Mercurio Peruano
Revista mensual de ciencias sociales y letras

 
Lima, agosto de 1919 · número 14
año II, vol. III, páginas 139-142

[Edwin Elmore]

Notas varias

La cuestión universitaria
(Un aspecto olvidado)

Ya que aun es cuestión de viva actualidad la promovida por los estudiantes de la presente generación, respecto a la reforma de la enseñanza superior, no queremos dejar de decir nuestra palabra; reservándonos para opinar con más calma y latitud posteriormente sobre punto tan interesante como trascendente.

Interésanos decir, antes que todo y sobre todo, esto: que en las controversias y disertaciones producidas, apenas si implícitamente se ha aludido o tenido en cuenta lo que es fundamental y capitalísimo en cuanto a la cultura superior concierne: el sentido espiritual de la enseñanza. Parece, en efecto, que entre los motivos de la actual agitación no actúan los que nos serían más simpáticos, sentimentalmente, y que, sin discusión posible, son los más justificables y eficaces desde el punto de vista pedagógico, si hemos de tener presentes las últimas conquistas de esta ciencia. Nos referimos a los motivos éticos, a las crecientes necesidades que impone una espiritualidad de superior cultura. Se deja sentir, muy marcadamente, en las actuales demandas, la ausencia de altas preocupaciones filosóficas, científicas o sociales; y, en cambio, todas ellas parecen orientarse a impulsos de aspiraciones y tendencias de un burguesismo demasiado pegado a tierra, demasiado ajeno a los intereses morales y humanos por excelencia; burguesismo para el cual parecen haber desaparecido del todo los fines –digámoslo aunque parezca excesivamente noble la palabra– apostólicos de la educación universitaria. A juzgar por las manifestaciones actuales, se diría que hoy sólo se busca en la Universidad la habilitación práctica –muchas veces de una clamorosa falsedad, y de allí la frase de [140] «nulidades tituladas»– para la explotación de las profesiones liberales, campo en el cual cada día es mayor y menos escrupulosa la simulación del trabajo y de la competencia. Se olvida insistir sobre la cuestión planteada por el Dr. Deustua años ha, a propósito de la formación de la comisión para el estudio de la nueva ley sobre instrucción{1} pública, en la siguiente forma: «¿Qué conviene más: una dirección científica, materialista, con finalidad exclusivamente económica, o una religiosa, espiritualista, con finalidad exclusivamente sobrenatural, o una filosófica, idealista, que concilie ambas tendencias y forme el carácter moral del educando?»

Penetrando al fondo del problema, el Dr. Deustua planteaba, como se ve, una cuestión previa impostergable por lo mismo que formamos parte de organizaciones sociales nuevas tan heterogéneas. –Antes que estudiar las cuestiones de metodología –apuntaba entonces el director de Ilustración Peruana comentando al Dr. Deustua– hay que resolver y plantear las cuestiones relativas al ideal humano a la orientación que debemos dar a nuestra vida.

Pues bien; preocupaciones de esa naturaleza, que deberían ser el foco de las inquietudes juveniles, si en su seno hubiese fermentos de verdadero espíritu de progreso y perfeccionamiento, brillan por su ausencia, como ya lo hemos dicho, en las manifestaciones que motivan estas líneas. Por más buena voluntad que se tenga para hallar trazas de altos deseos de progreso y ennoblecimiento de nuestras instituciones docentes, en el movimiento que ahora encabeza formalmente la Federación de Estudiantes, nada de eso se ve. Sólo se trata, en el fondo, de «cuestiones de economía doméstica», conforme a la gráfica expresión del sagaz Andrenio, al comentar una situación análoga a la nuestra, suscitada en España. Conviene que apuntemos más ampliamente sus conceptos:

