Filosofía en español 
Filosofía en español


Manuel Azcarate

El cosmopolitismo, arma ideológica del imperialismo

«Es necesario, a la hora actual, ayudar a las naciones a cumplir el último gesto necesario: el de morir decentemente» (Eugenio d'Ors, Arriba, 4 de octubre de 1953). La «hora actual» a la que se refiere Eugenio d'Ors tiene un sentido muy concreto pues el artículo citado fue publicado ocho días exactamente después de la firma del pacto yanqui-franquista. Nos hallamos, pues, ante una interpretación de dicho pacto. Y no ante una interpretación puramente personal.

La idea expresada por d'Ors con una claridad desacostumbrada en él, la enuncia Franco, con más rodeos y envolturas en el mensaje que envió a sus «Cortes de procuradores» –de jaleadores sería más preciso– al remitirles, por formula, el texto del pacto. He aquí alqunas de sus palabras: «Hoy apuntan en el horizonte internacional nuevas formas de vida supranacional. A este signo de los tiempos nuevos ha de ajustarse la política exterior de las naciones y desterrar los conceptos viejos y los nacionalismos aldeanos, incompatibles con la hora que nos tocó vivir».

Es patente el propósito de los jerarcas y «teóricos» del franquismo de vestir la infame venta de España al imperialismo yanqui con el ropaje ideológico del cosmopolitismo burgués. Intentan convencer a los españoles de que las naciones no tienen ya razón de ser en la época presente de la historia; de que la soberanía nacional es un concepto «viejo», sobrepasado por la evolución de la humanidad. El objetivo que persiguen al difundir esa ideología cosmopolita salta a la vista: hacer que los españoles se resignen a la liquidación de la independencia y soberanía nacionales; prepararles ideológicamente para que doblen la cerviz bajo el yugo de la opresión extranjera.

Es cierto que en la argumentación empleada por el franquismo en defensa del pacto de guerra concluido con los EEUU, al lado de las manifestaciones de cosmopolitismo como las señaladas mas arriba, figuran asimismo afirmaciones, tan solemnes como hueras, de que «la independencia nacional ha sido salvaguardada», &c., &c. Y a este propósito, cumple hacer las siguientes preguntas: Si efectivamente hubiese sido salvaguardada la independencia de la nación, ¿a qué esforzarse por legitimar lo contrario, hablando de la caducidad tas naciones? O, dando vueIta la medalla: Si las naciones no tienen ya razón de ser en la época presente, ¿a qué proclamar que la independencia nacional ha sido salvaguardada? Estas contradicciones flagrantes en las que incurren los jerarcas y plumíferos del régimen se deben a que estos no pueden, de un día a otro, renunciar a la demagogia chovinista desenfrenada con la que han venido encubriendo su política real de servidumbre a imperialismos extranjeros. El franquismo derrochó una demagogia nacionalista desbocada al sublevarse contra la República –el régimen que el pueblo español se había dado libremente– presentando a las fuerzas obreras y republicanas como «antinacionales». Mientras abría las puertas de la patria a las tropas alemanas e Italianas, mientras hundía a España en una sima de terror y de sanqre, el franquismo hacía cala del chovinismo más exacerbado. Alentado por las ambiciones hegemónicas del hitlerismo, a cuyo servicio actuaba en aquel período, Franco se presentaba como el adalid de un nuevo «imperio, español» que iba a someter a su dominación a diversos pueblos de África y de América, e incluso territorios de Francia.

Hoy, el franquismo se ve obligado a hacer un viraje en redondo. ¡Qué lejos ha quedado la faramalla nacionalista sobre «España grande, España imperio», &c., &c.! Ahora se trata de justificar la transformación de España en una colonia del imperio yanqui. Ante el hecho evidente, que millones de españoles pueden comprobar con sus propios ojos, de que España es ocupada por tropas yanquis, el franquismo recurre, para intentar legitimar su política de traición, a las ideas del cosmopolitismo, que preconizan abiertamente el «recorte» o la supresión de la independencia y soberanía de las naciones. De ahí ese maridaje que realizan los franquistas, entre las consignas chovinistas y las consiqnas del cosmopolitismo. En la perspectiva es muy probable que los esfuerzos por difundir la «ideología» cosmopolita en España tomen mayor amplitud y por eso es tan importante salir desde ahora al paso de ese veneno ideológico que el imperialismo yanqui engendra y propaga por todos los medios.

