Mundo Nuevo
París, agosto 1967
 
número 14
páginas 11-20

Sic

Emir Rodríguez Monegal

La CIA y los intelectuales
 

Las revelaciones publicadas recientemente en la prensa sobre los vínculos que alguna vez existieron entre la Central Intelligence Agency (CIA), de los Estados Unidos, y el Congreso por la Libertad de la Cultura, de París, acaban de culminar con una declaración de la Asamblea general del mencionado instituto (13 de mayo de 1967) en que se tomó conocimiento del informe del director ejecutivo sobre la financiación del Congreso en el pasado. «Con profundo dolor –dice la declaración– la mencionada Asamblea ha podido comprobar que el informe confirma las revelaciones con respecto a la parte que le corresponde a la CIA en la financiación del Congreso.»

Con esta declaración concluye una controversia sobre la que informamos ya a nuestros lectores en el editorial del número anterior (julio 1967) y que ahora parece oportuno examinar en detalle. Una advertencia previa: como casi todo el material citado proviene de fuentes periodísticas, se ha buscado siempre ir a la publicación original misma para evitar los habituales errores y simplificaciones (cuando no las también inevitables adiciones o sustracciones maliciosas) que aquejan al material periódico. En algunos casos, y para ilustración del lector, se han señalado las discrepancias más notorias entre lo que realmente dice la fuente original y algunas de sus transcripciones. También se han puntualizado los errores que a veces se deslizan involuntariamente en las mismas fuentes originales.

Las insinuaciones del New York Times

En una extensa serie de artículos titulada «La CIA: ¿Hacedora de política o instrumento?», el New York Times (25-29 de abril de 1966), presentó un cuadro bastante completo de las actividades de la notoria organización. Separando las actividades de espionaje y paramilitares de subversión y terrorismo, de las actividades de infiltración cultural, el mencionado periódico escribió el 27 de abril del año último:

«Se dice que la CIA se encuentra detrás de los esfuerzos de varias fundaciones que patrocinan viajes de sociólogos por países del mundo comunista. La gran mayoría de las fundaciones independientes ha llamado la atención sobre este hecho que arroja sospechas sobre todos los estudiosos que viajan, y se dice que el año pasado la CIA ha reducido algo esas actividades.

La investigación sobre las fundaciones que no pagan impuestos, realizada en 1964 por el Congreso, demostró que la Fundación J. M. Kaplan, entre otras, había entregado por lo menos 400.000 dólares de la CIA a un único instituto de investigaciones. Este instituto, a su vez, financió centros de investigación en América Latina que ya tenían apoyo de la Agencia para el Desarrollo Internacional (Instituto de ayuda al extranjero del gobierno de los Estados Unidos), de la Fundación Ford y de universidades tales como Harvard y Brandeis.

Entre los anteriores patrocinadores de la Fundación Kaplan se encontraban unas ocho fundaciones que no eran conocidas de los especialistas en organizaciones semejantes. Cinco de ellas ni siquiera estaban en la lista de fundaciones exentas del pago de impuestos, de la Oficina de Impuestos Internos.

A través de canales similares, la CIA ha apoyado a grupos de exiliados de Cuba y refugiados de los países comunistas de Europa, u organizaciones de intelectuales anticomunistas pero liberales, como el Congreso por la Libertad de la Cultura, y algunos de sus diarios y revistas.

La revista Encounter, un mensual intelectual anticomunista muy conocido, que tiene ediciones en español y en alemán, así como en inglés, ha sido durante largo tiempo –aunque no lo es ahora– uno de los beneficiarios indirectos de los fondos de la CIA. Por medio de acuerdos que nunca han sido explicados públicamente, varios editores norteamericanos de libros han recibido también subsidios de la CIA.»

Un texto similar, pero abreviado, se publicó en la edición internacional del New York Times (París, 28 de abril). Conviene puntualizar dos cosas. En dicha edición internacional se ha suprimido toda mención a la Fundación Kaplan y, por lo tanto, se pasa sin transición del primer párrafo arriba transcripto al cuarto; esto no tiene mayor importancia para la polémica subsiguiente porque dicha Fundación no figura en la lista de las que han hecho donaciones al Congreso por la Libertad de la Cultura. En la edición internacional hay una errata que haría las delicias del Benavente de Los intereses creados. Dice el texto de la edición internacional: «La revista Encounter, un mensual intelectual [12] anticomunista muy conocido, que tiene ediciones en español y en alemán, así como en inglés, ha sido durante largo tiempo –aunque no lo es ahora– uno de los beneficiarios indirectos de los fondos de la CIA por medio de acuerdos que nunca han sido explicados públicamente. Varios editores norteamericanos de libros han recibido también subsidios de la CIA.» Como se ve al cotejar los textos, los «acuerdos que nunca han sido explicados públicamente» correspondían, en el texto original del periódico, a varios editores norteamericanos de libros, no a Encounter. Pero ha sido el texto de la edición internacional el que ha circulado por todo el mundo y el que ha sido traducido y utilizado en polémicas no siempre desinteresadas. La omisión de un punto y la conversión de una coma en punto contribuyeron así a fortificar las insinuaciones.

