Filosofía en español 
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Editorial

Algunas reflexiones sobre el estudio y difusión de nuestra ideología

El mensaje que nuestro Partido ha dirigido a los intelectuales es una muestra nueva del vigor de nuestra ideología. Porque todo está visto en él a través de nuestros principios, aplicados en forma viva a nuestras realidades, se nos aparecen en sus páginas las causas y los rasgos esenciales de la ominosa situación en que hoy se hallan la cultura y los intelectuales españoles, y en ellas encontramos los caminos de salida.

Con saludable frecuencia los comunistas repetimos –nos repetimos– que para poder cumplir nuestra misión liberadora necesitamos conocer profundamente nuestra teoría; no en forma dogmática, muerta, sino asimilando su esencia. Esto, claro está, también es válido para los intelectuales del Partido.

Comprendiéndolo así ¡con cuán fructífero afán estudian muchos de nuestros camaradas universitarios, escritores, artistas, técnicos! Sorteando las enmarañadas dificultades presentes el Partido se esfuerza por hacer llegar hasta ellos obras fundamentales del marxismo-leninismo –¡esas obras perseguidas en España a sangre y fuego!– y materiales diversos. Sin embargo ¿qué decir de las duras condiciones en que esos camaradas han de realizar sus estudios cuando todas las horas son pocas para intentar cubrir con un trabajo agotador las necesidades más perentorias, cuando el ojo temeroso del franquismo acecha en cada esquina, cuando la busca y captura de un libro adquiere a veces proporciones de arriesgada aventura?

El esfuerzo de esos camaradas es un orgullo para todo el Partido, una garantía de eficacia en su trabajo de hoy y una promesa para mañana.

A los intelectuales comunistas todo nos aconseja intensificar nuestra labor en este sentido. A fin de enriquecer nuestro bagaje teórico y político. A fin de ahondar en nuestros principios filosóficos, lo cual, combinado con el examen de los planteamientos políticos del Partido, aguzará nuestra comprensión de los grandes problemas de la España actual y nos pertrechará aún más sólidamente para la lid. A fin, también, de afirmarnos en el dominio de nuestros principios científicos y estéticos en pleno desarrollo. Todo esto para nosotros mismos, para nuestra acción política, científica y artística. Y para los demás. Cuanto los comunistas sabemos se lo transmitimos a los demás, pues todo ello es utilizado en la obra de educar a quienes nos rodean, en la obra de transformar la sociedad en que vivimos.

Los demás –en lo que a nosotros, intelectuales comunistas, se refiere– son en primer término los demás intelectuales, es decir, un sector de la sociedad española tan heterogéneo y complejo como importante.

En él tenemos diferentes zonas de acción. Cada una exige un tratamiento adecuado. La más próxima a nosotros la forman todos esos intelectuales de las nuevas generaciones, y otros maduros ya, que tanteando en la noche de España se acercan a nosotros, se acercan al Partido. A unos, los primeros choques con la vida les han probado la falsedad de la ideología oscurantista que se les quiso inculcar e, iniciándose en las actividades del pensamiento en una época como la actual, tan profundamente impregnada de nuestras ideas, se orientan hacia estas intuyendo que ahí está la brújula para salir de esta escollera. A otros, es un largo camino de búsquedas y decepciones el que les conduce paso a paso, más de una vez penosamente, hacia nuestra verdad.

La penetración de nuestra ideología en los medios intelectuales, pese a las murallas de opresión y mentira entre las cuales les encierra el franquismo, es uno de los fenómenos más trascendentales de la España actual. Pero que incontables intelectuales se sientan tan poderosamente atraídos por nuestras ideas no quiere decir que en ellos no exista confusión, no quiere decir que esas ideas se hayan instalado en sus cerebros en el más perfecto orden. Las ideas no penetran nunca así en el cerebro de los hombres. La atracción que esos intelectuales y estudiantes sienten hacia el comunismo les ha nacido en medio de una sociedad encadenada por una dictadura fascista, en la cual les es dificilísimo adquirir noticia y documentación ciertas del marxismo-leninismo y de sus realizaciones y donde aquel y estas sufren un constante bombardeo de calumnias y deformaciones. Así es frecuente el caso de que intelectuales que manifiestan una evidente simpatía por la Unión Soviética y las democracias populares tengan más de una idea errónea y hasta nociva sobre la naturaleza del Estado socialista y del régimen de democracia popular, pongamos como ejemplo. Lo mismo les suele suceder en lo que se refiere al Partido, del cual, en medio del torrente de patrañas franquistas, se han construido, en no pocos casos, una visión deformada, mezcla de verdades y errores.

Y somos nosotros, los intelectuales comunistas, quienes debemos presentar ante esos simpatizantes nuestra ideología y nuestro Partido tal como son. Somos nosotros quienes hemos de ayudarles decisivamente en su formación y a dar el gran paso: el de su integración en nuestro Partido, en su Partido. Mas esto, como es natural, exige de nuestra parte una sólida preparación ideológica y política.

La principal tarea actual de los intelectuales comunistas consiste en mostrar a cuantos en el campo intelectual se oponen al franquismo cuál es la salida de este infierno. Se cifra en unirlos a fin de que, junto al pueblo y en el marco de un amplio Frente Nacional Antifranquista, puedan contribuir con la enorme eficacia que sus armas específicas les prestan, a la empresa nacional de impedir el sacrificio de España en la guerra que fragua el Pentágono y de recobrar la independencia y la democracia españolas.

