Gregorio de Balparda
El bizcaitarrismo
En la apreciación del movimiento bizcaitarra o nacionalista vasco,{1} se ha incurrido, a mi juicio, en un error fundamental: no se le ha considerado sino en un solo aspecto; lo monstruoso de una de sus características, el odio a España, ha eclipsado a todas las demás. Y, sin embargo, no era este el único ni el más peligroso de los principios bizcaitarras, por lo mismo que, no pudiendo despertar simpatías ni servir de lazo de unión con otras agrupaciones políticas análogas, condenaba al nacionalismo, localizado en Vizcaya, a aniquilarse en el aislamiento. Otros principios contenía, por el contrario, que podían facilitar su aproximación, con la mira de una acción común, a elementos políticos no bien hallados tampoco con el orden de cosas establecido, y por ahí es por donde la propaganda bizcaitarra podía ser eficaz y funesta; su verdadero peligro estaba en que, llegando a inficionar el cuerpo entero de esta provincia, y acaso de las Vascongadas y Navarra, volviese a colocarlas, malogrando la labor pacificadora de los treinta últimos años, en aquella situación que, durante las guerras político-religiosas del pasado siglo, tan funesta fue para sus propios intereses y los de la nación entera.
Amaga, en efecto, el bizcaitarrismo por idéntico lado que el carlismo, y uno y otro no son sino manifestaciones de la misma resistencia y protesta contra el espíritu de la época; los dos son tradicionalistas, los dos teocráticos, los dos antiliberales; su fundador aborrece cordialmente todo el liberalismo, desde el más radical al más moderado; y por esta razón, a los dos hay que considerarlos en relación; no importa que tengan organizaciones y banderas distintas, ni que, por disputarse los mismos elementos y poseídos de verdadero odio de hermanos, se combatan sañudamente; las fuerzas de los partidos más que en nada está en la penetración y difusión en los espíritus de sus principios, y quien conozca la forma en que al comenzar la última guerra civil, en esta región y en otras de España, los carlistas en cuadro engrosaban sus filas con la masa de elementos que, no siendo carlistas, acudían llevados de su identificación con éstos en cuanto a la manera de entender las relaciones entre el Estado y la Iglesia, reconocerá que el desliberalizar a Vizcaya, con cualquier bandera que sea, equivale a prepararla y empujarla al carlismo.{2}
La psicología del nacionalismo es también muy de tenerse en cuenta para juzgarle como factor en las alianzas y combinaciones de los partidos. Hay en él mucho más de rudeza que de vigor, de impulsividad que de firmeza, de frivolidad que de convicción, de artificio que de sencillez; igual inconsistencia que la que veremos en sus principios, se acusa en su temperamento y todo ello da la impresión de algo elemental y primitivo, falto de personalidad y condenado por esto mismo y por su inferioridad mental, a ser utilizado, pese a sus alardes de independencia, por unos o por otros elementos. Desde este punto de vista, la improvisación bizcaitarra no puede compararse con el partido carlista, infinitamente más educado para la vida pública y ennoblecido, aun a los ojos de quienes le consideramos el más funesto de los partidos españoles, por su acendrado e intransigente amor a la patria y hasta por su culto por su historia, en la que hay tantos ejemplos de abnegación y de generosidad. Él es más fuerte y acabará por aprovecharse del movimiento bizcaitarra, bien sea que éste ocupe a su lado un puesto en la oposición a las instituciones vigentes, bien sea que las circunstancias le permitan hacer, consciente o inconscientemente, carlismo desde el poder.
Grandes semejanzas tienen el nacionalismo vasco y el catalanista; aquél es hijo de éste; del anti-españolismo y de ese espíritu, punzante y sarcástico, que ha cuajado uno y otro vocabulario de frases y palabras cuya lectura hiela, no se encontrará la más insignificante muestra en la larga historia del fuerismo de Vizcaya, ni en la gravedad, hermana gemela de la castellana, del carácter de sus habitantes; todo eso es de procedencia catalanista y Sabino Arana, que estudió en Barcelona cuando comenzaba esta propaganda, lo importó de allí.
Pero entre el catalanismo y el bizcaitarrismo hay dos diferencias que saltan a la vista; una por su fundamento, puesto que las aspiraciones nacionalistas, injustificadas respecto de Cataluña, son simplemente ridículas aplicadas a una agrupación social como Vizcaya, que sin la agregación de otros elementos de origen análogo no llega siquiera a constituir una región, y que, desde que a principios del siglo XI empieza a tenerse alguna idea de ella (lo que se diga de tiempos anteriores es el mentir de las estrellas), no ha vivido jamás otra vida política, internacional, jurídica, artística, social, científica, ni religiosa que la de Castilla aun en épocas muy anteriores a la constitución de la unidad nacional. Y a parte de ésta, hay entre el catalanismo y el bizcaitarrismo otra diferencia, por razón de su origen, que se conservará indeleble hasta la desaparición de ambos, y es la siguiente: que la confección del nacionalismo catalán, con todo lo que tiene de artificioso y de decadente, es obra de inteligencias escogidas, de una cultura eminente: ¿qué tiene de extraño que haya atraído el interés primero y la adhesión después de hombres de positivo valer, que haya tenido a su frente personalidades de la altura del Dr. Robert y de las esperanzas de algunos de los actuales representantes en Cortes solidarios y que el movimiento haya repercutido, no solo en la política general, sino en los estudios, en las bellas artes y en la prosperidad económica de Barcelona?
En cambio, el bizcaitarrismo es la obra indocumentada e incoherente de un hombre que se lanzó a su predicación sin preparación científica ni experiencia suficientes, ni conocimiento del sentido y fondo de las instituciones jurídicas y políticas de Vizcaya, y no digamos de las de España y del resto del mundo, y en el que la probidad y el desinterés con que realizó su propaganda a costa de su fortuna y de su salud, serán parte a justificar su figura moral pero no a elevar su talla intelectual ni su personalidad política. La propaganda de Sabino Arana no se hizo, naturalmente, entre un público de eruditos, y como la base de su doctrina consistía en problemas intrincadísimos de crítica histórica acerca de los orígenes del Señorío, de la significación de ciertas batallas del siglo XIV, de si la incorporación a Castilla en la misma época fue real o personal &c., &c., el bizcaitarrismo lleva desde su nacimiento el sello de una pedantería inenarrable, provista de una erudición de cuarta clase que repele a todas las personas de algún gusto intelectual. Por eso, ni uno sólo de los hombres de letras que venían alimentando el fuego sagrado de los estudios fueristas se les incorporó; por eso, muerto Sabino Arana en 1903, no han podido crear una sola personalidad saliente que haga cabeza en el partido; por eso, en vez de dar lugar a un renacimiento del país en todos los ramos de la actividad, han sido la causa del fracaso de toda una generación y del movimiento bizcaitarra no quedará ni un libro, ni un cuadro, ni una poesía; y en lo económico, su mayor difusión coincide, y no podía menos de coincidir, con la actual crisis, que no es tan sólo quebranto del cuerpo, sino languidez del alma necesitada de una regeneración espiritual que restituya sus perdidos ideales de patriotismo y de libertad a esta villa de Bilbao que tan briosa se lanzó a la lucha del trabajo cuando, sano el corazón y fresca la mente, salió de la dura prueba de la última guerra civil cubierta con los laureles del heroísmo. Y por eso también, tocado de raquitismo mental incurable, el partido bizcaitarra ni en las cuestiones políticas propiamente dichas, ni en la administración de la provincia y de los municipios, ni en la negociación del concierto económico, ni en la reforma tributaria, ha tenido ni tendrá jamás una política propia; su sino es el que antes he dicho, ser utilizado por otros.
Bizcaitarrismo sabinista
Para el análisis de las teorías de Sabino Arana se cuenta con la circunstancia favorable de que toda su propaganda fue escrita; fue diputado provincial, tuvo, aparte de los demás recursos que la legislación vigente facilita a la difusión oral de las ideas, ocasiones de mostrarse en público en circunstancias tan solemnes como la vista en juicio oral de las repetidas causas en que fue juzgado; pero, temperamento frío, su labor fue siempre meditada y de gabinete, nunca se mostró en la plaza pública, y su obra tiene la impersonalidad y la rigidez de todo lo escrito. Aparte de algunos cuadernos sobre ortografía y etimologías euskéricas que no hace al caso estudiar, sus opiniones políticas se inician en sus Pliegos Histórico-políticos y se desenvuelven en Bizkaya por su independencia, folleto de 138 páginas, publicado en 1892, en multitud de artículos publicados en el periódico mensual Bizkaitarra, de que él era director-propietario y casi redactor exclusivo, y que vio la luz desde 1893 a 1895, y en otros periódicos (los que escribió para la revista Euskadi han sido recientemente editados en un volumen) y en varias hojas sueltas, la más interesante de ellas la antes anotada contra los carlistas.
