[ Hesperiófilo · José Rossi Rubí ]
Análisis de la humanidad contraída a la caridad cristiana; y ejemplos prácticos de su ejercicio
La Caridad cristiana definida con tanta sublimidad por el Apóstol de las Gentes{1}, y practicada generalmente en los tiempos felices de la Iglesia primitiva, en nuestros días apenas se atreve a mezclarse en las acciones del hombre que precia de ilustrado. Parece que hasta su nombre es indecoroso en los labios de un Filósofo: y el que a veces la ejerce, la disfraza con el nombre de Humanidad. Los libros, y también las cátedras la han adoptado en este sentido, y en el mismo la inculcan. Por otro lado entre los eruditos del siglo la Filosofía, y la Humanidad se miran respectivamente como causa, y efecto de una virtud misma. Por ostentar Humanidad según esta equívoca inteligencia, aun el Libertino hace limosnas: y el mismo Ateísta ciego ante la luz eterna de la Divinidad, no puede negarse a pagar algún tributo, cuando no sea mas que el de una compasión efímera y aparente, a fin de merecer ese renombre para él tan lisonjero. A pesar de todo esto y de la preocupación de tanto Filosofastro, arriesgamos esta Paradoja: La Humanidad es un puro fantasma de virtud, si la concebimos independiente de la Caridad, y separable de aquel espíritu de Religión que consagra todas las acciones de los humanos en homenaje al Ser Supremo.
Quien quisiere disputar la verdad de esta proposición prescinda por un momento de sutilezas peripatéticas sobre la idea abstracta de las palabras, y venga a las pruebas de hecho. Entremos en los Hospitales, en esas melancólicas habitaciones del dolor funestadas{2} con los tristes continuos gemidos del hombre congojado y moribundo: asomémonos a una cárcel, a donde los infelices mortales lloran con lágrimas tardías la pérdida de su libertad, y pasan una vida tan amarga que anticipan con sus deseos aquella misma muerte a que tal vez están sentenciados: veamos si en estos lamentables teatros de lobreguez, y desesperación se encuentra algún Bello Espíritu, algún panegirista de la Humanidad filosófica, que se digne acercarse al lecho tal vez asqueroso y fétido de un enfermo, o al duro cepo de un [14] delincuente para prestarle aquellos auxilios que puede necesitar en una situación tan miserable: en vano, los iremos buscando. El ilustrado a la moda contento con las falaces exterioridades de una Humanidad acomodaticia, la pregona y la encomia en los estrados, en los cafés y en los paseos; pero no tiene virtud suficiente para practicarla en aquellos actos que requieren algún esfuerzo, y repugnan a las delicadeces del amor propio.
Desengañémonos: no hay filosofía plausible sin Religión{3}, y solo las máximas del Cristianismo pueden inspirar una verdadera Humanidad{4}. Todo otro principio bien puede ser que a veces llegue a alucinar con el resplandor de un afectado heroísmo; pero esta luz es un fósforo, un fuego fatuo, que está tanto mas próximo a extinguirse, cuanto más viva sea su llamarada. Cuando el hombre dirige sus acciones únicamente por los impulsos del instinto y de la genialidad, la depravación de la naturaleza se mezcla en todas sus acciones, así como en la composición de los remedios entra siempre alguna parte de veneno{5}. San Agustín sostiene{6} que los motivos humanos no pueden producir una virtud verdadera. Esta autoridad nos da margen a repetir nuestra proposición, y a fijar su verdadero predicamento, exponiendo unos rasgos prácticos de aquella Humanidad que es pura, magnánima y constante, como que estriba en los sólidos principios de la virtud cristiana.
