Filosofía en español 
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Manuel Azcárate

La dinámica del 8º Congreso y la de ciertos opositores

Aunque se trata de un hecho limitado, queremos contestar aquí a un nuevo ataque que está en curso contra el Partido; a unas hojas que se reparten en Valencia y en Madrid deformando lo que ha sido el 8º Congreso; lanzando acusaciones calumniosas contra la dirección del Partido.

1. Del 8º Congreso, se dice que ha sido un «viraje a la derecha»; el «apaciguamiento» de las masas populares y, en primer término, de la clase obrera», «todos los objetivos revolucionarios son sacrificados», «se suprime la perspectiva sociaista»...

Cabría responder a esas falsificaciones (y sería muy fácil) con citas de los textos del 8º Congreso. Pero veamos, antes que nada, qué nos dicen los hechos. Lo cierto es que el desarrollo de los movimientos de masas, de la lucha de la clase obrera, y asimismo de estudiantes, profesores, maestros, etc., constituyen, quizá, el rasgo número uno que define la situación española en los meses que han seguido a nuestro 8º Congreso.

Este no ha significado ningún «viraje» en la orientación del Partido. Pero sí ha presentado cierta inflexión a la izquierda de nuestra política. ¿Por qué hacia a izquierda? Los procesos de descomposición del régimen, el fenómeno centrista y sus derivaciones, exigían adelantar la política de pacto para la libertad de manera aún más neta frente a las falsas salidas del continuismo neocentrista, del evolucionismo liberalizante.

En ese orden, las dos ideas políticas más nuevas que el 8º Congreso ha planteado, nuestra posición sobre el Mercado Común y la revolución política (dialécticamente vinculadas una con otra) son dos pasos hacia la izquierda.

Es absurdo, y falso decir que la nueva posición del Partido sobre el Mercado Común tiende a dar satisfacción a sectores burgueses para facilitar el pacto. Jamás ha surgido tal demanda en las discusiones políticas con esos sectores. En realidad, la burguesía preferiría que tuviésemos una posición puramente negativa, propagandística, y que la dejásemos a ella, por así decir, el monopolio de la bandera de Europa. El Partido, con su actual posición, quiebra ese monopoio; el enfrentamiento no se plante ya entre «Europa sí, Europa no», sino sobre qué España, qué régimen, con qué garantías, podremos asociarnos con Europa. Y, a la vez, con qué Europa, para qué porvenir.

El ascpecto de fondo es que la posición definida por el 8º Congreso sobre el Mercado Común es necesaria, no para el pacto, sino, principalmente, como un factor más de la capacidad de hegemonía de la clase obrera en el proceso político español. Por eso es un problema, a la vez táctico y estratégico: hoy ayuda en la lucha contra las tendencias reaccionarias a aislar a la clase obrera; al mismo tiempo, enlaza las luchas presentes con una visión de futuro, con una perspectiva socialista real, que exige una respuesta, a nivel europeo, a la actual Europa dominada por los monopolios. Como de verdad suprimiríamos la perspectiva socialista de nuestra política es si no tomásemos posición sobre el Mercado Común; o si nos encerrásemos en el ghetto de las frases generales, seudoizquierdistas, en la ideología, dejando a las fuerzas burguesas que hagan política: que den respuestas concretas, en su interés, a los problemas reales.

Los que nos atacan «se olvidan» de costumbre de la revolución política —punto básico del 8º Congreso— porque no cuadra con su caricatura. Es evidente que podríamos hacer el pacto sin hablar de revolución política; quizá sería incluso más fácil. El problema de fondo es que, en una convergencia con sectores incluso de la oligarquía, como la que se está operando objetivamente en España frente a la anacrónica y podrida dictadura fascista, tanto para materializar el pacto, como, sin duda, dentro del pacto mañana, hace falta combatir, y derrotar, las tendencias derechistas a no devolver al pueblo plenamente a libertad; las tendencias a los emplastos, a las «semilibertades», a la «libertad pero», etc. El planteamiento sobre la revolución política es un arma esencial, para hoy, y también para más tarde, en esa lucha.

Tampoco se puede concebir la revolución política como algo separado por un abismo de las transformaciones sociales. En general, la burguesía preferiría un cambio que no fuese una revolución política; y que no representase garantizar plenamente las libertades del pueblo. La libertad acarrea, en la España de hoy, un cambio en la correlación de fuerzas de clase, en favor de la clase obrera y de las otras capas revolucionarias; y un cambio importante.

Cabría decir que lo típico del 8º Congreso es que, al movilizar todas las fuerzas del Partido en la lucha por el pacto, por la alternativa democrática, realiza a la vez cierta inflexión a la izquierda en el sentido de elevar el potencial hegemónico de la clase obrera. Lo cual es necesario, sí, para imponer esa alternativa; y también, para enlazar el momento táctico, el pacto, con la apertura de la perspectiva socialista.

Cuando la resolución del 8º Congreso dice: «El P.C. lucha por la victoria de la Revolución Socialista, por el Comunismo. Todas nuestras luchas de hoy se insertan ya en esa perspectiva que las orienta y estimula», no repite cosas sabidas; resume una dimensión principal del 8º Congreso.