La cuestión foral ha sido durante siglos, efecto de la época en que se planteó, un pleito mucho más que una reivindicación política, un debate curialesco sobre hechos y probanzas, sobre pactos y derechos. En el mismo terreno la plantea Sabino Arana; el derecho natural, los orígenes de la soberanía, el principio de las nacionalidades formadas en razón de la raza y la lengua, la base filosófica en una palabra, ocupa en sus escritos, sobre todo al principio, lugar muy secundario; cierto que fundamenta la independencia de Vizcaya en que era nación euskalduna, mientras España era nación latina (y nótese que en los primeros tiempos del movimiento nacionalista, la nación era Vizcaya, no eso que designan con el neologismo de Euskadi, os decir, la reunión de todas las provincias, así españolas como francesas, de origen vasco) pero, más que por nada, si para Vizcaya reclama aquella independencia, es porque hasta la ley de 25 de Octubre de 1839 ha sido independiente, a su juicio.
Donde se asientan los hechos capitales demostrativos de esta independencia es, y de aquí que se aprecie más que ninguna otra de las publicaciones de Sabino Arana, en Bizkaya por su independencia, exposición enfática y altisonante, llena de retórica y desnuda de documentación y de crítica, de las cuatro glorias patrias, o sean, las cuatro batallas de Arrigorriaga, Gordexola, Otxandiano y Mungia, ganadas por el ejército bizcaino a las huestes españolas. Conveniente será dar una idea de su contenido.
Supone gratuitamente que Vizcaya era un conjunto de confederaciones o repúblicas libres, hasta que en el siglo IX, acosadas por los vecinos estados españoles que intentaban conquistarlas, confederáronse entre ellas, nombrando un jefe militar e instituyendo, sobre la base de un pacto con éste, el Señorío. Esto tuvo lugar el año 888 a raíz de la batalla de Padura o Arrigorriaga, que relata como si la hubiera visto, sin citar en su apoyo el testimonio, no ya de algún cronista de la época, que ninguno habla de la tal batalla, pero ni el del genealogista conde Barcelos, ni la falsa crónica de Luytprando, ni la no menos acreditada de Turpín, que son el sólido fundamento sobre que se asienta la existencia de aquel hecho de armas.{3} En cambio, para redondear la narración, hace la cita literal de frases que los combatientes pronunciaban, fundándolas en el testimonio... ¡de ancianos a quienes se las había oído! (pág. 25).
Ni una palabra dedica al período interesantísimo, el primer período realmente histórico, de los señores de la casa de Haro, que tanta luz da sobre la naturaleza del Señorío; bien es verdad que estos señores estaban ya completamente españolizados. Porque no se crea que fueron Llorente ni Sánchez Silva quienes asestaron los primeros golpes contra el régimen foral; fueron los mismos vizcaínos y precisamente en el momento de confederarse y establecer el Señorío. Esta institución, que él califica de republicano-señorial (págs. 31 y 41) y que tal como la interpreta (84 y siguientes) tiene, en efecto, mucho más de republicana que de señorial, constituye, desde el momento de establecerse, el primer contrafuero, es antiforal (pág. 32); «no de otra suerte –dice el autor (pág. 51)– se apartó Bizkaya de su primitiva base al adoptar la forma señorial con estatutos tan contrarios a su espíritu político y alejándose gradualmente de su nacionalidad por la pendiente del españolismo, se derrumbó con estrépito y fragor en el extranjero antro, donde, disforme y despedazada, perdió su entidad y confundióse con la nación extraña. ¡Quién lo dijera!... –sigue el autor– ¡Las leyes destructoras de nuestras libertades, cuya pesadumbre nos agobia tanto en este siglo, tan íntimamente enlazadas como el efecto a su causa ocasional a la fastuosa proclamación de Jaun Zuria!» La creación del Señorío trajo –a juicio de Sabino Arana– lo que él llama el militarismo (pág. 55), esto es, el espíritu guerrero de la época, y el monarquismo, que hace consistir en que los caudillos vizcaínos se relacionaran con la nobleza gótico-española, y de todo ello nació el españolismo y Bizcaya cae y rueda hacia el abismo, hacia la lóbrega noche de la esclavitud que se consuma en el siglo XIX.
No está de más que tomemos nota de esta preciosa confesión, porque si la extranjerización, la españolización, la maketización de Vizcaya comienza en el momento de nacer ésta a la vida política, ¿en qué época de la historia se halla la tradición que Sabino Arana defiende?
Saltando, como digo, desde el siglo IX al XIV, relata con igual énfasis las batallas de Ochandiano y Gordejuela, libradas en 1355 entre las huestes de D. Pedro el Cruel y las de D. Tello, Señor de Vizcaya. En ellas, a su juicio, se ventila también la independencia de Vizcaya contra el español invasor, opinión absurda, porque no fueron sino episodios de aquella lucha intestina en que hervía Castilla desde que, aparentemente al menos para reducir a D. Pedro a que rectificase su conducta con la ultrajada reina D.ª Beatriz y se sustrajese a su pasión por D.ª María de Padilla, se habían coaligado contra el rey numerosas ciudades y caballeros poderosos, entre ellos sus hermanos bastardos los hijos de D.ª Leonor de Guzmán, uno de los cuales era D. Tello. Y tan accidentales fueron en el resultado definitivo de la lucha aquellos hechos de armas, no poco exagerados al calificarlos de batallas, que a pesar de haber sido en ambos derrotados los parciales de D. Pedro, pocos meses después, el 21 de Junio de 1356, vencidos ya los coaligados, entra éste sin fuerza armada en Vizcaya y los caballeros vizcaínos que le habían vencido, con el asentimiento del mismo D. Tello, suscriben el compromiso de abandonarle y reconocer por señor a D. Pedro si el D. Tello fuese en deservicio del rey. ¿Cómo nos explicaríamos esto si los triunfos de Gordejuela y Ochandiano los hubiese obtenido Vizcaya en la defensa de su independencia?
Y puesto que Sabino Arana supone que entre Vizcaya y Castilla no hubo nunca otro vínculo que el nacido de la circunstancia casual de que siendo D. Juan I Señor de Vizcaya, heredase el reino de Castilla el año 1379, realizándose así la mil veces maldita unión, causa de la esclavitud que hoy nos oprime (página 66), no está de más que digamos, siguiendo una opinión autorizada,{4} que aquel compromiso entre los vizcaínos y D. Pedro asentó la primera piedra para que, dándose dos años después (1358) el caso previsto de que D. Tello desirviese al rey, el Señorío de Vizcaya recibiera por Señor a D. Pedro, declarando sus Juntas generales solemnemente que nunca havria otro Señor de Vizcaya, salvo el rey de Castilla... e que non les fablase hombre del mundo en al; el cadáver del infante D. Juan, pretendiente al Señorío, arrojado por el balcón a la plaza pública de Bilbao, y las palabras de D. Pedro a la muchedumbre: –¡Catad y vuestro Señor que vos demandaba!– sellaron con sangre la unión indisoluble del Señorío de Vizcaya y de la Corona de Castilla, no por unión hereditaria y casual de los cargos de Señor y de Rey en una sola persona, sino por la adhesión deliberada y resuelta de la opinión de todos los vizcaínos que no querían ser traídos ni llevados por las ambiciones de caballeros particulares. Únicamente así se explican unos con otros estos hechos que en la narración de Sabino Arana resultan incoherentes e incomprensibles, y esto es también lo que se armoniza con el modo de ser de una época en que la dependencia directa de la Corona era la más positiva garantía de libertad para los pueblos.
Y precisamente la estimación que los vizcaínos hicieron siempre de esta dependencia (interrumpida tan sólo por D. Enrique II en favor de su aliado el desposeído Señor D. Tello), que vino a constituir a Vizcaya en mayorazgo indivisible e inalienable de la Corona de Castilla, y el haber sabido que D. Enrique IV tenía resuelto hacer merced a caballeros particulares de ciertas villas y lugares, fue una de las razones que determinaron a los vizcaínos, en 1470, a tomar el partido de D.ª Isabel y a sostener contra las fuerzas del Rey, que mandaba el conde de Haro, la batalla de Munguía, la cuarta, a juicio de Sabino Arana, de las que sostuvo Vizcaya por su independencia y que no fue, sin embargo, sino otro episodio de otra lucha intestina en que a los caballeros vizcaínos, que pelearon en ella unidos a las fuerzas del Adelantado de Castilla y del conde de Treviño, no llevó otro pensamiento, aparte de su inclinación por aquella mujer admirable que personifica en la historia la más alta representación del espíritu castellano, que el de evitar que el Señorío o parte de él se desmembrase de la Corona de Castilla.
