Filosofía en español 
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[ José Sandoval Morís ]

Cuadernos para el dialogo

Luis Costa

Asistimos en España, de algún tiempo a esta parte, a una revaloración del diálogo político. Clausurando una tremenda etapa de silencio, empiezan a salir libros, ensayos y revistas que se encaran con la realidad, exploran el porvenir político y proponen, a partir de la ideología oficial, emplazamientos desde donde afrontarlo.

Este es un fenómeno del más alto interés. Durante largos años, mediante la persecución implacable de sus adversarios, la dictadura había logrado provocar una reacción de repulsión hacia la política: era el «noli me tangere», la raya que no se podía pasar. Paradójicamente convertida en terreno acotado de sus anatematizadores –los ortodoxos del régimen– la política se hizo puro monólogo arbitrativo.

Ahora ha comenzado la destrucción del mito; la tierra maldita empieza a ser invadida por los heterodoxos. «cuadernos para el diálogo» valen por una prueba. Su novedad estriba, ante todo, en que nacen para promover el diálogo político y la política dialogal.

Para que esto ocurriera ha tenido –cierto es– que correr mucha agua bajo los puentes. Fue preciso que la clase obrera se recobrara de la derrota del treinta y nueve y que su lucha por la justicia social y la democracia alcanzara niveles como los de la primavera del 1962 y el verano del 1963. Toda la política española va inscrita hoy dentro de ese formidable flujo que está modificando el clima de nuestra vida pública. Pero fue preciso también que el mundo comenzara a salir del «período glacial» de la guerra fría y el «anticomunismo de espada», como alguien le ha llamado, y se diera un hecho tan cargado de significaciones como la encíclica «Pacem in Terris», cuyo fuerza liberatoria sobre los católicos españoles ha sido tan grande como la sensación de desconcierto que ha sembrado entre los fariseos del «Estado Cristiano». [113]

De esa doble correlación de acontecimientos ha salido el soplo vivificador que estremece hoy el panorama social español y hace posible la aparición de revistas como esta que dirige el profesor Ruiz-Giménez.

* * *

Sería prematura cualquier tentativa de situar la revista en éste o aquél cuadrante del horizonte político. De un lado, porque el pensamiento de su director parece aún solicitado por impulsos contradictorios; de otro, porque los dos números que tenemos ante nosotros son insuficientes para abordar tan delicada operación. De lo que sí se puede hablar, sin riesgo de error, es de su eje de marcha que, desde posiciones católicas, enfila a un régimen de libertades.

Esta primera precisión de su itinerario nos coloca ante una pregunta, cuya dilucidación preocupa ya a «cuadernos para el diálogo»: ¿Bajo qué formas, desde qué partidos conciben los diversos sectores católicos españoles su actuación política?

Las respuestas que hasta ahora nos brindan varían según sea el ángulo visual que unos u otros elijan para considerar el problema.

Desde una visión éticorreligiosa, el señor Ruiz-Giménez, en su «Carta abierta a José María Pemán», declara que se resiste a vincular el apelativo «cristiano» a cualquier empresa política, «al fin y al cabo, contingente y opinable». No será superfluo señalar que su criterio coincide con el que ha expresado José Luis L. Aranguren en una reciente obra: «La tranquila instalación en un "partido confesional" para, embozado en él, es decir, en el nombre de "cristiano", echarse a surcar las turbias aguas morales de toda política, sin temor al escándalo, es o simplicidad o fariseísmo» (Ética y Política, pág. 125).

A esta postura, que satisface formalmente los escrúpulos morales del católico sin resolver, sin embargo, su drama interno (= cuál debe ser su conducta política como cristiano y como demócrata) opone el catedrático Aguilar Navarro consideraciones que encontramos presididas por la preocupación política. Dos argumentos esgrime en pro de un partido abierta y declaradamente democristiano: la aspiración a conciliar al católico español con la democracia y la necesidad de impedir que los grupos sociales y políticos reaccionarios se atrincheren en el cristianismo; «Soy democristiano –declara– para impedir que esos grupos sociales y económicos hagan del cristianismo su parapeto y su justificación militante». [114]

Bien se alcanza que no es la cuestión del rótulo lo que se ventila en el fondo: son distintas maneras de entender la intervención de los católicos en la lucha política, distintas concepciones sobre la profundidad de los cambios democráticos que se avizoran, distintos objetivos derivados de distintos intereses.

