El programa del señor Pi
Anteanoche, a las nueve, dando al acto inusitada magnificencia, se verificó en el teatro Romea la inauguración del «Centro democrático-federalista» de Barcelona. Cuatro hachas iluminaban los balcones del primer piso, colgados con damascos. La música municipal situóse en la calle, tocando escogidas piezas.
A la entrada del teatro se entregaban a las señoras ramos de flores, y a los caballeros ejemplares de los discursos pronunciados por el señor Pi y Margall en Zaragoza, Santander, Granada, Jaén, &c., publicados por el «Centro democrático histórico» de esta ciudad.
Llenaban el local, señoras que se colocaron en los palcos, algunas mujeres del pueblo confundidas con el público, y numerosos correligionarios del señor Pi.
Adornaban el escenario banderas de las naciones latinas: en el fondo, enlazadas, las de España y Portugal; a la derecha la de Francia, y a la izquierda la de Italia con la cruz de la casa de Saboya. Igualmente ostentábanse en ambos lados los escudos de Cataluña y Barcelona.
Al presentarse el señor Pi, fue saludado con grandes palmadas. Ocupó la presidencia, teniendo a su derecha al señor Vallés y Ribot, presidente de dicho Centro, y a su izquierda al señor Sacases, secretario del mismo. Los demás sitios los ocuparon los individuos del Comité federalista y la Junta del Centro.
El señor Pi concedió la palabra al señor Sacases, que leyó una memoria escrita en castellano, haciendo una sucinta historia del partido federalista. Luego explicó la idea que presidió a la creación del Centro, el fin que se propone realizar, o sea la propaganda en todas las esferas posibles, publicando obras que repartirá gratis, y expuso sus tendencias, manifestando, en conclusión, que federalizando los estados se logrará la agregación de nuestra hermana Portugal (aplausos).
Seguidamente el señor Vallés y Ribot, con estentórea voz y enérgico acento, pronunció un discurso en que demostró grandes facultades como tribuno de Club, y que la naturaleza le ha dotado de privilegiados pulmones. Empezó haciendo un pacto con el auditorio; pidióle que le escuchara con benevolencia y que él en cambio sería breve, puesto que comprendía la impaciencia que debía sentir para escuchar la elocuente palabra del señor Pi. Pero el señor Vallés, que con sus potentes gritos logró llamar la atención de sus oyentes, se olvidó del pacto y fue largo.
Protestó contra los federalistas descarriados, atacando de paso al señor Figueras sin citar su nombre. Hizo lo propio con el señor Castelar, descargando furibundos golpes contra el unitarismo, del que dijo que, cual otro manzanillo, extiende sus ramas por toda la nación y todo lo mata y consume (aplausos).
Felicitóse luego (no recordando tal vez que les acababa de lanzar un terrible anatema) de que los partidarios del señor Figueras hubiesen verificado una escisión en el partido federal, porque así, dijo el señor Vallés, se ha salvado la integridad de nuestros principios, que estaban seriamente amenazados.
Trazó luego reglas de conducta, proclamando gran intransigencia en los principios, tolerancia y fraternidad con los enemigos, que deben ser tratados por medio de la persuasión, y gran cariño para los amigos. Dijo que no debía cerrarse el camino a los ex-correligionarios que desearan volver al redil.
Hizo declaraciones pacíficas, diciendo que debían atraerse la agricultura, la industria y el comercio, sin abrir una era de revoluciones, sino de progreso, realizado por medio de evoluciones sin tropiezos ni choques. Comparó al señor Pi con Garfield. Dirigió un saludo al público y a la prensa, y luego endulzando la voz (Danton convertido en poeta) intentó dirigir algunas flores al bello sexo, no sin pedirle que compartiera por mitad sus sentimientos entre la Iglesia y la democracia.
Ensalzó los buenos resultados que producirá para su causa la venida del señor Pi a Cataluña; y aunque no de una manera clara, pero sí bastante directa, deseó que pronto fuese gobierno (si quiera por si le tocara al señor Valles algún ministerio). Terminó dando al señor Pi un afectuoso despido, a quien entregó una plancha de plata en la que había grabados la fecha de la inauguración del Centro, el nombre del señor Pi y el título de presidente honorario del referido Centro (prolongados aplausos).
El señor Pi pronunció luego un discurso que fue casi un programa de gobierno; y decimos casi, porque dejó puntos capitales sin resolver, manifestando que a la solución de dichos problemas, se dedicaría el partido.
Las palabras del señor Pi estuvieron concebidas en los siguientes o parecidos términos. Agradezco profundamente, queridos correligionarios, las muestras de deferencia que constantemente he recibido en Cataluña, como también la que acabáis de hacerme al entregarme esta plancha, nombrándome presidente honorario del Centro democrático-federalista de Barcelona. Yo siempre he sido partidario de estos centros, porque en ellos es donde se agita la vida política, y se propagan los principios de los partidos, estando además llamados a ir resolviendo los problemas de los mismos.
