Con la solemne inauguración de la Ciudad Universitaria
y el curso académico 1943-44, se celebra el Día de la Hispanidad
Madrid, 12. Con asistencia del Caudillo, Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, se ha celebrado hoy, Día de la Hispanidad, la solemne y memorable inauguración de la Ciudad Universitaria y del curso académico 1943-44. Todo el recinto de la Ciudad aparecía engalanado con las banderas nacionales y del Movimiento, presidiendo todos los edificios. En el Hospital Clínico una bandera a media asta simbolizaba el duelo por los caídos en aquél histórico lugar. En el campo de la Facultad de Medicina se alzaba una monumental Cruz de los Caídos, de 18 metros de altura, a cuyo pie se hallaba un altar. Frente a la Cruz se encontraba la tribuna destinada al Jefe del Estado y al Gobierno, que ostentaba el víctor del Caudillo y a la que daban guardia de honor milicias del Servicio Interior de la casa de S. E. En la tribuna se hallaban fuerzas del regimiento número 42 de Infantería, al mando del coronel Lázaro, y a ambos lados de ellas, milicias especiales del S. E. U. y de las Organizaciones Juveniles. Una centuria de honor de la Jefatura Provincial del Movimiento cubría la carretera desde la Moncloa hasta la Ciudad Universitaria. En todo el recinto figuraban Milicias Universitarias, del Frente de Juventudes y representaciones de la Sección Femenina.
Detrás de la tribuna destinada al Jefe del Estado y al Gobierno se encontraba una segunda tribuna para las diferentes representaciones oficiales. Esta tribuna estaba formada por cinco arcos, a cuyos pies estudiantes del S. E. U. portaban enseñas y banderas. Cinco pedestales aparecían cubiertos con reposteros, que representaban escudos y enseñas de los antiguos reinos, y tapices alusivos a los descubrimientos. Todo el recinto inaugural aparecía cubierto de diferentes fuerzas del Ejército y Milicias Universitarias, que daban al paisaje un aspecto deslumbrante de esplendor. Numerosísimo público llenaba las cercanías de los límites de la Ciudad Universitaria, tiempo antes de la hora fijada para la inauguración.
A las nueve y cuarenta y cinco las aclamaciones del público estacionado indicó la llegada del Caudillo, quien, acompañado de los jefes de sus casas Civil y Militar, marchó directamente al pabellón de Gobierno, donde fue cumplimentado por los miembros de este. Acompañado del ministro de Educación Nacional, señor Ibáñez Martín, en visita íntima, penetró en el citado pabellón de Gobierno, donde el señor López Otero, a la vista de planos y maquetas, explicó a S. E. el proceso de la formación y características de la ordenación general de cada uno de los edificios de la Ciudad Universitaria, citando numerosos datos respecto a su rápida construcción. En salas preparadas al efecto, examinaron dos preciosas maquetas, a gran escala, formadas por el Gabinete técnico: una, del estado de la Ciudad Universitaria como teatro de guerra al liberarse Madrid, y otra, del futuro, con todos los edificios ya construidos y los que faltan por construir, vías, jardines y monumentos. Después S. E. oyó las explicaciones de varios de estos monumentos que la Junta ha acordado construir, y que son los siguientes:
Arco monumental a la entrada del recinto universitario, como gran arco de triunfo en el concepto romano, en honor del Jefe del Estado y del Ejército nacional, y cuyas esculturas realizará el señor Capuz; gran paraninfo y rectorado, edificio representativo de la Universidad dedicado a las ciencias españolas y ante el cual se erigirá el monumento a don Alfonso XIII, fundador de la Ciudad Universitaria. También contemplaron el templo universitario, dedicado a Santo Tomás, y en cuyo patio se levantarán las estatuas del Cardenal Cisneros, fundador de la Universidad de Alcalá (de donde procede la de Madrid) y las de sus grandes maestros Nebrija, Arias Montano, Ambrosio de Morales, el Divino Vallés, Melchor Cano y Andrés Laguna. Ante el futuro edificio del S. E. U., con grandes frisos alegóricos, se formará el monumento a José Antonio y al estudiante caído y, finalmente, una gran fuente monumental, dedicada a las armas españolas, con escultura de Clará, se construirá en uno de los lugares del magnífico parque universitario. El Caudillo hizo numerosas preguntas a los técnicos, demostrando continuamente su complacencia y su interés por esta gran obra nacional.
Representaciones oficiales
Durante la visita íntima realizada por el Caudillo fueron llegando al campo de la Facultad de Medicina las diferentes representaciones oficiales. Ocuparon su lugar en la segunda tribuna los miembros de la Junta, consejeros nacionales, Consejo de Estado, rectores y decanos de todas las Facultades de España y de las diferentes escuelas especiales de Ingenieros, los subsecretarios y directores generales de los departamentos ministeriales, procuradores en Cortes, vicesecretarios del Partido, jerarquías y altas representaciones de todos los centros oficiales. A un lado de la tribuna destinada al Jefe del Estado, se encontraban los generales Borbón, Rada, Millán Astray, Camilo Alonso, Castro Girona, Dávila, gobernador militar Saez de Buruaga, de Aviación, Gallarza, Gonzalo Vitoria, subsecretario del Departamento, Saenz de Buruaga, director general de Seguridad, Rodríguez Martínez; jefe de la Policía Armada, coronel Chinchilla; almirantes Regalado, Arriaga, generales de la Armada Pedrosa y Blanco y un gran número de jefes y oficiales.
