Hogueras de libros en Estados Unidos
Las vestiduras seudodemocráticas con que el fascismo americano intenta encubrir su verdadero carácter están cayendo una tras otra. Y es que el fascismo tiene su lógica propia. Para seguir la política de Hitler, se aplican, en esencia, los métodos de Hitler. Se pueden invertir más o menos millones de dólares en realizar una propaganda engañosa sobre la «libertad» y sobra la «dignidad humana», pero los hechos son inconmovibles. Y los hechos acusan a los imperialistas americanos de recurrir más y más a los métodos de Hitler, a los métodos del fascismo en su persecución contra toda manifestación de un pensamiento libre y progresivo.
La quema de libros en Estados Unidos ha alcanzado unas proporciones mucho más amplias de lo que en general ha dado a conocer las agencias de prensa. Estas se han referido principalmente a la exigencia del senador Mac Carthy de que se quemen 30000 libros en las bibliotecas organizadas por el Departamento de Estado norteamericano en diversos países y a las órdenes dadas por dicho Departamento para que se queme un número de volúmenes que no ha sido hecho público, pero que no hay ninguna razón para creer que haya quedado por bajo de la cifra exigida por el senador citado más arriba. En la primera orden del Deaprtamento de Estado a este respecto –la única que ha sido publicada– se dispone la quema de los libros de uno de los genios más grandiosos de la literatura rusa, y de la literatura mundial, Máximo Gorki, del gran escritor soviético Ilya Ehrenburg, del sabio soviético T.D. Lisenko y de diversos escritores norteamericanos.
Las bibliotecas creadas por el Gobierno estadounidernse en los países sometidos a su dominación –existen algunas en España– son verdaderos nidos de espionaje y de corrupción; son focos de propaganda imperialista y tienen como una de sus misiones el deslumbrar a los incautos con las «bellezas» de la «civilización americana». Pero como un «boomerang», se han vuelto contra sus fundadores. Porque han servido para demostrar al mundo que uno de los pilares de esa «civilización americana» es la quema de libros.
En cambio, las agencias de prensa guardan silencio sobre la quema de libros en el territorio de Estados Unidos. Sin embargo, existe una verdadera «cruzada» fascista contra libros considerados como «peligrosos». Diversos Estados han votado leyes especiales en este sentido, aplicando criterios que son testimonios irrebatibles de cómo «se defiende» la cultura en Norteamérica. He aquí algunos ejemplos concretos, muy parciales, que ponen de relieve la envergadura alcanzada por dicha «cruzada»: en Minnesota, las autoridades han confeccionado una «lista negra» de libros prohibidos; cada mes, decenas de nuevos títulos son añadidos a dicha lista, recientemente, la «comisión literaria» encargada de examinar los libros «peligrosos» hubo de dictaminar si las obras de Geoffrey Chaucer (el gran clásico inglés del siglo XIV) debían ser incluidas en la «lista negra». En Youngstown (Ohio) la policía ha obligado a los libreros, amenazándoles con la detención, a retirar de la venta los libros de Guy de Maupassant. En diversas ciudades, ciertas obras de Shakespeare han sido asimismo prohibidas. En Cleveland, la policía ha prohibido la venta de la narración de Apuleyo, escritor romano del siglo II de nuestra era, «El asno de oro»; el sólo enunciado del título bastó para que la obra fuese tachada de «subversiva». La Cámara Legislativa del Estado de Nueva York ha votado una enmienda al Código de Instrucción Pensal otorgando poderes prácticamente ilimitados a los jefes de policía y a los «sheriffs» en lo concerniente a la prohibición de la venta y a la destrucción de libros «nocivos»… En Carolina del Norte, en Washintong, en California, en Oklahoma, &c. se han organizado, pública y oficialmente, quemas en grande de «libros heréticos…».
Las quemas de libros en Estados Unidos no constituyen un fenómeno aislado. Se integran en el conjunto de la plítica fascista que realizan los gobernantes imperialistas, política de guerra y de agresión, de dominación de otros pueblos, en el exterior; política en el interior, de supresión de libertades, de terror policíaco contra las fuerzas progresivas, de persecución brutal contra la cultura y contra los intelectuales de conciencia limpia. La terrible situación a la que se van abocados los intelectuales honestos en Estados Unidos ha sido denunciada valientemente por el sabio Alberto Einstein, que escribe en una carta reciente: «Es gravísimo el problema al que tienen que enfrentarse los intelectuales de este país. Los políticos reaccionarios… están actualmente en vías de suprimir la libertad de enseñanza y de privar de su cargo a todos los que no se sometan, es decir de matarles de hombre…».