Tres cartas se publicaron en el New York Times como consecuencia de las insinuaciones que contenían los párrafos citados. En la primera (9 de mayo, de la edición internacional) y con la firma de J. K. Galbraith, George Kennan, Robert Oppenheimer y Arthur Schlesinger, se decía lo siguiente:

«Los abajo firmantes, que han tomado parte en muchas de las actividades del Congreso por la Libertad de la Cultura, quieren hacer un comentario sobre lo que se sugiere en un artículo del Times del 28 de abril de que el Congreso ha sido utilizado por la Central Intelligence Agency.

Sobre la base de nuestra propia experiencia con el Congreso en los últimos 16 años –con sus seminarios, sus festivales artísticos, sus revistas, sus funcionarios–, podemos decir categóricamente que no tenemos nada que cuestionar con respecto a la independencia de su política, la integridad de sus funcionarios o el valor de su aporte. De acuerdo con nuestra experiencia el Congreso, bajo la dirección del secretario general Nicolas Nabokov, ha sido un organismo enteramente libre, sólo responsable de los deseos de sus miembros y colaboradores y de las decisiones de su Comité Ejecutivo.

Un examen de lo que ha hecho el Congreso, sus revistas y otras actividades convencerá, estamos seguros, a los más escépticos de que el Congreso no ha tenido otra fidelidad que un inconmovible compromiso con la libertad de la cultura, y que de acuerdo con esta posición ha criticado libremente las actividades y la política de todas las naciones, incluidos los Estados Unidos. Semejante dedicación no ha sido nunca más necesaria que hoy.»

La carta, como se ve, no discute el problema de la financiación secreta por parte de la CIA, tema sobre el que seguramente nada sabían los firmantes, sino que pone el acento en la independencia intelectual de la obra realizada por el Congreso, tema que el New York Times no había rozado.

La segunda carta (10 de mayo, edición internacional) lleva la firma de los tres directores de Encounter: Stephen Spender (uno de los fundadores de la revista, en 1953), Irving Kristol (fundador y director hasta 1958) y Melvin J. Lasky (director desde 1958). El primero es el conocido poeta británico; los dos últimos son escritores norteamericanos. Dice su carta:

«En el largo artículo tercero [28 de abril] de la serie del Times sobre la C.I.A., que empieza con 'los James Bonds y las Mata Haris' y concluye con el 'monstruo de Frankestein', hay hacia el medio una referencia a Encounter, y nosotros –anteriores y actuales directores– estamos a la vez intrigados y desanimados por ella.

Encounter depende básicamente de la venta y de los avisos, y su pequeño déficit anual fue, hasta hace dos años, financiado por el Congreso por la Libertad de la Cultura. Los fondos del Congreso, a su vez, derivan de varias fundaciones reconocidas, todas las cuales (desde instituciones como la Ford y la Rockefeller hasta las más pequeñas) han sido declaradas públicamente, con sus funcionarios debidamente identificados, sus actividades detalladas. Sin duda, nadie puede dejar de quedar impresionado –como atestigua la carta que les dirigieron George Kennan, Robert Oppenheimer, J. K. Galbraith y Arthur Schlesinger Jr. [publicada el 9 de mayo]– por la obra independiente del Congreso por la Libertad de la Cultura al defender a escritores y artistas tanto en el Este como en el Oeste contra abusos de todos los gobiernos, incluido, el de los Estados Unidos. No sabemos que haya benefactores 'indirectos'.

Se afirma la independencia

¿Acaso el Times quiere que el lector infiera que el contenido de la revista o que los anteriores o actuales directores de Encounter han sido influídos de alguna manera por la CIA? No podemos creer que ésta haya sido la intención del Times. Nuestros artículos políticos (una pequeña fracción del total de materiales que publicamos) han sido escritos por prominentes periodistas y estudiosos cuya integridad y cuyas reputaciones están más allá de toda duda (muchos, de hecho, son colaboradores de la revista del New York Times y de su sección bibliográfica). Ellos escriben lo que quieren, y en Encounter han publicado sus críticas contra la aventura británica en Suez, la intervención soviética en Hungría, el papel de los Estados Unidos en la bahía de los Cochinos y los bombardeos en Vietnam. En cuanto a los directores, somos nuestros propios dueños y no formamos parte de la propaganda de nadie.

¿Podemos también señalar que en la única frase del Times sobre Encounter hay un error de hecho muy obvio y (en la edición internacional) un error tipográfico muy importante? No es cierto, como señala el Times, que Encounter tenga o haya tenido ediciones en alemán o en español. Además, la versión del artículo publicada en la edición internacional [28 de abril] contenía la fusión de dos distintas frases que trataban de dos asuntos distintos y que hacía que el informe publicado por ustedes pareciera más insinuante de lo que era.

Hace dos años, Encounter se ha asociado con el grupo periodístico británico del Mirror, que dirige Cecil Harmsworth King, y que ha asumido la responsabilidad financiera de la revista. Ahora como antes, los directores de Encounter, que no deben fidelidad a nadie, están publicando lo que quieren y a quien quieren.»

La carta fue publicada con una nota al pie, firmada por el director del Times, que decía:

«Al mencionar a Encounter, el New York Times no dijo ni intentó sugerir que los directores de la revista supieran de la existencia de alguna beneficencia 'indirecta' o que sus colaboradores hayan sido nunca propagandistas de la CIA. Por el contrario, Encounter es conocida como una distinguida publicación internacional de opinión independiente.»

La carta de los directores de Encounter y la nota del director del Times sirvieron para despejar algunos errores de información (como el que se refiere a las supuestas ediciones de la revista en otras lenguas) y para aclarar que en ningún momento el New York Times se había propuesto hacer ninguna acusación sobre la independencia intelectual de la revista o de sus directores.