El Señor Don Manuel de Arredondo, Dignísimo Regente de esta Real Audiencia, y el Señor Don Antonio Boza, Oidor honorario de la misma, compadecidos de la miseria en que yacían los pobres presos de las cárceles de Corte, y de Cabildo, y horrorizados de los desarreglos que en ellas se cometían por la indistinción de sexos, han hallado en su actividad, y empeño cristiano recursos suficientes para edificar unas nuevas habitaciones de esta naturaleza, que reúnen al mismo tiempo la seguridad, el orden, y el aseo: industriosos en proporcionar y aprovechar para estas obras mil pequeños arbitrios de economía, han podido realizar su piadoso intento. Los Oficios de Escribanos del Crimen, y los de los públicos, construidos y reunidos en los altos respectivos ds ambas cárceles aseguran la duración de los [15] Archivos, proporcionan otras comodidades en su despacho. Estos sabios despreocupados han dejado estos monumentos de humanidad, y de patriotismo para que fijen la atención de quien se proponga imitarlos.
Don Francisco Calatayud, del Orden de Santiago, y nuestro dignísimo patricio, mantiene en parte el Hospital descrito en el párrafo antecedente. Sin haber heredado las riquezas de Creso, halla en su celo cristiano, y verdaderamente filosófico un tesoro inagotable. Mendigo en cierto modo, y colector de las limosnas de sus conciudadanos conserva un asilo a la dolencia y a la orfandad. Muchas obras pías, cuyo valor, se disminuye por su inversión mal aplicada, o por la publicidad con que se distribuyen, harían feliz a la República, y sus individuos, si las dirigiese siempre un espíritu evangélico, y superior al amor propio.
El Señor Conde del Portillo, actual Mayordomo del Hospital de Santa Ana ha subsanado el estrago, que había causado el incendio del día 22 de Marzo de 90. Su personal asistencia, su cooperación y su influjo han reedificado todo lo que se había arruinado perteneciente al Hospital, y a sus oficinas, especialmente la destinada a la botica, cuya restauración, aun en la parte puramente farmacéutica, es el objeto principal de sus desvelos. Actualmente asociado con otro ilustre patricio{7} piensa en el modo de levantar de piedra aquel Templo que antes era de madera y adobes, emulando en empresa mas noble la gloria, que adquirió Augusto con mejorar las fábricas de la capital de su Imperio{8}.
Por no hacer una relación infinita debemos pasar en silencio otros ejemplos de humanidad igualmente laudables, que dejamos para otra ocasión. Los citados bastan para el intento de probar que sola la Religión puede hacer que la humanidad, y la filosofía tengan un ejercicio virtuoso, y duradero.
El Hombre es las mas veces esclavo de la imitación y del ejemplo: y si los buenos se sepultan en la obscuridad y el olvido, ¿cómo se contrarrestarán los muchas malos, que a cada paso ofrecen la incredulidad y la avaricia? La luz de la virtud no debe estar debajo del medio, sino sobre el candelero, para que luzca a todos los hombres{9}. Este es consejo del [16] Evangelio: nosotros lo hemos seguido lisonjeados de que los mismos Protagonistas de nuestras relaciones nos perdonarán la libertad de publicarlas, si acaso con ellas hemos vulnerado su delicadez, y modestia.
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{1} I. Corinth. cap. 13.
{2} Esta voz aunque de poco uso es muy legítima en su etimología y más en el caso presente. Véase el Diccionario de la Academia Española fol, 500, y el de Terreros tomo 2. f. 195.
{3} S. Paul. ad Romanos cap. 8. et Ad Colos. 2. v. 8.
{4} Lopez, Princip. del ord. cap. 3. et passim.
{5} Reflexiones del Duque de la Rochefoucault: Refex. 191.
{6} Lib. 5. de Civit. Dei. Cap. 19. et Lib. de Spiritu et Litt. cap. 27.
{7} El Señor Conde de la Dehesa de Velayos y Marqué de Santiago, Caballero de este Orden, y Regidor perpetuo del M. I. Cabildo.
{8} Sueton. in Octav. cap. 28.
{9} S. Math. capr. 5, v. 15.