Pues este es todo el bagaje histórico que nos ha traído el bizcaitarrismo. De la enérgica acción de los Reyes Católicos que dejaron los Fueros bastante más arruinados que lo que quedaron en 1839 y en 1875, de aquella labor de las corporaciones locales y de los hombres de leyes que las asesoraban, que hizo surgir los Fueros con nuevo carácter en los siglos XVI, XVII y XVIII, de los polemistas forales, de las relaciones entre los Fueros y el régimen constitucional y del ensanche que este ocasionó en aquellos, ni una palabra. Con decir que Vizcaya fue nación independiente y que esta independencia terminó con la conquista de Vizcaya iniciada por España con la ley de 25 de Octubre de 1839, creen haberlo dicho todo. Y para que la inexactitud sea siempre el sello de lo bizcaitarra, hasta en esta cita se equivocan, porque muchas veces se les ha echado en cara, y ellos ni lo explican ni lo rectifican, que no suprimió los Fueros aquella ley de 25 de Octubre de 1839, acogida con júbilo por Vizcaya y sus Juntas generales que eligieron en señal de agradecimiento diputado general al duque de la Victoria, sino que, por el contrario, los restablece, salva la unidad constitucional, y que hasta su promulgación, Vizcaya estaba asimilada al resto de la nación por el decreto de las Cortes de 16 Septiembre 1837.
Y si fragmentario e incoherente es el estudio que Sabino Arana hizo de la historia externa de los Fueros de Vizcaya, el de su historia interna lo es aún más, hasta el punto de poder asegurarse que desconocía lo que éstos eran. En la repetida hoja contra los carlistas y viéndose en el caso de enumerar y explicar las instituciones forales, lo hace por vía de ejemplo, eludiendo abordar la cuestión de frente y, aparte de la restauración de los organismos forales, Juntas y Regimientos generales, y de la institución adjetiva y de garantía del pase foral, no consigna más que dos deberes en contra de los vizcaínos, el de servir al Señor en la guerra y el de pagarle las rentas señoriales; y dos derechos en su favor, el exclusivo de disfrutar las mercedes y empleos y el de no compartir la ciudadanía vizcaína sino con extranjeros que probasen no descender de moros ni de judíos, según él, para no contagiarse con los españoles y en realidad de verdad, para conservar a salvo su hidalguía, dentro de la cual se daba entonces tan sólo la plenitud de los derechos del ciudadano. Y jamás, ni Sabino Arana ni sus discípulos, han sido más completos ni expresivos cuando se ha tratado de que concretasen lo que significaría la vuelta a épocas anteriores al 25 Octubre 1839. Y es, sencillamente, que ese estudio no se han tomado el trabajo de hacerle y ellos mismos no lo saben.
Otra laguna se nota en este estudio de la historia de Vizcaya del que los bizcaitarras sacan sus premisas; ni una palabra dedica Sabino Arana a demostrar su tesis de que la unidad y la intransigencia religiosas sean constitucionales en Vizcaya y esenciales a su tradición. Y no se juzgue esta omisión desdén, puesto que la religión entendida al modo carlista, el clericalismo, para hablar con propiedad, es la médula, es el alma del bizcaitarrismo; acaso el no traerla y llevarla en sus devaneos eruditos no sea sino muestra de respeto, a la par que demostración de que para él lo religioso (claro que este partido rudimentario y primitivo no ha de entender la fundamental distinción que hay entre lo religioso y lo jurídico) pertenece al orden de las verdades reveladas y se halla por encima de todo lo humano. El caso es que la intransigencia religiosa como parte substancial de los Fueros, buenos usos y costumbres de Vizcaya, es para ellos un postulado, más que un postulado, un dogma, y que su localismo cede en este punto hasta la inconsecuencia de identificarse con el espíritu del santo fundador de la más cosmopolita y desligada de afecciones terrenas de todas las instituciones religiosas, la Compañía de Jesús, manifestándose tan sólo en cierta ojeriza contra Santiago, patrón de España, cuya fiesta suelen no guardar.
Y en esto, como en lo demás, ¡cuánto no habría de abrirles los ojos un conocimiento más completo de la historia de Vizcaya! Porque ellos podrán invocar en su apoyo ese siglo XIX que llaman de esclavitud, durante el cual Vizcaya es el foco de la reacción ultramontana; en esta época es cuando se adultera el escudo de Vizcaya, a la vez que su espíritu, añadiendo, en virtud de una confusión lamentable del roble de Guernica con la encina de Sobrarbe,{5} la cruz al árbol. Pero esta conducta de Vizcaya no es la tradicional, porque aquí se adoraron la cruz y el árbol sin confundirlos, ni obedece a causas indígenas, sino que se debió a razones de índole nacional que arrancan de la criminal conducta de Fernando VII. Los más entusiastas de los Fueros no podrían hoy oír sin escándalo la lectura de muchas leyes de los siglos XV y XVI, en que se pone coto a las invasiones en lo civil de las autoridades eclesiásticas y a sus cohechos y violencias y se someten al pase foral las bulas desaforadas de los Papas y de los Obispos, así como la de sucesos y acuerdos motivados en el siglo XVII por la excesiva multiplicación de los conventos y en el XVIII por la necesidad de acometer la desamortización eclesiástica. Y antes que todo esto, nada más expresivo que el hecho de que tuviesen desterrados del Señorío a su diocesano y a todos los obispos, tan sólo, a juzgar por lo que dice la ley 215 del Fuero de 1452, por haberse mezclado en las luchas de bandería que constituían la política de la época, por haber, usurpado la jurisdicción real y por sus abusos fiscales, no permitiendo su entrada en él durante cuatro siglos, hasta que, en 1536, suscribió unas capitulaciones, el tenor de una de las cuales, por no haber perdido aún actualidad, merece reproducirse: «Item; que el dicho señor Obispo y los Obispos que por tiempo fueren del dicho obispado y sus vicarios generales y del dicho Señorío, juren solemnemente que no serán de bando ni parcialidad alguna, ni se llegarán a ella, salvo que siempre estarán e vivirán libres de parcialidad e en servicio de Dios e de sus Altezas con los pueblos, sin favorecer más a la una parcialidad que a la otra, e serán en todo medianeros y pornan paz y concordia como buenos Prelados entre sus súbditos deben hacer.»
Finalmente, es una nota que caracteriza la obra de Sabino Arana el ruralismo, no porque haya sido flor espontánea de los campos, que, muy al contrario, ha sido elaborada a brazo en esta capital, sino porque sus partidarios buscan su ideal, no en la vida ciudadana, sino en la aldea, y quienes extreman su eukarismo, aún más allá, en el monte; porque el espíritu de estos exaltados, que forman legión en la vanguardia bizcaitarra, no se acomoda ya a la placidez y sosiego de la vida aldeana que idealizó la delicada y optimista pluma del ilustre Trueba; el suyo es un ruralismo belicoso y selvático, aprendido en las Leyendas Vasco-Cantábricas de Araquistain, es la nostalgia de los tiempos de Lartaun y Lecobide, de las vestimentas de pieles, de las abarcas y el pan de castaña y de bellota, de las carnicerías de Hirnio y Legisama, cuando las selvas vírgenes presenciaban el culto de Jaungoikoa en las noches de plenilunio y devolvían el eco del ronco irrintz de guerra de los vascos.
Y este ruralismo nace también del incompleto conocimiento de la historia de Vizcaya, viniendo a traducir a la vida política de hoy, lo que las anteiglesias sostenían en el siglo XVIII, a saber, que ellas constituían el Señorío de Vizcaya con exclusión de las Villas y Ciudad.