La tercera carta es del Congreso por la Libertad de la Cultura y está firmada por Denis de Rougemont (presidente del Comité Ejecutivo) y por Nicolas Nabokov (secretario general). Aunque es estricta coetánea de las anteriores (está fechada el 10 de mayo en París) sólo fue publicada por el New York Times en la edición internacional del 20 de mayo. Dice así:

«Notamos con preocupación la afirmación en el Times del 27 de abril [edición neoyorkina] de que la Central Intelligence Agency ha hecho contribuciones indirectas a cierto número de actividades culturales, entre ellas al Congreso por la Libertad de la Cultura.

El Congreso por la Libertad de la Cultura fue fundado en Berlín Occidental en 1950 por un grupo de escritores, artistas, estudiosos y científicos de Europa, Asia y Estados Unidos, que estaban decididos a afirmar la libertad de investigación intelectual y la autonomía de la creación artística. Desde entonces, ha obtenido apoyo financiero de una variedad de fuentes en los Estados Unidos y en Europa para apoyar a sus revistas, seminarios y otras actividades.

Acusación de injusticia

En ningún momento en la historia del Congreso ningún donante ha intentado interferir o moldear sus actividades, su política o su programa. Sin embargo, para despejar toda duda con respecto a la integridad del Congreso, tanto los individuos como las organizaciones que han contribuido a nuestras actividades serán invitadas a confirmar que su apoyo no tiene ningún carácter gubernamental.

Las implicaciones de la insinuación del Times de que el Congreso ha sido un instrumento de la CIA son muy injustas para los intelectuales de todo el mundo que han encontrado en el Congreso y en sus actividades asociadas una oportunidad para escribir y hablar sin restricciones sobre los problemas y las esperanzas más urgentes de nuestro tiempo.»

El New York Times se limitó a publicar esta tercera carta de rectificación con el lacónico título: «Grupo niega influencia de la CIA». No aportó más información, como si el tema hubiera dejado de interesarle. Una posdata a estas insinuaciones del New York Times: en la edición internacional del 2 de noviembre de 1966, se publicó en dicho periódico una declaración de la Fundación Ford sobre los fondos destinados en dicho año, y años subsiguientes, a distintos organismos. Dicha información se refería en parte al Congreso por la Libertad de la Cultura, que ahora era calificado por el periódico como una organización mundial «independiente» de estudiosos, escritores y artistas. En el repartido de prensa de la Fundación Ford, que en parte transcribía el New York Times, se anunciaba que los fondos de dicha Fundación eran entregados al Congreso por la Libertad de la Cultura para apoyo de seminarios, conferencias, publicaciones y otras actividades «orientadas a mejorar la discusión entre los intelectuales tanto del Este como del Oeste y de las naciones desarrolladas como de las no desarrolladas». El mismo comunicado aclaraba:

«Las anteriores donaciones de la Fundación [Ford] al Congreso, que totalizan unos 2,9 millones de dólares, fueron hechas desde 1957, principalmente para sus seminarios y conferencias que se han concentrado en problemas tales como la autoridad de los ejecutivos y la libertad individual, el nacionalismo y el federalismo, y el crecimiento económico y urbano». El comunicado aclaraba que se había concedido una nueva donación de 1,5 millones de dólares al Congreso.

Ramparts, denuncia

Antes de que se cumpliera el año de las insinuaciones del New York Times, la revista católica de izquierda Ramparts, que se publica en San Francisco, California, dedicó un largo artículo de su número 9 (marzo 1967) a informar sobre las relaciones entre la NSA (Asociación Nacional [norteamericana] de Estudiantes) y la CIA. En dicho artículo hay solamente cinco líneas de una página a dos columnas (la 32) sobre el Congreso por la Libertad de la Cultura. Allí se afirma que la Fundación Farfield (que, por error, aparece como Fairfield) «ha contribuido frecuentemente con fondos al Congreso por la Libertad de la Cultura, que anteriormente fuera identificado en el New York Times como recipiente de los fondos de la CIA.» Como unas líneas antes, Ramparts había señalado que la Fundación Farfield había recibido dinero de la Fundación Rabb, la cual lo habría recibido de la CIA, esas pocas palabras contaban mucho.

El artículo de Ramparts fue dado a conocer a la prensa norteamericana antes de la fecha de publicación de la revista. Se hizo un repartido a mimeógrafo que contenía el artículo y además se publicó en el New York Times un aviso que llamaba aún la atención sobre el mismo. De ahí que se produjera una controversia periodística casi de inmediato. Con este motivo, el Congreso por la Libertad de la Cultura emitió el siguiente comunicado que se publicó en Le Monde (París, 24 de febrero):

«Ninguna de las fundaciones ni de las personalidades que han subvencionado al Congreso por la Libertad de la Cultura ha ejercido ninguna influencia sobre las tomas de posición, las publicaciones o las actividades del Congreso, que han sido decididas con toda independencia por su Comité Ejecutivo Internacional y por los redactores responsables de las publicaciones aparecidas bajo sus auspicios.

