La Gaceta Literaria
Madrid, 1º de enero de 1927
 
año I, número 1
página primera

José Ortega y Gasset

Sobre un periódico de las letras
 

Los jóvenes escritores que fletan esta novísima carabela de La Gaceta Literaria pueden hacer faena muy de alta mar.

Es ya necesario, ineludible que exista un periódico de la literatura española –literatura en el sentido más amplio, española en un sentido enorme. Diré brevemente porqué me parece así.

Hay el libro, hay la revista, hay el periódico. Hay el libro que es la obra misma, desprendida y ajena ya a su autor, encerrada en sí, pequeño astro de irrealidad, flotando a merced de gravitaciones transcendentes. El autor, al publicar su obra, tiene la impresión de que ha enajenado un trozo de sí mismo, que ya no le pertenece, como el anillo que del anélido escapa por estrangulación se hace otro gusano con destino propio e incoercible. La gente se encuentra con el libro y por muy firmado que vaya cree que es anónimo: se ignora de dónde viene, con qué propósito fue expedido, cuáles son sus motivos supuestos. ¡Cuántas veces una palabra sobre el libro que no está en el libro, enciende dentro de éste, a nuestros ojos asombrados, inesperadas iluminaciones!

Pero verdaderamente un libro, aun el más perfecto, es siempre una abstracción, un fragmento. La mitad de él quedó en la placenta maternal donde se ha nutrido, en el secreto ambiente de ideas, preferencias, postulados, datos que fueron su atmósfera de germinación. Sólo el autor y el grupo en que vive conocen ese secreto, que es la clave decisiva del libro. Los otros lo ignoran. Si son sinceros advierten que tienen en la mano un jeroglífico; si son perspicaces, ven las esquirlas de la fractura y buscan el otro pedazo.

Como todo lo esencial, padece la literatura una contradicción inexorable. Porque no tiene duda que la literatura es, a la postre, el libro; en él culmina, en él fructifica y, como los frutales, de él recibe el nombre. Mas, por otra parte, el libro es sólo un momento de la fluencia intelectual que en él se detiene, cristaliza y congela. Hay en todo libro algo de falsificación de la vida intelectual efectiva –una falsificación del mismo orden que la ejecutada en el movimiento por la fotografía instantánea. Así se explica que formidables escritores, el primero Platón, hayan sentido horror al libro venteando en él algo de la rigidez cadavérica –pensamiento de pronto paralizado, gesto que se ha quedado perlático como Don Bartolo en el fin del Barbero al golpe súbito sobre el suelo de las culatas de los fusiles. La instantánea deja a la ola defraudada en su afán de ondulación y la castiga por siempre a eréctil espasmo.

Para corregir en aproximación ese defecto congénito del libro debía servir la revista. Hoy es un centón de pequeños libros dispares que vuelan en fortuita bandada mensual. Yo creo que la revista tiene otra misión, una misión placentaria. La revista debiera diferenciarse del libro como lo público de lo privado. El libro es la obra hecha cosa, orgánica e impersonal. Pero la vida intelectual actúa también en formas previas, preparatorias, confidenciales –se compone también de juicios tiernos, de sospechas, de curiosidades, de insinuaciones, fauna exquisita y delicada que no puede vivir aún en perfecta separación de su autor, que sólo alienta en un clima de confesión, de intimidad. A mí me complacería sobre todas una revista donde los escritores publicasen lo que no llega nunca a sus libros, lo prematuro, nonnato, recóndito; donde discutiesen sin forma ni pretensión pública alguna, donde no fuese peligroso avanzar una vislumbre problemática, una pregunta vacilante. Este elemento móvil y como líquido establecería una continuidad entre los islotes distantes que son los libros, expresaría adecuadamente la inquietud sustantiva del pensamiento, devolviéndole su fluencia, su ondulación y su venturosa inestabilidad. Nos gusta el libro cuando es miel, mas por lo mismo, nos gustaría asistir a la melificación, ver el temblor de las abejas en sus corsés de oro. ¡Qué fabulosa fecundación y educación mutuas produciría una revista así, escrita al oído!

Mas, libro y revista son obra –sólida o fluida. Queda todo un haz de literatura intacto en ambos: el hecho social e histórico de la obra y del autor. Queda, pues, íntegra la literatura como «suceso», como acontecimiento real y viviente en medio de toda la realidad y de cuanto vive. Esta es la dimensión del fenómeno literario que sólo un periódico puede reflejar.