El obispo auxiliar de Madrid, doctor Morcillo, oficia la Santa Misa
A las diez y media hizo su llegada oficial S. E. el Jefe del Estado, a quien acompañaban, con los miembros del Gobierno y alcalde de Madrid, el capitán general de la Región, teniente general Saliquet, y los generales García Valiño, Huguet y Bermúdez de Castro y Hungría. Una imponente manifestación de aplausos y gritos de ¡Franco, Franco, Franco! señaló la presencia del Caudillo, a quien rindió honores una compañía de Infantería, perteneciente al Regimiento núm. 42. Después de revistar las fuerzas, el Jefe del Estado, acompañado de los ministros, del jefe nacional del S. E. U., camarada Valcárcel, y de los jefes de sus casas civil y militar y ayudantes, ocupó sitio en la tribuna, comenzando el Santo Sacrificio de la Misa, en el que ofició el obispo auxiliar de Madrid, doctor Morcillo. La misa fue cantada por los coros del Seminario Conciliar. Durante el Santo sacrificio, varias escuadrillas de aviones volaron sobre el recinto, arrojando flores en el Hospital Clínico. Terminada la Misa, el obispo, revestido de pontifical, hizo la bendición de términos, y seguidamente, el jefe del S. E. U. pronunció la oración de los Caídos desde el altar.
Al terminar, el doctor Morcillo rezó un responso en memoria de todos los caídos por Dios y por España. Por último, el Caudillo, acompañado del ministro de Educación Nacional, se acercó al pie de la cruz, depositando una corona de laurel que ostentaba la siguiente inscripción: “La Universidad, a los caídos de la Ciudad Universitaria.” Durante todas estas ceremonias, acogidas con impresionante silencio por la gran multitud que rodeaba el recinto, una batería disparó las salvas de ordenanza y las banderas nacional y del Movimiento fueron puestas a media asta en las piedras del Hospital Clínico.
S. E. presencia el desfile de las fuerzas
Al finalizar estos actos, el Jefe del Estado, acompañado de los miembros del Gobierno y del capitán general de la Región, subió a la tribuna, donde presidió el desfile de fuerzas. Diferentes compañías de Infantería, Artillería y Caballería, desfilaron marcialmente ante S. E., siguiendo a éstas las representaciones de la Milicia Universitaria, cuya presencia, al igual que las del Ejército, fue acogida por el público con constantes aplausos. Cerró el desfile una representación de las Falanges Juveniles de Franco y una compañía de flechas. Al terminar el desfile, el público, que en cantidad imponente llenaba el recinto, tributó una gran ovación al Jefe del Estado, al mismo tiempo que los gritos de ¡Franco, Franco, Franco!, llenaban los aires.
El Caudillo, entre aclamaciones, se dirigió al paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras, donde le esperaban ya todos los rectores y decanos de las distintas Facultades universitarias.
Inauguración del Curso académico
Ocuparon la presidencia, con S. E. el Jefe del Estado, el ministro de Educación, el obispo auxiliar, doctor Morcillo; el rector de la Universidad, don Pío Zabala, y el jefe del S. E. U., camarada Valcárcel. Detrás se hallaban los jefes de las casas militar y civil, teniente general Muñoz Grandes y señor Muñoz Aguilar, con los ayudantes.
Concedida la palabra por el Jefe del Estado al señor Hernández Pacheco, a quien corresponde este año el discurso inaugural sobre el tema “De la fisiografía de las tierras africanas de influencia española”, éste procede a su lectura.
Seguidamente hacen uso de la palabra el rector de la Universidad Central, don Pío Zabala; el jefe nacional del SEU, camarada Valcárcel, y el excelentísimo señor ministro de Educación Nacional, camaradas Ibáñez Martín, cuyo discurso publicaremos mañana.
Por último, S. E. el Jefe del Estado pronunció el discurso que se inserta en lugar destacado de este número.
Las instalaciones de la Ciudad Universitaria
Los cinco edificios, totalmente terminados, y cuya solemne inauguración se celebra hoy, son: Filosofía y Letras, Farmacia, Ciencias Químicas, Arquitectura, Deportes y Escuela de Agrónomos. Todos estos edificios son auténtico modelo por sus dimensiones, emplazamiento y dependencias, que no tienen posible semejanza con ninguno del mundo. Laboratorios, comedores para estudiantes y todas y cada una de sus instalaciones están concebidas y realizados con los procedimientos más modernos. El Colegio Mayor “Jiménez de Cisneros”, para estudiantes, tiene ya un aula capaz para 300 alumnos, completamente terminada.