Cosmopolitismo y traición a la patria

En diversos períodos de la historia, teorías e ideas son en cierto modo un antecedente del cosmopolitismo actual han sido utilizadas al servicio de las empresas de dominación de una potencia sobre otros países. Nos limitaremos a citar dos ejemplos que han afectado de modo directo y trágico a nuestro país. «Yo quería preparar la fusión de los grandes intereses europeos… de tal forma que pronto Europa no hubiese sido más que un solo pueblo». Esta frase no está tomada de la última conferencia de prensa de Foster Dulles, sino del Memorial de Santa Elena, de Napoleón. Y ningún español ignora lo que significó para España ese plan de Napoleón. Ya hubo entonces españoles que traicionaron a su país y se pusieron al servicio del extranjero, principalmente la monarquía y las castas feudales, los príncipes de la Corte y de la Iglesia, la aristocracia. Como a franco, al comprensivo Carlos IV le parecía «aldeano» el concepto de independencia nacional.

Al constituirse en 1815 la Santa Alianza, los reyes absolutistas que la integraron negaban la soberanía de las naciones y proclamaban principios parecidos a los que hoy airean los cosmopolitas. Los monarcas afirmaron que «se consideraban a sí mismos y a sus pueblos como miembros de una y la misma nación cristiana». En 1820, en el Congreso de Troppau, la Santa Alianza proclamó el «derecho de intervención», en virtud del cual, si en un país el pueblo se levantaba contra la tiranía, las tropas de los demás miembros de la Alianza intervendrían para restablecer el trono y el absolutismo de ese país. En 1823, los «cien mil hijos de San Luis» entraban a saco en España para derrocar el régimen liberal que los españoles se habían dado, para restablecer el poder del siniestro Fernando VII y abrir una era de terror y oscurantismo inquisitorial. Las castas feudales no dudaban, para conservar sus privilegios de clase, en llamar a las tropas extranjeras y en sacrificar la independencia de sus países.

En el período actual, en la parte del mundo aun sometida al capitalismo, los grandes trusts imperialistas, como pulpos gigantes, aprisionan con sus tentáculos las fuentes de materias primar y los mercados de numerosas naciones, explotan ferozmente a millones de trabajadores de diversas nacionalidades. Su acción traspasa las fronteras nacionales y se extiende en muchos casos a continentes enteros. Los gobiernos de los países capitalistas son instrumentos de la gran Banca y de los trusts. La ideología del cosmopolitismo se desarrolla sobre el terreno de las uniones monopolistas que tienen en sus manos el mercado capitalista y encubre la lucha de las potencias imperialistas por la dominación mundial. El imperialismo, en efecto, exacerba las contradicciones y los conflictos entre las naciones. Un puñado de naciones se convierten en potencias dominantes y el resto del mundo capitalista se halla sometido a ellas, de forma más o menos abierta. En la época del imperialismo la esencia de la política o de las principales potencias imperialistas es la lucha por la dominación mundial. En consecuencia, la ideología de la burguesía imperialista tiene como rasqo dominante el chovismo belicista y el racismo más feroz. Tales eran las ideologías de los hitlerianos y de los militaristas japoneses. Tal es hoy en esencia la ideología del imperialismo yanqui que abriga el demencial propósito de imponer al mundo su dominación. En esta lucha por la dominación mundial, los imperialistas se esfuerzan por destruir los sentimientos patrióticos de las masas, el amor a la independencia de la patria, la cultura nacional. Con ese fin difunden la ideología antipatriótica del cosmopolitismo, especie de narcótico que intentan administrar a los pueblos para poder subyugarles mas fácilmente. Lo mismo que el hitlerismo utilizó consignas cosmopolitas como «el nuevo orden europeo», &c., para encubrir su sanguinaria opresión de otros países, los EEUU pregonan hoy teda clase de consignas cosmopolitas, como la «unidad europea», «la comunidad europea de defensa», la «comunidad occidental», &c. A este respecto, veamos lo que escribe el «teórico» del partido republicano de los EEUU, James Burnham, inspirador de la política de Eisenhower y de Dulles, en un libro cuyo título –«Por la dominación mundial»– no puede ser más expresivo: «Yo entiendo por «imperio mundial» un Estado no necesariamente mundial por su extensión física, pero cuyo poder político dominará el mundo, poder impuesto en parte por la coacción, probablemente por la guerra, en todo caso, por la amenaza de guerra… No hace falta decir que el intento de establecer un imperio mundial no se realizará pregonando abiertamente que se tiende a un imperio mundial. Se utilizarán frases más aceptables como «Federación mundial», «República mundial», «Estados Unidos del mundo», «Gobierno mundial», o Incluso «Naciones Unidas».