Informaciones según las cuales el Congreso habría recibido subvenciones de fundaciones que habrían servido de intermediarios de la CIA, ya se habían publicado el año pasado en los Estados Unidos. En respuesta a esas insinuaciones, numerosos intelectuales de renombre internacional habían publicado una carta abierta en la que se declaraban persuadidos de la independencia del Congreso y se ofrecían como garantía de la integridad moral de los miembros de su secretariado internacional. En esa época, el Congreso ya había tomado la decisión de no aceptar ninguna otra donación que la que aseguraba la Fundación Ford, la que financia ahora todas sus actividades.

Sin embargo, la actividad del Congreso no puede desarrollarse y su irradiación mantenerse si no es con la condición de que no se pueda discutir su independencia. El Secretariado Internacional del Congreso, seguro de su buena fe, decide en consecuencia pedir a su Asamblea General que se pronuncie sobre la oportunidad de disolver o de mantener la organización, que se beneficia actualmente de una donación de la Fundación Ford, que asegura su existencia en los próximos años.»

Este comunicado fue sumergido por nuevas revelaciones, aún más sensacionales, publicadas en la prensa norteamericana. En efecto, una investigación realizada en el Congreso de los Estados Unidos [15] y ampliamente divulgada por la prensa, permitió la identificación de una telaraña de fundaciones ficticias (inventadas por la CIA) y de fundaciones reales (verdaderamente privadas pero que recibían dinero de las anteriores), y que constituían los canales por medio de los cuales la CIA había infiltrado a toda clase de organizaciones norteamericanas e internacionales. Un cuadro de esa red y de sus complejidades fue publicado por el semanario Newsweek (Nueva York, 6 de marzo). Allí figuraba la Fundación Hoblitzele como una de las que servirían de «conducto» entre la CIA y el Congreso por la Libertad de la Cultura. También figuraba la Fundación Rabb, aunque no se establecía ningún vínculo entre ésta y el Congreso. No figuraba, ni en el cuadro ni en el texto, la menor referencia a la Fundación Farfield. Tampoco eran mencionadas las grandes fundaciones como la Ford, la Rockefeller, la Guggenheim, ni había la menor insinuación sobre ellas.

Así estaban las cosas cuando alguien decidió salir en defensa de la CIA.

Un agente declara

En un artículo publicado en el Saturday Evening Post, de Nueva York (que tiene fecha del 20 de mayo pero fue distribuido antes), un editor californiano, Thomas W. Braden, que reconoció haber sido jefe de la División Internacional de la CIA entre 1951 y 1954, se declaró responsable de haber establecido los vínculos secretos entre ésta y organizaciones privadas, tanto en los Estados Unidos como en el extranjero. Entre otras revelaciones, Braden dijo que la CIA había dado dinero para la publicación de Encounter, aunque «muy poca gente fuera de la CIA lo supiera».

«Colocamos a un agente en la organización de intelectuales llamada el Congreso por la Libertad de la Cultura, que tiene su base en Europa. Otro agente se convirtió en director de Encounter. Los agentes no sólo podían proponer programas anticomunistas a los jefes oficiales de estas organizaciones, sino que también podían sugerir formas y maneras de resolver los inevitables problemas de presupuesto. ¿Por qué no tratar de que el dinero necesario fuera obtenido de las «fundaciones norteamericanas»? Como sabían los agentes, las fundaciones financiadas por la CIA eran bastante generosas cuando se trataba del interés nacional.» El artículo de Braden se llama, con evidente humor: «Estoy contento que la CIA sea 'inmoral'.»

Estas declaraciones sobre Encounter y el Congreso por la Libertad de la Cultura fueron luego ampliadas por Braden para el New York Times (edición internacional, 8 de mayo). Según afirma el periódico, Braden dijo que «sólo creía estar confirmando lo que ya se había revelado en general sobre las operaciones de la CIA. Lo estaba haciendo, dijo, para defender a la agencia contra acusaciones 'disparatadas e insinuantes' y para indicar a los norteamericanos la necesidad y el mérito de las actividades secretas anticomunistas».

Según el mismo New York Times, «el Sr. Braden se negó a nombrar a los 'agentes' de la CIA que estuvieron, según él, en el Congreso o en la revista, ni tampoco quiso precisar de qué tipo de agentes se trataba. La CIA, dijo, usaba el término 'agentes' para describir tanto a las personas que actuaban 'voluntaria' o 'involuntariamente'. Pero su artículo en el Saturday Evening Post implica claramente que las personas en cuestión eran 'agentes' antes de ser 'colocados' en el Congreso o 'convertirse en director' de Encounter

El escándalo estalla

Las acusaciones de Braden con respecto a la revista Encounter desataron, sobre todo en Inglaterra, una polémica pública de gran repercusión. En el mismo número del New York Times en que se transcriben las declaraciones de Braden, se incluyen desmentidos de los directores de Encounter. Como se recordará, la revista fue fundada en 1953 con Spender y Kristol de directores; en 1958 Kristol regresó a los Estados Unidos y entró Lasky a reemplazarlo. La declaración de Kristol dice:

«Considero el artículo [de Braden) en el Saturday Evening Post, en lo que echa dudas sobre la integridad de todos los directores de Encounter, pasados o presentes, como irresponsable y difamatorio. Con respecto a mí, nunca he sido, no soy y no tengo intenciones de ser jamás un agente de la CIA. He llamado la atención de mis abogados sobre el artículo y ellos están considerando los aspectos legales del asunto.» [16]

Según el New York Times, Kristol habría dicho también que no sabía que se hubiesen canalizado fondos de la CIA hacia Encounter a través del Congreso por la Libertad de la Cultura.

