Filosofía en español 
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Crítica. Libros

V. F.
[ Manuel Sacristán Luzón ]

Humanismo marxista en la “Ora Marítima” de Rafael Alberti

«Cultivo de las letras humanas» –es decir, de la historia en general– dice el Diccionario de la Academia que es «humanismo». Pero «humanismo» quiere decir también cultivo de la humanidad del hombre vivo, presente. Y porque el pasado es parte de la raíz del hombre vivo y presente, también el «cultivo de las letras humanas» puede ser humanismo en un sentido serio. Cuando el cultivo de lo humano se hace sobre la base de los principios de Marx, es humanismo marxista.

El poeta comunista Rafael Alberti hace gran uso del humanismo literario en este poema{1} que dedica «A CÁDIZ…, al celebrar su tercer milenario». Alberti basa lo histórico de su poema en citas de Hesíodo, Estesícoro, Platón, Estrabón, la Biblia, Marcial, Poseidonio, Homero, la historiografía árabe y –sobre todo– Avieno, de cuyo «periplo» toma su título el poema.

El autor se encuentra lejos de sus raíces, de su natural asiento en la tierra:

Si yo hubiera podido, oh Cádiz, a tu vera,
hoy, junto a tí, metido en tus
raíces.

Por eso pide ayuda a todas las «raíces» de Cádiz –que es, a su vez, una «raíz» suya– para que le aproximen a ella «por encima del mar».

Los primeros versos del poema hablan al lector de esas raíces, de las que el autor se afana por no desasirse; son «la cal hirviente» de los muros de Cádiz, sus «farallones hundidos», los huecos «de sus antiguas tumbas», las «olas» –todas las cosas, en fin, de que se nutre la vida del hombre. No poseerlas es no poseerse, ignorarlas es no comprenderse a sí mismo:

Te miraba de lejos, sin comprenderme, oh Cádiz…

No poseer las olas, los muros, la luz de la tierra es no poder existir como hombre completo. Ignorar esas raíces es ignorarse como hombre, no «comprenderse», según dice el poeta. Reconocer la gravedad de esa desposesión y de esa ignorancia es la más honda base del humanismo marxista{2}.

* * *

Pero el poeta sabe que no es él el primer desposeído de sus propias raíces, de «sus» cosas –ni física ni mentalmente. [86]

En la historia que el poeta maneja en su Ora Marítima, es la historia atestiguada por documentos, las cosas no han sido nunca de los hombres que verdaderamente las han tenido en sus manos. Esos hombres fueron primero esclavos de las cosas.{3}

Somos los mismos que el viento
nos tiró en las mismas olas…

Y luego esclavos de otros hombres, a los que pertenecieron las cosas que estaban en sus manos, las cosas que ellos manejaban y a las que sólo, por tanto, habrían sido capaces de dotar de un sentido humano. Porque sólo ellos habrían podido apropiarse de verdad esas cosas que pertenecían a otros:

Anchos atunes que punzan,
abriendo en plata las olas.
Mas,
¿de quién las almadrabas
de ayer y ahora?

Las cosas mismas que el hombre ha tenido en las manos le han sido ajenas, cuando no le han dominado. Con una perspectiva histórica y de concepto más amplia, aparece aquí el tema que, en su precisión para la sociedad capitalista, Marx llama «alienación». Tal como Marx lo expone, la alienación es un fenómeno típico de la sociedad burguesa, porque presupone el fenómeno que designa como «fetichismo de la mercancía», fenómeno característico de esa sociedad. Pero en un sentido amplio, la alienación es un hecho de toda la historia conocida, en algunos de cuyos períodos el hombre mismo que maneja las cosas, el hombre que trabaja, y no sólo el producto de su trabajo, ha sido incluso jurídicamente un alienado, legal propiedad de otro.

