El matemático
Rey Pastor
Toda la joven España, la nuestra, la que dispone de medidas legítimas de Apreciación, Valoración y Estimación, vibra hoy con alborozo ante la figura de este hombre insigne, que es y representa para nosotros tantas cosas admirables. Una de ellas, su gesto magnifico –que advertimos también en el filósofo Ortega y Gasset, en el físico Cabrera– al remontarse en vuelos amplios sobre las llanuras desoladas y sembrar aquí el germen de las inquietudes superiores. Porque usted, Rey Pastor, es uno de los pocos – ¿tres, cuatro?– impulsores geniales de la España renacida, y por usted, y gracias a usted –con esos tres o cuatro– existe y se afirma hoy una juventud dispuesta a los actos heroicos del Competir (Competir es llegar, por lo menos, hasta donde otro llegue; es la disputa de primacías, y para esto lo urgente es situarse en las vanguardias, pues los gestos bélicos, cuando no se hacen con enemigo a la vista, resultan infecundos). Usted ha sido el primero –así, el Primero– que logró atrapar el pulso matemático de Europa, pulso deslizable y fino como un pececillo a tanto surcar las aguas sutiles del espíritu. Y con el descubrimiento precioso, usted vino aquí, al páramo, donde aún resonaban las discusiones baldías, de espíritu mediocre, acerca, de si habíamos contribuido de alguna manera al acervo científico, del mundo. ¡Oh, Menéndez Pelayo, Laverde, Fernández Vallín! Y, por otro lado, también sectario, Echegaray. Usted cerró las discusiones con sus Matemáticos españoles del siglo XVI de forma irrebatible y nada halagüeña, por cierto, al huero patriotismo de aquellos señores. Y después mostró, ante las palideces atónitas, su gran Argumento: Que en España era posible la genialidad matemática, resultó pronto una evidencia legítima viéndole a usted, ágil y magnifico, revolverse contra las brumas poderosas. A grandes soplos, como un titán. Alegremente, como un griego. Con tanta elegancia y bellos primores, que los ojos juveniles le seguían maravillados, enfebrecidos por ansias divinas de conocer. Desde entonces, sólo desde entonces, fueron posibles en España los estudios matemáticos rigurosos, esenciales, y accesibles también las conquistas más nuevas.
Por todo esto, Rey Pastor, La Gaceta Literaria se honra hoy –flameando sus más puros entusiasmos– exaltándole a usted, que es Categoría de símbolo y es básica columna en las construcciones jóvenes de la hora.
Yo me he destacado del grupo, por designación graciosa del director, Giménez Caballero, y he pretendido llevar a cabo la charla esta –trayectoria de temas aguileños– con objeto de esparcir sus frases actuales con las mejores resonancias.
—Usted, Rey Pastor, ha hecho trabajos sobre la Historia de las Matemáticas en España y conoce bien los núcleos estudiosos actuales. ¿Es lícito hablar de incapacidad de nuestra raza para la investigación de las ciencias exactas?
—De incapacidad, precisamente, no. Son otras las causas que explican esta penuria –casi inexistencia, mejor dicho– de nombres españoles en los anales gloriosos de la ciencia matemática. Porque creadores, en el sentido riguroso de la palabra, de hombres que hayan logrado imprimir un rumbo peculiar a esta ciencia no ha existido ninguno. Las causas de esto son complejas, aunque no sea difícil localizar las más inmediatas. Sabe usted que en España el Renacimiento no floreció íntegramente. Más que un Comenzar, una afirmación de nuevos estilos para el futuro, significó una Plenitud, y, por lo tanto, no logró imponer normas fecundas a la Inteligencia. Fue un final brillante, apoteósico, de la Edad Media, no un comienzo de la Edad Moderna, como sucedió en el resto de Europa. El espíritu del mismo Siglo de Oro se nutría aún de esencias medievales y está ausente de él ese aire de novedad y pujanza que informa el verdadero Renacimiento europeo.
El siglo más notable, por lo que a nosotros interesa, es el XVI, que fue pródigo en matemáticos de talento, pero cometieron el error de ir a París, cuya Universidad en aquel entonces se encontraba muy a la zaga en estos estudios, y, ¡claro!, nuestros hombres, bien dotados, sin embargo, no lograron siquiera enterarse de que en aquellos mismos días los matemáticos italianos y alemanes poseían conocimientos muy superiores a los suyos.