El Jefe del Estado visita las diversas Facultades
A continuación, en la Facultad de Medicina, se celebró una comida, en la que ocupó la presidencia el Jefe del Estado, que tenía a su derecha al ministro de Educación Nacional, y a su izquierda al de Asuntos Exteriores, los rectores de las Universidades de Madrid y Barcelona, miembros del Gobierno y rectores de otras Universidades, presidente de las Cortes y otras personalidades. A las cuatro y cuarto, el Caudillo, acompañado de su séquito, se traslado a la Facultad de Farmacia, donde fue recibido por el decano de la misma y el Claustro de profesores. Su Excelencia se interesó vivamente por las modernas instalaciones del edificio y visitó con todo detenimiento las dependencias del mismo, especialmente el laboratorio, la capilla, el decanato, la sala de profesores y alumnos, el comedor de estudiantes, la biblioteca y el salón de conferencias. A continuación estuvo en la Facultad de Ciencias Químicas, en cuya puerta esperaban el decano, Claustro de profesores y arquitectos encargados. La visita fue tan detenida como la de la anterior Facultad, y concluyó a las cinco de la tarde. Entonces se trasladó Su Excelencia a la Escuela Especial de Arquitectura, donde fue recibido por el director de la misma y arquitectos encargados.
Terminada la visita a la Escuela Especial de Arquitectura, el Caudillo y su séquito se trasladaron al campo de deportes de la Ciudad Universitaria. En el puente que separa el campo de fútbol del de rugby, el Caudillo descendió de su coche y se dirigió a pie a la tribuna instalada al efecto, entre los aplausos y vítores ensordecedores de la multitud que llenaba las gradas y circundaba el campo. La muchedumbre rodeó a Su Excelencia, vitoreándole entusiásticamente. Su Excelencia ocupó la tribuna acompañado por el ministro de Educación Nacional y el jefe nacional del S. E. U., y presenció una fase del partido de rugby que se estaba disputando entre el Barcelona F. D. F. y el S. E. U. de Madrid.
En el Colegio Mayor “Jiménez de Cisneros”
A continuación, el Jefe del Estado se trasladó al Colegio Mayor Jiménez de Cisneros, en la puerta del cual fue recibido por el secretario, señor Sánchez Bella; el arquitecto encargado del edificio, señor Barroso; Claustro de profesores y director espiritual.
El Caudillo recorrió detenidamente el edificio y especialmente la capilla, el comedor de alumnos y sala de profesores. Acto continuo, el Generalísimo se dirigió a la Escuela Especial de Ingenieros Agrónomos, en donde fue recibido por el director de la misma, don Juan Mancilla, y el arquitecto encargado, señor Fernández, y Claustro de profesores. Al igual que en los otros edificios inaugurados, el Caudillo recorrió detenidamente la Escuela de Ingenieros Agrónomos.
Entre aclamaciones de la muchedumbre, el Caudillo regresa a su palacio
Por último, en la explanada de dicho edificio, concluida la visita, fue despedido con los mismos honores que a su llegada, entre los aplausos entusiastas de la multitud que durante toda la tarde recorrió la Ciudad Universitaria, siguiendo con vivo interés la visita de S. E. el Jefe del Estado. Rindieron honores al Caudillo fuerzas del Ejército. A las siete menos cuarto de la tarde, el Jefe del Estado abandonó la Ciudad Universitaria entre las aclamaciones de la muchedumbre, que no cesaba de dar los gritos de ¡Franco, Franco, Franco! (Cifra.)
Discurso del Caudillo
La Universidad española recupera su tradicional y más profunda tarea: la de educar a la juventud
Para las juventudes hispanoamericanas que quieran cursar sus estudios en la vieja Europa, madre de la civilización, se ha hecho también esta Ciudad Universitaria
Profesores y alumnos universitarios:
Hace ya cerca de cinco años, desde que el último clarín anunció el final de nuestras batallas y desde que ondearon sobre nuestros campos y ciudades las banderas victoriosas de la paz, que vivimos día a día una vida penosa y dura, consagrada por entero a la empresa generosa de reconstruir una patria en ruinas, restableciendo su estructura nacional, revalorando sus perfiles históricos, encajándola de nuevo en la senda de su sustancia milenaria y superando, a la vez, sin reparar en la lejanía de la meta, ni en la inquietud de los incesantes obstáculos, la situación material y moral en que estaba sumido nuestro pueblo, cuando alboreó el comienzo de nuestra Cruzada.
Para los que con insensatez e inconsciencia creían que al triunfo de la guerra abriría una etapa paradisíaca y frívola, propicia para la holganza y ajena a toda abnegación y sacrificio, la realidad aplastante de este ejemplo, de esfuerzo sin tregua, debe servir de lección. Porque nunca, en ninguno de los momentos políticos de nuestra última centuria, ha tenido que afrontar Gobierno alguno más abrumadora multitud de problemas nacionales; nunca se ha visto cercada la actividad gubernamental de dificultades mayores, nunca ha sido preciso laborar desde las alturas del Poder con más intensidad y denuedo y con más firme serenidad y corazón.