Es acaso el hecho más saliente en la historia de las instituciones de Vizcaya, ese dualismo. Nació con la fundación de las villas, que implicaba la sustracción del territorio a la jurisdicción del Señorío y su dependencia directa del Señor; se afirmó con la distinta legislación civil y penal a que se las sometía, que no ha sido nunca, ni es hoy mismo, en cuanto subsiste, la de la Tierra llana o Infanzonado, el Fuero de Vizcaya, sino originariamente, un fuero municipal, en casi todas ellas el de Logroño, y posteriormente la legislación general de Castilla; y se traduce desde el siglo XVI en una lucha constante entre los dos cuerpos políticos que tienen sus Regimientos aparte y que no se entienden respecto de la proporcionalidad en la representación, aspirando las villas, desde el siglo XVI, a que el régimen del Señorío estuviese llevado por el Regimiento general, en que tenían una representación proporcionada a su importancia y negándose, en muchas ocasiones, a acudir a las Juntas generales de Guernica, en que cada pueblo, anteiglesia o villa, cualquiera que fuese su población, nunca tuvo más que un solo voto.
La historia de los municipios de Vizcaya no deja de tener su importancia y en especial la de Bilbao, que aventajó pronto a Bermeo, cabeza de Vizcaya en otro tiempo. En las luchas políticas, en las que ha sido siempre y es factor importantísimo la oposición del espíritu rural, conservador y apegado a la tradición, y el espíritu urbano más innovador y progresivo, Bilbao, al frente de las villas, ha llevado siempre la representación de éste, y desde la machinada de 1748 en que los aldeanos estuvieron a punto de pegarla fuego, pasando por los incidentes de 1790, en que se priva a todos sus vecinos de la capacidad para desempeñar cargos públicos del Señorío, por el intento de éste, en 1801, de fundar un puerto a su lado que aniquilase su comercio, y por los obstáculos que puso siempre a que la villa llegase a ocupar todo el término que le fue concedido en su carta de fundación, ni siquiera lo imprescindible para su Ensanche, hasta llegar por fin a los heroicos sitios mantenidos por la libertad en 1836 y en 1874 contra el elemento rural en armas por el pretendiente, el desarrollo de la villa de Bilbao, en todos los órdenes, no se ha hecho sino en abierta lucha con este elemento, frente al cual ha representado, y el día que deje de representarlo será para ella síntoma fatal, la expansión, el avance. Expresión de una y otra tendencia, la de Bilbao y la de la Tierra llana, son las dos creaciones legales de ambas, el Fuero de Vizcaya y las gloriosísimas Ordenanzas del Consulado de Bilbao de 1787, que fueron ley en toda España hasta la promulgación del primer Código de Comercio de 1829 y aún hasta nuestros días en algunas repúblicas americanas desprendidas de nuestro imperio colonial.
Pues de este factor municipal, esencialísimo en la historia de Vizcaya, prescinde en absoluto Sabino Arana; Bilbao y sus tradiciones para él, por nada cuentan,{6} y el bizcaitarrismo es, por eso, cosa eminentemente anti-bilbaína, no representando sino la invasión en la Invicta Villa del espíritu rural.
Propaganda bizcaitarra
No obstante que, como se ve, la tradición de Vizcaya está en contra de las aspiraciones bizcaitarras, y partiendo de un tan poco cuidadoso estudio de la historia foral de Vizcaya, Sabino Arana pretende encerrarla en las dos palabras de su lema Jaungoikoa eta Lagi-zarra, Dios y la ley vieja, queriendo expresar con esta última la independencia de Vizcaya y su personalidad como nación distinta y contrapuesta a la española, mientras que la palabra Jaungoikoa, colocada delante, significa la completa e incondicional subordinación de lo político a lo religioso, del Estado a la Iglesia{7} y en ella se contienen todos los enconos y protestas que la misma palabra representa en el lema carlista en contra de los principios de la soberanía nacional, de la libertad de conciencia y de la tolerancia de cultos. Y homeopatizando más su ya reducida doctrina en el monograma Jel, formado con las tres iniciales del lema, y proclamando desdeñosamente a todas horas su odio a la política, o sea su resistencia a pensar en todos los problemas políticos, económicos y sociales que preocupan al mundo, creyó tener lo bastante para formar un partido del que un crítico tan certero y tan conocedor de la mentalidad bizcaitarra como D. Miguel de Unamuno, ha dicho que se caracteriza por el odio a la cultura, y se lanzó a la propaganda.
Sus extravagantes doctrinas, aderezadas con todo un vocabulario de motes más o menos afortunados, para ridiculizar las cosas de España y con todo el aparato de neologismos que constituyen el rito en Jel, comenzaron tomándose a risa como obra de un desequilibrado; harto conseguir fue, sin embargo, que no causasen indignación y que, aun cuando en broma, comenzasen algunos a enredarse en discusiones. Apenas se comprende hoy la libertad con que en su campaña anti-española se expresa; sus dicterios contra España, y los españoles y la bandera española y todo lo español, y los denigrantes retratos de maketos y maketófilos, su lenguaje punzante y sarcástico, herían más hondamente a los buenos españoles en los días de los contratiempos de Melilla y de las desdichadas campañas de Cuba y de Filipinas. Y no disimulaba la finalidad de su doctrina, antes al contrario, declara con insistencia (véase la hoja antes citada y el artículo «Fuerismo es separatismo» en el Bizcaitarra del 22 Abril 1894), que el fuerismo vasco-navarro rectamente entendido es verdadero separatismo porque volver al Pueblo Vasko a regirse según sus Fueros, significa volver a ser absolutamente libre e independiente de España, con gobierno propio, poder legislativo propio y fronteras internacionales.
Pero ¿a qué insistir sobre este extremo de las doctrinas de Sabino Arana siendo tan conocida su saña anti-española?
Además de que, el anti-españolismo ha sido y es lo más ostensible y lo que más escandaliza, pero lo que engrosaba la avenida bizcaitarra era la corriente menos aparente, más mansa, más profunda y más abundante de la propaganda anti-liberal. No cometeré yo la injusticia de decir que ni en los seminarios, ni en los colegios de las congregaciones religiosas, ni en los sermones, ni en los otros mil centros de acción con que cuenta el clero, se haya hecho en los primeros tiempos (después los tiempos han variado), propaganda anti-española; pero de lo que sí debe acusársele, es de que esa campaña anti-liberal que ellos mismos alardean de hacer, despojando de sus ideales a una juventud en su mayoría liberal, en una edad en que empieza a sentirse la necesidad de tener entusiasmos por alguna idea, ha sido el agente más eficaz del bizcaitarrismo; éste se encontraba el terreno preparado, neutralizado y abonado por esos mismos elementos que han mantenido y mantienen, desde hace cerca de un siglo, latente la guerra civil en España y que le han cultivado y le cultivan con especial cariño, como que, para su fin último de quebrantar el poder civil, imposible les hubiera sido encontrar un disolvente más activo y un instrumento más ciego.
Tanto como a sus favorecedores, ha debido el bizcaitarrismo a la falta de vigor de sus enemigos. Los gobiernos le persiguieron con dureza, sobre todo los presididos por aquel insigne Cánovas del Castillo, que tanto empeño como en afirmar los principios de autoridad y de gobierno puso en educar a España en la libertad; Sabino Arana fue distintas veces procesado y en 1895 lo fueron con él todos los socios del Euskeldum Batzokia, que tuvo que cerrarse cesando también en su publicación «El Bizcaitarra». Todavía diez y ocho días antes de su muerte, ocurrida el 25 de Noviembre de 1903, era absuelto en causa que se le seguía por la felicitación que dirigió al presidente de los Estados Unidos a cuenta de la independencia de Cuba. Pero los liberales vizcaínos llamados a contrarrestar la propaganda bizcaitarra en el mismo terreno de la discusión y la contraposición de ideas, nada podían hacer porque, aun cuando los más numerosos y fuertes, no constituían hacía tiempo un partido, toda vez que no merecen el nombre de tal elementos heterogéneos y dispersos, inactivos en épocas normales, porque en las elecciones se agrupasen en favor de una persona casi siempre más significada en los negocios que en la política. Y no podían hacer frente, además, a la propaganda bizcaitarra, porque no habían acertado a colocarse en la cuestión foral en una situación firme y clara y venían contemporizando más de lo conveniente con las interpretaciones tradicionalistas de los Fueros vascongados, contribuyendo con ello a mantener al país en una disposición de espíritu casi morbosa que aprovechó aquélla.