Agradezcamos a Burnham el cinismo con que descorre los telones de la política americana esas construcciones «supranacionales» presentadas como la panacea para resolver todos los problemas no son más que las pantallas cosmopolitas para disimular la delirante carrera del imperialismo norteamericano en pos de la dominación mundial. Cuando Franco dice que ajusta su política a las «nuevas formas de vida supranacional» ello se traduce en la transformación de España en una colonia del imperio yanqui.

Los cosmopolitas realizan una intensa propaganda en pro de la liquidación de la soberanía de las naciones de la desaparición de las fronteras… El geopolítico americano Weller expone sin tapujos el objetivo de esa propaganda en su libro «Bases de ultramar» ¿Dónde están –escribe– en nuestro días, las fronteras, americanas? .No las hay. Están en todos lados, América lucha por el globo entero». España, en virtud del ominoso pacto yanquifranquista, se encuentra ya integrada dentro de esas «fronteras» americanas… es decir, que ha perdido su independencia y ha sido transformada en una base estratégica del Pentágono.

En el período, actual, la lucha de los imperialistas yanquis por la dominación mundial no se limita a arrancar colonias o zonas de influencia a sus competidores, sino que tiende también a liquidar la independencia soberanía de naciones desarrolladas y constituidas históricamente desde hace mucho tiempo. Resulta difícil, por ello, recurrir a los viejos pretextos colonialistas como la «obra civilizadora», &c. ¡De ahí que el cosmopolitismo sea hoy el camuflaje principal utilizado por los imperialistas yanquis para encubrir su política de sojuzgamiento de otros países.

El cosmopolitismo y la guerra

Para que la ideología cosmopolita cumpla su papel de socavar los sentimientos patrióticos de las masas populares, los agentes del imperialismo se esfuerzan por presentarla desligada de las odiadas cadenas del imperialismo. Para engañar más pérfidamente a los pueblos, los putrefactos manjares del cosmopolitismo se cocinan con diversas salsas y condimentos.

Los cosmopolitas intentan, por ejemplo, presentarse como amigos de la paz. Pero los hechos desmienten rotundamente tales alegaciones y demuestran que el cosmopolitismo es una ideología de guerra y de agresión, que está directamente al servicio de los planes americanos de precipitar a la humanidad en una nueva hecatombe. Al calor de las consignas cosmopolitas, las tropas americanas se han instalado según datos oficiales hechos públicos en Washington, en 49 países. 1.680.000 soldados americanos ocupan diversos territorios fuera de su país. El cosmopolita «bloque atlántico» capitaneado por los americanos, con graves quebrantos para la soberanía de las naciones que lo componen es un bloque agresivo formado por países que se han puesto al servicio de los designios bélicos del Pentágono, incluidos países tan «atlánticos» como Italia, Grecia y Turquía. Los proyectos cosmopolitas de «unidad europea» persiguen un objetivo diametralmente opuesto al título que ostentan: tienden a enfrentar unas naciones europeas con otras. El plan cosmopolita de «comunidad europea de defensa» está dirigido a restaurar al militarismo revanchista alemán, a reconstruir una nueva Wehrmacht hitleriana, lo cual constituye una amenaza gravísima para la seguridad de todos los países de Europa y para la paz del mundo.

El cosmopolitismo sirve para reclutar fuerzas mercenarias al servicio de los planes agresivos del imperialismo yanqui contra la URSS y todos los países pacíficos. Un ejemplo concreto lo hemos tenido con la guerra de Corea. Era manifiestamente imposible justificar sobre la base del interés nacional el envío a Corea de soldados turcos, franceses, ingleses o colombianos. El imperialismo yanqui, violando la Carta de las Naciones Unidas y traicionando los objetivos originarios de esa organización, utilizó la bandera de las «Naciones Unidas» y las enseñas cosmopolitas al uso para reclutar en diversos países cipayos que fueron enviados a morir en interés de los multimillonarios americanos. Ese mismo destino sería el de millones de españoles si el verdugo Franco y sus amos yanquis pudiesen llevar a cabo los planes definidos en el pacto militar firmado el pasado 26 de septiembre.