2. Después de lanzadas contra la política del 8º Congreso condenas definitivas, las hojas de nuestros atacantes no presentan otra política, de hecho lo que haces es radicalizarla, pero en palabras. Izquierdizarla, pero con adjetivos. Sin proponer nada sustancialmente diferente. ¿De qué se trata pues? Porque no es lógico que nadie se lance a una lucha fraccional, con las rupturas que implica, por simples cambios de lenguaje.

Donde radica sin duda la discrepancia más neta, y más de fondo, es en cuanto a la concepción del Partido. No han elaborado otra política. Pero lo que sí querrían, lo que piden es otro partido. El hecho mismo de lanzar esas hojas es significativo. Lo es más aún su concepción de que «los movimientos de masa son los auténticos dirigentes de la revolución». lo que implica que el Partido no lo es.

La negación del papel dirigente del Partido suele ser un punto de encuentro de muchas corrientes seudoizquierdistas; y de encuentro de estas, también con las tendencias reformistas. Lo común a unas y otras es la idea mecanicista, no dialéctica de que la clase obrera hace la revolución de manera espontánea: a partir de ahí, cabe el sometimiento al reformismo; o bien, la creación de minorías «selectas» con la ilusión de que sirvan de «disparadero».

Pero se elimina la concepción marxista, leninista (y en este punto es justo agregar gramsciana) del partido político como vanguardia que, enlazando el marxismo con el movimiento obrero, permite a la clase obrera tomar conciencia de clase, (es decir, no ya conciencia de sus intereses sectoriales, sino de su misión histórica). Esa conciencia no la logra actuando solo sobre sí misma, sino haciendo política en el sentido más pleno de la palabra, actuando en todos los puntos vitales, interviniendo en todos los momentos de la vida social y política.

Es a través de esa práctica política, a través del partido, que la personaliza y encarna (y no a través de los movimientos de masas), como el proletariado puede ejercer su hegemonía en el proceso histórico.

Es evidente que la relación del partido con los movimientos de masa no puede ser la de «utlizarlos», como «correa de transmisión». Contra esa concepción, por desarraigarla, ha luchado el Partido. Además, estamos a un nivel histórico en que la impregnación socialista, la dinámica socialista en los movimientos de masa, es sin duda superior a épocas anteriores.

Pero ¿cabe deducir de ahí la eliminación, o la disminución del papel de hegemonía, del papel dirigente, que es precisamente la función específica del partido? Creo que es más bien lo contrario: porque todo indica que en el proceso de la revolución socialista en un país como España, el factor subjetivo va a desempeñar un papel superior que en las anteriores experiencias históricas. Por eso necesitamos, y necesitaremos, aún más si cabe que antes, ese partido capaz de hacer política en todos los terrenos, de ser el dirigente no mediante el monopolio, sino al lado y en competencia con otros; de impulsar la teoría con audacia para que su interpretación de la realidad, sus análisis, sean cada vez más científicos, su estrategia y su táctica más justas. Y capaz, no sólo de interpretar, sino de transformar la realidad; de elaborar la política para avanzar en las diversas etapas, dinamizando al máximo la participación en ello del conjunto de los militantes. Y de construir así prácticamente, junto con otras fuerzas, el bloque revolucionario que lleve España al socialismo. Ese es el partido de masas que estamos materializando en nuestra experiencia española, en un esfuerzo audaz por superar las deformaciones del período staliniano; esfuerzo que hemos de realizar, no sólo frente a ataques de diverso origen, sino en las condiciones adversas durísimas que nos crea la ilegalidad; y por lo tanto con una condición previa e imperativa: defender el Partido, garantizar su existencia.

3. Para dar idea de los métodos utilizados en el nuevo ataque contra nuestro Partido, cito algunas frases de una hoja distribuida en Madrid: «la usurpación de la dirección del Partido por un reducido núcleo»... «Una lista negra de cuadros y militantes ha sido elaborada» «De ahí la urgente necesidad de colocar la lucha antirrepresiva en primer plano»...

Atención: no se trata de la lucha contra la represión fascista; sino «contra las expulsiones» decretadas, presuntamente por la dirección del Partido. Huelgan comentarios. Es una acumulación de calumnias y mentiras. Mas o menos las mismas que vienen lanzando Líster, Eduardo García y sus grupos. Algunos de lo que esto escriben han estado en comités responsables del Partido, que ellos mismos han abandonado por su voluntad, incluso por conveniencias puramente personales. Saben que lo que escriben es mentira. El Partido no ha pronunciado ninguna expulsión después de la del grupo de Líster.

Ootro procedimiento consiste en lanzar rumores, insinuaciones, sobre divisiones en la dirección del Partido. En la hoja citada más arriba se alude a «los revolucionarios de la dirección del Partido». Se soplan incluso nombres, de éste o aquel, diciendo que les apoya, etc.