En efecto, la ley de 21 de Julio de 1876, y tanto como ella las dictadas para su ejecución, suprimiendo los Fueros, fueron para las provincias Vascongadas una amputación dolorosa, acaso más dolorosa por lo innecesaria, porque una vez establecida, como era justo, la obligación de contribuir en la misma proporción que los demás españoles con hombres y con dinero, y admitido el régimen concertado, ni a la igualdad debida entre todas las provincias españolas, ni al buen engranaje de la administración nacional hubiera afectado en lo más mínimo que el lugar de las Diputaciones provinciales le ocupase, retocándole para ponerle en armonía con los tiempos, el organismo foral de las Juntas generales, con el que tan entrañablemente encariñado se hallaba el país. La nueva situación, a la que no poco contribuyó la actitud intransigente de los elementos reaccionarios, que nunca han querido ver solucionada esa cuestión foral tan explotada por ellos, se iba consolidando con el transcurso de los años; y la transformación económica y social operada en Vizcaya, la implantación del sufragio universal, los grandes intereses que se iban creando, los problemas siempre nuevos e infinitamente más fundamentales político-religioso y social, requerían toda la atención de los vizcaínos; el volver demasiado la vista a lo pasado podía comprometer el porvenir. El país, sin embargo, no bien dirigido, parecía complacerse en la preocupación de su desgracia, sobrecargaba su espíritu con la exageración de las excelencias del régimen pasado y de los agravios recibidos y la pérdida de los Fueros iba siendo una obsesión para muchas gentes. Y esto era malsano y peligroso, y no ya el patriotismo, sino también la caridad pedían un remedio para ello; ¿qué sería de nosotros sin el auxilio de una memoria discreta propicia a desprenderse de amargos y dolorosos recuerdos?, ¿no tiene cada día bastante con sus preocupaciones para que la punzante representación de lo pasado nos haga sentir en cada instante todos los pesares de la vida? El cortar por lo sano abandonando toda esperanza de reparación, el renunciar a todo el pasado, era más saludable que el continuar así.
Pero no era necesario tanto; antes al contrario, se hubiera hallado el remedio profundizando más en la tradición de Vizcaya; porque, salvando el último siglo, durante el cual con tanta frecuencia los prestigios de los Fueros vascongados se utilizaron en contra de la libertad, cuanto más se avanza en los más puros tiempos forales en que se invocaban frente a la tiranía de los reyes, más se patentiza la identidad substancial de las viejas libertades y las instituciones liberales modernas; la soberanía popular, la preeminencia del poder civil sobre el eclesiástico, la igualdad ante la ley, la inviolabilidad del domicilio, la libertad y la dignidad personales, eso es lo que significaban en aquellas épocas; en Juntas generales había declarado el país en 1812 y en 1821, que en la Constitución de 1812 se halla trasladado el espíritu de los Fueros; añádase que toda la autonomía provincial y municipal es de origen liberal, consignándose por primera vez en la Constitución de Cádiz y otorgándose cuando las Juntas generales piden en 1848 al Gobierno, y éste concede por Real orden de 12 de Septiembre de 1853 la gracia de que sean las Diputaciones las que aprueben los presupuestos y cuentas municipales, que antes aprobaban el Corregidor y su Teniente, representantes del poder central, y dígase si alguien podía disputar a los liberales la primogenitura en la herencia de la tradición foral.
Misión suya era empalmar la tradición con el progreso, evitar que se estancase el sentimiento fuerista, extrayendo de los fueros su substancia, lo que tuvieran de aprovechable, incorporándolos al movimiento liberal, ofreciendo al país la perspectiva de unos Fueros infinitamente más grandes y gloriosos por la simple realización de sus ideales, demostrando que la Ley y los Profetas, por así decirlo, de nuestras vetustas instituciones se hallaban en el Nuevo Testamento del liberalismo y la democracia. Pero aun cuando no han faltado intentos de hacerlo, no han pasado de intentos, por la situación, que se deja apuntada, del partido liberal en Vizcaya; el más negro pesimismo abrumaba al país, fomentado por el interés político de los partidos reaccionarios y por una prensa de empresa a la que no podía pedirse que sacrificase sus conveniencias económicas; y el estribillo de la adulación interesada ha venido siendo durante treinta años ese jeremiaco lamento de la Jerusalen foral perdida y la mesiánica esperanza de una política vascongada, que era el obstáculo mayor para que una política verdad, de ideas y de pasiones operara la verdadera redención e hiciera resucitar el espíritu público. Y este sentimentalismo morboso lo invade todo y contamina a todos los partidos, aun los más avanzados, y apenas hay una persona que (y quien esto escribe lo mismo que los demás) al asomarse a la vida política no haya padecido el sarampión de cierto vago y romántico vasquismo, inofensivo si no sobrevienen complicaciones clericales, pero que, con éstas, conduce gradualmente a la preocupación, a la obsesión, a la aberración bizcaitarra.
En resumen, el bizcaitarrismo adquirió vuelos merced al concurso de todas estas circunstancias. Pero en 1895 no se atreve aún a luchar en las elecciones municipales, y hasta después de la guerra no llevó al Ayuntamiento de Bilbao ningún concejal. Después de ella es cuando, más quebrantados aún los partidos de gobierno y en auge todas las tendencias antiliberales, el bizcaitarrismo debía prosperar. En 1899 lleva al Ayuntamiento de Bilbao (que es el único distrito en que las luchas electorales son verdaderamente políticas) 4 concejales sobre 41 de que consta la corporación; el actual se constituyó en 1.° de Enero de 1906 con 13 concejales republicanos, 10 socialistas, 10 bizcaitarras, 7 carlistas y uno solo liberal dinástico, de los cuales fueron elegidos en 1905, 5 republicanos, 6 socialistas, 6 bizcaitarras y 7 carlistas, sin que los liberales dinásticos pudieran sacar triunfante un solo candidato, lo cual demuestra el punto de descomposición política a que hemos llegado.
Bizcaitarrismo “fenicio”
Pero el triunfo del bizcaitarrismo en Vizcaya, es mayor de lo que pudieran hacer creer el número de sus concejales y el de sus diputados provinciales (cuatro sobre veinte de que consta la corporación), y se manifiesta en la benevolencia con que los elementos gubernamentales de la derecha admiten concurso legal los hombres y aun algo de las ideas bizcaitarras, por coincidencias políticas y económicas, o por aquello de que gobernar es transigir, que, en efecto, así tiene que ser cuando gobernar no es prevenir; y merced al ambiente que al bizcaitarrismo proporciona el favor de estos elementos, hemos visto hace dos años defender desde la presidencia de la Diputación el lema Jaungoikoa eta Lagizarra ante todos los alcaldes de Vizcaya (excepto el de Bilbao), reunidos en un célebre banquete que terminó por una explosión de patriótica protesta de algunos de los asistentes; y ocupan caracterizados nacionalistas las presidencias de la Cámara de Comercio y de la Junta de Obras del Puerto y la vicepresidencia de la Comisión provincial; y desde el advenimiento de la última situación conservadora, invaden los puestos que se proveen de real orden, desde la alcaldía de Bilbao hasta los de vocales de esas Juntas de Instrucción, de Beneficencia, etcétera, &c., que dan en la política un poder mucho mayor de lo que se cree; y pasa como cosa corriente y sin sanción alguna por parte de las autoridades, que dos números y un cabo del cuerpo de forales hagan guardia en el altar y presenten armas, mientras se canta el himno bizcaitarra Eusko abendaren erezerkia, al alzar de la misa celebrada en la gira nacionalista a Avellaneda.
Esta actitud de los elementos conservadores obedece a una política, bien intencionada sin duda alguna, que se traslució ya cuando, siendo ministro de la Gobernación el Sr. Maura, se hicieron en 1903 las elecciones de diputados a Cortes; de entonces datan los avances del bizcaitarrismo. ¿Se harán estos progresos a costa de una modificación beneficiosa de sus principios? ¿Se desvanecerá o se agravará con esta política el problema?
El fin de este trabajo no es el contestar a esta pregunta; claro está que los liberales no coincidiríamos con los conservadores en la respuesta; pero yo no me propongo hacer pronósticos, sino tan sólo exponer noticias y comentarios sobre los precedentes de la cuestión y sobre los factores que entran en ella.
Sabino Arana, fallecido en 1903, no hubiera jamás formado un partido fuerte; desinteresado, sencillo de gustos, modesto de aspiraciones, se calificaba a sí mismo de demócrata, aun cuando con salvedades, y lo hubiera sido de verdad sino porque la masa obrera estaba, en su mayoría, compuesta de odiados maketos; y, a la vez, para agrupar los elementos de la derecha, tenía la contra de que para él los intereses materiales no contaban para nada, y no sólo no estaba por hacerles concesiones, sino que nada temía tanto como la acción corruptora que el espíritu mercantilista podía llevar a sus doctrinas.