El cosmopolitismo intenta presentarse también con vestiduras democráticas. En el campo antifranquista español, ciertos dirigentes socialistas, nacionalistas vascos y republicanos dan su adhesión oficial a los planes cosmopolitas «europeos» adornándoles con faramallas antifranquistas. Pero a la luz de los hechos –en nuestro caso, vergonzoso sostén yanqui a Franco– el cosmopolitismo aparece como una ideología medularmente antidemocrática, como una ideología que está enteramente al servicio de la más negra reacción y del fascismo.

¿Quiénes son en España los principales gonfaloneros de la ideología cosmopolita? En primer lugar la oligarquía financiera que, según la acertada expresión de Dolores Ibárruri, no tiene «ni dios, ni patria, ni nación, ni pueblo». Su cosmopolitismo se ha manifestado de modo inequívoco durante las dos últimas décadas. Muchos tiburones de las finanzas españolas, ligados tradicionalmente con la City de Londres, se convirtieron a partir de 1936 en agentes de negocios de los hitlerianos, y hoy, actúan al servicio de la «Standard Oil», la «General Electric», la «Westinqhouse», la «Banca Morgan» y demás trusts yanquis que clavan sus garras insaciables en nuestro país. Ese cosmopolitismo de la oligarquía financier, y de los gobernantes franquistas que están a su servicio, refleja el entronque estrecho entre los grandes capitalistas españoles y los trusts internacionales cuyos enmarañados hilos van a parar a la Meca imperialista de Wall Street.

En el plano internacional, más concretamente en Europa, los principales propagandistas del cosmopolitismo son las fuerzas reaccionarías y fascistas. La Iglesia católica y el Papa desempeñan un papel de primera fila en la realización de los planes políticos del imperialismo americano. El Vaticano es una de las mayores potencias financieras del mundo capitalista y sus intereses están ensamblados con los de la gran Banca americana, y por eso no puede causar sorpresa el comprobar que el Vaticano es uno de los pilares e instrumentos de la política de dominación y de preparación de la guerra que realizan los multimillonarios de Wall Street.

Para defender las tesis cosmopolitas, el Vaticano esgrime a veces como modelos la autoridad supranacional del Papa y la tradicional posición de la Iglesia católica que que, de siempre, ha traicionado los intereses nacionales por obedecer a las órdenes de Roma. Los hombres y los partidos políticos dependientes o estrechamente vinculados con el Vaticano, como, el M.R.P (Movimiento Republicano Popular) en Francia, la «democracia cristiana» en Italia, Adenauer en Alemania, Van Zeeland en Bélgica, Franco y Artajo aquí… son lo que sirven más perrunamente al imperialismo yanqui. Traicionando a sus respectivos países, son los defensores más acérrimos de los planes dirigidos a zurcir esa Europa «unida» en la cual los pueblos que aún gozan de libertades democráticas las perderían. En esa Europa yanquizada, el Vaticano y las fuerzas, clerical-fascistas ocuparían un puesto dirigente, como los lacayos más devotos del amo americano. En efecto ¿quiénes más calificados que los descendientes de la Inquisición para actuar a las órdenes de Eisenhower y de Mac Carthy? Esos planes cosmopolitas de «unidad europea» y de «comunidad occidental», lejos de significar un debilitamiento de la tiranía a la que estamos sometidos los españoles, tienden a reforzarla y a prolongar en consecuencia la asfixia de todas las libertades en las tinieblas del oscurantismo clerical-franquista.

En la coyuntura actual de nuestro país, la necesidad, no solo de repudiar, sino de luchar activamente contra las reaccionarias ideas cosmopolitas se presenta, pues, como un problema importante para los intelectuales españoles. Esa lucha ideológica puede y debe ser una contribución de gran valor a la causa de la liberación de España. Y decimos más: en las condiciones presentes de descomposición del régimen franquista, los intelectuales patriotas tienen, pese a la censura y a la represión, posibilidades no despreciables de golpear la ideología cosmopolita, de salirle al paso.

