Filosofía en español 
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Polémica: La filosofía española contemporánea

Javier Sádaba

En defensa de Amor Ruibal

Amor Ruibal

El Madrid del pasado día 29 de abril nos ofrece una contrarréplica del señor Pizán al señor López Quintás acerca de la filosofía española contemporánea. Esta contrarréplica, unida al artículo que sobre el mismo tema publicó hace ya unos días, es la causa de estas letras.

El problema de la filosofía contemporánea española es un problema serio; lo cual quiere decir que hay que tratarlo con un mínimo de conocimiento, y lo que dice el señor Pizán nos hace pensar que ese mínimo no se satisface. Intentaremos ejemplificar esto ciñéndonos a Amor Ruibal. Ha pasado ya el tiempo necesario como para que podamos enfocarlo con suficiente perspectiva. Para quien se quiera acercar a un autor y arrancar lo que de valioso tenga; el hecho de que fuera canónigo, que se encerrara en Santiago o que haya monopolizado su pensamiento cierto tipo de pensar provinciano no son más que pura cáscara que hay que romper para ponerse en contacto con el autor y su obra.

El señor Pizán le dedica una sarta de epítetos que vamos a comentar, para ver si se adecúan a la realidad o no. Esto nos posibilitará juzgar, al final, lo que los artículos del señor Pizán dan de sí. Si queremos lanzarnos a fondo dentro de la polémica de si hay o no filósofos o filosofía española vayamos al grano y dejemos la paja a un lado.

«La importancia de Amor Ruibal consiste en representar en España corrientes idealistas asimilables a las guardinianas.» Desde luego, este tipo de frases le dejan a uno helado, porque hay que revolverse por todas partes para saber lo que quieren decir. En primer lugar, tendría que explicarnos cómo se asimila el idealismo al guardinismo… Pero volvamos a A. R. Esa afirmación es radicalmente inadecuada. El idealismo, dicho sea de paso, es una actitud filosófica que tiene unas características definidas: los hechos son el predicado, los momentos, las explicitaciones de algo absoluto, de un todo que se concebirá diversamente, según las diversas idealizaciones. Para A. R., por el contrario, el hecho (esto lo dice repetidamente, pero en los cuatro manuscritos editados en Gredos en 1964 no se cansa de subordinar el principio de contradicción al hecho, al ser. Véase también el tomo 8, páginas 228 en adelante) y la relación son el eje de su sistema. Remitimos igualmente a lo que en este mismo tomo de los PFFD dice acerca de la nada, en donde no hace la más mínima concesión al evolucionismo procesualista en lo que al nivel del metalenguaje se refiere. Si epistemológicamente da el primado temporal a lo que es más universal para ir concretando hasta formar la individualidad, yo le diría al señor Pizán que se fije en lo que expone el lógico moderno Quiné en Speaking of Objects para que se quedara contento. En A. R. no hay el menor monismo. No confunda, señor Pizán, lo que algún clérigo con buena intención pueda colgarle a un autor con lo que éste dice. Naturalmente, para esto hay que leerlo.

Pero demos un paso más y veamos lo «antimoderno» que es A. R.: a pesar de que para A. R. no hay más que objetos singulares en relación, correlacionados, el conocimiento debe realizar el trabajo de acomodación necesario para pasar de la pura noción (lo que, forzando no mucho la mano, un neopositivista llamaría nombres, pura posibilidad o «casillero vacío») al hecho atómico que podrá expresarse en la proposición. Es aquí donde entran en función las relaciones, sin que tengan que ver nada con aquellas entidades subsistentes de cuño platónico. Bien debía saber el señor Pizán que todo el esfuerzo de A. R. consistirá en librarse de lo que él cree esa perniciosa herencia esencialista. Para acabar con esta acusación; si alguna influencia puede tener en este aspecto es de Kant, en cuanto que hace del juicio el elemento operador que producirá las ideas; ciertamente esto no es medievalismo. Si se puede hacer algún reproche: que no haya llegado a deslindar bien en la cuestión del significado el aspecto lógico del psicológico, aunque, a juzgar por la discusión que sostiene al final del tomo 10 de los PFFD con el nominalismo científico, parece muy consciente de ello. Esto no creo que sea escolasticismo, a no ser que toda la labor de Frege, Russell, Wittgenstein, etcétera, se reduzca a ser epígonos de la escolástica.