En otros tiempos pudo ser menos urgente un periódico de las letras porque la vida literaria era menos numerosa, menos varia de direcciones, entrelazamientos y heterogeneidades. Hoy el público y los mismos escritores andan perdidos en medio de la selva impresa ejercitando un vago robinsonismo.

El público no sabe nada de nosotros más que, si acaso, lo exorbitante, como de la jirafa sabe el cuello superlativo. Pero nosotros mismos nos desconocemos los unos a los otros, mucho más de lo que se cree. Un ejemplo concreto: no creo que haya nadie en Madrid enterado con alguna precisión de lo que las letras madrileñas representan hoy en Europa. Lo poco que, por azar, conozco de ello, sé que lo ignoran los demás y, sin embargo, es cosa sobremanera reconfortante. ¿Reconfortante? Más, mucho más que eso, como al punto diré.

Pero si el escritor de Madrid ignora en tal medida la figura de las letras madrileñas, menos han de conocerse entre sí éste y los otros centros intelectuales de la gran pluralidad española. Es preciso, pues, objetivar la vida de las letras, dotarla de presencia y perfil notorio –como se ha conseguido en el siglo XIX dar al Estado una corporeidad perfecta ante la conciencia de cada ciudadano. Y si esto lo ha logrado el periódico, también podrá lograr aquéllo.

La condición es que el periódico de las letras se proponga ser periódico y no otra cosa. A diferencia del libro y la revista, que son la literatura haciéndose, deberá mirar la literatura desde fuera, como hecho, e informarnos sobre sus vicisitudes, describirnos la densa pululación de ideas, obras y personas, dibujar las grandes líneas de la jerarquía literaria siempre cambiante, pero siempre existente.

Fuera un error de La Gaceta Literaria contentarse con ser un semanario más de juventud, en que un nuevo equipo lírico empuja hacia una meta alucinada el balón de su programa particular. Esta táctica ha puesto en grave peligro la salud de las letras francesas. El propósito debe ser estrictamente inverso: excluir toda exclusión, contar con la integridad del orbe literario español y sus espacios afines –como hace el periódico, que no comienza mutilando la sociedad para hablar sólo de un rincón.

De esta suerte, podrá esta hoja –aparte otras ventajas subalternas–contribuir a la mayor y más urgente empresa, que es: curar definitivamente a las letras españolas de su pertinaz provincialismo. Provincialismo es angostura, frivolidad y pequeñez de radio moral. Madrid, Barcelona, Lisboa, Buenos Aires se reparten diversos atributos de la mente provincial. Y si esto fue siempre deplorable hoy equivaldría a una deserción. Pues todos los signos auguran que cae sobre las letras españolas una nueva y magnifica responsabilidad.

Las otras grandes unidades de cultura comienzan a fatigarse: tres siglos de esfuerzo continuado por fuerza embotan las retinas que han permanecido de hito en hito fijas en los mismos temas. Todo el que sepa leer entre líneas y oír entre palabras percibe esta situación. El relativo descanso de España, la mocedad de nuestra América tienen que ser la fuerza de reserva que acude a la brecha. Tenemos que pensar y escribir, no sólo para la ciudad, sino para el orbe. Es hora, pues, de sacudir los restos de provincialismo y montar las almas en más prócer disciplina. Hay que resolverse a pensar y a sentir en onda larga.

Por este motivo me parece tan acertado el afán que esta Gaceta declara, de dilatarse hasta los confines de la Gramática y aun de prestar su resonancia a las lenguas más próximas. Es cosa probada: uno de los factores decisivos que regulan las costumbres de una población es el número de sus habitantes. Cuando éste pasa de dos millones, la ciudad queda inmunizada al provincialismo. Lo mismo en la villa literaria. Si Madrid, Barcelona, Lisboa, Buenos Aires llegan, en efecto, a sentirse barrios de una gigante urbe de las letras, neutralizarán mutuamente sus provincialidades íntimas y vivirán y trabajarán con radio ecuménico. Esto es lo único que merece la pena.

José Ortega y Gasset.

Imprima esta pagina Informa de esta pagina por correo

filosofia.org
Proyecto Filosofía en español
© 2000 filosofia.org
La Gaceta Literaria
1920-1929
Hemeroteca