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Miguel de Unamuno

Ateología

Aun a riesgo de que cualquier mentecato nos lo tome a sutileza sofística o paradójica diremos que no es lo mismo no creer que haya Dios que creer que no le hay. Lo primero, el no creer en Dios, importa una posición escéptica, es decir: inquisitiva o investigativa, racional, mientras que lo segundo, creer en el no Dios, importa una posición dogmática o decretiva, irracional. Irracional es sentimental. Creer que no hay Dios es una fe tan irracional como toda fe. Y esa fe, como cualquier otra, puede y suele degenerar en superstición y fanatismo. Y la superstición y el fanatismo ateísticos son tan destructores de cultura y civilización, tan inhumanos, como cualquier otro fanatismo y cualquier otra superstición. Y en cuanto del ateísmo se hace un credo oficial, un dogma o decreto de Estado, es tan feroz como el teísmo dogmático y oficial. Que es lo que está pasando en Rusia.

Hacer, por ejemplo, del darwinismo –o del marxismo– una doctrina oficial supone una dementalidad catastrófica. Un pueblo que soporta eso es un pueblo al que se le ha hecho perder la facultad de pensar por sí mismo. Y para eso estuvieron tanto tiempo los ortodoxos del marxismo llenándose la boca con lo de «sociahsmo científico». Porque lo científico, y más en lo que no es matemáticas, es lo investigativo, lo inquisitivo, lo hipotético, es decir lo escéptico. Ciencia es, en rigor, scepsis. El dogma mata a la ciencia.

¿Cómo ha podido llegar a eso la vesania moscovita? Decía el gran predicador unitariano William Ellery Channing, el norteamericano, para explicarse el caso de que en Francia y España haya habido muchedumbres –esto lo decía en 1819– que de rechazar el papismo pasaron al absoluto ateísmo que «el hecho es que las doctrinas falsas y absurdas, cuando se las expone, tienen una tendencia natural a engendrar escepticismo en los que las reciben sin reflexión». Y añadía: «Nadie está tan pronto a creer demasiado poco como aquel que empezó por creer demasiado y de aquí que carguemos a cuenta del Trinitarianismo cualquier tendencia que pueda existir en los que lo abandonan, a creer gradualmente en la infidelidad.»

Tenemos que hacer notar en este pasaje de Channing que toma el escepticismo en el sentido más corriente y vulgar, el de incredulidad, y no con el que le empleamos nosotros, que es el primitivo. Y en realidad los que han sido educados a creer demasiado y a creer sin libre examen, sin reflexión, sin investigación, sin obra de experiencia íntima –sin mística, podríamos decir–, a creer con fe implícita o de carbonero, a creer todo lo que cree y enseña la Santa Madre Iglesia sin conocer todo lo que ella cree y enseña, caen cuando pierden esa fe implícita –la pura sumisión a la autoridad dogmática– no en escepticismo sino en otra fe contraria, en otro credo y fe también implícita y de carbonero. La fe de los bolcheviques rusos es una fe implícita, de carbonero, una fe de siervos no menos que lo era la de sus abuelos. La ateología es una teología.

Como a sus abuelos y a sus padres y a ellos mismos se les enseñó la fe religiosa encadenada a intereses políticos y mundanos, como se les enseñó que hay Dios y, otra vida de ultratumba en que serán premiados los buenos y castigados los malos en relación con la moral y con una moral fraguada por déspotas, amos y tiranos, como no conocieron la pura religión independiente de moralidades de interés terrenal, esos pobres hombres han llegado a creer que el anhelar otra vida, que el creer en la eternidad de la conciencia, que el sentir la vida con una finalidad trascendente, es algo que impide o estorba la realización de la felicidad en este mundo.

Mas por debajo de todo eso vese muy claro un fenómeno de desesperación colectiva. El ateísmo oficial es una invención para defenderse de una teología que ven asomar. La Santa Rusia está buscando su Dios. Y este dios será un ídolo.

¿Y aquí? Aquí, en España, el ídolo de los ateólogos comunistas es la misma Rusia convertida en entidad mística. Hay ateólogo comunista de los nuestros que se ha ido a Rusia sin saber ruso ¿que sin saber ruso? sin saber, a lo sumo, más que el español de los libros de avulgaramiento sociológico y habiendo traído de allí unas estadísticas, las que le dieron, que puede uno procurarse sin salir de España, viene dogmatizando y queriendo enterrar a un Cristo que no conoce mejor que a Rusia, es decir, que no conoce.

Hay algo que nos causa pavor y es la actitud sociológica –llamémosla así– de esos pobres ateólogos para quienes no parecen existir ni el momento que pasa ni la flor que se aja después de haber perfumado a la brisa, de esos de la novela roja y la música roja y la pintura roja y no sabemos si el paisaje y el celaje rojos, de esos que al ir a ver un drama, v. gr. preguntan si es de tendencia roja, de esos que parecen creer que tratar de consolarle al hombre de haber nacido es hacer traición a la humanidad. ¡Pobre gente!

La culpa de esto la tienen los que hicieron de Dios un principio de autoridad y no un fin de libertad, los que inventaron la policía de ultratumba y que fueron los verdaderos inventores del materialismo histórico. Porque el materialismo histórico es invención conservadora.

Y así se explica que el pontífice Lenin, el Papa ateológico del comunismo ortodoxo y dogmático, haya dicho que la religión es el opio del espíritu. La religión dogmática o decretiva de Dios como principio de autoridad puede ser, pero la religión escéptica e inquisitiva de Dios como fin de libertad esa ha sido y es y seguirá siendo el mayor estimulante del espíritu.

Se dice que el que va mirando las estrellas en el cielo puede caerse en un charco y ahogarse en él, pero el que va mirando al suelo para no caer en un charco se percata de éste y lo evita –sobre todo de noche y casi siempre es noche– viendo espejarse el cielo con sus estrellas en él. Y para eso hay que haber mirado al cielo y a las estrellas.

El fusilamiento de ese obispo católico en Rusia marca la mayor victoria en ella del catolicismo. Y significa, a la vez, la desesperación del desengaño. Ese pobre obispo ha pagado el fracaso de una fe en un nuevo milenio. Los hijos de esos inquisidores bolcheviques, los inquisidores mismos acaso, canonizarán a ese obispo. Y ahora, desaparecido el Zar, su Papa, veremos cuántos rusos se convierten a las supersticiones más irreligiosas del catolicismo romano.

Miguel de Unamuno