La declaración de Spender es también breve:

«En vista de las revelaciones que se han hecho y de las acusaciones que aún pueden hacerse sobre las fuentes [financieras] de Encounter en el pasado, creo que cualquier director que a sabiendas o sin saberlo, haya participado en la recepción de dichos fondos debe renunciar, como yo lo he hecho.»

Por su parte, Melvin J. Lasky declaró entonces al New York Times que las acusaciones de Braden eran «absolutamente ridículas» y «dañinamente erróneas». Además, señaló, que tal vez Braden tuviera algo que ver con los otros temas de que trata su artículo pero que dudaba mucho de que tuviera alguna experiencia directa de Encounter. Por otra parte, Lasky señaló que en tanto que Braden estuvo en la CIA entre 1951 y 1954, según su propia declaración, la revista sólo fue fundada en 1953 y Lasky entró a dirigirla recién en 1958.

Pero la escalada de revelaciones prosiguió. En la edición neoyorkina del New York Times ya había salido el mismo día 8 un artículo más completo sobre Encounter, que firma Sylvan Fox, y que contiene aclaraciones de Stephen Spender. Aunque Spender afirma categóricamente allí su convicción de que la revista, desde el punto de vista del material que publicaba era «enteramente libre», sus palabras al New York Times contienen nuevas confidencias. Dice el periódico:

«En 1964, después de que se difundieron rumores de que la CIA financiaba al Congreso [por la Libertad de la Cultura], el Sr. Spender se acercó a Cecil H. King, director del grupo de periódicos británicos del Daily Mirror, y le propuso que él se encargase de la financiación de la revista. Este aceptó y Encounter cortó sus vinculaciones con el Congreso por la Libertad de la Cultura.»

Esta declaración, que condena implícitamente al Congreso, deja sin embargo libre de toda responsabilidad a otro de los directores de Encounter, el profesor Frank Kermode, que entró a codirigir la revista en 1966. (Por errata, el New York Times dice en un lado «1952», pero en otro hace decir a Spender que Kermode entró «hace dos años».) Por su parte, el profesor Kermode también renunció a la dirección de Encounter, aunque por otros motivos que Spender, según declara al mismo New York Times. En un artículo publicado en la edición del 9, Kermode señala al mencionado periódico, que lo cita y comenta:

«Siempre se me aseguró que no había verdad alguna en las acusaciones sobre los fondos de la CIA, dijo el Sr. Kermode. 'En varias oportunidades dí seguridades falsas sobre hechos en los que había sido engañado'.

'Por ejemplo', dijo el Sr. Kermode, 'hace un año el New York Times incluyó en una serie sobre la CIA una declaración de que Encounter había recibido fondos de la agencia'.

'Esto fue negado', dijo el Sr. Kermode, 'y yo me asocié a esa negativa'. Dijo que el resultado de tales episodios es que ha perdido la 'base de la confianza sobre la que podía cooperar con mi codirector'.»

La referencia a Lasky es muy clara. En el mismo ejemplar del New York Times, Lasky declara por su parte que había cometido «un error personal» al no ser suficientemente «franco al explicar al Sr. Kermode lo que yo había llegado a sospechar que había pasado.

«Esto consistía en sospechar en 1963 que algunas de las fundaciones que estaban dando dinero al Congreso por la Libertad de la Cultura [que entonces auspiciaba a Encounter] no eran lo que parecían.

Nosotros no podíamos probarlo, pero lo sospechábamos y tomamos medidas para concluir con esa situación. Es por eso que nos presentamos ante Cecil King y le dijimos: 'Hágase cargo de nosotros y le haremos una excelente revista'.»

Continúa diciendo el New York Times que «en una declaración hecha esa misma noche, el Sr. Lasky declaró formalmente por primera vez que habían llegado fondos de la CIA a la revista. Pero dijo que él entonces no lo sabía. Explicó:

«Los directores siempre fueron informados por el Congreso que éste estaba apoyado por varias fundaciones privadas norteamericanas y hasta 1963 no hubo ninguna razón para ponerlo en duda.

De hecho, según parece, Encounter, como otras instituciones políticas, educativas y culturales de todo el mundo, ha sido el involuntario recipiente de fondos que derivan indirectamente de la CIA.»

Pero el documento más completo que ha emanado [17] de Lasky es una carta al director del Times, de Londres, publicada el 9 de mayo, y que dice:

«El despacho desde Nueva York que ustedes publican en algunas ediciones de esta mañana me atribuye una declaración en forma tan confusa que resulta gravemente equívoca. ¿Me permite clarificarla? Las observaciones que hice sobre 'absolutamente ridículas' y 'dañinamente erróneas' fueron citadas fuera de contexto, porque lo que se me había pedido que comentara eran las acusaciones hechas en el Saturday Evening Post por Thomas Braden, funcionario de la CIA entre los años 1950-54, de que él había colocado un 'agente' como 'uno de los directores de Encounter'.

Yo dije que consideraba esto absurdo, y los dos directores y fundadores de Encounter en aquellos años, los Sres. Stephen Spender e Irving Kristol, lo han negado vigorosamente. Repito mi convicción de que esto es falso con respecto a ningún director de Encounter en ningún momento. Sólo me queda la esperanza de que el Sr. Braden, de quien ninguno de nosotros había oído hablar nunca, publique una adecuada retractación.