Mas, frente a esas ideas cosmopolitas que sirven al imperialismo y al franquismo, ¿cuáles son las ideas que encarnan hoy los anhelos más sentidos por nuestro pueblo? ¿Cuáles son las ideas que en la etapa histórica presente, inspiran y estimulan a las amplias masas de la nación en su lucha contra el ocupante extranjero y contra la tiranía franquista? Las ideas patrióticas y las ideas democráticas.

Los pueblos que realizan grandes acciones estén siempre animados por ideas elevadas. Para llevar adelante la gran empresa histórica de devolver a España su independencia y soberanía, las ideas y los sentimientos del patriotismo juegan un enorme papel movilizador, y también unificador. El patriotismo es patrimonio común de millones y millones de españoles de muy diferente condición social, de las más diversas creencias religiosas y tendencias políticas. Cuantos coloquen, por encima de las diferencias de otro orden que puedan separarles, la causa común del rescate y del bien de la patria, podrán coincidir, entenderse, unirse y combatir juntos. El patriotismo será un poderoso aglutinante de fuerzas y energías españolas para la lucha nacional liberadora.

En las condiciones de nuestro país, la lucha contra el yugo extranjero por la independencia nacional está vinculada a la lucha contra la tiranía franquista, contra la opresión terrorista de las clases dominantes, por la libertad y la democracia. Entre las masas, obreras y campesinas, entre los intelectuales, y también entre sectores de la pequeña y media burguesía más extensos cada día, hay un anhelo ferviente de reconquistar las libertades democráticas aherrojadas por la dictadura franquista, de ver la República restablecida en España. Los comunistas, las fuerzas de vanguardia que aspiran a instaurar el socialismo cuando ello corresponda al desarrollo histórico de nuestro país, luchan en primera fila por el triunfo de las libertades democrático-burouesas, pues sólo por esa vía podrá acceder nuestro país a una forma superior de civilización.

Las ideas democráticas encarnan, pues, los objetivos de la lucha del pueblo español en el período presente.

Para salvar a nuestro país de la servidumbre y de la destrucción, todos los españoles patriotas, cualesquiera que sean los regímenes o programas que unos y otros preconicen para España, pueden ponerse de acuerdo sobre la base del respeto a la voluntad del pueblo: una vez derrocada la dictadura franquista, que sea el pueblo quien decida libre y democráticamente el futuro destino de la patria. Tal es la solución patriótica, la solución auténticamente nacional en torno a la cual pueden agruparse y luchar unidas todas las fuerzas verdaderamente nacionales.

Definiendo la posición política del Partido Comunista en el momento presente, la camarada Dolores Ibárruri escribe en un reciente artículo:

«El Partido Comunista declara hoy como ayer que está dispuesto a marchar hombro con hombro sin tratar de imponer a nadie la renuncia a sus propias ideas con todos los que quieran luchar por la independencia de España, por la paz y por el restablecimiento de las libertades democráticas en nuestro país, principios sagrados que están grabados a fuego en la conciencia de las masas populares españolas».

El Partido Comunista ha sido y es el firme defensor de la independencia nacional y de la soberanía de España. En todo momento ha combatido las concepciones cosmopolitas, arrancando las máscaras con las que se pretende encubrir la liquidación de la soberanía de nuestro país y su transformación en un protectorado del imperialismo americano. Esta posición patriótica de lucha intransigente por la independencia nacional no esta fundada en consideraciones tácticas, sino que se basa en los cimientos mismos de su ideología revolucionaria y científica, en los principios mismos del internacionalismo proletario. Mas este es un tema que, por su trascendencia, habrá de ser abordado en otro artículo.

Durante la gloriosa epopeya de la Guerra de la Independencia, cuando por primera vez José Bonaparte consiguió instalarse en Madrid, Cabarrús ofreció en su nombre a Jovellanos un puesto en el gobierno usurpador. El viejo liberal rechazó airado la oferta, y en la respuesta escrita con este motivo, dice: «la causa de la patria… será siempre la causa del honor y la lealtad, y a la que todo trance debe seguir un buen español». ¡Qué actuales siguen siendo estas palabras! Son una clara invitación a dar la espalda a los cantos de sirena cosmopolitas y a dedicar energías y capacidades, a la lucha por recuperar la independencia para España y la libertad para su pueblo.