En su lista de piropos le llamaba «medieval y antimoderno». De lo dicho hasta ahora y de lo que sigue puede juzgarse, a no ser que para el señor Pizán ser moderno consista en estar más allá de toda ideología, más allá del bien y del mal; la verdad es que si es así me gustaría mucho que me lo explicara. Sólo una frase más: A. R., que como filólogo tal vez no aportó nada especial, no por eso deja de tener una amplia formación y esta huella plasmó toda su filosofía: me gustaría conocer una filosofía moderna en la que el aspecto lingó¼ístico no juegue un papel de importancia.

«Confuso y sin método.» Lo de confuso podemos dejarlo de lado, ya que se trata de una acusación muy confusa. Los libros suelen ser muy confusos si no se leen o se leen sólo los títulos del índice (eso que A. R. tiene índices muy amplios). Pero ¿tiene método A. R.? Ciertamente no ha hecho una introducción a su filosofía en la que dé una explicación detallada de su metodología; tampoco tenía por qué hacerlo; pero a lo largo de su obra va apareciendo con toda claridad, tanto negativa como positivamente. Le invitaría al señor Pizán a que leyera el tomo 9, el capítulo V, en donde habla de los juicios sinteticoanalíticos, y que es fundamental para ver el área de pensamiento en el que se mueve A. R. Este rechaza la postura kantiana pero sin caer en la que, desde Boole y Frege, han tomado Carnap, Russell y otros tantos. Este sería un tema largo. Tendríamos que hablar sobre el valor antropológico de la doctrina de A. R. Sólo diremos que es en ese movimiento antropológico en el que se mueve el hombre con las cosas en relación (la relación es básica en Whitehead, le hizo cavilar mucho a Russell en su polémica con Bradley, y a Wittgenstein en su distanciamiento de Russell; la relación es igualmente fundamental en la teoría marxista). Me atrevería a decir, a sabiendas del riesgo que implica una afirmación de este tipo, que A. R. tiene también su método estructural. Y si por un lado se puede decir que rechaza la categoría de historia en su versión idealista, por otro lado podemos leer en su obra estas palabras: «Es por otra parte indudable que las categorías como las ideas tienen su historia, con todas las oscilaciones y variantes que en las ideas se ofrecen.» (Tomo 10, página 383.) Esto lo dice mientras discute con las formas de pensamiento más actuales y científicas de su tiempo. La verdad es que no veo el medievalismo por ninguna parte.

«Descubridor de mediterráneos.» Otra vez nos encontramos con frases fáciles. A. R. tiene sus límites, muy grandes, y sus fallos, como es lógico; pero hubiera sido muy importante que en nuestro mediterráneo país hubiera habido muchos con la independencia de su pensamiento, con su originalidad, a pesar de todos sus condicionamientos, y con su erudición.

«Revisionista de la escolástica.» De revisionista no tiene nada. El revisionismo supone cierta índole intelectual (por ejemplo, lo que hace el señor Pizán al decir: «todo sistema de ideas es reflejo de la sociedad de su tiempo, que en «última instancia» (lo entrecomillado es mío) es lo determinante.» Utilizar este principio a antojo, eso sí es revisionismo. A. R. critica sin compasión no sólo a la escolástica, lo que ya sería bastante para un hombre de su tiempo, de sus creencias y acosado además por la crisis modernista, sino que crítica la inserción que el dogma ha hecho con las diversas filosofías. No tiene nada de «neo»; lo recomendaría al señor Pizán que leyera la crítica que hace a las pruebas de la existencia de Dios y al concepto de ley natural, que reduce al instinto de conservación, en los tomos 3 y 4. Revisionistas de la escolástica podrían ser Gilson y Maritain. ¡Y le cita usted en séptimo y octavo lugar en la lista de filósofos a considerar! ¿Cómo se explica esto?

Otra de las acusaciones, y me salto alguna en mi deseo de abreviar, es que escribe en latín la primera parte del tomo primero de los PFFD. Ante todo, esto sería algo que no atañe mucho a lo que pueda decir A. R., pero es que además me gustaría que me probara esta afirmación, que yo considero gratuita del todo.

Se podría prolongar mucho más todo esto, pero nos parece bastante por el momento. Quede claro que la problemática de A. R. cala en la de su mundo con una sensibilidad muy superior a la mayor parte de sus contemporáneos.

Javier Sádaba