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Manifiesto de adhesión
a las naciones aliadas

El telégrafo ha transmitido a España el texto de un Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas que ha aparecido en la Prensa extranjera. El documento está suscripto por un núcleo selecto de profesores, escritores y artistas españoles. Es un hecho histórico y transcendental, y ha sugerido comentarios diversos en nuestra Prensa. Algunos firmantes del Manifiesto envían a españa el texto original, seguido de algunas notas aclaratorias, que publicamos con suma complacencia.

El manifiesto ha sido primeramente vertido al francés, y del francés ha sido vertido nuevamente al castellano, y así, las líneas que hasta ahora conoce el público son traducción de traducción. He aquí el texto original:

La guerra europea

Palabras de algunos españoles

Levantamos la voz para pronunciar nuestra palabra, con modestia y sobriedad, como españoles y como hombres. No sería bien que, en esta coyuntura máxima de la historia del mundo, la historia de España se desarticulase del curso de los tiempos, quedando de lado, a modo de roca estéril, insensible a las inquietudes del porvenir y a los dictados de la razón y de la ética. No sería bien que en estos momentos de gravedad profunda, de intensa religiosidad, cuando la especie humana sufre sin cuento engendrando una más apretada y fraterna solidaridad, España, por el apocamiento de los políticos responsables, apareciera como una nación sin eco en las entrañas del mundo. ¡Y aún fuera peor que sus ecos propagasen la acrimonia de voces encendidas por pasiones ciegas y los denuestos de plumas y gacetas mercenarias!

Nosotros, sin más representación que nuestras vidas calladas, consagradas a las puras actividades del espíritu, sentimos que, para servir a la Patria y ser ciudadano honrado y de provecho, es fuerza ser hombre honrado y de provecho para todos los pueblos. Y así, estamos ciertos de cumplir un deber de españoles y de hombres declarando que participamos, con plenitud de corazón y de juicio, en el conflicto que trastorna al mundo. Nos hacemos solidarios de la causa de los aliados, en cuanto representa los ideales de la justicia, coincidiendo con los más hondos e ineludibles intereses políticos de la nación. Nuestra conciencia reprueba donde quiera todos aquellos hechos que menoscaban la dignidad humana y los respetos que los hombres se deben, aun en el más enconado trance de la lucha.

Deseamos con fervoroso anhelo que la paz futura sirva a las naciones todas de honrada y provechosa enseñanza, y esperamos que el triunfo de la causa que reputamos justa afirmará los valores esenciales con que cada pueblo, grande o pequeño, débil o fuerte, ha dado vida a la cultura humana, destruirá los fermentos de egoísmo, de dominación y de impúdica violencia, generadores de la catástrofe, y afirmará el cimiento de una nueva hermandad internacional, donde la fuerza cumpla su fin: El de garantir la razón y la justicia.

Profesores: Gumersindo de Azcárate, Nicolás Achúcarro, Adolfo Buylla, Américo Castro, Julio Cejador, Manuel B. Cossío, José Goyanes, Luis de Hoyos, G. R. Lafora, Eduardo López Navarro, Juan Madinaveitia, Gregorio Marañón, Ramón Menéndez Pidal, Manuel Morente, José Ortega Gasset, Gustavo Pittaluga, Adolfo Posada, Fernando de los Ríos, J. Eugenio Rivera, Luis Simarro, Ramón Turró, Miguel de Unamuno, Luis Urrutia y Luis de Zulueta.

Compositores de música: Manuel Falla, J. Turina, Rogelio Villar y Amadeo Vives.

Pintores: Hermen Anglada Camarasa, Ramón Casas, Anselmo de Miguel Nieto, José Rodríguez Acosta, Julio Romero de Torres, Santiago Rusiñol e Ignacio Zuloaga.

Escultores y decoradores: Julio Antonio, Juan Borrel Nicolau, José Clará, Enrique Casanova, Manuel Castaños, Mateo Fernández de Soto, Joaquín Sunyer, Jerónimo Villalba y José Villalba.