En la alienación así concebida en términos generales, empieza el hombre por perder su dominio físico y mental sobre la cosa que maneja o produce. Pero al mismo tiempo, la cosa pierde, humanamente hablando, toda su riqueza individual, su solidez, su tacto, su olor y su regusto, para convertirse en puro símbolo de subsistencia. La cosa deja de existir como elemento del mundo del hombre: así el atún que llenó las almadrabas de los esclavos pescadores de Gadir, así el atún que llena las redes del proletario pescador de Cádiz. Ni unos ni otros pescan de verdad atún: sino el trozo de pan aquéllos y la miseria de su salario éstos. Por eso, cuando se devuelva al hombre el dominio de las cosas que maneja, también volverán las cosas a serlo humanamente de verdad, a ser raíces de toda la vida del hombre, no sólo signos de su vegetar físico:

Cádiz nos mirará un día,
dueños del mar, en las olas.
Cádiz, que será más Cádiz
que ayer y ahora.

* * *

Incluso con cierta ordenación histórica, el poeta canta mitos y hechos de Cádiz –«bahía de los mitos»– en su intento de celebrar, apropiándoselas, las raíces de su tierra. Pero entre esos temas histórico-mitológicos hay uno que permanece a través de todas las épocas, sosteniendo todos los hechos y todos los mitos; es el tema del «pescador», que tiene reservado un poema propio, cuya estrofa final es la última cita. Ese poema es la Canción de los pescadores pobres de Cádiz.

El tema del «pescador» es tan histórico como los demás que el poeta desarrolla en su libro. Pero tiene una historicidad peculiar; mientras Hércules, por ejemplo, sólo [87] robó una vez los toros de Geryón, los «toros de las marismas» de Cádiz, mientras Menesteo fundó el puerto de Sanlúcar, cuna del poeta, en un momento dado de la historia –o del mito–, los pescadores de Cádiz están ahora como estaban ayer, afirmación, que naturalmente, no tiene valor científico, sino humanístico:

Hijos de la mar de Cádiz,
nuestras casas son las olas.
Somos los pobres del mar,

de ayer y ahora.

La propia historia, el propio mito –lo que tendría que ser raíz para el hombre ha sido fraude duradero para los «hijos de la mar de Cádiz»:

Creímos en las sirenas
que cantan entre las olas.
Sus cantos nada nos dieron
ni ayer ni ahora.

No obstante, también los «pobres del mar de ayer y ahora» son historia, y no inalterable naturaleza; el poeta lo dice en la última estrofa de esta canción de los pescadores pobres de Cádiz, estrofa citada más arriba.

* * *

La historia ha sido, pues, un duradero fraude para los «hijos de la mar de Cádiz», para la mayoría de la humanidad. No obstante, la historia es también el camino necesario de la liberación del hombre: la historia –es decir, la humanidad en su desarrollo– se abre caminos, amplía horizontes, aumenta perspectivas, supera limitaciones; el fraude mismo que ella viene siendo, será borrado por ella misma, por sus constructores, que son los hombres: reconocer, junto a su duradera naturaleza de fraude inhumano, el positivo carácter de la historia es otro rasgo fundamental del humanismo marxista. El poeta lo recoge y puede, por tanto, valorar también positivamente, como raíces de humanidad, los hechos del pasado y los valores del mito en que se expresan los movimientos del hombre en la historia:

Ya el fin del mar, los límites del mundo,
en tí no se encontraban.
Tú misma las borrastes con tus naves,
oh, clara estela del Oriente, oh, soplo,
brisa inicial, anunciador camino.

El proceso histórico supera límites para el hombre: por eso es humanamente positivo. Y el conocimiento del correr histórico enriquece el mundo mental del hombre y le da seguridad en su raíz y en su suelo, seguridad para futuro movimiento:

Oigo los cantos de tus marineros,
oigo sus remos dando en las espumas,
oigo un clamor antiguo que hoy me llega
batido por el sol de tus dos mares.