Para los descontentos, para los impacientes, para los incomprensivos, que ni antes ni ahora supieron medir la angustia de los instantes de peligro, ni apreciar la magnitud de los problemas en orden a los recursos de su escalonada solución, actos como el que hoy presenciamos habrán de ser también altamente aleccionadores. Porque nunca tampoco se acometió a la vez con mayor diligencia la realización de un más amplio programa de política nacional, en el que era urgente restaurarlo todo y crearlo todo. La vida social y política, la agricultura y la industria, la hacienda, los ejércitos, el orden religioso y el orden de la cultura, todo demandaba a la par restauración, resurgimiento, norma y sistema.
Era razón que en esta gigantesca pugna de reconstrucción de la Patria se exigieran, también, sacrificios a todos los españoles. Sacrificios que han sido y son, por destino de la Providencia, mínimos y fútiles, si se comparan con los que la conflagración mundial ha impuesto a todos los pueblos. Porque en esa hora suprema de zozobra universal, España pudo considerarse, entre todas las naciones de Europa, como el refugio sereno de la civilización y hasta de la tranquilidad de la vida, segura de inquietudes y amenazas.
En este ambiente de paz, ha sido posible que nuestro Estado se entregara con entusiasmo a la tarea de aumentar la riqueza española, de mejorar el nivel de nuestra vida, de sanear y robustecer la economía, de dignificar el trabajo, cercenando hora a hora las asperezas de un casi inaccesible camino, donde anidaban todas las flaquezas humanas, las del descontento y la desesperanza, las de la incomprensión y el desprecio, cuando no las de la perfidia y la traición.
Todo este colosal esfuerzo no ha querido mantenerse en el estado puro de un mejoramiento materialista. Funesto y suicida es levantar el nivel de la vida, si ésta no se hace cristiana y digna, si no se le imprime una huella de reforma interior. Es ley de la Historia el predominio y supremacía del espíritu. Los pueblos no son mejores por un progreso material, ni éste se engendra por puro azar o fatalismo. El progreso requiere sólidas virtudes colectivas, cuya determinante radica en la conciencia individual. Un espíritu nacional no se impone como, por arte mágico, no se crea sin una colaboración complicada y difícil, que nace en lo íntimo de las almas y se cultiva en los corazones de la niñez y de la juventud.
Por eso, característica de nuestra Revolución, consonancia con la más pura tradición española, es cimentar nuestro progreso en la raíz profunda de una vida del espíritu. España representa sobre todo la postura espiritual de un pueblo ante los problemas de la vida y de la Historia. Por eso, el Estado se ha sentido hoy más que nunca colaborador de la Iglesia, en la restauración del orden cristiano, y se ha propuesto a la vez apoyar su existencia presente y futura en la unidad espiritual de los españoles, lograda en el campo de la educación.
En este campo, en efecto, se sitúan hoy dos grandes anhelos de la política nacional. De una parte, la ardiente inquietud por la creación de una ciencia verdadera, sometida inexorablemente al servicio de los intereses espirituales y materiales de la Patria: de otra, la preocupación por que una densa y auténtica cultura cristiana penetre en todos los ámbitos de la nación y nos dé la promesa de una juventud fuerte y unida para cumplir sin vacilación nuestro destino ante la Historia.
A acusar un paseo en tal difícil senda, a demostrar que vive el espíritu de España en la hora en que se quiebran en el mundo todos los valores morales, hemos acudido aquí, a este solar ya ilustre, en que se abraza simbólicamente las armas y las letras, las que labraron juntas a las mejores grandezas de nuestra Nación, y las que juntas serán el sostén y la esperanza de la Patria redimida.
La obra de un régimen vindicador
Las armas crearon nuestra España de hoy. Por ello, si pudiera olvidarse, aquí está la realidad inmortal de este campo de Marte, hoy trocado en palacios de Minerva. Todo es reciente, a pesar de la inmensa transformación. Aquí acampó nuestra Cruzada victoriosa; aquí se tremolaron nuestras banderas; aquí se clavo con tenacidad la avanzada sitiadora, y aquí se empapó la tierra con la sangre generosa de nuestros caídos. Por entre estos edificios serpenteó la línea de combate y tronaron los cañones y estallaron las minas, todo fue reducto firme de resistencia, inquebrantable amenaza, inverosímil espolón ahincado en la ciudad cercana. Aquí sucumbe la flor de la mejor juventud inmolada en el más puro de los sacrificios. Diríase que ha sido prodigiosa su fecundidad. Ellos quedaron sepultados entre las ruinas y hoy las ruinas han desaparecido para servir de cimientos a estos colosales edificios, que son ahora como monumentos votivos a la gloria de los muertos, sobre el solar heroico que fue su tumba, España ha reconstruido este vasto recinto, consagrado a las letras, con lo que les tributa el mejor de los homenajes, con lo que sienta la más esencial de sus afirmaciones espirituales. Ninguna Ciudad Universitaria del viejo continente puede enorgullecerse de tal ejecutoria. Porque si esta ciudad fue antes anhelo de un reinado y la preocupación gloriosa de un monarca, es, desde ahora, para siempre, memoria perenne de una juventud que salvó con la muerte a su Patria y obra de un régimen vindicador del signo espiritual de la civilización y de la vida.