Hace falta estar muy alejado ya de una conciencia revolucionaria para dedicarse a inventar tales embuste y a difundirlos en un partido ilegal, donde fatalmente la relación de los militantes y de la dirección es difícil, indirecta. La ilegalidad crea condiciones para que tales rumores puedan sembrar confusión, al menos, aunque no se acepten. Personalmente, me he encontrado con camaradas estudiantes que, con preocupación, me han preguntado: ¿qué pasa en la dirección del Partido? Contesté, claro está, que no pasa nada, en el sentido de que seguimos tan unidos y compenetrados como antes del Congreso, en él, y después.

Lanzar y fomentar esos rumores es algo sucio, porque es jugar con la carta de la represión que el enemigo ejerce contra el Partido. Si tuviésemos libertad, si la dirección del Partido pudiese hablar directa, abierta y libremente al conjunto de los militantes, si no tuviésemos que conservar en secreto la propia composición de los órganos de dirección del Partido, esos rumores se disiparían de golpe. Claro que no se trata de esperar hata entonces. Es preciso, ahora, elevar la vigilancia revolucionaria en general; y concretamente, cortar con energía esa propagación de mentiras, rumores, insinuaciones, que es una de las formas de hacer daño al Partido

Si los autores de la hoja citada, al protestar contra expulsiones inexistentes, pretenden obtener que a ellos se les otorgue patente de corso para constituir una fracción dentro del Partido (que es lo que piden) están muy confundido. El no tolerar las fracciones es una de las necesidades que tiene el Partido para poder cumplir su misión histórica. Como ya lo ha explicado MUNDO OBRERO, las actuales condiciones de ilegalidad imponen, además, que eso se aplique de modo estricto.

Discusión, críticas, incluso duras, ante cosas que no van, circulación de ideas, nuevas iniciativas (diferentes a las que pueda tener la dirección), todo eso sí. Y la futura dicusión que se va a abrir en todo el Partido sobre el proyecto de Programa lo permitirá en gran medida, y sobre cuestiones de fondo. Pero francción, no. Ataque a la unidad del Partido, no.

4. Es característico de este nuevo ataque que centra sus golpes contra la dirección del Partido. Esto ocurre en un momento en que hay muchas gentes, en España, y fuera, interesadas en debilitar al Partido Comunista de España; y en particular a su dirección.

¿Cabe negar que precisamente de la dirección han partido las decisiones y los procesos renovadores que se desarrollan hoy en el Partido? Sobra aducir pruebas, recordar fechas. Quizá hagan falta mayores aportaciones de otras zonas a este proceso de renovación que vive el Partido; por otra parte, su realización no es una recta, hay baches, ello es lógico, inevitable. Pero la actitud de la dirección del Partido es clara y neta. Y el papel de Santiago Carillo en ese orden, dentro del colectivo de dirección, es fundamental. Como lo es, en su plano, el de Dolores Ibárruri.

Atar a la dirección del Partido, en nombre de una voluntad renovadora, es algo absurdo, y a primera vista sin sentido.

Y es que en el fondo, no se trata, ni de proponer correcciones a nuetra política, ni de «renovar» nada. Lo que hay —como hemos visto— es un intento de acabar con el Partido Comunista; y el deseo de otro Partido: un partido que renuncie a su papel de dirigente de la revolución; un partido de pura propaganda, un «club de discusión»...

Independientemente de los motivos subjetivos que puedan mover a algunos jóvenes en determinadas circunstancias, ese ataque lanzado ahora contra el Partido tiene una significación, una dinámica propia, en el plano tanto internacional como español.

Nuestro Partido ha tomado posiciones muy avanzadas en los problemas del movimiento comunista internacional. Y si nos rodean amplias simpatías, no ha desaparecido la voluntad de quebrar nuestra firme actitud. Por eso, el ataque contra el 8º Congreso (el cual ha ratificado rotundamente nuestras posiciones en materia internacional) coincide con las tendencias más retrógradas en el movimiento comunista internacional a romper los partidos que afirman una política independiente, a eliminar sus direcciones.

En lo español, la dinámica de este ataque lleva a un tipo de «partido obrero», de «partido marxista», perfectamente integrable en la socieda neocapitalista; partido repleto de verbalismo «izquierdista», pero corto o nulo en la acción. Tal partido cumple una misión en el neocapitalismo porque da cabida a tensiones de rebeldía, de negación; sirve de caja de compensación para malas conciencias; y no representa una peligro real para el orden establecido. Detrás de las frases «de izquierda» con las que se ataca al Partido, lo que apunta es al despropósito de preparar una «asociación marxista» integrable en los planes neocentristas.

Por las razones expuestas, el Partido rechazará, y creemos sin grandes dificultads, este nuevo ataque lanzado contra el él. Este se manifiesta casi exclusivamente en ciertos medios estudiantiles; es un partido menos maduro que el nuestro, ello podría haber acarreado rebrotes de estrechez sectaria, «obrerista». Pero eso no ocurrirá en el nuestro. Además, se trata de casos excepcionales. El fenómeno esencial es, seguirá siendo (y no podrá ser frenado por los hechos citados más arriba) el gran papel y el fortalecimiento de nuestras organizaciones en las Universidades, la valiosa aportación de la masa revolucionaria estudiantil al Partido Comunista.