En cuanto a la otra parte de la referencia –en particular, la financiación indirecta de Encounter por la CIA en el pasado– esto es ahora innegable. De mi parte, considero muy desafortunado que una porción tan considerable de la ayuda a todo el mundo por parte de las fundaciones norteamericanas haya estado basada en subvenciones gubernamentales indirectas y secretas. Esta práctica es poco sabia, poco sólida y deplorable. Todos lamentamos que las donaciones que en el pasado nos llegaron del Congreso por la Libertad de la Cultura, de París, y que fueron aceptadas con buena fe, hubieran derivado de fondos cuyas verdaderas fuentes estaban tan oscurecidas.

Una cosa tiene que quedar completamente en claro. Desde el comienzo, Encounter ha sido independiente y ha estado completamente libre de toda forma de interferencia. Como codirector con Stephen Spender desde 1958, puedo confirmar que sólo los directores han sido siempre responsables de lo que han publicado, y que el Congreso nunca ha tenido nada que opinar sobre su política editorial. Cuando en 1963 hubo alguna razón para dudar que las donaciones del Congreso por la Libertad de la Cultura fueran tan indiscutiblemente privadas como se afirmaba, y había alguna prueba que hacía sospechar su fuente originaria, Encounter se estableció sobre una nueva base financiera como una institución independiente y privada. Sólo puedo lamentar no haber explicado todos los penosos detalles de esta transición a mi amigo y codirector el profesor Frank Kermode, y por eso he tratado de presentarle mis excusas.

En los últimos tres años el apoyo financiero de la revista ha provenido de la International Publishing Corporation, de la cual es director el Sr. Cecil H. King. No ha habido, parece innecesario decirlo, ningún cambio en la política editorial. Encounter continúa ejerciendo su libertad de publicar lo que le place.»

El mismo día, la International Publishing Corporation (IPC) hizo una declaración que transcribe el Daily Telegraph (Londres, 9 de mayo) y en la que se sostiene que la firma estaba enterada de toda la discusión que se estaba librando en privado entre los directores de Encounter.

«Los acontecimientos que son el tema de esa discusión entre las personalidades vinculadas a Encounter ocurrieron, como es bien sabido, antes de que se iniciara la vinculación entre Encounter y la IPC en 1964.

La parte más importante de una revista intelectual de este tipo es la calidad periodística de su dirección y consideramos que Encounter sin el Sr. Lasky sería tan poco interesante como Hamlet sin el Príncipe.»

El comentario de Lasky a este elogio (según el Sunday Times, de Londres, 14 de mayo), habría sido: «Sí, pero recuerden lo que le pasa a Hamlet en el quinto acto.»

Declara la Asamblea del Congreso

Como ya se señaló al principio de este artículo, el 13 de mayo se reunió en París la Asamblea General del Congreso por la Libertad de la Cultura, para tomar conocimiento de un informe del director ejecutivo sobre la financiación del mismo en el pasado. La declaración que se hizo ese mismo día a la prensa está firmada por el presidente, Minoo Masani, de la India, y por los siguientes miembros: Raymond Aron, Daniel Bell, Pierre Emmanuel, Louis Fischer, Anthony Hartley, K. A. B. Jones-Quartey, Ezequiel Mphahlele, Nicolas Nabokov, Hans Oprecht, Michael Polanyi, Denis de Rougemont, [18] Yoshihiko Seki, Edward Shils, Ignazio Silone y Manès Sperber. Dicha declaración señala (Le Monde, 18 de mayo):

«Con profundo dolor la mencionada Asamblea ha podido comprobar que el informe confirma las revelaciones con respecto a la parte que le corresponde a la CIA en la financiación del Congreso. La Asamblea deplora que el director ejecutivo, sin referirlo a los animadores del Congreso, haya creído deber aceptar tal financiación, aunque haya puesto como condición de esta ayuda la independencia del Congreso. La Asamblea sólo puede felicitarse de los resultados de la acción del Congreso desde su fundación en 1950. Expresa la convicción de que esos resultados no han sido jamás influidos de ninguna manera por los proveedores de fondos y proclama su confianza en la independencia y la integridad de todos los intelectuales que han participado en el Congreso. Condena de forma enérgica la manera cómo han sido engañados por la CIA y el mal que ésta ha hecho a su causa. La Asamblea quiere declarar que semejante acción es de tal naturaleza que puede corromper las fuentes mismas de la libertad intelectual. La Asamblea repudia formalmente el empleo de tales métodos en el mundo del pensamiento. La Asamblea expresa su satisfacción de que la Fundación Ford, que ha sostenido al Congreso durante muchos años, se haya convertido desde el año pasado en la única fuente de financiación del Congreso.»

En lo que se refiere a las renuncias que entonces presentaron el director ejecutivo del Congreso y el director de asuntos internacionales, la Asamblea declara que «renueva a estos últimos su gratitud por el hecho de que, a pesar de la manera en que fueron financiadas las actividades del Congreso, ellos mantuvieron completamente la independencia intelectual y la integridad de la organización, y les pide que continúen en sus funciones».