Por eso era indispensable emprender la restauración con la máxima diligencia y rapidez. Nuestro Estado, que aspira al mejor servicio de España, había de aceptar esta empresa con criterio de continuidad, tal como surgió en su primera, y más bella iniciativa. Pero al reconstruirla totalmente, al volver a labrarla piedra por piedra, liberándola de su ruina, había de exaltarla y ampliarla en términos tales, que puede también sentir el orgullo de su creación y considerarla en muchos aspectos como obra nueva. Porque nuestra labor no ha sido sólo transformar en nuevos edificios el ingente montón de escombros en que vino a parar la Ciudad Universitaria en 1936, con el ritmo de agilidad característico del nuevo Estado: ha sido también el convertirla en realidad ineludible. Ha pasado ya el tiempo en que se la miraba como una esperanza o como una ilusión. Si ahora no s inaugura en su totalidad, el avance notable que revelan sus restantes construcciones y, sobre todo, la prontitud con que el Gobierno ha cubierto íntegramente su presupuesto, prometen para brevísimo plazo la terminación completa de las obras.
A remediar la triste decadencia que vivió nuestra Universidad
Esta ciudad significa, ante todo, un cambio profundo en la política universitaria del Estado. Su mínima aspiración material revela que se ha transformado el hogar donde han de formarse las generaciones juveniles. Al recorrer estas nuevas Facultades, dotadas de edificios amplios y luminosos, de instrumentos de trabajo y de estudio, de laboratorios, bibliotecas, seminarios, capillas y campos de deportes, al iniciar la serie de los Colegios Mayores, al contemplar la magnificencia de los edificios destinados a las cultas Escuelas Técnicas, se adquiere la convicción de que se ha transmutado el ambiente triste de abandono en que vivieron, por espacio de muchos lustros, entre nosotros, los locales destinados a primeros centros de cultura. Porque no se ha limitado tan sólo a esta Ciudad Universitaria de la capital la acción reformadora del régimen. En el momento presente, todas las Universidades de la Nación están también transformando sus edificios, con mejoras importantes, con nuevas construcciones, con instalaciones modernas, con amplitud de instrumentos de trabajo, para lograr el mínimo de decoro, exigible a la altura de su misión. Ello en proporción tal, como nunca la alcanzaron nuestras Universidades en el último siglo, por que nunca tampoco laboró el Estado en materia universitaria con más firme ilusión reformadora, y nunca logró en plazo tan breve resultados más satisfactorios. En todas las Universidades quedará marcada la huella reconstructiva del régimen, todas podrán señalar con piedra blanca este instante de la vida española, en que nuestro Estado ha tenido las voluntad de cambiar la fisonomía y de dotarlas en lo material de cuando es indispensable para el cumplimiento de su función.
Pero la Universidad no es sólo un conjunto más o menos bello de edificios modernos dotados de los medios didácticos y de los instrumentos necesarios para el trabajo y el estudio. La Universidad es “alma mater”. Y mal puede llenar esta augusta misión maternal de alumbrar hijos y alimentarlos espiritualmente para la Patria, si no posee ante todo un claro concepto de su deber y un entusiasmo fervoroso para cumplirlo. Importaba a nuestro Estado, no sólo mejorar y robustecer el cuerpo universitario, sino vivificar el alma, infundir un espíritu, crear un nuevo ser, en el que encarnará el sentido cristiano de la vida y el concepto supremo de servicio a los destinos de nuestra historia, que forman la entraña de nuestro Movimiento. Por eso, la primera ley que elaboraron las Cortes ha sido la de Ordenación Universitaria, con la que se tiende a remediar la triste decadencia en que por espacio de un siglo ha vivido nuestra Universidad, consumida por la anemia espiritual que la privaba de ejercer la plenitud de sus funciones, tiranizada por la campante heterodoxia, que llegó incluso a fraguar en ella las más monstruosas negaciones del espíritu nacional.
Lo que ha de exigirse a la Universidad de la España recuperada
La nueva ley, fecunda en contenido orgánico el concepto universitario, ampliando su enteco funcionalismo. Se robustece y garantiza ante todo la función docente, revalorando las facultades, colocándolas en condiciones de rendir hasta el máximum en el empeño generoso de transmitir la cultura superior a las inteligencias juveniles. Nuestra Universidad sabrá fundamentalmente enseñar, sin que esta sagrada tarea sea desviada por ningún otro propósito que le reste eficacia y prestancia. Este afán de devolver al “alma mater” el prestigio y la plenitud de la función docente, con todos los medios necesarios para concebirla como obra de vocación y de apostolado, hubiera bastado para justificar una reforma universitaria. Pero nuestra Universidad ambiciona mucho más. En la hora presente de España, ha de exigírsele el altísimo deber de crear ciencia, por virtud del esfuerzo investigador, y ha de formar al profesional, ensanchando así el marco estricto de la docencia. Lo uno y lo otro son imperativos de la vida social, porque el progreso de la Ciencia Aplicada es base de la Economía, y el profesional útil es indispensable para el servicio de la sociedad y del Estado.