«La raíz de esta dolencia está en que la enseñanza, y en general el cultivo de las ciencias no le importan un ardite a la generalidad, aunque en público se diga otra cosa. Todas las cuestiones de enseñanza que agitan a la opinión entre nosotros, son cuestiones adyacentes: cuestiones confesionales o cuestiones de economía doméstica. ¡Y pensar que los alemanes, a quienes tanto admiran muchos de los que así discurren, tienen la candidez de pagar las lecciones de los cursos privados y [141] privadísimos de los profesores oficiales! La triste verdad, que por rubor no se confiesa, es que hay una profunda indiferencia hacia la cultura{2} cuando no una sorda hostilidad hacia esa quisicosa que no hace felices a los hombres y despierta la funesta manía de pensar. El ideal de algunos padres de familia en materia de enseñanza sería que los títulos universitarios se vendieran en los estancos{3} a cinco pesetas o que pudiera expedirlos cualquier dómine doméstico pagado con la comida y alguna ropa de deshecho. En materia de enseñanza somos liberales...»{4}

Hace ya tres o más años, un escritor de méritos, el señor Emilio Huidobro, inició en los diarios una campaña contra nuestra defectuosa enseñanza universitaria, a la que acusaba de ser una de las principales causas de nuestro estancamiento industrial y comercial, y de la plétora de profesionales ineptos que nos aqueja, viniendo, según él, a culminar, todo esto, en los morbos sociales llamados «empleomanía», «parasitismo», «arrivismo», &c., y terminando por producir la inestabilidad política{5}. Rara será la persona de sentido común que no esté de acuerdo con ese criterio. La decadencia, la falta de verdadera vida espiritual, de nuestros institutos de enseñanza superior, fue denunciada, no ahora que la situación se ha hecho insostenible, sino mucho antes, con una frase durísima, por uno de los catedráticos de San Marcos de más sólido prestigio: «La Universidad huele a cementerio», dijo. Y nosotros sabemos que otro profesor de gran prestigio tuvo que sostener una reñida campaña para introducir algún movimiento de verdadera vida en la Facultad de Ciencias, siendo, por supuesto, vencido por la inercia y el estrecho conservatismo de los más. [142]

¿Qué movimientos, qué corrientes de vida, de entusiasmo cultural o científico, o de propaganda social denotan en nuestras universidades la razón de su existencia en el conjunto institucional de nuestro país? Y sin embargo ninguna de las reformas pedidas parece inspirarse en el anhelo de salir de situación tan anómala. A este respecto, y en un informe presentado al «Segundo Congreso Científico Pan-Americano», José Ingegnieros escribía:

«La extensión de las doctrinas, normas ideales que constituyen la filosofía de una sociedad, representa la cultura social de un pueblo. En las naciones civilizadas contemporáneas esa cultura tiende a organizarse en las Universidades, que son sus instrumentos naturales de aplicación a los problemas vitales de la sociedad. –Tal es –añade– la aspiración de toda Universidad moderna: ser un instrumento de acción social. Pero es indudable que la organización actual de casi todas las universidades (y especialmente de las hispano-americanas) no llena ese objeto, por dos causas: 1ª no responden al sistema de ideas generales que resulta de las ciencias contemporáneas; 2ª no están especialmente adaptadas a las sociedades en que funcionan»{6}.

E. E.

——

{1} Este mismo vocablo denota la tendencia a prescindir de las necesidades morales y educativas.

{2} Subrayado por nosotros.

{3} Ya Góngora (el otro?) lo comentaba en una famosa composición:

Todo se vende este día;
Todo el dinero lo iguala;
La corte vende su gala,
La fuerza su valentía
Y hasta la Universidad
Vende la ciencia-Verdad.

{4} Nuevo Mundo, Diciembre 1º 1916.

{5} V. nuestros arts., «Universidades y Revoluciones», La Unión, Marzo 6 de 1913 y «Plétora de universitarios y despoblación de la industria», La Crónica, Febr. 23 de 1916.

{6} «La filosofía científica en la organización de las universidades».

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Edwin Elmore
1910-1919
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