Con respecto al futuro, la Asamblea decide una reorganización de la estructura del Congreso y designa un comité, formado por miembros de la misma Asamblea, «para elaborar una nueva Carta y para recomendar toda modificación de la organización y de los estatutos que permita hacer del Congreso un instrumento más eficaz para cumplir las tareas que le incumben en la situación del mundo actual. El Comité deberá también presentar un proyecto de descentralización máxima de los diferentes organismos asociados al Congreso y tomará todas las medidas necesarias para que la Asamblea general y el comité director puedan ejercer un control efectivo de esas actividades y de su financiación». También se señala allí que el informe del comité reorganizador deberá ser presentado en un plazo no mayor de seis meses.

La tesis de la Asamblea, como se ve, es que si bien es innegable que el Congreso recibió en el pasado fondos de la CIA (lo que condena explícitamente), la integridad de los intelectuales que han actuado en aquella época en el Congreso y la obra misma de la institución no está en cuestión. Sobre este punto habrán de centrarse sin duda todas las polémicas futuras.

El punto de vista de Mundo Nuevo

Mundo Nuevo fue fundada en París, 1966, por su director en asociación con el Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales (ILARI), que a su vez también había sido fundado el mismo año. En el núm. 1 de Trabajos (mayo de 1966), que es el boletín informativo de dicho Instituto, se indica que «el ILARI ha substituido al Departamento Latinoamericano del Congreso por la Libertad de la Cultura, tomando a su cargo todas las actividades de este último, sus centros y sus equipos de colaboración». También se afirma públicamente allí «la completa independencia orgánica que le confiere esta medida, que ha sido tomada de común acuerdo entre el Congreso por la Libertad de la Cultura, el Departamento Latinoamericano y los centros nacionales». Los fondos del ILARI provienen exclusivamente de la Fundación Ford y están fiscalizados por la agencia fiduciaria Price and Waterhouse, de Londres, tal como ya se informó a nuestros lectores en el editorial del núm. 11 (mayo de 1967). La independencia editorial de Mundo Nuevo –evidente para cualquier lector de sus páginas– ha sido subrayada hace poco por una declaración del ILARI que hemos publicado en nuestro número anterior. Al referirse a las revistas que patrocina, declaran los responsables del ILARI: «Por otra parte, el mismo inconformismo, la misma originalidad pueden encontrarse en las revistas que editamos, tanto en idioma portugués [19] como en castellano. Con características propias a sus animadores, autónomos por definición –y por temperamento–, Cadernos Brasileiros, Mundo Nuevo y Aportes contribuyen a mantener abierta y vivaz la inquietud intelectual, no más orientada hacia la evasión, sino dirigida hacia la 'ciencia de nuestra desdicha'.»

Estas precisiones se vuelven necesarias porque no faltarán tal vez quienes pretendan confundirlo todo (a río revuelto), mezclando a Mundo Nuevo en acontecimientos que no sólo preceden en años sino a veces hasta en una década y media a su fundación. Para desalentar estos ejercicios pasamos ahora de la crónica de las revelaciones, a una valoración de las mismas.

Ya en el editorial de nuestro número anterior hemos expresado sintéticamente el punto de vista de Mundo Nuevo. Después de transcribir el primer párrafo de la declaración de la Asamblea, la revista afirmó entonces:

«El Congreso por la Libertad de la Cultura ha estado siempre en el centro de una actividad polémica que no conoce tregua. Originario de la guerra fría, ha sido atacado por la extrema derecha y por la extrema izquierda. Ahora que tanto un bando como el otro han perdido su carácter monolítico y que no hay ortodoxias universalmente válidas, le ha tocado al Congreso la hora del análisis y de las revelaciones. La vinculación financiera que tuvo en el pasado con la CIA (siempre alegada por sus enemigos, nunca probada) ha sido plenamente admitida.

Ante este hecho, Mundo Nuevo expresa la más enérgica condenación. Porque no se trata sólo de que la CIA haya engañado a tanto escritor independiente: se trata, sobre todo, que ha engañado a quienes habían demostrado su independencia frente al fascismo y al stalinismo en horas en que parecía casi imposible atreverse a decir una palabra. Gente como Silone o como Spender, como Malraux o como Oppenheimer, que habían renunciado a las seducciones de un dogma, fueron entonces víctimas involuntarias de las maniobras del otro.

Por dolorosas que sean, estas revelaciones no hacen sino confirmar algo que es obvio: lo difícil que es conquistar y conservar la libertad. La condición del intelectual independiente en el mundo moderno es una condición de riesgo y miseria. El escritor o el artista que no esté dispuesto a decir Amén o Heil, a firmar dónde le digan y cuándo le digan, a repetir humildemente el catecismo o las consignas, está por eso mismo expuesto a la más cruel aventura. Por un lado, es víctima de la calumnia de la reacción organizada, de la pandilla maccarthista o stalinista; por el otro, del engaño de la CIA. Afortunadamente, si la calumnia o el engaño pueden modificar la consideración –al fin y al cabo efímera– de una obra o de una conducta, no pueden alterar la calidad e independencia de las mismas. La CIA, u otros corruptores de otros bandos, pueden pagar a los intelectuales independientes sin que éstos lo sepan. Lo que no pueden hacer es comprarlos.»