Esas funciones, acompañadas de la no menos trascendente de transmitir las creaciones científicas, por el intercambio interior e internacional, se coronan por la que en nuestra ley significa la más fundamental innovación. La Universidad española recupera su tradicional y más fecunda tarea: la de educar a la juventud. A través de sus nuevos órganos, los Colegios Mayores, que son nuevos en su adaptación al sistema universitario, pero representan la herencia más preclara de nuestra historia docente, la Universidad garantizará a la Patria la unidad espiritual de los españoles del futuro. La triste experiencia de una institución entregada al libre arbitrio de doctrinas malsanas ha mostrado bien claramente que por encima del profesional y del técnico de una determinada rama científica, importaba en España formar al hombre. Y ello, no sólo en sus facultades mentales, sino de manera principalísima en su contextura moral. A la Universidad cumple forjar el hombre equilibrado en la vida. Dotado de un sentido cristiano, capaz de comportarse como tal entre sus semejantes, sin que la soberbia científica le coloque por encima del bien y del mal, y de parte de sus inexorables deberes para con Dios y para con la Patria. Este sentido auténticamente humano de la formación universitaria, se complementa con la educación del sentimiento y de la conducta social, con la formación del carácter, y con el cultivo de la fortaleza física, para producir en consecuencia el hombre completo que la Patria reclama para todas sus necesidades vitales.
La verdad de España constituye, para los españoles, un código sagrado, en el que hay que formar a las generaciones estudiosas
Bastarían estas características para delinear el profundo espíritu infundido por el Estado a la nueva Universidad española, que con esta organización puede responder a los poderosos principios inspiradores: Dios y la Patria.
Universidad católica, porque es la suprema ciencia y la más soberana verdad. Universidad española, porque sin servir a la Patria como poderoso instrumento educador de sus hijos, su misión se falsea y se convierte en centro subversivo, del que brotan, en lo ideológico y en lo moral, nefastas aberraciones del espíritu. Como la ciencia es una, una es también la verdad de España, y esta verdad constituye para los españoles un código sagrado en el que hay que formar a las generaciones estudiosas, so pena de un delito de lesa patria.
Con tales perspectivas en lo material y en lo espiritual, la Universidad vislumbra una meta que nunca, ni en los mejores siglos imperiales, pudo alcanzar.
Porque nosotros, con ambicioso entusiasmo, miramos a la tradición como punto de llegada, y estimamos que el apogeo histórico de nuestra vieja vida universitaria es sólo un hito en el camino, tras el que se descubre un más radiante horizonte de grandeza. Pero ese ideal depende ya tan sólo de nuestro esfuerzo, de nuestra fe en el destino futuro, de la actividad y diligencia incansable que pongamos al servicio de tal esperanza. La nueva Universidad española no será, ni por los medios materiales, ni siquiera por el magnífico instrumento legal que diseña su renovado contenido y traza su restaurada y monumental arquitectura. Será, en suma, lo que ponga en ella el elemento humano que la integra, lo que imprima el espíritu de sus maestros y la voluntad laboriosa de sus escolares. Mas siempre habrá para la Historia un hecho incontrovertible. Que la España surgida de la más dura contienda de este siglo abrió de par en par las puertas de la Universidad, a las auras más puras de la restauración tradicional y el ambiente fecundo del mejor de los renacimientos modernos.
Junto a este gigantesco impulso de la vida universitaria, hay que colocar la otra magna tarea que el Estado, sin romper la vinculación con la Universidad, ha emprendido para asegurar un total resurgimiento de la ciencia española. Contra los protagonistas seudocientíficos de la heterodoxia hispana, máximos responsables de la catástrofe ideológica y moral de que hubo de redimir con las armas a nuestro pueblo, España reafirmó su fe en el prestigio histórico de su tradición científica, incontaminada del europeísmo de importación. Y apoyada en esa fe, ha acometido la empresa de suscitar un renacimiento en el que nuestra ciencia aparece en la plenitud de sus cualidades universales: esto es, como ciencia para la verdad y para el bien, concebida como unidad filosófica, tesoro inmutable de nuestra tradición científica, la resurgir, engranado a la España moderna, representa uno de lo más firmes valores nacionales.
La Ciencia, como servicio al Estado, desarrolla el bienestar nacional de la Patria
Porque la ciencia viene a ser, dentro de nuestra doctrina, un poderoso aglutinante para la unidad política, un instrumento forjador del espíritu nacional y un servicio inexcusable que el Estado demanda para impulsar la grandeza de la Patria.
Yo recalco desde aquí este gran principio que nuestra Revolución ha impuesto al trabajo científico, el de considerarlo como un deber social, o sea, como una aportación obligatoria al interés público que el Estado reclama a todos los intelectuales. Porque si la ciencia, al penetrar en lo más íntimo de la materia y de la vida, aprovechando las energías físicas y biológicas de la Naturaleza, en beneficio de la prosperidad de os pueblos, sirve universalmente al progreso económico colectivo, al integrarse dentro de un país como servicio al Estado, desarrolla el bienestar nacional de la Patria. El día que España, a impulso de una fuerte ciencia aplicada, explote industrialmente sus riquezas naturales, se habrán desenvuelto brillantemente todos los recursos de nuestra potencia económica.