Escritores: Mario Aguilar, Gabriel Alomar, Luis Araquistain, Manuel Azaña, «Azorín», José Carner, Manuel Ciges Aparicio, Francisco Grandmontagne, Amadeo Hurtado, Ignacio Iglesias, Antonio Machado, Ramiro de Maeztu, Gregorio Martínez Sierra, Enrique de Mesa, Armando Palacio Valdés, Benito Pérez Galdós, Ramón Pérez de Ayala y Ramón del Valle-Inclán.

Cuando se publiquen estas líneas, el Manifiesto habrá visto la luz en los principales periódicos ingleses, italianos, suizos y americanos del Norte y del Sur. Gracias a este claro y vivo resplandor, los pueblos todos del mundo advertirán que España conserva aún aceite en su lámpara. Era ya urgente que nuestra Patria se retrajese de la sombra letárgica y asomase su faz familiar sobre las contiendas de los hombres.

Hasta ahora, han comentado el Manifiesto: El Liberal, con frases someras e hidalgas, a la buena usanza castellana, y El País, poniéndole algunos reparos, a que respondemos en seguida. Como no podía menos de suceder, ciertos periódicos de burda estofa han mostrado hacia el Manifiesto chocarrera animosidad. El resto de los periódicos han convergido unánimemente hacia uno de los dos polos de la vida pública española, el silencio. El otro polo es la oratoria desenfrenada. No conocemos términos medios.

Indica El País que entre los firmantes del Manifiesto faltan algunos nombres. Es cierto. Faltan, por lo pronto, los escultores Mateo Inurria y Miguel Blay, el pintor Villegas y el escritor Gómez de Baquero, que, sin duda, por descuido, se han omitido en la transmisión telegráfica. Falta Pío Baroja, cuya ausencia sentimos vivamente. Falta Ramón y Cajal, de quien por razones de delicadeza, y en atención a su cargo de presidente de la Junta para ampliación de estudios en el extranjero, los redactores del Manifiesto juzgaron oportuno no recabar su firma. Y faltan también, es verdad, esos pocos y meritísimos nombres que El País enumera, porque premuras de tiempo estorbaron a solicitar un concurso que sabíamos se nos había de otorgar de muy buen grado. Faltan, pero en puridad no faltan, por cuanto todos ellos ya habían declarado su sentir.

Califica El País de ripio esta frase de la traducción española de la traducción francesa: «en estos momentos de intensos sentimientos religiosos».

Ya verá El País que no hay tal ripio en el texto original. Se habla de intensa religiosidad y de una más apretada y fraterna unión de la raza humana, pero no de sentimientos religiosos intensos. Podrá parecer lo mismo, pero no lo es. El término «sentimiento religioso» tiene un valor psicológico estricto, y se refiere a la comunicación con lo sobrenatural. En cambio la palabra religiosidad tiene un valor tradicional, derivado de su etimología, anterior a la acepción que le dio Lactancio de unión con lo divino, y equivale a concepto serio de la vida, a unión de los hombres por el amor. Religiosidad quiere decir atadura. Los hombres están atados unos a otros, de donde quiera que sean, mal que les pese a los voceros del patriotismo ciego y cabileño. La Historia es una continua aspiración a robustecer esta atadura. Cuando las naciones pelean no es por romper esta atadura, sino por estrecharla. El hombre tiende siempre a la máxima unidad humana, y de aquí nace la idea política. Así Alemania como los aliados guerrean por la máxima unidad humana. Sólo que Alemania quiere fundarla en la fuerza, los aliados en la buena voluntad, que es el umbral del amor. Y como la unidad por la fuerza, el ideal del Imperio, no podemos aceptarlo si no es por derecho divino, de aquí que en el presente conflicto acaso esté en lo cierto el Sr. Benavente al insinuar que Alemania representa los sentimientos religiosos, esto es, un ripio histórico, como quiere El País. Y es no menos cierto que los aliados representan la acción dolorosa y el espíritu de sacrificio por la religiosidad.

Y ahora vamos con uno de esos papeles de burda estofa, de cuyo nombre, por caridad, no queremos acordarnos. He aquí alguno de sus comentarios.