Aplicó a quienes se hallaban poseídos de éste, el calificativo de fenicios; «dedicados exclusivamente –decía describiéndolos– a la adquisición de riquezas; carecían de la noción más rudimentaria de la religión y la moral. Envilecidos en la fiebre del comercio y la industria, no servían para pelear. Si algún extranjero caía sobre ellos para conquistarlos, o preferían la paz comercial a la libertad y se sometían vilmente al conquistador otorgándole el tributo que les exigiera, o formaban ejércitos asalariados; no había entre ellos quien voluntariamente sirviese a su Patria; no conocían el sacrificio por ideas levantadas y nobles, de que carecían en absoluto, ni menos el heroísmo. Pueblo exclusivamente mercader en tiempo de paz, mercenario en la guerra, no aspiraba el fenicio a otra cosa que a enriquecerse a todo trance y por encima de todo.»
Cuando Sabino Arana escribía{8} estos párrafos contra los elementos de la sociedad Euskalerria, que abandonando, con la muerte del fundador D. Fidel de Sagarminaga, su orientación propia, evolucionaban, presididos por D. Ramón de la Sota, hacia el bizcaitarrismo, ¡qué lejos estaba de suponer que a estos elementos euskalerriacos y a ese espíritu fenicio, había de deberse el triunfo de sus ideas!
Y, sin embargo, mucho contribuyeron a éste la marcha de la política nacional y la funesta acción en Vizcaya de una Diputación provincial que desató las pasiones religiosas con imprudentes acuerdos sobre coronaciones, patronatos y beatificaciones que dieron pie para una activa propaganda antiliberal; pero es evidente la índole económica de las causas que últimamente han agrupado en derredor del bizcaitarrismo una considerable porción de los representantes de los intereses creados; causas que (aparte de aquélla, de índole general, que recientemente denunciaba en el Congreso como característica de nuestras clases gobernantes, un demócrata por temperamento, aun cuando por filiación conservador tan caracterizado como el Sr. Urzáiz) son dos que se pueden refundir en una, el horror al socialismo y la resistencia a la contribución directa, que pueden refundirse en la aspiración única de mantener el statu quo, el para ellos privilegiado statu quo, de la distribución de las cargas públicas en Vizcaya.
La idea del orden va empequeñeciéndose de una manera lastimosa; el orden en las calles es, sin duda alguna, elemental para todo gobierno, pero una cantidad mínima de orden que no puede satisfacernos. Con todo, para muchas gentes no hay otro y no ya aquel concepto trascendental del orden entendido como la adaptación de toda la vida social a los dictados de la razón y de la justicia se consideraría por ellas como cosa perturbadora, sino que tienen de él tan estrecha idea que no les permite percibir todo lo subversivo del desorden manso del privilegio, de la denegación sistemática de la justicia, del abuso de la autoridad, en una palabra, del desorden más profundo y temible, el promovido por quienes por suposición oficial o social se hallan arriba.
Presencian estas gentes una huelga tan inoportuna y censurable desde muchos puntos de vista como la que en 1906 interrumpió las fiestas de Bilbao, y mientras se llenan de indignación contra las violencias de los obreros huelguistas, asistirán con el espíritu, si es que no asisten también con el cuerpo creyendo, al hacerlo, que trabajan por el orden, a aquella reunión de las fuerzas vivas y clases conservadoras que, hallándose suspendidas las garantías constitucionales, y denegado el permiso para su celebración por la autoridad militar que asumía el mando, se convoca clandestinamente en la Diputación provincial misma para acordar trasladarse a San Sebastián, dejando plantado en Bilbao al ministro de Marina que había venido con plenos poderes del Gobierno para solucionar el conflicto, a protestar tumultuariamente ante el Presidente del Consejo de Ministros en términos que fueron el escándalo de toda España.
No les indigna el atropello brutal de los constituidos en autoridad contra la libertad y la dignidad de un ciudadano, ni el que hagan tabla rasa de los derechos y prerrogativas de una corporación y de los representantes que la forman; pero les hieren los gritos de protesta de los ofendidos, rasgan sus vestiduras ante los desentonos de una discusión apasionada, repugnan las actitudes resueltas y luchadoras que, lejos de ser desorden, son muchas veces la exteriorización lícita de una aspiración a ordenar mejor las cosas, y claman por que se ponga una mordaza al parlamentarismo, al local como al nacional, sin ver que sus mismas extralimitaciones son cosa insignificante comparadas con el beneficio que la fiscalización reporta al orden en la administración pública.
Juzgado con este criterio el socialismo, lógico es que no se reconozca en su obra nada de bueno considerándole como incompatible con el orden. Yo no le eximiré de toda culpa; pero lo que sí apremia es desvanecer esa creencia que la adulación interesada ha llevado al ánimo de las clases conservadoras, de que aquí, lo mismo que en el resto de España, la indisciplina sea patrimonio exclusivo de un partido o de una clase: no lo es, por desgracia.
Como tampoco es cierto que la culpa de la actual crisis económica por que atraviesa Bilbao sea también obra de las huelgas socialistas.
Si el ejemplo de capitales extranjeros que, haciendo del obrero vizcaíno el merecido aprecio, vienen a crear en Vizcaya tranvías, fábricas de energía eléctrica y abonos químicos, se hubiera seguido por nuestras clases directoras en lo financiero, en vez de disipar los ahorros de muchos años en empresas no siempre maduramente concebidas ni diligentemente desarrolladas, otro gallo nos cantara.
Pero aun desde el punto de vista de la más estrecha idea del orden, se comete notoria injusticia con un partido que, supliendo una misión que los elementos gubernamentales debían no haber desdeñado, ha educado a la inmensa población obrera de Vizcaya, empeñándola en una lucha por su mejoramiento mantenida dentro de la legalidad, y que si para conseguir reformas tan justas y beneficiosas como la reducción de un número excesivo de horas de trabajo y la supresión de las cantinas obligatorias ha tenido que acudir a huelgas turbulentas, se debe a que tampoco los patronos se han colocado en el terreno de la razón; ¿no era de temerse que, sin su acción, otras tendencias infinitamente más peligrosas hubiesen utilizado la desesperación de la clase obrera y ocasionado aquí escenas de terrorismo de que no hemos presenciado la más insignificante manifestación en Vizcaya?
Con todo esto, la protesta contra los elementos revoltosos del socialismo se ha utilizado en la creación de un ambiente al que falta muy poco para que se condense en una solidaridad, que salvo el ser tácita, acaso mejor dicho, muda, había de tener con la catalana la analogía de constituir en el fondo un movimiento conservador en odio al socialismo, como en Cataluña en odio a Lerroux; y del mismo modo que el sentimiento catalanista sirve allí de lazo de unión, aquí el núcleo en derredor del cual se congregan los amigos del orden, es ese disolvente bizcaitarrismo, preñado de principios subversivos, la primera manifestación de cuya existencia fue el asalto en la famosa San Rocada, de la Sociedad Guerniquesa, para arrancar de su balcón y despedazar la bandera española, cuyos jirones aún se conservan por algunos como trofeos.{9} No hay para qué decir que no son ni mucho menos antiespañoles todos los que participan de esta simpatía y adhesión al nacionalismo, y siendo manifiestamente innecesaria y anómala esa entente como defensora del orden que no corre ningún peligro, hay que buscar más hondo su verdadera causa, lo cual no es difícil, habiendo seguido de cinco años a esta parte el curso de la política local.
Los representantes de los intereses creados verían, en efecto, con indiferencia y casi con regocijo, que los socialistas peroraran sobre el reparto social y que los republicanos conmemorasen la proclamación de la República y el aniversario de la Commune; lo peor es que los socialistas han dado en denunciar un sistema de tributación injusto y que sus concejales trabajan desde el Ayuntamiento de Bilbao, secundados por otros elementos demócratas, ahora mejor orientados en las cuestiones económicas, por la instauración y el afianzamiento de las contribuciones directas.
Sin entrar en un análisis detenido, inoportuno en este trabajo, del sistema tributario de Vizcaya, baste decir, para dar de él una idea, que la Diputación provincial, desde que en 1878 se inauguró el régimen de los conciertos económicos, está por exigir el primer céntimo de contribución a la propiedad y a los grandes establecimientos fabriles, gravitando el peso del presupuesto sobre el contribuyente por consumos; que de los municipios, sólo el de Bilbao, y éste desde 1903, cobra el recargo municipal sobre las contribuciones directas, y aun así, cada habitante paga por consumos 51,68 pesetas{10}, es decir, más que ninguna otra población de España, habiendo pueblos que cobran sobre el vino tarifas más que dobles de las que la ley autoriza; y que al mismo municipio de Bilbao se le ha disputado, y se le disputa, el derecho a utilizar los recursos especiales de la ley de Ensanche, habiéndole costado por tal motivo una cantidad que, al terminarle, excederá de 5.000.000 de pesetas, mientras ha sido para los terratenientes el más espléndido de los negocios.