Por ello, al crearse el gran órgano nacional de la Ciencia, cuya magnitud rebasa la esfera universitaria, esto es, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, ha querido el Estado agrupar en él a todos los trabajadores de la inteligencia, planteándoles los grandes problemas espirituales y materiales que el bien común demanda, y a los que la laboriosa y tenaz investigación de la Ciencia ha de encontrar una relación eficaz.
Y es, en verdad, orgulloso para nosotros afirmar en estos momentos que España acusa ya un halagador resurgimiento científico en todas las ramas del saber humano. Día a día fructifica en cosecha apreciable la simiente que el Consejo lanzara hace tres años a través de sus florecientes y multiplicados Institutos, cuyos cuadros se robustecen con la nueva juventud investigadora. Nunca en España ha existido como hoy una treintena de Institutos dedicados a la creación de Ciencia, ni han visto la luz, aparte de centenares de publicaciones, más de cincuenta revistas nacionales periódicas, consagradas a divulgar los resultados de la investigación. Ni ha regateado el Estado tampoco los recursos necesarios para alojar a los investigadores en nuevos y magníficos edificios, dotados de las instalaciones e instrumentos aptos para el trabajo, que forman ya una incipiente red nacional, porque se han buscado los núcleos investigadores en todos los puntos importantes del territorio, propicios para el desarrollo rápido y eficaz de la actividad científica en enlace, unas veces, con las corporaciones públicas y otras con las propias instituciones privadas.
Desde el mundo inorgánico de la materia, desde la vida organizada de lo biológico, hasta la esfera más encumbrada del espíritu, en el recinto de la ciencia pura, o en el estudio dinámico de la técnica, ha removido a la vida intelectual española una como fuerza mágica de agitación y de impulso, jamás conocida entre nosotros, que ha hecho entrar en fase de producción a toda la falange culta de nuestros universitarios e investigadores, con un rendimiento tal que en pocos años será una realidad formidable y aleccionadora el renacimiento total de la ciencia hispánica.
La fiesta de hoy, aniversario del más grande de los acontecimientos de la Historia, nos impulsa a dirigirnos desde aquí, desde este centro espiritual de cultura y de ciencia, a nuestros hermanos del otro lado del mar. Ellos forman con nosotros la comunidad hispánica, estrechamente unida por los vínculos de la religión y del idioma. Para las juventudes hispanoamericanas que quieran cursar sus estudios en la vieja Europa, madre de la civilización, se ha hecho también esta Ciudad Universitaria, la cual desde el primer día de su feliz iniciativa ya acarició la ilusión de servir de albergue y hogar a cuantos hijos de la América hispana desearan laborar en armonía con nuestros maestros y discípulos, en pro de la común cultura que nos ha definido en la Historia con caracteres espirituales internos. A todos ellos España abre sus brazos de amor, y celosa de esta hermandad, ha instituido becas que en breve comenzarán a aplicarse, como paso decisivo a un intercambio del saber, por el que nos conozcamos mutuamente en la intimidad de la vida de trabajo y estudio, y estrechemos con mayor firmeza nuestras mutuas simpatías espirituales. Por este trato recíproco, en que se pongan en contacto las almas de nuestras juventudes, se afianzará la amistad indestructible y la fraternidad entrañable de los pueblos que, en un día como el de hoy, hace cerca de cinco siglos, nacieron de una misma sangre y hablan la lengua gloriosa de nuestros antepasados.
España acusa hoy un esplendoroso resurgimiento científico
Como prenda de esta nueva etapa de acercamiento cultural de España y los pueblos americanos, quiere el Estado inaugurar hoy simbólicamente el comienzo de la construcción del Museo de América, que muy pronto se alzará en el corazón de esta misma Ciudad Universitaria, como gallardo emblema conmemorativo, y a la par, como índice perpetuo de nuestra comunidad espiritual. Toda la vida histórica y presente de las naciones hermanas será reflejada en los salones de este gran Museo, para que nuestros jóvenes tengan siempre ante su mirada la gigantesca aportación hispánica a la civilización del mundo.
Gigantesca aportación, en verdad, que sólo el estudio concienzudo podrá liberar de las nieblas siniestras de una leyenda tejida por los enemigos de España y que cada día va resultando más vana gracias al empeño con que nuestro Estado impulsa la cultura americanista. En el Consejo Superior de Investigaciones Científicas se está consolidando, con el carácter de realidad cumplida, el Instituto “Fernández de Oviedo”, que por su tenaz labor investigadora, es ya hoy entre nosotros un fuerte núcleo de estudiosos de la historia de América. Y mucho promete en el sentido de formar jóvenes amantes de esta disciplina, la recién creada Escuela Hispalense de Estudios Hispanoamericanos, alojada en la vecindad del ilustre Archivo de Indias, la cual, ya este último verano, desde el santuario de La Rábida, ha lanzado al mundo hispánico su cordial saludo y su llamada de colaboración. Escuela que poseerá una magnífica residencia para estudiantes de Hispanoamérica, la de Santa María del Buen Aire, emplazada en el más bello paraje de las cercanías de Sevilla, con cuanto de tranquilidad y de encanto es exigible a una institución moderna consagrada a la formación y al estudio.