«En el documento se barajan de una manera confusa las palabras hombres libres, pueblos oprimidos, humanidad, libertad...» Y es lo curioso que ni en el original ni en la traducción hay ninguno de estos términos. La palabra libertad, ni ninguno de sus derivados, aparece una sola vez. Quizá no falte quien piense que esta mixtificación es hija de la mala fe. No es eso. Es que ni siquiera saben leer.

«Hace meses que se viene hablando de este famoso documento, que a fuerza de tanto hablar de él nos parecía que ya estaba publicado, quedando sorprendidos al ver su publicación después de diez meses que se venía anunciando al son de bombo y platillos.» Pues bien, la idea del Manifiesto surgió con ocasión del discurso del Sr. Vázquez de Mella. Que les sorprendió a todos los de esa cuerda... Naturalmente.

«En el Manifiesto de nuestros intelectuales apenas se encuentra una idea clara.» No hay peor tonto que el que no quiere entender. Veamos de aclarar más aún los conceptos esenciales.

Primero: que la opinión pública española no puede estar contenida en los denuestos de plumas y gacetas mercenarias.

Segundo: que la neutralidad del Gobierno no puede entenderse como la neutralidad de la nación. Valdría tanto como suponer que España había dejado de existir.

Tercero: que hay un grupo de españoles que participan, por sentimiento y raciocinio, en el conflicto europeo, echándose del lado de los aliados.

Cuarto: que la idea de Patria está subordinada a la idea de humanidad. Sólo hará obra verdaderamente patriótica aquel cuya obra tenga un valor universal para la cultura humana. Por ejemplo, Zuloaga, Falla, Blay, Pérez Galdós es obvio que son más patriotas que Vázquez Mella. Los tres primeros usan en su arte de un lenguaje universal, susceptible de ser entendido por todos los hombres, lo mismo por un cochinchino que por un extremeño. Galdós es susceptible de ser vertido a cualquier idioma, conservando el mismo caudal de emoción, cultura y eficacia. Pero, imaginemos un discurso de Vázquez Mella traducido a un idioma extranjero... ¿Se concibe que lo lea alguien, o de leerlo, que le interese, o de interesarle, por razones circunstanciales, que le sirva de provecho espiritual o práctico? Antes de estallar la guerra, la Gaceta de Colonia publicaba una crónica del corresponsal en Madrid, dando cuenta, con extremada mofa y escarnio, de un discurso del Sr. Vázquez de Mella en el Congreso, y el escritor se maravillaba de que en España se cultivase todavía ese género de oratoria, inferior al de los borrachos en las tabernas alemanas.

Y quinto: que siendo la cultura un fenómeno universal los pueblos débiles pueden cumplir igualmente su misión histórica y tienen el mismo derecho a la vida que los fuertes.

Esto en cuanto a los conceptos esenciales. En cuanto al acto, es el único acto histórico que se ha realizado en España desde que comenzó la guerra. Porque no es historia sino lo que engendra historia. A la vuelta de los años, cuando ya no quede memoria de los actores de esa farsa cerril de la neutralidad, perdurarán, con luz limpia e inmarcesible, la mayor parte de los nombres que firman el Manifiesto. Entonces se dirá: «España, en la gran guerra europea de comienzo del siglo XX, se había sumado a la causa de la justicia y de la humanidad.»

La posteridad contemporánea, o como si dijéramos un anticipo de la posteridad, es el extranjero. Los nombres que van al pie del Manifiesto gozan de nombradía en el extranjero. Y hay un hecho que añade señalada calidad a los nombres que suscriben el documento. Los profesores, o se han educado en Alemania, o conocen cabalmente la ciencia alemana. Los artistas han obtenido las mayores recompensas en Alemania. Los escritores están traducidos al alemán o han vivido largos años en Alemania. Todos respetan la cultura alemana. Por eso mismo son los que con mejor autoridad pueden asumir la representación de España en los concilios del mundo.

Una advertencia final: Los calificativos de intelectuales y francófilos les han sido aplicados espontáneamente en las redacciones madrileñas o en la oficina de Telégrafos. El verdadero título del Manifiesto es el que lleva en estas columnas.