Un método que emplean con frecuencia los defensores vergonzantes del imperialismo yanqui consiste en achacar las medidas más abiertamente fascistas (como, por ejemplo, la quema de libros) a los «excesos» del senador Mac Carthy, dando a entender que Einsenhower y su gobierno realizan una política muy diferente. Eso no es más que deformar burdamente la realidad. Mac Carthy no es otra cosa que una pieza del aparato gobernante de Estados Unidos, y lo que le diferencia de Einsenhower, es que suele decir en alta voz lo que muchas veces Einsenhower calla o dice con eufemismos hipócritas. Una prueba clarísima la tenemos en el interrogatorio, ante la Comisión Mac Carthy, en torno precisamente a la quema de libros, del íntimo colaborador de Einsenhower y ex director de la Universidad de Howard, James M. Conant, actual alto comisario de Estados Unidos en Alemania. A la pregunta de Mac Carthy: «¿Qué propone Vd. que se haga con esos libros cuando sean retirados de las bibliotecas?» Conant contestó: «Preferiría no responder…». Es decir: quémense los libros, pero a la chita callando. ¡A ese grado de bajeza ha caído todo un ex director de la Universidad de Harward! ¡Estos son los que quieren dar al mundo lecciones de «democracia», de «defensa de la cultura» y de la «dignidad humana»!
La quema de libros en Estados Unidos es una prueba clarísima del grado de putrefacción del imperialismo yanqui, de su debilidad, del miedo histérico que tiene a las ideas progresivas. ¡Con cuánta fuerza resaltan, al lado de las hogueras de libros de Norteamérica, las gigantescas ediciones de millones de ejemplares publicadas en la URSS, no sólo de autores rusos de todas las épocas, no sólo de escritores soviéticos sino de todos los grandes clásicos de la literatura universal! ¡Cómo se refleja, en este simple hecho, el contraste entre los dos mundos: el capitalismo en la agonía, que mete la luz y pretende envolver a los pueblos en las tinieblas de la ignorancia y del oscurantismo y el socialismo triunfante, que pone en manos de las amplias masas todos los tesoros de la cultura, que asegura al hombre «el pan y las rosas»!
No cabe mejor conclusión para este comentario que presentar un cuadro de las ediciones hechas en la URSS, desde 1918 a 1952, de las obras de algunos escritores de fama mundial; este cuadro es en sí una respuesta a los que, mintiendo, afirman que en la URSS no se publican más que obras de escritores marxistas.
Cervantes, 1.104.000 ejemplares en 13 lenguas.
Balzac, 3.359.000 ejemplares en 15 lenguas.
Byron, 619.000 ejemplares en 9 lenguas.
Dickens, 3.557.000 ejemplares en 16 lenguas.
Anatole France, 2.180.000 ejemplares en 12 lenguas.
Goethe, 835.000 ejemplares en 11 lenguas.
Heine, 1.513.000 ejemplares en 17 lenguas.
Victor Hugo, 7.221.000 ejemplares en 44 lenguas.
Maupassant, 4.803.000 ejemplares en 16 lenguas.
Romain Rolland, 2.260.000 ejemplares en 20 lenguas.
Schiller, 887.000 ejemplares en 17 lenguas.
Shakespeare, 2.310.000 ejemplares en 25 lenguas.
Stendhal, 1.603.000 ejemplares en 10 lenguas.
Zola, 981.000 ejemplares en 14 lenguas.
«Hubo un período en que la burguesía revolucionaria luchó por la causa de su clase empleando todos los medios, inclusive la literatura. ¿Quién fue el que ridiculizó los vestigios de la caballería? Don Quijote de Cervantes. Don Quijote en manos de la burguesía fue un potente instrumento en su lucha contra el feudalismo, contra la aristocracia. El proletariado revolucionario necesitaría un Cervantes, por lo menos un pequeño Cervantes que le diera un arma semejante en su lucha.»
JORGE DIMITROV
(El papel de la novela, 1935.)