Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Ramiro Ledesma Ramos ]

Carmona Nenclares: El pensamiento de Ortega y Gasset. Madrid, 1930

Pocas líneas van a sernos suficientes para presentar a los lectores este libro del señor Carmona. A pesar de su título, que promete una exposición del pensamiento de Ortega y Gasset, lo que en él realmente se contiene es un manojo de confusionismos mentales que su autor padece. Con un poco de esfuerzo crítico sobre sí mismo podría comprender el señor Carmona Nenclares hasta qué punto su libro es una gruesa equivocación. Por fortuna no es posible ya entre nosotros penetrar en los recintos de la filosofía y cometer toda clase de desmanes con impunidad. Varios años de magisterio fecundísimo a cargo de dos o tres grandes maestros y una docena de discípulos fieles al rigor de la disciplina teorética aseguran ya aquí un cierto nivel que imposibilita la circulación de publicaciones como ésta que nos ocupa. Si el señor Carmona Nenclares no dispone de preparación filosófica y no ha logrado aún ese umbral indispensable de soltura que requieren los problemas filosóficos, ¿qué pudo moverle a escribir este folleto y a pretender él medir y calificar una filosofía? Merece la pena intentar una explicación de un hecho así y desentrañar el resorte psicológico –íntimo– a que sin duda obedece.

El autor de este libro asistió a un curso filosófico de Ortega y Gasset, precisamente sus diez magníficas lecciones del año último sobre “¿Qué es Filosofía?” Esto situó ante él la problemática filosófica, acontecimiento que al parecer ocurría por vez primera. Al señor Carmona entonces se le ocurrió la más peregrina cosa: Sin tener otros conocimientos filosóficos que los obtenidos en el curso de Ortega y en unas cuantas desordenadas y posteriores lecturas, escribe un folleto enjuiciando y delimitando el valor filosófico de este maestro. En él demuestra dos cosas: una, no haber comprendido. Otra, que lo dominan unas impaciencias antipáticas. Las confusiones e ingenuidades en que incurre son de tal índole que al verlas escritas y publicadas produce en el lector algo enterado repulsión insostenible. Así cuando identifica –pág. 19– el yo empírico de los psicólogos con el mi vida orteguiano o con el sujeto pensante de las filosofías.

Lo natural y lógico en el señor Carmona, si en efecto las lecciones del maestro Ortega le despertaron cierto interés por la Filosofía, hubiera sido consagrarse al estudio el tiempo necesario y nada más. Ignora sin duda que cuando no disponemos sino de un solo saber, si llegamos a negarlo y superarlo es en nombre y por la gracia de ese saber mismo. Como en el señor Carmona residen quizá algunas cualidades no desdeñables –por eso, invocándolas, escribimos estas líneas– no creemos repita hazañas así, y posiblemente en lo futuro un más intenso estudio y una más alta idea de la responsabilidad intelectual le impedirán estas incorrecciones.

El síntoma de la desorientación profunda del señor Carmona reside en lo casi imposible que resulta localizar su actitud. A veces se advierten sus rancias filiaciones positivistas; pero como tampoco le es familiar esta posición, pierde su equilibrio a cada paso. Él mismo no creemos entienda muy bien lo que dice y por qué lo dice. Citas de aquí y de allí sin rastro alguno legitimador lo evidencian.

No sabemos qué resorte psicológico impulsa al hombre a utilizar las cosas para él desconocidas y lanzarlas contra las que más o menos le son familiares. A ese oculto resorte obedece el señor Carmona escribiendo el folleto que nos ocupa. Por lo menos tiene algunas referencias –pocas y pobres, pero algunas– de lo que es la Filosofía según Ortega y Gasset. De lo que no tiene ninguna referencia ni noticia es de otras cualesquiera actitudes filosóficas. Pues bien: se adhiere a éstas y no a aquélla. Es muy curioso el fenómeno y me recuerda un hecho que presencié en un aula de Análisis matemático de la Facultad de Ciencias. Apareció en la pizarra una ecuación algébrica de cuarto grado con solo dos términos. Como el condiscípulo de turno en el encerado se parase ante una dificultad elementalísima, el profesor le acosó en un sector aún más elemental: le preguntó qué clase de ecuación era aquélla, algébrica o trascendente. Y el muchacho –en un estado psicológico parecido al del señor Carmona cuando escribió este folleto–, que no sabía lo que eran ecuaciones trascendentes, y sí, en cambio, lo que eran ecuaciones algébricas, contestó que aquélla era una ecuación trascendente. Ante tal disparate, el profesor le requirió para que definiese las ecuaciones trascendentes. El buen muchacho no pudo hacerlo. Algo análogo le ocurriría al señor Carmona Nenclares si se viese obligado a escribir otro libro sobre una Filosofía que no fuese la de Ortega.

Días anteriores hemos leído otro folleto sobre el mismo curso filosófico de Ortega y Gasset. Su autor, Julián Izquierdo, es un caso bien distinto. De pulso aún débil para los problemas de la Filosofía, adopta, sin embargo, la única actitud legítima que corresponde al principiante: intenta comprender. Lo ha conseguido en muchas ocasiones y las páginas de su trabajo rezuman amorosa dedicación y miedo terrible a los deslices. Lo preferimos, claro, en su modesta timidez, a las imperfectísimas páginas del señor Carmona Nenclares.

R. Ledesma Ramos