El debate queda abierto; pero ya a la altura que hoy se presenta proyecta luz sobre dos extremos que precisan un tanto la posición del director de «cuadernos para el diálogo»:

1.- Que se orienta hacia un campo de actividad política marginal a la democracia cristiana o, lo que es lo mismo, apunta hacia otro tipo de partido o movimiento.

2.- Que pone el énfasis en la vertiente social de dicho movimiento, cuyas principales exigencias programáticas serían estas tres: Radical reordenación de las estructuras socio-económicas. Perfeccionar el ordenamiento jurídico-político. Decidida democratización de la enseñanza.

Por contraste con las adjetivaciones que subrayan la radicalidad de las medidas de intención social y cultural, llama la atención la cautelosa fórmula que matiza las de orden político.

¿Cómo entiende el profesor Ruiz-Giménez perfeccionar dicho ordenamiento? La pregunta forzosamente quedará en suspenso hasta que aporte nuevos elementos de juicio; pero, junto con ella, seguirá flotando también la sospecha de que intente aplicar a la arquitectura de la democracia módulos de una estructura política radicalmente antidemocrática, pero en cuya capacidad de evolución interna acaso siga confiando.

En el número 2 de «cuadernos para el diálogo» hemos parado nuestra atención en un comentario al libro de Paolo Ungari, Alfredo Rocco e l'ideologia giuridica del fascismo; la idea que lo resume, aunque referida a Italia, tiene valor también para España:

«El sistema institucional del fascismo no servía a la sociedad, sino al mantenimiento de los recursos del poder en manos de un pequeño grupo, y en ningún caso podía haber desembocado en un sistema moderno de libertades sociales».

En efecto, la democracia no es posible en nuestro país a partir del perfeccionamiento de la actual ordenación jurídico-política, sino de su destrucción. Esto nos parece elemental incluso de cara a las realizaciones socioeconómicas que propugna el señor Ruiz-Giménez. Sin una radical democratización del poder político, no es posible una radical reforma social. [115]

Agreguemos, en fin, esta última, pero fundamental orientación acerca de las posiciones políticas del promotor de «CUADERNOS… »: su resuelta defensa de los Derechos del Hombre y de las libertades públicas.

* * *

La idea de diálogo, que campea como divisa en la cabecera de la nueva revista, se abre paso con fuerza incoercible. La comparten los hombres más inteligentes de diversas tendencias; su vigencia es tal que ya no es raro espectáculo ver a los ministros del dictador solicitando el «diálogo» –aunque este necesite la escolta de dos pares de asépticas comillas–. De aquí que hayamos de aceptar como algo lógico que la tolerancia de publicaciones legales, en las que la intelectualidad liberal exteriorice sus deseos de diálogo, pueda entrar en el juego de tales ministros como una forma de brindar las válvulas de escape a fin de detener su desplazamiento hacia el campo de la acción extralegal y estorbar su entendimiento con las fuerzas más radicales de la oposición. Como es obvio, en ese juego entraría también el propósito de desvirtuar el diálogo con los resortes de la censura, drenándole su savia democrática.

Los peligros y dificultades que acechan al diálogo no han pasado inadvertidos a la redacción de «CUADERNOS…»; en «Razón de ser», deja constancia de ellos y los contempla como «aguijón y estímulo» de su empresa. Si los invocarnos no es, pues, para proyectar sombras de escepticismo sobre una aventura que concibe como lucha y combate, sino, al contrario, para alentarla midiendo su complejidad y su estatura.

Conscientes de que para tan azarosa navegación se hace indispensable una buena brújula, muchos colaboradores de «CUADERNOS…» han centrado su atención en la problemática intrínseca del diálogo. Las cuestiones que, de una u otra forma, se someten a análisis son las siguientes: ¿Qué diálogo necesitamos en España? ¿Con quién? ¿Para qué?

En su más alta acepción, el diálogo a que España aspira se nos aparece como una práctica colectiva, múltiple, institucionalizada, de las distintas clases sociales, partidos políticos e instituciones intermedias de todo género; es decir, como una sociedad dialogante. Pero mentar esta aspiración es tanto como mencionar a la democracia: el diálogo así entendido es, hoy por hoy, una meta a alcanzar.

Al nivel de la realidad presente, el diálogo ha de ser un medio. [116]

Ante todo, para entendernos. Esto es lo que nos propone «CUADERNOS»: «facilitar la comunicación de ideas y sentimientos entre hombres de distintas generaciones, creencias y actitudes vitales, en torno a las concretas realidades y a los incitantes problemas religiosos, culturales, económicos, sociales, políticos… de nuestra cambiante coyuntura histórica».