En el humanismo marxista del poeta –hay que aclarar– raíz no significa la sujeción sentimental a cosas y hombres reunidos por la historia en crímenes y sufrimientos comunes por fines que les eran ajenos –la «Patria»: los amos a quienes esos [88] fines interesaban esencialmente. «Hijos de la mar de Cádiz» son para el poeta comunista todos aquellos que han hecho en Cádiz la historia cotidiana de la mayoría de la humanidad, y por ella se han visto defraudados, fuera cual fuera el amo que les defraudara. «Hijos de la mar de Cádiz» son también los marineros que arriban a Cádiz y cargan y descargan y soportan las cosas en vez de dominarlas:

Te miraba, ignorando aún que tus pescadores,
los mismos pescadores pobres que yo veía
salir del Guadalete hacia los litorales
africanos, también
eran los mismos
almadraberos tuyos, tus desnudas
gentes del mar que a
Tarsis arribaban
por el oro, la plata y el misterioso estaño.

Los «Hijos de la mar de Cádiz» han sido también fenicios y griegos, o hebreos, o egipcios: el humanismo marxista es internacionalista, no admite como exclusivos valores humanísticos los de una «raza», pueblo o cultura.

* * *

No, pues, sobre la base de una interpretación exclusivista del valor del hombre, sino sobre la de su activa presencia en las cosas que luego son bien de toda la humanidad –en el caso del poeta, se trata de la cosa «Cádiz»– reasume el humanismo marxista la experiencia y riqueza del mito, la «raíz» histórico-mitológica.

De la fecundidad con que el poeta reasume –se «apropia», podría decirse, con una palabra que se opone literalmente a «alienarse»– los mitos y la historia de la ciudad que canta, da prueba todo su libro que no es analizable aquí por razones de espacio. Por eso será necesario limitarse a considerar con detalle un solo ejemplo; el canto La Atlántida gaditana.

El mito que Alberti recoge en ese canto es el de la Atlántida, país de la justicia, situado por Platón en las proximidades del Estrecho de Gibraltar –en «Cádiz».

Al conocer, al apropiarse la historia de los justos atlantes, de aquella «raza potente desaparecida», el poeta recuerda que en la época en que pudo vivir junto a sus raíces gaditanas, disfrutándolas naturalmente, no todas ellas le eran propias en la conciencia, sabidas, mentalmente suyas:

Iba alegre en un coche de caballos
hacia la Santa Luz, hacia Sanlúcar,
sin saber que los campos de los viejos abuelos,
que las huertas marinas de tomates
y soleadas calabazas eran
… … …
dunas del sueño de Platón, vestigios
de su perdido reino azul de los Atlantes.

Ahora, en cambio, el poeta conoce ese viejo trasfondo de las raíces de su ciudad, de las raíces de los hombres: la aspiración a la justicia. El mundo que hoy se ofrece al poeta no hace superflua esa aspiración:

Pechos doblados sufren hoy el mundo…

Al «recuerdo» de la «potente» y justa, sana «raza» de los Atlantes y ante el mundo presente que se le ofrece a la vista, el poeta no puede contentarse con la [89] contemplación «desinteresada» de un esteticismo burgués, ni con la nostalgia del reaccionario. El poeta «se apropia» esa mítica raíz de Atlantes que posee su ciudad, se la hace suya y de los hombres vivos, dándole virtualidad de presente y de futuro. Y así convoca a los Atlantes:

Álzate, sube, asciende de los hondos
despeñaderos submarinos. Véate
pura y viril poblar la nueva tierra.

Eso no es en el poeta comunista mero deseo. El sabe que la historia del hombre le ha venido trayendo, por fuerza de leyes, hasta el momento de los Atlantes, de los sostenedores o que «aguanten», pues eso han sido Atlantes. La fuerza de las leyes de la historia es ya visible, está incorporada en las masas que con «pechos doblados», como dice, «sufren hoy el mundo»; pues esos pechos están:

Prestos a henchirse de tan limpios hálitos.