Excusado es decir si la rectificación de un semejante estado de cosas moverá intereses y suscitará resistencias. La de las asociaciones en que se agrupan los contribuyentes por directa, se ha atrincherado principalmente en la Junta municipal y en la Diputación provincial, dando lugar a otras dos cuestiones; la de si, como ellos pretendían, los vocales asociados de aquélla habían de sacarse exclusivamente de entre los contribuyentes por la propiedad, la industria y el comercio, como en el resto de España, donde contribuyeron a las cargas del Estado con el 17,50 de las rentas y cuotas o patentes proporcionadas, y la de si la Diputación, no entrando para nada los ingresos municipales en el concierto económico, tiene atribuciones para mermar los recursos que las leyes generales conceden a todos los Ayuntamientos de España, en concreto los de Ensanche, y para repartir sobre ellos cantidades por contingente provincial sin guardar la forma, orden y medida preceptuados también por las leyes generales.
Dada la idea dominante del orden que en determinadas clases sociales es equivalente, como antes decía, a la perpetuación del desorden, todas estas iniciativas socialistas y democráticas son eminentemente subversivas. Y este, y no otro, es el peligro socialista, bajo cuya denominación se nos comprende a muchos por sólo haber defendido una moderadísima contribución sobre la propiedad y se comprendería con mayor motivo al propio D. Alejandro Mon, que en 1845 hizo la reforma de la Hacienda nacional castigando muchísimo más aún al propietario.
Y ¿en dónde los defensores del statu quo habían de encontrar sus más firmes aliados? En los bizcaitarras, naturalmente. Su resistencia sistemática a toda reforma progresiva les dispone para ello, mucho más cuanto que, falseándose en esto como en lo demás la historia de Vizcaya, ha llegado a admitirse corrientemente que lo tradicional y foral en Vizcaya son las contribuciones indirectas, no obstante ser lo cierto que el Señorío las repugnó siempre no admitiéndolas sino bien entrado ya el siglo XIX, mientras las contribuciones directas gravaron la propiedad y la industria de las ferrerías desde los orígenes mismos del Señorío. En la constitución de la Junta municipal, los concejales del Ayuntamiento de Bilbao han sido el alma de la reforma introducida en su modo de constituirse, porque aquí ellos han sido los innovadores, dándoseles muy poco de que en Bilbao, por no existir la contribución directa, haya venido haciéndose desde que existe la ley municipal, la designación de vocales asociados sin excluir a ninguna clase social, ni conceder el monopolio a los contribuyentes por la propiedad, la industria y el comercio; y en el funcionamiento de las Juntas, al formar los presupuestos, ellos han sido los aliados de estos elementos. Finalmente, en cuanto a las funciones y atribuciones de la Diputación respecto de los Ayuntamientos, por más que ellos se dicen partidarios de la autonomía municipal, la niegan fundamentalmente porque no es la que ellos preconizan una autonomía de orden constitucional fijada en las leyes generales y por lo mismo intangible para organismos puramente administrativos como son las Diputaciones, sino que suponen a la representación de la provincia investida de poderes soberanos y dejan a su merced la regulación de la vida municipal, como dejarían si pudiesen, la de los derechos individuales.
Pues bien, a estos servicios prestados por los bizcaitarras a los intereses de índole puramente económica de las llamadas fuerzas vivas o clases conservadoras, es decir, a los que Sabino Arana hubiera llamado elementos fenicios se debe el empuje del bizcaitarrismo en los últimos años, porque ellas, en justa correspondencia, le han dado patente de partido de orden y curso legal a sus hombres y a sus tendencias; y por obra también del poder financiero y la influencia en las esferas del Gobierno de aquellos elementos, el bizcaitarrismo ha llegado a ocupar en la política de Vizcaya, desde el advenimiento de la última situación conservadora, posiciones hasta ahora reservadas a los partidos de gobierno. Su influencia, a pesar de lo que diga el número de sus representantes en las corporaciones populares, va haciéndose sentir en todo, traduciéndose por un gran retroceso en nuestras costumbres políticas. Y apenas queda ya pueblo de Vizcaya de alguna importancia en que no tengan su batzoki, invadiendo rápidamente la contigua provincia de Guipúzcoa.
Y a cambio de esto ¿ha rectificado el nacionalismo sus doctrinas y programa en lo que atañe a la unidad nacional?
Hasta la fecha ni en una letra.
La política de atracción, iniciada en 1903, se continuó con perseverancia y con buena intención, aunque, según se deja insinuado, resultase atracción a la inversa, en los dos años en que ocupó la presidencia de la Diputación provincial D. Adolfo G. de Urquijo, y cuando, convocada con el aparato de que los nacionalistas revisten todas sus cosas, Asamblea general, que se reunió en el Centro Vasco de Bilbao el día 8 de Diciembre de 1906, se esperaba que el nacionalismo admitiese las instituciones fundamentales de la Nación o cuando menos la unidad nacional, aprobaron un manifiesto-programa{11} en que, muy lejos de eso, se sigue sosteniendo la nacionalidad vasca, manteniéndose en la vida social el exclusivismo religioso, la aspiración a que el vascuence sea la única lengua de Euskadi y a una educación patriótica, merced a la cual aquí sólo pueda desarrollarse lo netamente vasco y concretando sus aspiraciones políticas en la restauración del estado anterior a la ley de 25 de Octubre de 1839, sin aclarar el sentido de esta equívoca fórmula que tiene entre ellos valor entendido, a cuyo amparo los mismos rencores antipatrióticos de siempre, cínicamente confesados cuando hablan en particular o cuando escriben en publicaciones extranjeras{12} tienen la protección de la ley y que les permite recibir y utilizar las unilaterales y gratuitas mercedes oficiales.
Recientemente, el 18 de Octubre último, cuando ciertos incidentes de la visita regia al puerto de Bilbao hacían concebir a algunos grandes esperanzas, colmados de favores por la política imperante, se vuelven a reunir los nacionalistas en la Asamblea general de Elgoibar, asistiendo representadas todas las organizaciones de Vizcaya y de Guipúzcoa para modificar el manifiesto-programa y la organización del partido y, aparte de la ampulosa reglamentación de las Asambleas generales y regionales, Juntas municipales, Consejos Regionales y Consejo Supremo, del Tesoro, de las elecciones, de la organización extraterritorial y hasta de un Organismo judicial para juzgar a los afiliados compuesto de Tribunales Regionales y Tribunal superior ¿qué es lo que del programa bizcaitarra se modifica? Nada en absoluto, y el acuerdo tomado por unanimidad fue aprobar el mismo manifiesto-programa de 8 de Diciembre de 1906, con sola la adición final siguiente que viene a constituir una confesión de lo subversivo de las aspiraciones en él contenidas. El partido Nacionalista Vasco se ajustará en todos los actos de su propaganda a los preceptos del régimen legal vigente. Esta declaración, innecesaria del todo porque, con ella y sin ella, la policía hubiera tenido buen cuidado de evitar extralimitaciones legales en la propaganda, fue sin embargo, celebrada como un éxito por la prensa que les es afecta, anunciando una nueva orientación del nacionalismo.
En realidad, la única concesión positiva, fue la de su adhesión al rey hecha por el actual alcalde de Bilbao al tomar en Febrero de 1907 posesión de su cargo, declaración formulada en su propio nombre, no en el del partido nacionalista de cuya Diputación obtuvo, sin embargo, según manifestaciones de caracterizados correligionarios suyos, licencia para aceptar el cargo; y aun cuando en ella el partido nacionalista hubiese resultado comprendido, poco habría de haber significado para quienes ponemos por encima del rey otras instituciones fundamentales en la actual Monarquía y sobre todas ellas la unidad nacional.
En favor del resultado de esa política de atracción que se viene siguiendo, puede cotizarse tan sólo hasta el presente la conquista de algunos elementos yuxtapuestos al nacionalismo, al que acaso les condujo esa misma excesiva benevolencia con que últimamente se le ha tratado haciendo olvidar a muchos su naturaleza subversiva, y aun de éstos ¿volverán todos los que fueron? Pero el núcleo ortodoxo o intransigente, la úlcera propiamente dicha, la que corroe e incapacita a la juventud, la que de cuando en cuando extiende la inflamación por el cuerpo político de la provincia, esa continúa tan irreductible y envenenada como siempre.
