimista ni pesimista, propugna que se vea el mundo tal cual es, y cree que el hombre puede mejorarlo con su reforma. He aquí una postura magnífica ante la vida, que el autor de Ortodoxia tiene la sinceridad de confesarnos cómo se encontró al llegar a ella con que ya era algo viejo. Chesterton llega a una serie de cosas luego de poner en marcha su razón y su ingenio poderosos, y al fin se da cuenta de que eran algo que ya había sido dado para conocimiento y vida de la humanidad. El Cristianismo adelantó en dieciocho siglos al autor de Ortodoxia en aquellas cuestiones que él presenta como inconmovibles, confesando a la vez su atraso, ya que se puso a repensar muchas de las verdades venidas del cielo. Chesterton reconoce su atraso, y una vez consciente de poseer la verdad, con una magnificencia que le es característica, trata de entregarla a su prójimo.
El imperativo de la filosofía de hoy de encararse con la realidad tal cual es, llevando esto a cabo del modo más feliz posible, tiene en Chesterton un obediente que llega a situarse ante las cosas, ante las más posibles, para descifrar los enigmas que presentan. De este enfrentamiento no resulta, como ocurre con tantos filósofos de nuestros días, dudas e inquietudes, sino todo lo contrario, afirmaciones y seguridades contundentes. A ellas se ha podido llegar porque Chesterton ha aceptado de buen grado el puesto que al hombre le corresponde entre los seres, los despotismos de la razón humana son condenados fulminantemente por el pensador inglés. En la obra chestertoniana se propugna porque el hombre no se engría; ha de estar en su puesto cara a Dios. La vida resulta así llevadera y como vida vivida en toda su plenitud.
Todas las ideas filosóficas chestertonianas están infundidas de una savia netamente cristiana; a Chesterton le cabe la gloria de haber repensado el Cristianismo y de haberlo expuesto tan maravillosamente en nuestros momentos en que todas las maravillas parecen pocas para oponerse a lo satánico. Hay que hacer; el hombre en la teoría chestertoniana no puede contemplar tan sólo, no es posible cruzarse de brazos, hagamos nuestro quehacer alegres; para el ortodoxo siempre hay tema de revolución, se nos dice, desde que en los corazones de los hombres Dios está bajo las pisadas de Satanás. Se debe contemplar la vida sin excentricidades en una entrega amorosa a las personas y a las cosas con ansias de reforma; no podemos quedar encerrados en un culto al propio yo, hemos de ser individualidades, sí, pero teniendo en cuenta lo que no es cada uno de nosotros. Las ideas metafísicas para las que Chesterton tenía un singular talento no son de esta suerte algo estéril y frío, sino que por ellas se desciende a lo más ínfimo de la realidad, cobrando grandiosidad las minucias.
Muchas de las cuestiones de la filosofía contemporánea, que luego de encararse con las cosas no ha recibido en muchos casos más que decepciones, encuentran en Chesterton respuestas contundentes. El pensador inglés quiere llevar a la verdad, con que se ha hecho, a los descarriados, y en esto sí que es egoísta. Ama Chesterton profundamente al pecador y aborrece hasta el máximo al pecado, librándose así de la postura vil de torturar al pecador de modo implacable, como si fuese imposible que se independice de su culpa, la cual se toma en muchos casos para oscurecer méritos del que pecó; ante las culpas de la intelectualidad se sitúa muchas veces Chesterton, que sabe portarse como perfecto cristiano.
El pensamiento chestertoniano es uno de tantos que desde la tierra, posesionándola, miran al cielo; la eternidad, desde esta temporalidad, es para el pensador inglés el único sitio confortable y adecuado a nuestros deseos. Pero no se comenten desórdenes; vivamos en este mundo plenamente hasta que Dios quiera llevarnos al otro.
Luego que Chesterton se ha hecho con la magnífica presa que le contenta y de la que se ha apoderado por mérito propio, reconoce, como dijimos, que es ya un botín viejo donado por el mismo Dios al mundo. De tal botín se hallan necesitados los hombres para no debilitarse entre las cosas de la tierra. Chesterton levanta en alto su caza, y luego de reconocer que no es algo ignoto, sino henchido de permanencia, se dispone a presentarlo a sus semejantes con una galanura admirable. Esta es para él lo ultimo y para nosotros lo primero: a través de una prosa admirable llegamos leyendo a Chesterton a un fondo que no cede en excelencia a su expresión.
Faustino de la Vallina Velarde
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{1} El autor que con más insistencia compara al filosofo con el cazador es Nicolás de Cusa en su obra De venatione sapientiae, publicada en 1463.
{2} Capítulo de Ortodoxia titulado “La bandera del mundo”.