La diversidad o la divergencia de opiniones no son, de por sí, obstáculo para el diálogo, sino su lógica premisa: sin diversidad o divergencia, el diálogo no tendría objeto. Pero, al propio tiempo, aquél reclama ciertos campos de coincidencia, «una mínima afinidad», como certeramente observa José Blasco. Para empezar, mínima afinidad en cuanto a la necesidad del propio diálogo. Es, por ejemplo, evidente que las singulares resonancias reivindicativas que entre nosotros cobra la palabra diálogo se deben a que fue violentamente proscrito hace un cuarto de siglo, sin que hasta la fecha se haya restablecido. Por eso es atinada la tesis de «CUADERNOS…»:

«El diálogo se debe brindar a todos, a excepción, naturalmente, de aquellos que lo proscriban».

Una mínima afinidad en cuanto a sus objetivos es, asimismo, indispensable y, al llegar a este punto, Juan Luis Cebrián nos invita a dar un nuevo paso por el camino del diálogo:

«Hacia la verdadera "praxis"… es adonde se debe ir. Al diálogo hecho acción. A la comprensión convertida en colaboración mutua».

De esta suerte, llegamos desde el diálogo para entendernos –escuela para el diálogo democrático de mañana– al diálogo para lograr un entendimiento –que ayude a aproximar, ese mañana–.

A este nivel, el diálogo nos descubre toda su dialéctica instrumental, dinámica. De su eficacia potencial no cabe dudar. De su posibilidad, tampoco: solo requiere la recíproca disposición a entablarlo. Mas, por su misma naturaleza, desborda ya, evidentemente, las páginas de una revista.

* * *

Cualesquiera que sean las fórmulas políticas en que cristalice su actividad, queda al margen de toda duda el papel que está llamado a desempeñar en España el movimiento de inspiración católica. Pero que nadie cometa la torpeza de desconocer que el movimiento marxista será, igualmente, una fuerza de primera magnitud. Dicho con frase orteguiana, esto hay que aceptarlo [117] «como se acepta el avance de nuestro sistema solar hacia la constelación de Hércules».

Es, por lo tanto, un imperativo categórico que católicos y marxistas ensayemos desde ahora mismo el diálogo, conscientes de nuestra responsabilidad. Pues, en definitiva, el porvenir de España puede depender, en no escasa medida, de la capacidad de diálogo de que unos y otros demos prueba.

De aquí que nos interese vivamente la actitud de «CUADERNOS» hacia el marxismo. Esta actitud viene dada, en lo esencial, por su explícita recusación del «anticomunismo retórico y farisaico» y por la implícita disposición a dialogar con los marxistas, que no se excluyen en la apelación «a todos los hombres de buena voluntad, hállense donde se hallen y vengan de donde vinieren».

Concedemos a estos dos postulados el valor de una posición de principios.

El que ella no les impida rechazar «el trasfondo ideológico del marxismo» entra también en el curso lógico de la actitud dialogante. Cuando Juan XXIII proponía en sus recomendaciones pastorales distinguir entre una teoría filosófica y los movimientos históricos que se inspiran en ella, estaba diciendo a los católicos que el diálogo no presupone abdicación ideológica.

Pero esa actitud dialogante reclama que se vaya soltando el lastre de las imputaciones anticomunistas, los tópicos, las afirmaciones gratuitas que aún se arrojan, como cantos puntiagudos, sobre la cabeza del marxismo. Esos vestigios de lo que Pemán llamaba «hirsuta pelambrera» deben peinarse también en el diálogo con los marxistas.

Veinticinco años de incomunicación forzosa han ido acumulando cantidades ingentes de material aislante, de incomprensiones y de deformaciones que han hecho intransitable el camino del comercio de las ideas: es preciso desescombrarlo cuidadosa, pacientemente. Dialogando.

La nueva revista ha desplegado el velamen a los vientos del diálogo. De él anda España harto necesitada. Creemos que a despecho de los escollos y las limitaciones que interponga en su ruta la censura, pude ser un vehículo eficaz para el entendimiento de cuantos aspiren a crear un clima de convivencia.

Por nuestra parte quisiéramos, desde estas notas, haber abierto el diálogo con «cuadernos para el diálogo».

Luis Costa