El contexto actual

La declaración de la Asamblea del Congreso cierra un largo episodio que, hasta cierto punto, también sirve para concluir una era reciente: ese tiempo de la guerra fría en que dos superimperios de ideologías opuestas y aparentemente monolíticas se dividían encarnizadamente el mundo. Desde 1950 (año en que se funda el Congreso por la Libertad de la Cultura) mucha agua ha corrido bajo muchos puentes. La muerte de Stalin y el notable cambio de las estructuras soviéticas, la crisis de las ideologías que no ha afectado sólo al marxismo sino hasta la Iglesia Católica, los sucesivos cismas dentro del mundo socialista provocados por el desarrollo de fuerzas nacionales considerables –como China– o altamente explosivas –como Cuba– dentro de un Tercer Mundo cada vez más conmovido por la revolución y el hambre, el renacimiento industrial y tecnológico de una Europa cada vez menos ansiosa de permanecer bajo la sombrilla protectora del átomo ajeno, la orientación del eje político de la guerra caliente hacia el Pacífico, el equilibrio de la balanza del terror que ha provocado la realidad atómica, la guerra del Vietnam que ha acercado a intelectuales de muy distinta persuasión política dentro y fuera de los Estados Unidos: todos estos elementos –y otros muchos más que es imposible sintetizar– son otros tantos aspectos de la realidad actual que no eran previsibles en el contexto político-cultural de 1950. Entonces el Congreso fue fundado por un grupo de [20] intelectuales como respuesta a la centralización doctrinaria del stalinismo. En aquella hora, la CIA no pudo dejar pasar una oportunidad que le venía como anillo al dedo. Y la aprovechó a su manera, como se ha visto.

Pero el contexto actual es muy distinto. Por eso mismo no me parece nada casual, por ejemplo, que sea hoy y no en 1954, al cesar en sus funciones, que Braden haga sus revelaciones o que el Congreso norteamericano investigue los fondos de la CIA o que periódicos importantes o semanarios sensacionalistas se dediquen a explorar ávidamente los caminos laberínticos de la CIA. En el contexto actual estas revelaciones no pueden hacer daño a la CIA, que ya se ha desprendido de ciertas organizaciones, y sí pueden hacer daño a los intelectuales independientes que fueron deliberadamente engañados por ella. Esos intelectuales –tampoco es casual– están ahora contra la política internacional de los Estados Unidos en el Vietnam y en América Latina. La CIA ya no necesita subvencionarlos secretamente. Por el contrario, le molestan, necesita desprenderse de ellos. ¿Qué manera más eficaz que señalando que han sido financiados por ella, o pretendiendo hacer creer que eran «agentes» suyos? De ese modo, la CIA ni siquiera tiene que tomarse el trabajo de ejecutarlos. En las filas rivales encontrará verdugos no sólo bien dispuestos, sino minuciosamente entrenados en la tarea desde hace largo tiempo. La operación no puede ser más brillante.

El destino del escritor independiente

Desde otro punto de vista, sin embargo, no hay que lamentarse que estas revelaciones se hayan hecho, y precisamente ahora. Como el destino del escritor independiente es ser atacado por todos los bandos, o –lo que es sin duda peor– ser invitado a colaborar desde todos los extremos, ese destino debe ser aceptado como una fatalidad necesaria. El intelectual que no sea capaz de asumir con orgullo su papel de francotirador y que se resigne en cambio al de burócrata, no tendrá otro problema que el de olvidar su vocación de creador. El que quiere sólo decir lo suyo, el que esté dispuesto a apoyar una causa pero a criticarla, a jugarse por ella si hace falta pero sin abandonar su derecho a discrepar, debe aceptar también, con la mayor ecuanimidad, calumnias y engaños. No basta ahora con verter lágrimas porque la CIA haya infiltrado con su dinero al Congreso por la Libertad de la Cultura. Para faenas de esta clase fue fundada la notoria Agencia. Lo que hay que hacer es denunciar vigorosamente la infiltración y evitar que pueda repetirse. Para ello, hay un solo medio: luchar y seguir luchando en público. Esperar que un día cese la batalla cotidiana, creer que el mundo se va a convertir de golpe al evangelio de la bondad sin límites, que el león y el cordero yacerán lado a lado en amorosa compañía, es creer en fábulas. El escritor independiente debe luchar, y seguir luchando, para que su única función verdadera –ver la realidad con ojos cada vez más críticos– no deje de cumplirse, por desfavorables que sean las circunstancias.

El día en que se difundió la noticia de la caída de Hong Kong en manos de los japoneses, Bernard Shaw –que ya tenía 86 años– mandó una de sus célebres tarjetas a la redacción del New Statesman. Allí decía:

«Un director de periódicos no debe dejar jamás que las noticias lo alteren. […] Para él, el colapso del Commonwealth en el Lejano Oriente debe significar lo mismo en la faena diaria que el colapso del Imperio español en América del Sur o la Decadencia y Caída del Imperio Romano, de Gibbon. […] No se nos va a consultar y sólo podemos contemplar las extravagancias del Homo Insapiens, mientras las seguimos comentando. […] Hong Kong y el resto son más importantes; pero no son el fin del mundo. Así que, firmes, muchachos, firmes; a luchar […] una y otra vez.»

El Viejo sabía mucho y su consejo puede servir a los intelectuales que han colaborado en el pasado con el Congreso sin saber que la CIA los estaba financiando indirectamente. Lo que importa ahora es otra cosa: hay que dejar que los muertos entierren a sus muertos y seguir luchando. La bondad de la causa del intelectual independiente no está ni ha estado jamás en cuestión en el mundo actual. Esta crisis no hace sino poner más en evidencia la necesidad de defenderla cada día, a toda costa y contra todos los enemigos. La lucha empieza nuevamente ahora.

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Congreso por la Libertad de la Cultura
1960-1969
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