Filosofía en español 
Filosofía en español


Eugenio d'Ors

Un Diccionario filosófico

Hasta muy entrado ya el siglo XIX, la producción filosófica española, y ésta en pequeña parte, no ha frecuentado el habla vulgar. Cupiera, casi, decir, que, ciertos problemas de expresión no se han presentado a los redactores de estudios de esta índole hasta que la imitación automática de los maestros románticos alemanes no les ofrecía la solución hecha. No es de extrañar que esta solución fuese muchas veces discutible. Lo puramente conceptual puede prestarse bastante bien a equivalencias literales. Pero es raro que, en el vocabulario del pensamiento trascendente un término se quede en lo puramente conceptual. En semejante región, lo habitual y propio son «las ideas»; no «los conceptos». Y una idea se parece a un concepto sólo hasta el nivel en que se parece un cantable a su música.

Quedaba un filón por explorar, tal vez utilizable para los problemas expresivos. Quedaba el lenguaje de los místicos: más precoz en la utilización de los vernáculos; y tan inspirado y rico, por otra parte, en acomodamientos de un casticismo jugoso. Desgraciadamente en un aspecto, tanto como afortunado en el otro, esta jugosidad, en ocasiones tan ostentosa, de opulencia, lo era demasiado. La literatura mística resulta preferentemente figurada, imaginativa, poética, alegórica. ¿Cómo tomar por equivalente «castillo interior» a «solipismo»? El estudiante que se valiera del lenguaje de los místicos, para contestar a las preguntas que le son presentadas, en el examen de la lección 43 tendría, sin duda, escasas probabilidades de ser tomado en serio. Lo menos que se pensaría de él era que se pasaba de entusiasta, en el sentido literal del vocablo.

Como en todas las cuestiones de léxico el sentido más esencial es el que los españoles designamos con el nombre de «el tacto»... Y he aquí, para no ir más lejos, un término privativo de lo español. Su ausencia es frecuente. Tanto se falta de él adaptando sin discernimiento la más correcta de las fórmulas tomadas del griego como adoptando tal o cual sabroso vulgarismo de Santa Teresa de Ávila. A veces, el todo está en una cuestión de número. Decir una vez que entre pucheros anda Dios ilumina y recrea. Repetirlo tres veces expone a confundir la cocina con la ascética. Al sabio Helmohltz una señora, su vecina de mesa, manifestaba su adhesión por ciertos principios de óptica, en cuyo descubrimiento cifrábase una parte de su fama. —«Lo que no acabo de entender, confesó la dama, es la diferencia que usted establece entre “percepción” y “apercepción”.» —Aproximadamente la misma, contestó el físico, que, para todos nosotros, separa los términos «Gustav» (Gustavo) de «Gasthof» (restaurante). Helmohltz exageraba. Tan peligroso es, en éstas cosas, el confundir como el distinguir demasiado. Después de todo, nunca podrá dejarse de sospechar con Hegel, que haya entre el «Cáncer», enfermedad y el «Cáncer», signo del Zodiaco, alguna misteriosa analogía.

Por ahí, y por tantos otros aspectos, se ve la dificultad de la empresa de un Diccionario filosófico español, empresa en que tanto éxito ha alcanzado un magistral tratadista, nuestro José Ferrater Mora. Este éxito se ha demostrado materialmente en la repetición de sus ediciones, tres en menos de diez años, según mi cuenta las dos primeras en Méjico; la tercera en la República Argentina. Decir, tratándose de autoridad tan lúcida y competente como este joven especialista español, que estas ediciones han mejorado al repetirse, parece obvio. No lo será tanto el reparar que las referencias, tal vez no alcanzaron en lo doctrinal la perfección que casi uniformemente pueden encontrarse en lo documental y en lo bibliográfico. En términos generales tal vez se repite un poco en el conjunto del método de añadir, en las nuevas ediciones, referencias nuevas a algunas de las incluidas primitivamente y que, sin gran esfuerzo se hubieran podido corregir u omitir, si así parecía más fácil. Hablo por mí. En el artículo que personalmente me concierne un encabezamiento da como dominante, en mis primeros trabajos una nota de pragmatismo que, si acaso, vendrá dada por algún comentario periodístico; no por un estudio suficiente y formal. Lo cierto es que mi primer trabajo de índole filosófica, una comunicación al Congreso de Heidelberg, titulada «El residuo en la medida de la ciencia por la acción», era una revisión de combate contra la tesis pragmatista que pretendió ver, en la segunda, la fuente y origen de la primera. Yo quise demostrar entonces, y tal ha sido uno de los «leit-motiven» de mi mayor insistencia que, al tratar de explicar el conocimiento por la práctica, permanecía sin razón un residuo de carácter estético y más bien lúdico, cifrado en una ausencia de necesidad. Saber es no sólo un servicio; sino, siempre, un lujo. No vivimos para comer, sino que comemos para vivir. Ni tampoco organizamos la filosofía en léxico, para aprenderla; sino que nos servimos de ella para gozarla.

Eugenio d'Ors
de la Real Academia Española