(En otro canto de su libro, Alberti dice al lector que «Hércules», apropiado por el poeta como personificación del pueblo –«el frenético, el pacífico,/ el fúlgido, el inclemente,/ el tiranicida, el plácido,/ el guardián, el terrestre,/ el humano, el campesino,/ el popular, el jinete,/ el andaluz, el hondero,/ el musical, el celeste…»– es la esperanza del futuro:

Columnas esconde el mar
que pueden surgir muy altas.
Heracles, el gaditano,
bajo las olas aguarda.
)

Por eso no es la Atlántida gaditana el mito filológico, que el artista comunista abandona al estudioso, ni el sueño nostálgico, que es ajeno a todo comunista, sea poeta o filólogo. La Atlántida gaditana es la clave de bóveda, la pieza última del humanismo marxista: la lucha por el futuro, el espíritu revolucionario:

Sueño no sea, estrella de una noche,
sino solar imagen que presida,
alta perenne luz, los continentes.

* * *

El humanismo marxista no es una mera contemplación intelectual, no es sólo una fijación de valores. Es, como todo elemento del marxismo, idea de acción, idea naciendo de la práctica y volviendo a ella. La contemplación de valores, de «raíces» de su concreta humanidad gaditana, ha sido en seguida completada por el poeta con un intento de «apropiación» de esas «raíces» y con su práctica proyección al futuro. Porque para poseerlas no basta con conocerlas, con pensarlas: conocer y pensar son más bien la última forma de poseer una cosa. Primero está el tenerla. Por eso la verdadera satisfacción, el verdadero enraizamiento del gaditano, de ese gaditano sabio que es hoy el poeta, sólo podrá, en rigor, tener lugar cuando la Atlántida gaditana sea real, no «sueño» o «estrella de una noche» –no mito, no mera aspiración–, cuando los pechos se hayan enderezado, cuando los pescadores de Cádiz no tengan que preguntar de quién son las almadrabas, sino sólo de quién eran, cuando resulten ya pasados estos versos del canto Riotinto, lago del infierno:

Por la mar van los mineros,
los ojos de las Gorgonas
están dejándolos ciegos.
[90]

Entonces, sí: entonces, «apropiadas» las cosas por el hombre, tendrá éste toda la raíz física y mental de su plenitud:

Y otra vez, en un coche de caballos,
volveré alegre a ir por mis caminos,
hacia la Santa Luz, hacia Sanlúcar.

* * *

Así termina el canto a la Atlántida gaditana. Y ese final obliga todavía a hacer una observación sobre los elementos del humanismo marxista recogidos en la Ora marítima de Alberti: el humanismo marxista no es transcendentalista, es decir, no busca otra fundamentación que los positivos y concretos valores científicos, morales y estéticos del hombre: no es metafísico.

Por eso no es grandilocuente el humanismo del poeta: todo lo que él propone para el hombre, todo lo que él pide a los «Atlantes», a «Hércules», es que hagan lo necesario para que él –y los demás– puedan volver a ir, esta vez completamente «alegres», en un coche de caballos, hacia Sanlúcar, en la orilla del mar de Cádiz.

El humanismo del poeta comunista no endiosa valores históricos: no cree que el «morir a la espartana», por ejemplo, sea un ideal humanista, ni que las Pirámides de Egipto –tumbas que dejaron miles de sus muertos fuera para albergar supersticiosamente el cadáver de un solo hombre que ni las tocó– sean una «gloria humana». Prefiere el vivir con sencillezpero con plenitud para todos.

Por eso saluda el poeta a Menesteo, al mismísimo fundador mitológico de su Cádiz, con la autenticidad del que propugna el logro de la concreta, real, nada utópica, nada retórica plenitud del hombre. Y así lo dice:

Hoy para tí, no un templo, sino la misma casa
de todos, encalada, con patios y jardines
y agua dulce del pozo, sencillos, te ofrecemos.
Puedes mirar a Cádiz desde las azoteas.

V. F.

——

{1} Rafael Alberti, Ora marítima, Buenos Aires, 1953.

{2} y {3} Marx, La Ideología alemana, Sobre la Producción de la conciencia.