Pero la convincente explicación de estos problemas –los de la independencia nacional, los de la paz y la guerra, los de la revolución democrático-burguesa que es preciso realizar, los de la unidad– no es cosa baladí. Sólo se explica bien lo que se explica profundamente y nuestros interlocutores suelen exigir explicaciones profundas. Pongámonos algunos ejemplos. ¿Cómo podríamos exponer sólidamente la política nacional de nuestro Partido sin mostrar en forma viva las raíces del patriotismo de los comunistas, sin explicar por qué el patriotismo de la clase obrera y su internacionalismo no sólo no se excluyen sino que se complementan? ¿Cómo podríamos exponer, en sus motivaciones más hondas, nuestra política nacional sin explicar por qué la clase obrera española y su Partido son en nuestro tiempo los más exactos y fieles representantes de los intereses nacionales, la vanguardia en la pelea por la recuperación de las libertades democráticas para todos los españoles?

Esa política nacional de nuestro Partido no es un hecho accidental ni fortuito; se deriva, al contrario, de nuestros principios ideológicos fundamentales y así hemos de aspirar a explicarla.

Podría parecer que puesto que hoy se trata de unir a los intelectuales para el rescate de la independencia nacional y la democracia no es el momento más indicado para realizar entre ellos una labor ideológica destinada a mostrarles los fundamentos de nuestra filosofía y qué son de verdad el socialismo y el Partido. A nuestro juicio tal concepción sería errónea. La explicación de estas cuestiones no debe llevarnos nunca a postergar o dificultar la persecución del que es hoy nuestro objetivo principal: la unidad patriótica de los intelectuales. Pero esa acción ideológica es absolutamente necesaria y nunca se puede aplazar para tiempos más propicios.

Podríamos decir que el frente de la lucha de clases tiene tres sectores: el económico, el político y el ideológico. Desatendamos cualquiera de ellos y todo el frente se resentirá.

Las cuestiones que se refieren al comunismo y al hombre, a la expansión de la personalidad humana en la sociedad comunista, a la libertad que en ella alcanzan el pueblo en general y el intelectual en particular, son problemas –para indicar tan sólo algunos ejemplos– sobre los cuales se interrogan innumerables intelectuales españoles no sólo faltos de documentación sino abrumados e influidos muchas veces en uno u otro grado por las calumnias de los franquistas que –obsérvese– despotrican cada día más frecuentemente en torno a estos temas.

Se dice en el mensaje de nuestro Partido que este «tiene derecho a pedir a los intelectuales, incluso a los más alejados de su política, que traten de conocerle tal cual es, objetivamente, a través de su propia ideología, de sus propios principios y objetivos, y no a través de la pintura grosera que de ellos hace el franquismo, enemigo del pueblo y enemigo de la intelectualidad. Semejante conocimiento objetivo, incluso si no implica la adhesión a nuestras ideas, sólo puede facilitar el establecimiento de un frente de lucha común contra los enemigos de nuestra Patria, los imperialistas yanquis y sus perros franquistas».

Así es. La explicación ideológica en profundidad –realizada sin jactancia y con la mayor comprensión, yendo a ella no bruscamente sino a través de la conversación cordial– no sólo no dificulta nuestro trabajo de unidad sino que lo facilita. « El anticomunismo de no pocos intelectuales –nos escribía una camarada no hace mucho– se basa casi exclusivamente en la ignorancia, en el desconocimiento de nuestras posiciones y de nuestra ideología». La observación es certera.

De esos y otros intelectuales podemos decir que cuanto mejor nos conozcan más fácilmente irán con nosotros a la reconquista de la patria y la libertad que nos son comunes.

Mas ¿habrá que añadir que la explicación de estas cuestiones –¡grandes cuestiones de nuestro tiempo!– exige de nosotros una recia formación ideológica? No, no hace falta añadirlo.

También podría parecer que, dada la amplitud de la unidad que necesitamos, ésta podría ser entorpecida por nuestra crítica a las concepciones artísticas decadentes y por nuestra defensa del realismo socialista.

Esa crítica y esa defensa son absolutamente necesarias. Todo depende de cómo se hagan. Si nosotros estableciéramos una línea divisoria entre los cultivadores del arte abstracto, por ejemplo, y los que se orientan hacia el realismo socialista haríamos un flaco servicio a la unidad y en definitiva al realismo socialista. Esa supuesta línea divisoria sería un dislate como una montaña. El trazado de nuestra línea divisoria es muy diferente: a un lado los incondicionales de la camarilla franquista que da ciento y raya en podredumbre a todas las camarillas fernandinas e isabelinas juntas, y al otro todos los intelectuales patriotas que están dispuestos a hacer algo por rescatar la Patria y las libertades o sean susceptibles de estarlo, cualesquiera que sean sus concepciones filosóficas, científicas o artísticas.

Esto está claro. Mas aquí también puede añadirse que la crítica fundamentada y cordial de concepciones que alejan la literatura y el arte de los problemas de nuestro tiempo, la denuncia de ese proceso de disminución y envilecimiento de la cultura que el franquismo fomenta y la clara exposición de lo que es verdaderamente el realismo socialista –que los amanuenses del régimen tergiversan y deforman groseramente, no se olvide– contribuirán poderosamente a aumentar la atracción que en los medios intelectuales ejerce el Partido y a facilitar la unidad en ellos. Y, claro, llevarán a no pocos escritores y artistas a nuestras posiciones estéticas e irán asentando los cimientos del arte y la cultura con que soñamos.

* * *

La asimilación de nuestra ideología dará más alto vuelo al trabajo específico de cada uno de nosotros como universitario o técnico, como escritor o artista.

La difusión de nuestra ideología contribuirá a soldar en un gran movimiento intelectual antifranquista unido esa vasta y heterogénea oposición intelectual que hoy aparece dispersa. Traerá también al Partido a los intelectuales más avanzados y resueltos.

Para ese trabajo ideológico el mensaje de nuestro Partido nos da un resumen de ideas y un guion de materias de importancia considerable.