Después, durante los siglos XVII y XVIII, el aislamiento intelectual de España es casi completo. En estos dos siglos –que yo insisto en creer no fueron dos, sino seis, puesto que cada uno vale como tres– se descubren y crean las más geniales concepciones matemáticas. España está, en realidad, ausente de estas grandes floraciones. Se enteraba muy tarde y mal de las cosas. Acháquese esto a la política funesta de los Austrias o a lo que quiera achacarse.
—¿Y hoy? ¿Advierte usted, entre nosotros, un posible renacer de los estudios matemáticos?
—Es difícil contestar a eso. España, desde hace algunos años, ha cambiado notablemente. Hay, sin embargo, todavía una ausencia total de estímulos que hiere de muerte a la investigación. Mientras esto no desaparezca, serán infructuosos casi todos los intentos. Los alumnos mejores van a la conquista de las técnicas, se hacen ingenieros, como los de posible vocación filosófica, según me advertía Ortega y Gasset, se hacen abogados. No obstante, luchan tenazmente contra esa falta de estímulos y constituyen un núcleo valioso de matemáticos, estos que le voy a citar muy complacido: Pineda, Fernández Baños, Puig, Lorente –éste, sobre todo, el mejor–, Araujo, Orts, &c., y entre los más jóvenes Rodríguez Bachiller, Lorente de No, Escobar, Carranza... Todos ellos discípulos míos. Puede usted creer que son una esperanza de que en España llegará la Matemática hasta donde hayan de llegar otras ciencias. Trabajan en el Seminario matemático, con el que también ha tenido contacto el filósofo Zubiri, a quien considero casi alumno mío, pues allí acudió en busca de orientaciones. Posee Zubiri, desde luego, una cultura matemática muy intensa, más de la necesaria para un filósofo.
—¿Qué me dice usted de su labor gigante en la Argentina? Sabemos de sus grandes éxitos en este país, pero ignoramos si usted ha encontrado allí un número regular de alumnos que sigan sus cursos con cierta constancia y de vocación suficiente para las difíciles abstracciones de la Matemática.
(Es sabido que Rey Pastor explica en la Universidad de Buenos Aires, donde dirige la Facultad de Matemáticas con éxito singular desde hace ya siete años. Ahora, dentro de breves meses, volverá de nuevo a la Argentina, aunque, según me ha manifestado, su estancia no ha de ser larga, reintegrándose después a su clase de Análisis matemático en nuestra Universidad Central.)
—Allí, en la Argentina, también se nota en los muchachos de aficiones matemáticas una gran preferencia por las Facultades de Ingeniería. Fenómeno natural en un país que se encuentra en pleno desenvolvimiento económico, en brote aún sus recursos materiales. Sin embargo, no falta quien dedique esfuerzos serios a la ciencia, y yo mismo he tenido la fortuna de hallar buen número de discípulos consecuentes que siguen mis trabajos con todo entusiasmo. Puedo citarle a usted, como ya realmente formados en cuestiones matemáticas, a Butty, Decano de la Facultad de Ingeniería, hombre de gran talla científica e introductor en aquellas tierras de las teorías de Einstein, a Castiñeiras, también ingeniero, y Loyarte, físico eminente en la Universidad de La Plata. De mis discípulos más jóvenes, aquellos que puede, decirse se han formado bajo mi dirección, anote como muy trabajadores y de vocación firme a Blaquier, Babini, Vignaux, Lamenza y, por último, para romper la monotonía de patronímicos italianos y franceses, a Varela Gil.
En efecto; hago observar a Rey Pastor la casi bochornosa insistencia con que los apellidos italianos abundan en las clases intelectuales de la Argentina, predominando sobre los de origen español en todos los aspectos de la cultura.
Italia ha sido siempre, en verdad, un país de muchos y buenos matemáticos. Parece cosa de la tierra, y, desde luego, es tan natural en Italia un matemático como en Francia, por ejemplo, un hombre de letras. Circula por el país, a este respecto, una frase graciosa y singular que hace alusión a tal fenómeno, y es que «en Italia se siembra una «fagiuolo» –alubia– y sale un geómetra». Hoy mismo es, sin duda, el país donde más se trabaja y más fecundos resultados se obtienen en las ciencias matemáticas.
—La teoría física de la Relatividad, ¿ha planteado nuevas cuestiones a la matemática? Se ha dicho que Einstein carecía de instrumental matemático suficiente para la exposición total de sus teorías, y que éstas, y no otras, eran las causas de sus dificultades últimas. ¿Es esto así?