Por el esplendor con que se inicia nuestra era universitaria, por el fulgor con que amanece la nueva ciencia española, por el entusiasmo con que asociaron a esta gran empresa espiritual a los pueblos hermanos de América, España acusa hoy, contra todos los detractores de su resurgimiento, contra cuantos nos motejan ridículamente de oscurantistas y enemigos de la cultura, un esplendoroso renacimiento científico, como jamás lo haya conocido nuestra historia contemporánea. Porque esta acción cultural del Estado, ya de suyo magnífica en la esfera de la investigación y de la Enseñanza Superior, se ha extendido también a todos los sectores de la educación nacional, desde los mismos días en que comenzara nuestro Movimiento. Así, ha renovado la legislación de Enseñanza Media, ha multiplicado por todo el territorio nacional la erección de nuevos Institutos, algunos de los cuales pueden parangonarse con los mejores de Europa; ha reformado en lo material y en lo docente las altas Escuelas Técnicas, dotándolas de suntuosos edificios, ha construido multitud de nuevas Escuelas de Comercio y de Trabajo y ha fomentado, con la consideración de monumentos nacionales, con la gloriosa campaña de la recuperación reparadora del desastre y saqueo de nuestro tesoro artístico, con la creación de nuevos museos y la reforma y reinstalación de los principales y con la fundación de nuevas Escuelas Superiores de Bellas Artes, la defensa del patrimonio artístico nacional, en términos tales que no se recuerda ninguna etapa política contemporánea en la que el Estado haya mimado con mayor entusiasmo a las artes plásticas o a la música.
El trabajo, enmarcado en un espíritu de unidad, es la clave de una España grande y triunfadora
Ahí está la creación y dotación de la Orquesta Nacional, el establecimiento del Instituto de Musicología, el magnífico edificio destinado a primer Conservatorio, la reforma de la vieja legislación de nuestros centros de enseñanza musical, y el apoyo generoso del Estado a las instituciones artísticas privadas, como prueba palmaria de que en el renacimiento cultural de la Patria, las bellas artes todas ocupan puesto privilegiado de honor.
Por si este esbozo no fuera de por sí elocuente, la labor cultural aún se agiganta en mayores proporciones si se considera el esfuerzo con que se ha acudido a restablecer los cuadros docentes en todos los grados de la enseñanza, reclutando con rigor el nuevo profesorado y Magisterio, y mejorando sus condiciones, como no se había logrado realizar en los últimos lustros. Y aún estamos en vísperas de la reforma de la Primera Enseñanza, que en breve examinarán las Cortes, con la que se hará llegar este acuciante deseo de renovación total de la cultura, a los últimos rincones de la nación. Para los falsarios, para los contumaces propagadores que en el extranjero difunden con ignominia una supuesta decadencia de España en el orden de la cultura, esta realidad aplastante es la más rotunda condenación de su cínico proceder. De la España en ruinas que ellos dejaron, ha surgido otra España que camina apresuradamente por el prestigio de su Ciencia y por el impulso de su profunda transformación cultural, al más encumbrado culmen de grandeza y de gloria.
Pero toda esta robusta empresa puede aún, en su mejoramiento definitivo y en su conservación más eficaz, de vosotros, profesores españoles. Y no menos también de vosotros, alumnos que me escucháis.
El Estado español se siente hoy orgulloso de la pléyade de maestros que supieron amar a España en la hora amarga y difícil, cuando ostentar este amor en la cátedra era un delito y una afrenta, cuando la ridícula heterodoxia pretendía asfixiar el espíritu de la Nación desertando de la auténtica ciencia, y prostituyendo la dignidad sagrada de la función docente. Sois vosotros los que mantuvisteis el fuego santo del espíritu cristiano y español, los que conservasteis la herencia científica de los inmortales maestros de la gran España del XVI. Y a vosotros se ha unido la nueva y aguerrida falange del profesorado joven, con lo que se ha asegurado para la Patria la conquista moral de la Universidad. De vuestro sacrificio, de vuestro entusiasmo, de vuestra consagración a la tarea de ofrendar a España una nueva generación estudiosa de escolares, depende en último grado este glorioso resurgir de nuestra cultura. Porque la juventud que está en vuestras manos es la mejor juventud hispana, acrisolada y robustecida por todos los sacrificios, alentada por la sangre de los que supieron fecundar simbólicamente este recinto universitario, como ejemplo permanente de que sus hermanos se entregarían por entero con obediencia y disciplina a la empresa de su propia formación. Si ellas sirvieron a la Patria con la muerte, estos escolares todos han de servirla con la vida, pero con una vida cristiana y digna, consagrada al trabajo y al estudio, que es ahora su único y primordial deber. Trabajar con inigualado entusiasmo en la tarea de la propia educación cristiana y española, he aquí la suprema consigna para la juventud en la hora presente. Porque ese trabajo, enmarcado en un espíritu de unidad, es la clave de una España grande y triunfadora, donde por el imperio de la cultura vayamos hacia Dios y seamos todos mejores para su servicio y homenaje.
¡Arriba España!