No esperéis frases elocuentes: solo voy a daros algunos consejos, autorizado por mis años. El primer problema de la federación, es determinar cuáles han de ser los futuros estados de la nación española. Unos quieren las antiguas provincias y otros las modernas porque con medio siglo de existencia han adquirido ya personalidad propia. Esta cuestión no tiene grande importancia, pues hemos visto varios estados del Norte de América separarse y unirse indistintamente, sin perjuicio del principio.
En España las costumbres y el lenguaje han dividido diversas regiones y los dividirán siempre. Por eso yo soy partidario de las antiguas provincias; esto sin quitar la personalidad a las nuevas ya que se la concedemos aun a los municipios.
Lo dicho de la autonomía puede referirse al pacto. El pacto puede revestir distintas formas, el plebiscito, el acto, la constitución &c., &c.
En mi sentir, la mejor forma de pacto es la constitución, como ha sucedido en Norte América; pero tampoco en esto debemos ser exclusivistas.
Es tarea importantísima determinar las funciones del poder central; es el caballo de batalla de la federal. Desde luego le damos las relaciones internacionales, la guerra, la paz, la conservación de los ríos, caminos y canales entre dos o más provincias, el dirimir los conflictos que nazcan entre ellas.
Hay naciones que respecto al derecho civil le dan lo referente a las obligaciones, otras las leyes especiales de quiebras y bancarrotas.
Soy partidario de que Cataluña, Aragón, Vizcaya, y otras provincias que tiene todavía legislación especial, la conserven íntegra y en toda su pureza, si bien es verdad que los poderes unitarios la han perturbado no solo por leyes sustantivas sino también por leyes de procedimiento, abriendo en ellas profunda brecha.
Respecto a la organización de los poderes públicos, queremos también tres: legislativo, ejecutivo, y judicial. El judicial nunca ha sido tal poder, porque nunca ha estado su jefe a la altura de los jefes de los demás poderes; así es que siempre lo hemos visto subordinado y no ha sido nunca más que un instrumento (Aplausos.)
Dejemos a un lado el poder ejecutivo, dadas las circunstancias que atravesamos.
Bajo el sistema federal deben existir dos Cámaras; el Congreso y el Senado, representante el primero de la nación y el segundo de las provincias, a semejanza de la antigua Roma y de los Estados-Unidos, que merced a sus imitaciones políticas y al acierto con que ha sabido resolver las cuestiones de la federación, llegará un día a ser la árbitra de los destinos del mundo. (Grandes aplausos.)
En el año 1873 fracasó nuestra política, porque todavía no se conocían bastante todos estos problemas, porque la nación no estaba suficientemente preparada, y porque aquellas Cámaras no supieron dar cima a todas las cuestiones que entraña el mecanismo federativo. Por esto os encarezco que no reincidamos ahora en el mismo error y estudiemos con calma, con reflexión, sin precipitar los acontecimientos, para que de este modo, al plantear la federación, encontremos ya resueltos de antemano todos los problemas. Con esta conducta, en la primera revolución que sobrevenga, no promovida por nosotros sino por nuestros enemigos, se impondrán las ideas federales, a pesar de todas las resistencias, y triunfaremos de todos los partidos. (Aplausos.)
Nosotros, hombres de fe en nuestras doctrinas, no debemos ambicionar el mando solo por el mando, sino procurar alcanzarlo para realizar nuestros ideales. Recordad lo que pasó en la revolución del año 1868, llevada a cabo por hombres que hasta odio tenían a la democracia, y sin embargo, a despecho suyo, se impusieron entonces con irresistible fuerza las ideas democráticas. Antes de concluir debo despedirme de vosotros, agradeciendo profundamente las muestras de simpatía de que he sido objeto por parte de vosotros y que han avivado mi amor a Cataluña, que habían amortiguado algún tanto treinta y tres años de ausencia. Si algún día necesitáis defender vuestros derechos, contad con mi palabra, con mi inteligencia, con mi actividad, con mis fuerzas, que las tenéis siempre a vuestra disposición. (Ruidosos aplausos y aclamaciones.)
El señor Almirall dio las gracias a la concurrencia y abrazó al señor Pi en señal de despedida.
Dióse por terminado el acto, y al salir los concurrentes, tocó nuevas piezas la banda municipal, colocada a la entrada del teatro.
El señor Pi tenía preparado un coche de dos caballos en la calle del Hospital. Al subir a él junto con el señor Tutau, fue saludado con grandes palmadas. El señor Pi fue luego obsequiado con un lunch en el local del Centro.
A la una de la madrugada, hora en que pasábamos por la calle de Fernando VII, todavía oímos algunos brindis, siendo muy frecuente la palabra pacto, tan de moda hoy entre los antes federales.