—No. En modo alguno. Verá usted. En los últimos cien años la matemática ha realizado empresas e intentos que la alejaban cada vez más del sentido de Utilidad. Ha sido un período en que ha triunfado la especulación lógica, ganando así en rigor y sutileza lo que por otra parte perdía en Objetividad. Recuerda esto algo a los griegos, que también construyeron sus matemáticas en puro afán de conocer, no guiados por un esfuerzo estrictamente utilitario. La física no aprovechaba estos esfuerzos, ni asimismo los requerían otros estudios. En el siglo XIX, repito, ha acontecido algo semejante. Ha sido, pues, un período griego. Los matemáticos creaban moles abstractas, en apariencia divergentes de lo real, sin finalidad posible en campos extraños a la especulación. Concepciones a primera vista tan inútiles –de legitimidad objetiva dudosa–, eran consideradas como vanos sueños del espíritu, que se perdía en sus mismos senderos, en pura abstracción.
Así el cálculo diferencial absoluto de Ricci, como antes las Geometrías de Lobatchfsky y Gauss y los trabajos de Riemann acerca del Espacio, de n dimensiones. Y vea usted, sin embargo, cómo es precisamente de aquí, de esta matemática abstracta y tenida por inútil, de donde Einstein obtiene el instrumento matemático más valioso para su teoría. Los físicos italianos del Renacimiento se aprovecharon en forma parecida del saber matemático de los griegos, y de todos es conocido que las teorías de Copérnico se encontraban ya esbozadas en las ideas pitagóricas.
Es la diferencia notabilísima que se advierte entre Newton –la figura científica más poderosa que ha existido– y Einstein. Aquél tuvo que construir, a más de la formidable teoría física, el instrumento matemático. Así inventó el Cálculo infinitesimal. Einstein, por el contrario, ha tenido la fortuna de encontrarse ya hecho el instrumento. No es, pues, la falta de conocimientos matemáticos lo que impide llegar a las claridades deseadas en la teoría de la Relatividad. Lo que ocurre es que se trata de cálculos complicadísimos, de realización sobremanera difícil y elevada.
—Hay en el siglo XVIII español un hombre curioso: Torres de Villarroel, de gran perspicacia literaria y catedrático de Matemáticas en Salamanca. ¿Cree usted que este hombre, algo farsante y presumido, poseía realmente conocimientos superiores? Me parece haber oído en la clase de Morente que sí, opinión que choca con la que yo he tenido siempre.
Rey Pastor sonríe ante la figura de este truhán redomado que fue Villarroel, hombre que si tuvo alguna virtud matemática, fue la de burlarse de sus compañeros de Salamanca. Trae de su biblioteca la autobiografía de Villarroel, editada por Onís, y lee unos párrafos. Una alusión al Almagesto, de Ptolomeo, y varios otros detalles, nos convencen de que, científicamente, no debía encontrarse a mucha distancia de aquellos a quienes satirizaba con tanto éxito como razón.
—En efecto, bien hizo usted en limitar sus investigaciones al siglo XVI. En el XVII y XVIII hubiera usted encontrado cosas estupendas, de gran valor irónico y revulsivo. Del XVIII, el reinado matemático de un Torres Villarroel en Salamanca y las ediciones múltiples de la Aritmética práctica y especulativa, del Bachiller Pérez de Moya –libro arcaico del siglo XVI, y que, como usted ha probado, no respondía, a pesar de sus indudables excelencias, a los adelantos matemáticos de su tiempo– nos revelan todas sus pobres y modestas posibilidades.
Rey Pastor vuelve a sonreír y asiente. Quizá le parezca amargo que la juventud española tenga que enterarse, antes que de otras cosas, de la gran fechoría que en materia científica nos han jugado los siglos. No importa, insigne maestro. Es nuestra mejor Afirmación.
Y aquí termina la charla. ¡Divinos minutos estos de un brumoso día de Marzo con la mente más clara de España! Yo prendo con el mejor broche vuestro recuerdo, ¡oh dulces minutos fugaces! Rey Pastor me tiende la mano, entre sonrisas, y nos despedimos.
Aquí, ahora, vosotros, gente de la España nueva y renacida, todos en fila, con los sombreros en alto, como gigantescos signos de admiración. Hoy suenan los timbales de La Gaceta Literaria en loor de este grande hombre. Mañana sean otros, y luego otros, y alguien siempre.
Mientras tanto, yo, que estoy en el secreto, pido un millón de pesetas de subvención estatal para ese seminario matemático que Rey Pastor ha fundado entre nosotros.