¿La solución?
Las derechas y las izquierdas lógico es que la busquen por opuestos lados y acaso de la acción de ambas resulte el remedio. Los liberales por ahora, sin perjuicio de procurar sustituir el bizcaitarrismo, que no es sino una negación, con ideales positivos y con la pasión de la justicia social, dignos de informar los entusiasmos de los hombres de corazón, debemos limitarnos a observar los efectos del tratamiento de emolientes a que se halla sometido el paciente, y cuando fracase, quedará demostrada la necesidad, acaso no de la cirugía, pero sí de remedios más enérgicos, porque entre el favor y la violencia hay un justo medio.
Gregorio de Balparda
Bilbao, Noviembre de 1908.
——
{1} El desarrollo de muchos extremos que se tocan en este trabajo y los testimonios en que se basan muchas de las afirmaciones contenidas en él, podrán hallarse en las conferencias que di los días 24 de Marzo, 23 de Abril y 6 de Mayo de 1908 en el Casino republicano, Academia de Derecho y la Sociedad «El Sitio», de Bilbao, acerca de La reforma del régimen local en Vizcaya, Relaciones entre el Estado y la Iglesia en Vizcaya durante el régimen foral y el sentido liberal del Fuero de Vizcaya, imprenta de la Casa de Misericordia, Bilbao, 1908.
{2} La procedencia carlista de Sabino Arana nos explica sus tendencias; a este partido pertenecía su familia y para él mismo, no D. Alfonso XII, sino Don Carlos de Borbón era el señor de Vizcaya, siquiera fuese el Señor que más contrafueros ha cometido. En la lista de los Señores de Vizcaya, después de don Fernando VII, a quien él llama Fernando III, supone que desempeñó el Señorío hasta 1839 Carlos V su hermano, entiende que hubo un interregno hasta 1872 y coloca en esta fecha a su nieto el pretendiente a quien llama Carlos VI. –Bizkaia por su independencia, págs. 11, 134 y 138. –El partido carlista y los Fueros Vasco-Navarros, hoja suelta publicada el 20 Febrero 1897. A pesar de todo, él mismo inicia en sus artículos, y muy en especial en una polémica suscitada por la hoja que se acaba de mencionar, la guerra a muerte que sus partidarios vienen sosteniendo contra el carlismo.
{3} Véase su refutación en la Historia general de Vizcaya, por D. Estanislao J. de Labayru, tomo I, pág. 381.
{4} La de D. Valentín de Ozamiz, expuesta en una conferencia dada en Febrero en la Academia de Derecho, de Bilbao.
{5} Labayru, Historia general de Vizcaya, Tomo III, pág. 561.
{6} Véase el artículo «Glorias y fiestas bastardas», El Bizkaitarra del 27 Abril 1894.
{7} Art. 7.° del cap. II del reglamento del Euskeldum Batzokia.
{8} En un artículo satírico, La bandera fenicia, publicado en el número del Bizcaitarra correspondiente al 28 Julio 1895, en el que se dedican diez columnas al mismo tema.
{9} La relación y apología de este episodio, revestidas de todo el furor antipatriótico que le inspiró, puede leerse en el artículo Recuerdo, publicado con ocasión de su aniversario, en el Bizcaitarra del 31 Agosto 1894.
{10} Aproximadamente, porque me ha sido preciso calcular lo que paga a la Diputación tomando por base las tarifas de ésta y las unidades de consumo calculadas por el Ayuntamiento, que no corresponden siempre por especies. En esta forma, según los presupuestos del ejercicio corriente, Bilbao pagará, por consumos a la Diputación, 1.080.000 pesetas, y al Ayuntamiento 3.566.600, total de 4.646.600 pesetas, que divididas entre 90.000 habitantes, dan un cociente de 51,68.
{11} Manifiesto del Partido Nacionalista Vasco
Al pueblo vasco.
I. Amenazada de muerte la nacionalidad Vasca por el peligro de muerte que corre la raza, a punto de desaparecer su idioma y adulterados su espíritu y Tradición, el Nacionalismo Vasco aspira a depurar y defender el eúskera, hasta conseguir que sea la única lengua de Euskadi, y a purificar el espíritu y esclarecer la Tradición del Pueblo vasco, encaminándose sus trabajos en cuanto a este fin:
A) A que el Pueblo vasco siga fervorosamente las enseñanzas de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, como las siguió y observó en tiempos pasados, con exclusión absoluta de toda doctrina condenada por la Iglesia Católica.
B) A que vuelvan a imperar los buenos usos y costumbres olvidados, fomentando los que se conservan y combatiendo los exóticos perjudiciales.
C) A que las instituciones políticas, jurídicas, económicas, &c., características del Pueblo vasco, vuelvan a tener vigencia y acción, amoldadas, en cuanto sea necesario, a la realidad de los tiempos actuales.
D) A que las letras y las artes, que sean manifestación de la nacionalidad vasca, adquieran vida robusta.
Como norma de su modo de obrar y proceder en estos órdenes de acción, se atendrá a los preceptos de la pura Moral católica, conforme con lo que la propia constante Tradición ha sancionado.
En cuanto a la Tradición histórica de Euskadi, pretende sea depurada con plena imparcialidad de los errores que en ella han introducido sus enemigos, y que se complete en cuanto sea posible.
Como medio eficacísimo para todo ello, procurará fomentar la solidaridad más firme y práctica entre los pueblos e individuos de raza vasca, en todos los órdenes de la vida, mediante la sólida enseñanza del pasado y del presente de Euskadi y la educación sinceramente patriótica de sus hijos, hasta lograr crear en nuestra tierra un ambiente en que sólo pueda desarrollarse lo netamente vasco.
Su terreno de acción es Euskadi, o sea las regiones todas del País Vasco que se denominan Araba, Gipúzcoa, Nabarra, Bizkaya, Laburdi y Suberoa, solar de la raza vasca; pero ello no quita el que la acción de la solidaridad abarque con sus beneficios y obligaciones a los individuos vascos, naturales u originarios de ellas, que habiten en tierras extrañas.
II. Habiéndose identificado en la Historia esas hoy aspiraciones del Partido Nacionalista Vasco con una situación política actualmente abolida, y coincidiendo la paulatina extinción de los expresados caracteres y personalidad nacional de Euskadi con la desaparición de sus instituciones políticas, que no son, si bien se examina, más que una manifestación de la personalidad vasca en tal ramo de la actividad humana, al par que su salvaguardia más eficaz, el Partido Nacionalista Vasco quiere la restauración completa en Araba, Gipúzkoa, Nabarra, Bizkaya, Laburdi y Suberoa de sus antiguas leyes fundamentales y el restablecimiento de sus Juntas generales o Cortes legisladoras y de todos los organismos de gobierno y Administración de aquellas derivados. Y pide y trabajará hasta conseguirlo, que esas Juntas o Cortes y organismos funcionen de nuevo, investidos de los mismos derechos, poderes y facultades que las asistieron en las épocas de su vida plena.
Como consecuencia de ello pretende, especialmente, la derogación, por lo que hace a Araba, Gipúzkoa, Nabarra y Bizkaya, de la ley de 25 de Octubre de 1839, y en cuanto a Laburdi y Suberoa, de las emanadas de los poderes de la Revolución francesa de 1789, y, en general, de todas cuantas otras leyes y disposiciones hayan sido dictadas por los Gobiernos de Madrid y París que en algún modo impidan, amengüen y coarten el libre funcionamiento de aquellas Juntas o Cortes y la ejecución de sus legítimos mandatos.
Aspira, por tanto, el Nacionalismo Vasco, en el orden político, a retrotraer la situación política de Euskadi a lo que era un hecho en los tiempos anteriores a las fechas en que esas disposiciones atentatorias contra su constitución política fueron promulgadas.
Como síntesis que concreta y armoniza en un lema esos dos órdenes de aspiraciones sociales y políticas del Partido Nacionalista Vasco, reseñadas en los dos párrafos precedentes, adopta el lema formado por el gran patriota Arana-Goiri'tar Sabin, que en eúskera se expresa diciendo: Jaun-Goikoa eta Lagi-zarra (Dios y Ley vieja).
{12} En la América latina han publicado el Irrintz en Buenos Aires y el Euskotarra en México.